miércoles, 5 de junio de 2013
El Buho: Enfrentamiento minero en Apurimac posiblemente produjo dos muertos
Incidentes no muy bien esclarecidos se han reportado desde ayer de la
provincia de Apurímac. Desde el campamento minero de Las Bambas, que
regenta la empresa Xstrata Cooper, trascendió que ayer, a las 2 de la
tarde, cerca de 500 trabajadores protestaron contra la service de la
minera, Graña y Montero.
Los reclamos exigían que sean remunerados los días de descanso. “De
los 21 días que trabajamos, los 7 días que descansamos no nos pagan”,
lamentó en una comunicación telefónica uno de los trabajadores.
Como cuenta el empleado de la empresa extractiva, los ánimos se
caldearon cuando la Policía intento calmar la protesta con bombas
lacrimógenas. Los trabajadores mineros contestaron lanzando piedras. Una
vez acabadas las armas persuasivas, los policías usaron sus armas de
fuego produciendo la muerte de dos personas, que hasta el momento no ha
sido confirmado por ninguna autoridad.
El trabajador refirió que se trata de un niño de los caseríos que hay
cerca del campamento y de un minero protestante. Se ignora cuántos
heridos haya producido el enfrentamiento. Se ha reportado una camioneta
volteada y una excavadora incendiada.
Hasta el momento solo se ha aproximado la Defensoría de Pueblo a una zona que ya está controlada por la fuerzas del orden.
Pobladores de los pueblos cercanos se han aproximado al distrito de
Chalhuahuacho para exigir una respuesta a la minera, de lo que en verdad
ocurrió dentro del campamento.
martes, 4 de junio de 2013
¿Puede la civilización sobrevivir al capitalismo?, por Noam Chomsky
Hay capitalismo y luego el verdadero capitalismo existente. El
término capitalismo se usa comúnmente para referirse al sistema
económico de Estados Unidos con intervención sustancial del Estado, que
va de subsidios para innovación creativa a la póliza de seguro
gubernamental para bancos demasiado-grande-para-fracasar.
El
sistema está altamente monopolizado, limitando la dependencia en el
mercado cada vez más: En los últimos 20 años el reparto de utilidades de
las 200 empresas más grandes se ha elevado enormemente, reporta el
académico Robert W. McChesney en su nuevo libro Digital disconnect.
Capitalismo es un término usado ahora comúnmente para describir sistemas
en los que no hay capitalistas; por ejemplo, el
conglomerado-cooperativa Mondragón en la región vasca de España o las
empresas cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con
apoyo conservador –ambas son discutidas en un importante trabajo del
académico Gar Alperovitz. Algunos hasta pueden usar el término
capitalismo para referirse a la democracia industrial apoyada por John
Dewey, filósofo social líder de Estados Unidos, a finales del siglo XIX y
principios del XX. Dewey instó a los trabajadores a ser los dueños de
su destino industrial y a todas las instituciones a someterse a control
público, incluyendo los medios de producción, intercambio, publicidad,
transporte y comunicación. A falta de esto, alegaba Dewey, la política
seguirá siendo la sombra que los grandes negocios proyectan sobre la
sociedad. La democracia truncada que Dewey condenaba ha quedado hecha
andrajos en los últimos años. Ahora el control del gobierno se ha
concentrado estrechamente en el máximo del índice de ingresos, mientras
la gran mayoría de los de abajo han sido virtualmente privados de sus
derechos.
El sistema político-económico actual es una forma de
plutocracia que diverge fuertemente de la democracia, si por ese
concepto nos referimos a los arreglos políticos en los que la norma está
influenciada de manera significativa por la voluntad pública. Ha habido
serios debates a través de los años sobre si el capitalismo es
compatible con la democracia. Si seguimos que la democracia capitalista
realmente existe (DCRE, para abreviar), la pregunta es respondida
acertadamente: Son radicalmente incompatibles. A mí me parece poco
probable que la civilización pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia
altamente atenuada que conlleva. Pero, ¿podría una democracia que
funcione marcar la diferencia? Sigamos el problema inmediato más crítico
que enfrenta la civilización: una catástrofe ambiental. Las políticas y
actitudes públicas divergen marcadamente, como sucede a menudo bajo la
DCRE. La naturaleza de la brecha se examina en varios artículos de la
edición actual del Deadalus, periódico de la Academia Americana de Artes
y Ciencias.
El investigador Kelly Sims Gallagher descubre que
109 países han promulgado alguna forma de política relacionada con la
energía renovable, y 118 países han establecido objetivos para la
energía renovable. En contraste, Estados Unidos no ha adoptado ninguna
política consistente y estable a escala nacional para apoyar el uso de
la energía renovable. No es la opinión pública lo que motiva a la
política estadunidense a mantenerse fuera del espectro internacional.
Todo lo contrario. La opinión está mucho más cerca de la norma global
que lo que reflejan las políticas del gobierno de Estados Unidos, y
apoya mucho más las acciones necesarias para confrontar el probable
desastre ambiental pronosticado por un abrumador consenso científico –y
uno que no está muy lejano; afectando las vidas de nuestros nietos, muy
probablemente.
Como reportan Jon A. Krosnik y Bo MacInnis en Daedalus:
Inmensas mayorías han favorecido los pasos del gobierno federal para
reducir la cantidad de emisiones de gas de efecto invernadero generadas
por las compañías productoras de electricidad. En 2006, 86 por ciento de
los encuestados favorecieron solicitar a estas compañías o apoyarlas
con exención de impuestos para reducir la cantidad de ese gas que
emiten... También en ese año, 87 por ciento favoreció la exención de
impuestos a las compañías que producen más electricidad a partir de
agua, viento o energía solar. Estas mayorías se mantuvieron entre 2006 y
2010, y de alguna manera después se redujeron. El hecho de que el
público esté influenciado por la ciencia es profundamente preocupante
para aquellos que dominan la economía y la política de Estado. Una
ilustración actual de su preocupación es la enseñanza sobre la ley de
mejora ambiental, propuesta a los legisladores de Estado por el Consejo
de Intercambio Legislativo Estadunidense (CILE), grupo de cabildeo de
fondos corporativos que designa la legislación para cubrir las
necesidades del sector corporativo y de riqueza extrema. La Ley CILE
manda enseñanza equilibrada de la ciencia del clima en salones de clase
K-12. La enseñanza equilibrada es una frase en código que se refiere a
enseñar la negación del cambio climático, a equilibrar la corriente de
la ciencia del clima. Es análoga a la enseñanza equilibrada apoyada por
creacionistas para hacer posible la enseñanza de ciencia de creación en
escuelas públicas. La legislación basada en modelos CILE ya ha sido
introducida en varios estados.
