La promoción de la gran minería a cielo abierto se ha instalado en los
últimos años en los gobiernos progresistas de Argentina, Bolivia,
Brasil, Ecuador, Uruguay y otros tantos países. Esa es una estrategia
que, desde una primera mirada, es ajena a lo que se espera de un
gobierno de izquierda. Entonces, ¿cómo defienden los progresistas a la
minería? Recientemente hacen esa defensa invocando a los pensadores del
socialismo clásico. Según algunos, si Marx viviera hoy, y estuviera en
América Latina, sería extractivista. Esta cuestión es analizada en las
líneas que siguen.
La defensa del extractivismo
se ha generalizado entre el progresismo sudamericano. Como ejemplo, en
el caso argentino, Cristina Kirchner espera que las inversiones y
exportaciones mineras puedan resucitar su agobiada economía. Entretanto,
en Ecuador, Rafael Correa la promueve aunque prefiere a los inversores
chinos antes que aquellos de los países industrializados. Esos y otros
casos tienen muchos parecidos con la situación uruguaya, donde un
gobierno progresista apuesta también a la megaminería, aunque aquí su cara visible es una empresa india.
La defensa de esa megaminería
es una estrategia que se vuelve muy difícil de defender para un
gobierno de izquierda. Encierra medidas que históricamente fueron
criticadas, como la transnacionalización de la inversión y las ventas, o
la especialización en exportar materias primas. A su vez, en todos los
países hay resistencias y críticas ciudadanas. Entones, ¿cómo defender
la minería? ¿cómo se puede convencer a la gente que ser extractivista es compatible con el espíritu de la izquierda?
Para justificar ese giro, uno de los hechos más notables ha sido que desde varios de esos gobiernos se afirma que el extractivismo
sería una consecuencias natural de la tradición socialista. Se apela a
los viejos pensadores del socialismo, se los cita, y desde allí se dice
que no sólo no se opondrían al extractivismo, sino que, por el
contrario, lo promoverían.
El ejemplo más destacado ha sido el presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien para defender al extractivismo lanzó dos preguntas desafiantes:“¿Dónde está en el Manifiesto Comunista el no a la minería? ¿Qué teoría socialista dijo no a la minería?” (entrevista de mayo de 2012).El mensaje es claro: si Marx
y Engels estuvieran hoy en día entre nosotros, llevaría a que
comunistas, socialistas y otros, estarían alentando las explotaciones
mineras.
Algo parecido sucede en otros países. Por ejemplo, en Uruguay, diferentes referentes del Partido Socialista defienden la minería, desde un senador a militantes destacados, incluyendo a uno que se volvió ejecutivo de una empresa minera.
La contracara de esas posturas ideológicas es que quienes son escépticos
de los beneficios mineros, o están en contra de ella, pasan a ser
automáticamente conservadores de distinto tipo. Serían personas que
rechazan el socialismo, podría agregar alguno muy entusiasta.
Por lo tanto, parece muy necesario tomar en serio esta cuestión, y examinar si el socialismo debería ser extractivista.
Invocando a un Marx extractivista
Comencemos por sopesar hasta dónde puede llegar la validez de la
pregunta de Correa. Es que no puede esperarse que el Manifiesto
Comunista, escrito a mediados del siglo XIX, contenga todaslas
respuestas para todos los problemas del siglo XXI.
Como señalan dos de los más reconocidos marxistas del siglo XX, Leo Huberman y Paul Sweezy, tanto Marx
como Engels, aún en vida, consideraban que los principios del
Manifiesto seguían siendo correctos, pero que el texto había envejecido.
“En particular, reconocieron implícitamente que a medida que el capitalismo
se extendiera e introdujera nuevos países y regiones en la corriente de
la historia moderna, surgirían necesariamente problemas y formas de
desarrollo no consideradas por el Manifiesto”, agregan Hunerman y
Sweezy1. Sin duda esa es la situación de las naciones latinoamericanas,
de donde sería indispensable contextualizar tanto las preguntas como las
respuestas.