Desde luego, todo esto se ha
revestido en retórica sobre la enseñanza del pensamiento crítico –una
gran idea, sin duda, pero es más fácil pensar en buenos ejemplos que en
un tema que amenaza nuestra supervivencia y ha sido seleccionado por su
importancia en términos de ganancias corporativas. Los reportes de los
medios comúnmente presentan controversia entre dos lados sobre el cambio
climático. Un lado consiste en la abrumadora mayoría de científicos,
las academias científicas nacionales a escala mundial, las revistas
científicas profesionales y el Panel Intergubernamental sobre Cambio
Climático (PICC). Están de acuerdo en que el calentamiento global está
sucediendo, que hay un sustancial componente humano, que la situación es
seria y tal vez fatal, y que muy pronto, tal vez en décadas, el mundo
pueda alcanzar un punto de inflexión donde el proceso escale rápidamente
y sea irreversible, con severos efectos sociales y económicos. Es raro
encontrar tal consenso en cuestiones científicas complejas. El otro lado
consiste en los escépticos, incluyendo unos cuantos científicos
respetados –que advierten que es mucho lo que aún se ignora–, lo cual
significa que las cosas podrían no estar tan mal como se pensó, o
podrían estar peor. Fuera del debate artificial hay un grupo mucho mayor
de escépticos: científicos del clima altamente reconocidos que ven los
reportes regulares del PICC como demasiado conservadores. Y,
desafortunadamente, estos científicos han demostrado estar en lo
correcto repetidamente. Aparentemente, la campaña de propaganda ha
tenido algún efecto en la opinión pública de Estados Unidos, la cual es
más escéptica que la norma global. Pero el efecto no es suficientemente
significativo como para satisfacer a los señores.
Presumiblemente
esa es la razón por la que los sectores del mundo corporativo han
lanzado su ataque sobre el sistema educativo, en un esfuerzo por
contrarrestar la peligrosa tendencia pública a prestar atención a las
conclusiones de la investigación científica. En la Reunión Invernal del
Comité Nacional Republicano (RICNR), hace unas semanas, el gobernador
por Luisiana, Bobby Jindal, advirtió a la dirigencia que tenemos que
dejar de ser el partido estúpido. Tenemos que dejar de insultar la
inteligencia de los votantes. Dentro del sistema DCRE es de extrema
importancia que nos convirtamos en la nación estúpida, no engañados por
la ciencia y la racionalidad, en los intereses de las ganancias a corto
plazo de los señores de la economía y del sistema político, y al diablo
con las consecuencias. Estos compromisos están profundamente arraigados
en las doctrinas de mercado fundamentalistas que se predican dentro del
DCRE, aunque se siguen de manera altamente selectiva, para sustentar un
Estado poderoso que sirve a la riqueza y al poder.
Las doctrinas
oficiales sufren de un número de conocidas ineficiencias de mercado,
entre ellas el no tomar en cuenta los efectos en otros en transacciones
de mercado. Las consecuencias de estas exterioridades pueden ser
sustanciales. La actual crisis financiera es una ilustración. En parte
es rastreable a los grandes bancos y firmas de inversión al ignorar el
riesgo sistémico –la posibilidad de que todo el sistema pueda colapsar–
cuando llevaron a cabo transacciones riesgosas. La catástrofe ambiental
es mucho más seria: La externalidad que se está ignorando es el futuro
de las especies. Y no hay hacia dónde correr, gorra en mano, para un
rescate. En el futuro los historiadores (si queda alguno) mirarán hacia
atrás este curioso espectáculo que tomó forma a principios del siglo
XXI. Por primera vez en la historia de la humanidad los humanos están
enfrentando el importante prospecto de una severa calamidad como
resultado de sus acciones –acciones que están golpeando nuestro
prospecto de una supervivencia decente. Esos historiadores observarán
que el país más rico y poderoso de la historia, que disfruta de ventajas
incomparables, está guiando el esfuerzo para intensificar la
probabilidad del desastre. Llevar el esfuerzo para preservar las
condiciones en las que nuestros descendientes inmediatos puedan tener
una vida decente son las llamadas sociedades primitivas: Primeras
naciones, tribus, indígenas, aborígenes. Los países con poblaciones
indígenas grandes y de influencia están bien encaminados para preservar
el planeta. Los países que han llevado a la población indígena a la
extinción o extrema marginación se precipitan hacia la destrucción. Por
eso Ecuador, con su gran población indígena, está buscando ayuda de los
países ricos para que le permitan conservar sus cuantiosas reservas de
petróleo bajo tierra, que es donde deben estar. Mientras tanto, Estados
Unidos y Canadá están buscando quemar combustibles fósiles, incluyendo
las peligrosas arenas bituminosas canadienses, y hacerlo lo más rápido y
completo posible, mientras alaban las maravillas de un siglo de
(totalmente sin sentido) independencia energética sin mirar de reojo lo
que sería el mundo después de este compromiso de autodestrucción. Esta
observación generaliza: Alrededor del mundo las sociedades indígenas
están luchando para proteger lo que ellos a veces llaman los derechos de
la naturaleza, mientras los civilizados y sofisticados se burlan de
esta tontería. Esto es exactamente lo opuesto a lo que la racionalidad
presagiaría –a menos que sea la forma sesgada de la razón que pasa a
través del filtro de DCRE.
Alarma en el Napo-Loreto: Derrame de petróleo ecuatoriano llegó al Perú
La mancha de petróleo proveniente de la fractura del Oleoducto Transecuatoriano causada por deslizamientos producidos por las fuertes lluvias, finalmente acaba de cruzar la frontera peruano-ecuatoriana, aproximadamente a las 11:00 am, llegando a la zona de Pantoja, y alarmando a la población de la cuenca del Napo.
Según información del gobernador del distrito de Torres Causana, Edgar Navarro Tapullima, a la zona habría llegado un equipo de Petroperú que en este momento se encuentra evaluando el posible impacto y la extensión de la mancha de crudo. Ellos señalan que las acciones de evaluación se prolongarán al menos entre 15 a 20 días.
Hasta el momento, la población (alrededor de cuatro mil personas) que vive en las inmediaciones de la zona de Pantoja, por donde avanza el crudo, no está informada sobre la contaminación y es muy probable que sigan consumiendo el agua y pescando en el río, como lo hacen cotidianamente.
Es urgente que las entidades competentes del Estado inicien inmediatamente campañas informativas a fin de prevenir a la población sobre los peligros que corre, además de realizar las acciones para abastecer a la población de agua y alimentos, y que se inicien actividades de mitigación lo antes posible.
Después de cuatro años de los sucesos de Bagua, el conflicto sigue abierto
Este 5 de junio se cumplen cuatro años de los trágicos sucesos de Bagua en los que perdieron la vida 33 personas y una nunca apareció. A la fecha no se han determinado las responsabilidades correspondientes y las causas que llevaron al estallido del conflicto siguen vigente. Por ello, el Grupo de Trabajo sobre Pueblos Indígenas de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, considera necesario señalar:
1. Los sucesos de Bagua del 5 de junio del 2009 constituyen uno de los episodios más violentos de los últimos años, en el que se reprimió a los pueblos indígenas amazónicos con un saldo trágico de 33 muertos, un desaparecido y decenas de heridos.
2. Es lamentable que los procesos judiciales abiertos tras dichos sucesos no hayan permitido a la fecha establecer las responsabilidades penales de los funcionarios que dieron la orden de reprimir así como de quienes respondieron excesivamente.
3. Los episodios de Bagua deben encuadrase dentro del conflicto histórico existente entre el Estado y los pueblos indígenas que ha atravesado diversas etapas y que no ha podido resolverse debido la incapacidad de la sociedad dominante para asumir que somos un país multicultural donde los pueblos y comunidades indígenas tienen todo el derecho de participar y ser protagonistas de su desarrollo.
4. Lamentamos que las razones que llevaron a los pueblos amazónicos a protestar contra la política del “perro del hortelano” en el año 2009 sigan vigentes. El actual Estado, con pocas excepciones, sigue actuando de modo colonialista tratando de imponer un modelo extractivista que no toma en cuenta las voces y necesidades de los pueblos en cuyos territorios se ubican los principales recursos naturales del país.
5. Una evidencia de ello es la manera como ha querido implementarse la consulta previa en nuestro país. A pesar que el marco legislativo vigente desde setiembre del 2011 fue consecuencia de las protestas amazónicas que pedían una legislación interna que permitiese la aplicación del Convenio 169 de la OIT, lo realizado hasta la fecha no sólo revela desidia estatal, sino un propósito malsano de flexibilizar el cumplimiento de estas obligaciones sin importar si esto viola derechos fundamentales.
6. Consideramos que mientras el Estado no realice una reforma interna que permita la participación de los pueblos indígenas en la toma de decisiones que les afecta no podremos cerrar la herida abierta de Bagua y se mantendrá un orden de cosas injusto, excluyente y marginador de un importante sector de la población peruana.
7. Exhortamos a reflexionar críticamente sobre lo que pasó y pensar en cuáles son las condiciones para evitar que ello vuelva a ocurrir, planteándonos qué debemos realizar para promover una Democracia Intercultural que tenga a peruanos y peruanas, indígenas y no indígenas dentro de él.
8. Expresamos a los pueblos indígenas nuestra voluntad y compromiso para asumir la deuda histórica que se tiene con ellos y para construir un país de todas las sangres, en el que los pueblos distintos que lo conforman convivan en paz y en respeto mutuo.
lunes, 3 de junio de 2013
En el Siglo XXI ¿Marx sería extractivista?
Por Eduardo Gudynas
La promoción de la gran minería a cielo abierto se ha instalado en los
últimos años en los gobiernos progresistas de Argentina, Bolivia,
Brasil, Ecuador, Uruguay y otros tantos países. Esa es una estrategia
que, desde una primera mirada, es ajena a lo que se espera de un
gobierno de izquierda. Entonces, ¿cómo defienden los progresistas a la
minería? Recientemente hacen esa defensa invocando a los pensadores del
socialismo clásico. Según algunos, si Marx viviera hoy, y estuviera en
América Latina, sería extractivista. Esta cuestión es analizada en las
líneas que siguen.
La defensa del extractivismo
se ha generalizado entre el progresismo sudamericano. Como ejemplo, en
el caso argentino, Cristina Kirchner espera que las inversiones y
exportaciones mineras puedan resucitar su agobiada economía. Entretanto,
en Ecuador, Rafael Correa la promueve aunque prefiere a los inversores
chinos antes que aquellos de los países industrializados. Esos y otros
casos tienen muchos parecidos con la situación uruguaya, donde un
gobierno progresista apuesta también a la megaminería, aunque aquí su cara visible es una empresa india.