Dicho de otro modo, nuestros antecedentes históricos, la condición de
países de economías primarizadas subordinadas, la propia experiencia del
progresismo gobernante, y lo que hoy sabemos sobre los efectos sociales
y ambientales del extractivismo, entre otros factores, son los que generan nuevos contextos bajo los cuales se debería discutir la megaminería.
Correa refuerza sus dichos sobre Marx
y Engels, agregándole una afirmación clave que no puede pasar
desapercibida: “tradicionalmente los países socialistas fueron mineros”.
El mensaje que se despliega es que la base teórica del socialismo es
funcional al extractivismo, y que en la práctica, los países del
socialismo real lo aplicaron con éxito.
Examinando esto con rigurosidad, esos dichos de Correa no son del todo
ciertos. Es más, ahora sabemos que en aquellas zonas donde la minería
escaló en importancia, el balance ambiental, social y económico, fue
muy negativo. Uno de los ejemplos más impactante ocurrió en zonas
mineras y siderúrgicas de la Polonia bajo la sombra soviética, y donde
ocurrieron duras oposiciones ciudadanas y sindicales. Hoy se viven
situaciones igualmente terribles con la minería en China.
No puede olvidarse que muchos de aquellos emprendimentos propios del
socialismo real, dado su altísimo costo social y ecológico, se concretan
por la ausencia de controles ambientales adecuados o se silenciaron
autoritariamente las demandas ciudadanas. Tampoco puede pasar
desapercibido que aquel extractivismo, al estilo soviético, fue incapaz
de generar el salto económico y productivo que esos mismos planes
predecían.
En cambio, en la actualidad, la defensa del extractivismo en América del
Sur no se contenta con la meta del crecimiento económico, y es un poco
más compleja. En efecto, en varios países se espera aprovechar al máximo
sus réditos económicos para así financiar, por un lado distintos planes
sociales, y por el otro, cambios en la base productiva para crear otra
economía. De manera muy resumida la idea es vender los los recursos
naturales para seguir financiando planes de ayuda a los sectores más
pobres (como hace el MIDES), la construcción de infraestructura, o
colocarlo en fondos a más largo plazo (como ocurrió en Noruega, se
discute ahora en Brasil y se menciona para Uruguay). En paralelo se
busca promover la diversificación económica, casi siempre diciendo que
se aprovecharán los dineros para promover la industria nacional. El
vínculo entre extractivismo y planes sociales es lo que permitiría
presentar esta estrategia como propia de la justicia social que se
esperaría de la izquierda.
Pero esa marcha extractivista padece de varios problemas. Uno de ellos
es que se genera una dependencia entre el extractivismo y los planes
sociales. Sin los impuestos y regalías a las exportaciones de materias
primas se reducirían las posibilidades para financiar, por ejemplo, los
programas de asistencia social. Claro, también se reduce el
financiamiento del propio aparato del Estado. Esto hace que los propios
gobiernos se vuelvan extractivistas, convirtiéndose en socios de los más
variados proyectos, cortejando inversores de todo tipo, y brindando
diversas facilidades. Sin dudas que existen cambios bajo el progresismo,
y muchos de ellos muy importantes, pero el problema es que se repiten
los impactos sociales y ambientales y se refuerza el papel de las
economías nacionales como proveedores subordinados de materias primas.
Paralelamente, la justicia social queda estancada a los mecanismos de
compensación económica.
La pretensión de salir de esa dependencia por medio de más extractivismo
no tiene posibilidades de concretarse. Es que el propio extractivismo
genera condiciones que impide esos cambios de fondo, y lo hace a varios
niveles, desde la economía a la política (como el desplazamiento de la
industria local o la sobrevaloración de las monedas nacionales, o el
poder desmedido de la influencia corporativa sobre los actores
políticos).
El uso de instrumentos de redistribuciones económicas esperando lograr
adhesión y apaciguamiento tiene alcances limitados, ya que a pesar de
esos pagos de todos modos persisten las movilizaciones ciudadanas. Pero
además es financieramente muy costoso, y vuelve a los gobiernos todavía
más necesitados de nuevos proyectos extractivistas.
Es justamente todas esas relaciones perversas la que deberían ser
analizadas mirando a Marx. El mensaje de Correa, si bien es desafiante,
muestra que más allá de las citas, en realidad, no toma aquellos
principios de Marx que todavía siguen vigentes para el siglo XXI.