La defensa de esa megaminería
es una estrategia que se vuelve muy difícil de defender para un
gobierno de izquierda. Encierra medidas que históricamente fueron
criticadas, como la transnacionalización de la inversión y las ventas, o
la especialización en exportar materias primas. A su vez, en todos los
países hay resistencias y críticas ciudadanas. Entones, ¿cómo defender
la minería? ¿cómo se puede convencer a la gente que ser extractivista es compatible con el espíritu de la izquierda?
Para justificar ese giro, uno de los hechos más notables ha sido que desde varios de esos gobiernos se afirma que el extractivismo
sería una consecuencias natural de la tradición socialista. Se apela a
los viejos pensadores del socialismo, se los cita, y desde allí se dice
que no sólo no se opondrían al extractivismo, sino que, por el
contrario, lo promoverían.
El ejemplo más destacado ha sido el presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien para defender al extractivismo lanzó dos preguntas desafiantes:“¿Dónde está en el Manifiesto Comunista el no a la minería? ¿Qué teoría socialista dijo no a la minería?” (entrevista de mayo de 2012).El mensaje es claro: si Marx
y Engels estuvieran hoy en día entre nosotros, llevaría a que
comunistas, socialistas y otros, estarían alentando las explotaciones
mineras.
Algo parecido sucede en otros países. Por ejemplo, en Uruguay, diferentes referentes del Partido Socialista defienden la minería, desde un senador a militantes destacados, incluyendo a uno que se volvió ejecutivo de una empresa minera.
La contracara de esas posturas ideológicas es que quienes son escépticos
de los beneficios mineros, o están en contra de ella, pasan a ser
automáticamente conservadores de distinto tipo. Serían personas que
rechazan el socialismo, podría agregar alguno muy entusiasta.
Por lo tanto, parece muy necesario tomar en serio esta cuestión, y examinar si el socialismo debería ser extractivista.
Invocando a un Marx extractivista
Comencemos por sopesar hasta dónde puede llegar la validez de la
pregunta de Correa. Es que no puede esperarse que el Manifiesto
Comunista, escrito a mediados del siglo XIX, contenga todaslas
respuestas para todos los problemas del siglo XXI.
Dicho de otro modo, nuestros antecedentes históricos, la condición de
países de economías primarizadas subordinadas, la propia experiencia del
progresismo gobernante, y lo que hoy sabemos sobre los efectos sociales
y ambientales del extractivismo, entre otros factores, son los que generan nuevos contextos bajo los cuales se debería discutir la megaminería.
Correa refuerza sus dichos sobre Marx
y Engels, agregándole una afirmación clave que no puede pasar
desapercibida: “tradicionalmente los países socialistas fueron mineros”.
El mensaje que se despliega es que la base teórica del socialismo es
funcional al extractivismo, y que en la práctica, los países del
socialismo real lo aplicaron con éxito.
Examinando esto con rigurosidad, esos dichos de Correa no son del todo
ciertos. Es más, ahora sabemos que en aquellas zonas donde la minería
escaló en importancia, el balance ambiental, social y económico, fue
muy negativo. Uno de los ejemplos más impactante ocurrió en zonas
mineras y siderúrgicas de la Polonia bajo la sombra soviética, y donde
ocurrieron duras oposiciones ciudadanas y sindicales. Hoy se viven
situaciones igualmente terribles con la minería en China.
No puede olvidarse que muchos de aquellos emprendimentos propios del
socialismo real, dado su altísimo costo social y ecológico, se concretan
por la ausencia de controles ambientales adecuados o se silenciaron
autoritariamente las demandas ciudadanas. Tampoco puede pasar
desapercibido que aquel extractivismo, al estilo soviético, fue incapaz
de generar el salto económico y productivo que esos mismos planes
predecían.
En cambio, en la actualidad, la defensa del extractivismo en América del
Sur no se contenta con la meta del crecimiento económico, y es un poco
más compleja. En efecto, en varios países se espera aprovechar al máximo
sus réditos económicos para así financiar, por un lado distintos planes
sociales, y por el otro, cambios en la base productiva para crear otra
economía. De manera muy resumida la idea es vender los los recursos
naturales para seguir financiando planes de ayuda a los sectores más
pobres (como hace el MIDES), la construcción de infraestructura, o
colocarlo en fondos a más largo plazo (como ocurrió en Noruega, se
discute ahora en Brasil y se menciona para Uruguay). En paralelo se
busca promover la diversificación económica, casi siempre diciendo que
se aprovecharán los dineros para promover la industria nacional. El
vínculo entre extractivismo y planes sociales es lo que permitiría
presentar esta estrategia como propia de la justicia social que se
esperaría de la izquierda.
Pero esa marcha extractivista padece de varios problemas. Uno de ellos
es que se genera una dependencia entre el extractivismo y los planes
sociales. Sin los impuestos y regalías a las exportaciones de materias
primas se reducirían las posibilidades para financiar, por ejemplo, los
programas de asistencia social. Claro, también se reduce el
financiamiento del propio aparato del Estado. Esto hace que los propios
gobiernos se vuelvan extractivistas, convirtiéndose en socios de los más
variados proyectos, cortejando inversores de todo tipo, y brindando
diversas facilidades. Sin dudas que existen cambios bajo el progresismo,
y muchos de ellos muy importantes, pero el problema es que se repiten
los impactos sociales y ambientales y se refuerza el papel de las
economías nacionales como proveedores subordinados de materias primas.
Paralelamente, la justicia social queda estancada a los mecanismos de
compensación económica.
La pretensión de salir de esa dependencia por medio de más extractivismo
no tiene posibilidades de concretarse. Es que el propio extractivismo
genera condiciones que impide esos cambios de fondo, y lo hace a varios
niveles, desde la economía a la política (como el desplazamiento de la
industria local o la sobrevaloración de las monedas nacionales, o el
poder desmedido de la influencia corporativa sobre los actores
políticos).
El uso de instrumentos de redistribuciones económicas esperando lograr
adhesión y apaciguamiento tiene alcances limitados, ya que a pesar de
esos pagos de todos modos persisten las movilizaciones ciudadanas. Pero
además es financieramente muy costoso, y vuelve a los gobiernos todavía
más necesitados de nuevos proyectos extractivistas.
Es justamente todas esas relaciones perversas la que deberían ser
analizadas mirando a Marx. El mensaje de Correa, si bien es desafiante,
muestra que más allá de las citas, en realidad, no toma aquellos
principios de Marx que todavía siguen vigentes para el siglo XXI.
Escuchando la advertencia de Marx
Marx no rechazó la minería. La mayor parte de los movimientos sociales
tampoco la rechazan, y si se escuchara con atención sus reclamos se
encontrará que están enfocados en un tipo particular de emprendimientos:
a gran escala, con remoción de enormes volúmenes, a cielo abierto e
intensiva. En otras palabras, no debe confundirse minería con
extractivismo.
Marx no rechazó la minería, pero tenía muy claro donde debían operar los
cambios. Desde su perspectiva surgen las respuestas para la pregunta
del presidente Correa y unas cuantas lecciones para la izquierda
uruguaya: Marx distinguía al “socialismo vulgar” de un socialismo
sustantivo, y esa diferenciación debe ser considerada con toda atención
en la actualidad.
En su “Crítica al programa de Gotha”, Marx recuerda que la distribución
de los medios de consumo es, en realidad, una consecuencia de los modos
de producción. Intervenir en el consumo no implica transformar los modos
de producción, pero es en este último nivel donde deberán ocurrir las
verdaderas transformaciones. Agrega Marx: “el socialismo vulgar (…) ha
aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la
distribución como algo independiente del modo de producción, y, por
tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente
en torno a la distribución”2.
Aquí está la respuesta a la pregunta clave: Marx, en la América Latina
de hoy, no sería extractivista, porque con ello abandonaría la meta de
transformar los modos de producción, volviéndose un economista burgués.
Los programas de redistribución del ingreso basado en impuestos y demás
pueden cumplir papeles importantes, pero es necesario seguir promoviendo
alternativas a la producción. La promoción de la megaminería
impide esos cambios sustanciales, y como contrapartida generan
situaciones donde se deberá reforzar el asistencialismo económico.
Por otro lado, todo esto deja en claro que la búsqueda de alternativas
al extractivismo no está reñida con la tradición socialista, y que
burlarse de quienes lo intenta parecería que sólo sirve para encubrir la
ausencia de mejores argumentos.
Volviendo a Marx, no olvidemos que muchos han explorado su faceta
“ecológica”, tal como ha hecho con mucha energía John Bellmay Foster 3.
Desde esas nuevas lecturas se podrían sumar otros argumentos para
afirmar que Marx nunca sería extractivista. Pero es también apropiado
admitir que la mirada de Marx seguramente no es suficiente para
organizar una alternativa postextractivista, ya que era un hombre
inmerso en las ideas del progreso propio de la modernidad del siglo XIX.
Eso queda en claro ya que no faltarán quienes digan que aquellos
primeros marxistas nacionalizarían los recursos mineros. Asumirían que
una o más empresas estatales los aprovecharían, entendiendo que desde
allí se tendría el necesario control social que evitaría los impactos
negativos y se conseguirían los mejores beneficios sociales y
económicas. Este énfasis nacionalista es sin duda muy importante (una
postura que muchas izquierdas parecen estar perdiendo, al cambiar
corporaciones del norte por otras que provienen de Asia).
Pero también sabemos que la propiedad estatal no asegura ni el control
social postulado por aquel marxismo, ni una buena gestión ambiental.
Están presentes los recuerdos de esas limitaciones bajo el viejo bloque
soviético, y a nadie escapa que se repiten problemas similares con las
actuales empresas estatales latinoamericanas.
La nacionalización
de los recursos es una condición necesaria para las alternativas, pero
por sí sola nada se asegura. Es necesario cambiar la propia lógica de la
organización de la producción y el consumo. Asimismo, los ajustes
instrumentales o mejoras redistributivas pueden representar avances,
pero también en ese caso sigue siendo imperioso cambiar la estructura
misma de la producción. Todo esto significa que es necesario trascender
la dependencia del extractivismo.
Esta cuestión es tan clara que el propio Marx concluye “Una vez que está
dilucidada, desde ya mucho tiempo, la verdadera relación de las cosas,
¿por qué volver a marchar hacia atrás? Entonces, ¿porqué se insiste con
el extractivismo?
Notas
1. Huberman, L. y P. Sweezy. 1964. El Manifiesto Comunista: 116 años después. MonthlyReview 14 (2): 42-63.
2. Marx, K. 1977. Crítica del Programa de Gotha. Editorial Progreso, Moscú.
3. Bellamy Foster, John. 2000. La ecología de Marx. El Viejo Topo, Madrid.
El plato o la vida. Los alimentos, transformados en negocio
El Plato o la Vida hasta qué punto los alimentos se han transformado en productos para saciar el afán de algunas empresas y como esto está destruyendo el trabajo de los agricultores de proximidad y cultivo ecológico, está generando un desastre en algunos comedores de colectividades y de rebote, como tal afectará en un futuro a la calidad de vida de nuestros hijos. De la experiencia vivida por una cocinera, descubra que es posible un concepto de comedor sostenible tanto ecológicamente como económicamente y como se puede llevar a cabo un proyecto así de espaldas a empresas que venden productos y no alimentos.
miércoles, 29 de mayo de 2013
Terracidio y terraristas: Destruyendo el planeta por beneficios de récord
Tom Engelhardt
TomDispatch
Contamos con una
palabra para designar la matanza consciente de un grupo racial étnico:
genocidio. Y otra para la destrucción consciente de determinados
aspectos del medio ambiente: ecocidio. Pero no tenemos un término para
designar el acto consciente de destruir el planeta que habitamos, el
mundo que la humanidad ha conocido, hablando históricamente, hasta ayer
por la noche. Una posibilidad podría ser “terracidio”, de la palabra
latina terra, que designa el planeta tierra. Encaja bien, dada su
similitud con el peligroso tópico de nuestra era: terrorista.