Escuchando la advertencia de Marx
Marx no rechazó la minería. La mayor parte de los movimientos sociales
tampoco la rechazan, y si se escuchara con atención sus reclamos se
encontrará que están enfocados en un tipo particular de emprendimientos:
a gran escala, con remoción de enormes volúmenes, a cielo abierto e
intensiva. En otras palabras, no debe confundirse minería con
extractivismo.
Marx no rechazó la minería, pero tenía muy claro donde debían operar los
cambios. Desde su perspectiva surgen las respuestas para la pregunta
del presidente Correa y unas cuantas lecciones para la izquierda
uruguaya: Marx distinguía al “socialismo vulgar” de un socialismo
sustantivo, y esa diferenciación debe ser considerada con toda atención
en la actualidad.
En su “Crítica al programa de Gotha”, Marx recuerda que la distribución
de los medios de consumo es, en realidad, una consecuencia de los modos
de producción. Intervenir en el consumo no implica transformar los modos
de producción, pero es en este último nivel donde deberán ocurrir las
verdaderas transformaciones. Agrega Marx: “el socialismo vulgar (…) ha
aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la
distribución como algo independiente del modo de producción, y, por
tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente
en torno a la distribución”2.
Aquí está la respuesta a la pregunta clave: Marx, en la América Latina
de hoy, no sería extractivista, porque con ello abandonaría la meta de
transformar los modos de producción, volviéndose un economista burgués.
Los programas de redistribución del ingreso basado en impuestos y demás
pueden cumplir papeles importantes, pero es necesario seguir promoviendo
alternativas a la producción. La promoción de la megaminería
impide esos cambios sustanciales, y como contrapartida generan
situaciones donde se deberá reforzar el asistencialismo económico.
Por otro lado, todo esto deja en claro que la búsqueda de alternativas
al extractivismo no está reñida con la tradición socialista, y que
burlarse de quienes lo intenta parecería que sólo sirve para encubrir la
ausencia de mejores argumentos.
Volviendo a Marx, no olvidemos que muchos han explorado su faceta
“ecológica”, tal como ha hecho con mucha energía John Bellmay Foster 3.
Desde esas nuevas lecturas se podrían sumar otros argumentos para
afirmar que Marx nunca sería extractivista. Pero es también apropiado
admitir que la mirada de Marx seguramente no es suficiente para
organizar una alternativa postextractivista, ya que era un hombre
inmerso en las ideas del progreso propio de la modernidad del siglo XIX.
Eso queda en claro ya que no faltarán quienes digan que aquellos
primeros marxistas nacionalizarían los recursos mineros. Asumirían que
una o más empresas estatales los aprovecharían, entendiendo que desde
allí se tendría el necesario control social que evitaría los impactos
negativos y se conseguirían los mejores beneficios sociales y
económicas. Este énfasis nacionalista es sin duda muy importante (una
postura que muchas izquierdas parecen estar perdiendo, al cambiar
corporaciones del norte por otras que provienen de Asia).
Pero también sabemos que la propiedad estatal no asegura ni el control
social postulado por aquel marxismo, ni una buena gestión ambiental.
Están presentes los recuerdos de esas limitaciones bajo el viejo bloque
soviético, y a nadie escapa que se repiten problemas similares con las
actuales empresas estatales latinoamericanas.
La nacionalización
de los recursos es una condición necesaria para las alternativas, pero
por sí sola nada se asegura. Es necesario cambiar la propia lógica de la
organización de la producción y el consumo. Asimismo, los ajustes
instrumentales o mejoras redistributivas pueden representar avances,
pero también en ese caso sigue siendo imperioso cambiar la estructura
misma de la producción. Todo esto significa que es necesario trascender
la dependencia del extractivismo.
Esta cuestión es tan clara que el propio Marx concluye “Una vez que está
dilucidada, desde ya mucho tiempo, la verdadera relación de las cosas,
¿por qué volver a marchar hacia atrás? Entonces, ¿porqué se insiste con
el extractivismo?
Notas