La
verdad es que, los llamemos como los llamemos, es hora ya de hablar sin
rodeos sobre los terraristas de nuestro mundo. Sí, lo sé, el 11-S fue
algo horrendo. Casi 3.000 muertos, torres de hormigón que se desploman, escenas apocalípticas.
Y sí, en lo que se refiere a ataques terroristas, los atentados del
maratón de Boston tampoco fueron mucho mejores. Pero en ambos casos,
quienes cometieron los actos pagaron o pagarán por sus crímenes.
E n el caso de los terraristas -y aquí me estoy refiriendo especialmente a los hombres que están al frente de lo que pueden ser las corporaciones más rentables del planeta, compañías energéticas gigantes como ExxonMobil, Chevron, ConocoPhillips, BP y Shell,
Vd. es uno de los que van a tener que pagar por ello, y más aún sus
hijos y nietos. Y ya puede dar algo por sentado: ni un solo terrarista
va a ir a la cárcel, aunque saben perfectamente lo que están haciendo.
No es muy difícil de comprender. En los últimos años, las empresas han
estado extrayendo de la tierra combustibles fósiles de forma cada vez
más frenética e ingeniosa. A su vez, la quema de esos combustibles
fósiles ha arrojado a la atmósfera cantidades record de dióxido de carbono (CO2). Sólo este mes, el nivel de CO2 alcanzó las 400 partes por millón por vez primera en la historia humana. Los científicos llegaron hace tiempo al consenso de que ese proceso estaba calentando el mundo y que si el promedio de la temperatura planetaria subía más de dos grados Celsius
podían acecharnos todo tipo de peligros, incluyendo que los mares
subieran el nivel suficiente como para inundar las ciudades costeras,
que hubiera crecientes oleadas de calor, sequías, inundaciones, fenómenos meteorológicos cada vez más extremados, etc.
Cómo hacer cantidades ingentes de dinero en el planeta
Nada de lo anterior era exactamente un misterio. Está en la literatura
científica. El científico de la NASA James Hansen fue el primero que divulgó en el Congreso la realidad del calentamiento global en 1988.
Costó un tiempo –gracias en parte a los terraristas- pero las noticias
de lo que estaba sucediendo iban colándose cada vez más en los
principales medios de comunicación. Todos podíamos enterarnos.
Quienes dirigían las corporaciones gigantes de la energía sabían
perfectamente bien lo que estaba pasando y podían, desde luego, haberlo
leído en los periódicos como el resto de nosotros. ¿Y qué hicieron?
Poner su dinero a financiar think tanks, políticos, fundaciones y activistas con la intención de acentuar las "dudas" sobre la ciencia (ya que no podían realmente desmentirla); ellos y sus aliados promovieron enérgicamente lo que llegó a conocerse como negacionismo climático. Después enviaron a sus agentes, lobbistas y dinero al sistema político para asegurar
que no interfiriera en sus modos de saqueo. Y, mientras tanto,
redoblaron sus esfuerzos para obtener en la Tierra energía aún más
difícil y en ocasiones “más sucia” por medios cada vez más arduos y más
sucios.
La gente que hablaba del Pico del P etróleo no estaba
equivocada cuando hace años sugirió que pronto alcanzaríamos un límite
en la producción de petróleo a partir del cual empezaría su declive. El
problema fue que se habían centrado en las reservas de petróleo líquido
tradicional o “convencional” obtenidas de grandes reservas en lugares
terrestres o cercanos a la costa a los que era fácil acceder. Desde
entonces, las grandes compañías energéticas han invertido una notable
cantidad de tiempo, dinero y (si se me permite utilizar la palabra)
energía en el desarrollo de técnicas que les permitan recuperar
anteriormente irrecuperables reservas (en ocasiones mediante procesos
por los que es preciso quemar cantidades sorprendentes de combustibles
fósiles): fracking, perforaciones en aguas profundas y producción de arenas bituminosas, entre otros métodos.
También empezaron a buscar inmensos depósitos de lo que el experto en energía Michael Klare denomina energía “extrema”
o “dura” –petróleo y gas natural que sólo puede adquirirse mediante la
aplicación de una fuerza extrema o que requiere de extensos tratamientos
químicos para poder utilizarlos como combustible. Además, en muchos
casos los suministros que se adquieren como petróleo pesado y arenas
bituminosas tienen mayor contenido de carbón que otros combustibles y
emiten más gases invernadero en el momento en que se consumen. Estas
compañías han empezado incluso a utilizar el mismo cambio climático –con el deshielo del Ártico- para explotar enormes suministros energéticos anteriormente inaccesibles. Por ejemplo, con el visto bueno de la administración Obama, la Royal Dutch Shell se ha estado preparando para probar posibles técnicas de perforación en las traicioneras aguas de Alaska.
Llámenlo ironía, si quieren, o llámenlo pesadilla, pero las Grandes del
Petróleo no tienen evidentemente reparos en obtener su próxima tanda de
beneficios directamente del deshielo del planeta. Sus altos ejecutivos
continúan planificando sus futuros (y, por tanto, los nuestros), a
sabiendas de que sus actos, tan extremadamente rentables, están
destruyendo el hábitat mismo, la escala misma de temperaturas que desde
hace tanto tiempo hicieron que la vida resultara cómoda para la
humanidad.
Sus conocimientos previos sobre el daño que están
haciendo es lo que debería convertir su actividad en una actividad
criminal. Y hay precedentes corporativos de esto, aunque sea a menor
escala. La industria del plomo, la industria del amianto y las tabacaleras
conocían todos los peligros de sus productos y se esforzaron en
suprimir la información o infundir dudas al respecto, incluso cuando
promovían las excelencias de lo que hacían, y siguieron produciendo y vendiendo mientras otros sufrían y morían.
Y hay otra similitud: en el caso de esas tres industrias, los
resultados negativos llegaban convenientemente años, incluso décadas,
después de la exposición y por eso fue tan difícil hacer la conexión con
ellas.
Cada una de esas industrias sabía que la relación
existía. Cada una utilizó ese tiempo de desconexión como protección. Con
una diferencia: que si Vd. fuera un ejecutivo del tabaco, del plomo o
del amiento, podía asegurarse de que sus niños y nietos no se vieran
expuestos a su producto. A largo plazo, esa opción no existe en lo que
se refiere a los combustibles fósiles y al CO2, porque todos vivimos en
el mismo planeta (aunque también es verdad que es poco probable que los
ricos que viven en las zonas templadas sean los primeros en sufrir las
consecuencias).
Si los secuestros de aviones por parte de Osama
bin Laden el 11-S o las bombas caseras de los hermanos Tsarnaev
constituyen ataques terroristas, ¿por qué lo que están haciendo las
compañías energéticas no debería caer en una categoría similar (aunque a
un nivel que convierte aquellos sucesos en algo mínimo)? Y si es así,
entonces ¿dónde está el Estado de seguridad cuando realmente lo
necesitamos? ¿No sería ser su deber salvaguardarnos de los terraristas y
del terracidio tanto como de los terroristas y sus destructivos
atentados?
Las alternativas que no fueron
No tenía por qué haber sido así.
El 15 de julio de 1979, en una época en que los conductos del gas, que
en ocasiones registraban obstrucciones, eran un accesorio inquietante en
la vida estadounidense, el Presidente Jimmy Carter habló directamente
al pueblo estadounidense por televisión durante 32 minutos, pidiendo un
esfuerzo concertado para acabar con la dependencia del país del
petróleo del Oriente Medio. “Para conseguir seguridad energética”,
anunció.
“Estoy exigiendo el mayor compromiso de fondos y
recursos de la historia de nuestra nación en tiempos de paz para
desarrollar fuentes alternativas para la obtención de combustible: a
partir del carbón, de los esquistos bituminosos, de productos vegetales
para gasóleos, de gas no convencional, del sol… De forma parecida a como
la corporación del caucho sintético nos ayudó a ganar la II Guerra
Mundial, por tanto movilizaremos la determinación y capacidad
estadounidenses para ganar la guerra de la energía. Además, someteré
pronto al Congreso la legislación necesaria para crear el primer banco
solar de esta nación, lo cual nos ayudará a conseguir que, para el año
2000, el objetivo fundamental del 20% de nuestra energía provenga de la
energía solar”.
Es verdad que, en un momento en que la ciencia
del cambio climático daba sus primeros pasos, Carter no conocía la
posibilidad d e un sobrecalentamiento mundial y su visión de la “energía
alternativa” no era exactamente la de los combustibles libres de
fósiles. Incluso entonces, que no se vislumbraba aún la situación actual
ni la futura, estaba hablando de tener “más petróleo en nuestras
pizarras bituminosas que en varias Arabias Saudíes”. No obstante, fue un
discurso notablemente progresista.
Si hubiéramos invertido
entonces masivamente en energías alternativas de I+D. ¿qu ién sabe dónde
podríamos estar hoy? En cambio, los medios lo tildaron de “discurso del
malestar”, aunque en realidad el presidente nunca utilizó esa palabra,
hablando en cambio de una “crisis de confianza” estadounidense. Aunque
la primera reacción pública pareció ser positiva, no duró mucho. Al final, las propuestas energéticas del presidente se tomaron a broma y se ignoraron durante décadas.
Como gesto simbólico, Carter hizo instalar 32 paneles solares
sobre la Casa Blanca. (“Dentro de una generación, este calentador solar
puede acabar siendo una curiosidad, una pieza de museo, un ejemplo de
un camino no tomado, o puede ser una pequeña parte de una de las
aventuras más grandes y excitantes nunca emprendidas por el pueblo
estadounidense: aprovechar el poder del sol mientras enriquecemos
nuestras vidas y nos alejamos de nuestra paralizante dependencia del
petróleo extranjero.”) Al final resultó que la descripción exacta fue la
de “camino no tomado”. En cuanto pisó la Oficina Oval en 1981, Ronald
Reagan captó a la perfección el estado de ánimo de la época. Uno de sus
primeros actos fue ordenar que se quitaran los paneles y nadie los
volvió a instalar a lo largo de tres décadas, hasta que Barack Obama
llegó a la presidencia.
Carter, de hecho, dejó su huella en la
política energética estadounidense, pero no en la forma que había
imaginado. Seis meses después, el 23 de enero de 1980, en su último
discurso al Estado de la Nación,
proclamaría lo que llegó a conocerse como la Doctrina Carter: “Dejemos
nuestra posición absolutamente clara”, dijo. “Cualquier fuerza exterior
que intente hacerse con el control de la región del Golfo Pérsico se
considerará como un ataque contra los intereses vitales de los Estados
Unidos de América, y tal ataque será repelido por todos los medios
necesarios, incluida la fuerza militar”.
Nadie tomó esas
palabras a broma. En cambio, el Pentágono comenzaría fatalmente a
organizarse para proteger los intereses estadounidenses (alrededor del
petróleo) en el Golfo Pérsico en una nueva escala y pronto EEUU
emprendería sus guerras por el petróleo. No había pasado mucho tiempo de
ese discurso, cuando se empezó a desarrollar una Fuerza de Despliegue
Rápido en el Golfo que al final se convertiría en el Mando Central
Estadounidense. Más de tres décadas después, las ironías abundan:
gracias en parte a esas guerras del petróleo, franjas enteras de un
Oriente Medio rico en energía están en crisis, cuando no inmersas en el
caos, mientras que las Grandes del Petróleo han puesto tiempo y dinero
en una versión asombrosamente centrada en los combustibles fósiles de la
“alternativa” de Carter en América del Norte. Se han centrado en el
petróleo y gas de esquisto bituminoso, y con nuevos métodos de
producción, que están supuestamente a punto de convertir a EEUU en una “nueva Arabia Saudí”.
Si eso es verdad, sería la peor, que no la mejor, de las noticias. En
un mundo en el que lo que se suele tomar por buena noticia garantiza
cada vez más un futuro de pesadilla, una “independencia” energética de
ese tipo significa la extracción de cada vez más energía extrema, con
cada vez más dióxido de carbón escapando hacia el cielo y cada vez más
daños planetarios en nuestro futuro colectivo. Este no era el único
camino de que disponíamos, ni siquiera para las Grandes del Petróleo.
Con sus asombrosas ganancias, en algún momento podían haber concluido
que el futuro que estaban asegurando era mucho más que peligroso. Con
inversiones masivas, podían haber abierto el camino a auténticas
energías alternativas (solar, eólica, de las mareas, geotérmica, de las
algas, y quién sabe qué más), en vez las mínimas efectuadas, a menudo
con propósitos propagandísticos. Podían haber apoyado un esfuerzo amplio
para buscar otras vías que podrían, en décadas venideras, haber
ofrecido algo parecido a los niveles de energía que los combustibles
fósiles nos proporcionan ahora. Podían haber trabajado para conservar
las reservas de energía extrema, que por lo general están en lo más
profundo de la Tierra.
Y podríamos haber tenido un mundo
diferente (del que, por cierto, se habrían sin duda podido beneficiar
muy bien). En cambio, tenemos el equivalente a la situación de una
tabacalera pero a escala planetaria. Para completar la analogía,
imaginen por un momento que estaban planeando producir incluso
cantidades más prodigiosas no de combustibles fósiles sino de
cigarrillos, sabiendo el daño que causarían en nuestra salud. Así pues,
imaginen que, sin excepción, cada ser humano de la tierra se viera
obligado a fumar varios paquetes al día.
Si eso no es un ataque
terrorista –o terrarista- de alcance casi inimaginable, ¿qué es,
entonces? Si los ejecutivos del petróleo no son terraristas, ¿quién lo
es? Y si eso no convierte a las Grandes del Petróleo en empresas
criminales, entonces, ¿cómo definirían ese término?
Destruir
nuestro planeta con premeditación y alevosía, teniendo sólo en mente la
más inmediata obtención de ganancias, teniendo en mente sólo su propio
confort y bienestar (y de sus accionistas): ¿No es ese el máximo crimen?
¿No es eso un terracidio?
[Nota: Gracias a mi colega y amigo Nick Turse por ofrecerme la palabra “terracidio ”].
Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de “The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050”.
Adicto a Coca-Cola fallece con los pulmones hinchados cuatro veces más de lo normal
Un ciudadano británico, que bebía 3 litros de Coca-Cola al día, murió por complicaciones en sus pulmones, según han anunciado varios médicos. "Sus pulmones se hincharon hasta 4 veces el peso normal por las cantidades de gaseosa que consumía", dicen.
El hombre, Paul Inman, tenía 30 años cuando murió mientras dormía en 2012, pero apenas este miércoles se dieron a conocer los resultados del examen post-mortem. La patóloga Deirdre Mckenna descartó que la epilepsia o un ataque al corazón fueran las causas de la muerte. "La bebida gaseosa tiene toda la culpa", insiste Mckenna, citada por el diario británico 'The Daily Mail'.
La madre del fallecido dice que su hijo, que sufría de síndrome de Asperger (una forma de autismo), bebía demasiada Coca-Cola desde los 10 años de edad. Ya que era víctima de este trastorno mental, no podía controlar su adicción. Tenía que ir a comprar su bebida favorita hasta tres veces al día.
"He dicho todo el tiempo que la causa (de su muerte) se debe a que bebía en exceso, absolutamente en exceso. Solíamos decir que tenía un botón de autodestrucción", sostiene la madre del fallecido.
Además de beber demasiadas gaseosas, Inman fumaba mucho y no podía estarse quieto: caminaba mucho, gastando dos pares de zapatillas a la semana.
Los aterradores efectos de las bebidas light en los dientes: Dañan tanto como la metanfetamina
El efecto de las bebidas gaseosas “light” o “diet” sobre los
dientes, sería muy similar al ocasionado por drogas como la
metanfetamina y la cocaína.
Así lo afirmó un estudio realizado por la Escuela de Odontología de Temple University en Filadelfia (EEUU),
que analizó los dientes de un bebedor habitual de refrescos bajos en
calorías y dos adictos a las drogas, hallando una erosión dental similar
en los 3. La primera, era una mujer de 30 años que bebió 2 litros de
bebida light diarios durante 3 a 5 años, mientras el segundo era un
consumidor de metanfetamina de 29 años y el último un asiduo a la
cocaína de 51. Todos tenían antecedentes económicos similares y vivían
en zonas urbanas con agua potable fluorada.
Mohamed Bassiouny, profesor de odontología restauradora y autor del
sondeo, señaló que es sorprendente ver que la intensidad y magnitud de
los daños es similar en los 3 casos. Estos efectos serían provocados por
la acidez de las 3 sustancias, lo que debilita el esmalte volviéndolo
susceptible a las caries y otros problemas.
Tras revelarse los resultados, la American Beverage Association,
entidad que reúne a empresas del rubro en Estados Unidos, cuestionó las
conclusiones señalando que el estudio asume el consumo de bebidas como
la única causa de la erosión dental de la mujer, lo que a su juicio es
“irresponsable”.
Sin embargo, en una entrevista con Business Insider,
Bassiouny defendió su comparación , señalando que en su larga carrera
profesional ha observado cientos de casos similares al de la paciente.
La idea, según el especialista, era hacer un paralelo entre los
consumidores de droga y bebidas, mostrando los perjuicios para la salud
dental.
A continuación te mostramos la comparación entre los dientes del
adicto a la metanfetamina (izquierda) y el del bebedor regular de
gaseosa (derecha).
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