miércoles, 5 de junio de 2013

Mundo: Doscientos millones contra Monsanto


Por Silvia Ribeiro* 

Fueron dos millones de personas las que el 25 de mayo se manifestaron en 52 países, en más de 430 ciudades de todo el mundo, contra Monsanto. Pero muchísimos más acompañaron ese día y protestan cada día, de muchas formas, contra Monsanto, contra los transgénicos y el robo corporativo de nuestra alimentación.

Por ejemplo, la Vía Campesina, que tiene más de 200 millones de miembros y ahora preparan su sexta conferencia internacional del 6 al 13 de junio, en Indonesia. Cumplen 20 años y son el movimiento campesino organizado más grande de la historia y un puntal de resistencia a Monsanto, a los transgénicos y a las corporaciones de agronegocios en el planeta.

Monsanto tiene mucha cola para pisarle en su larga historia de fabricante de venenos desde 1901. Es un ejemplo paradigmático de codicia, control corporativo y falta de escrúpulos. Entre muchos desastres, legó al planeta la contaminación con armas químicas, como el Agente Naranja usado en la guerra contra Vietnam, donde aún la tercera generación de la población sufre secuelas. Ocultó intencionalmente que su químico PCB (incluyendo askareles) es terriblemente tóxico, envenenando por más de 40 años –a sabiendas– el agua y a miles de familias en Alabama, donde se fabricaba.
 
Para aumentar sus lucros, creó semillas transgénicas adictas a sus agrotóxicos y compró empresas semilleras por todo el mundo, para eliminar competencia y asegurar dependencia. Controla 27 por ciento del mercado mundial de semillas de todo tipo (no solamente transgénicas) y tiene más de 80 por ciento del mercado mundial de semillas transgénicas, un monopolio industrial que no tiene precedentes en casi ningún rubro industrial. Solamente Bill Gates, con Microsoft, tiene un porcentaje de mercado tan alto. Pero a diferencia de los programas de computación, las semillas son imprescindibles para la vida: son la llave de todas las redes alimentarias.

Por ello y mucho más, 2 millones nos manifestamos en el mundo contra Monsanto. Sólo una pequeña muestra del rechazo global a esa transnacional, que se extiende a todas las otras empresas de transgénicos (Syngenta, DuPont-Pioneer, Dow, Bayer, Basf).

La agencia Investigative Reporter Denmark reveló que Monsanto decidió abandonar la investigación, desarrollo y experimentos de maíz transgénico en Europa (aunque siguen las plantaciones que existen en España, Portugal y República Checa, menos de uno por ciento del maíz en Europa). Nueve países europeos han prohibido el maíz transgénico. Monsanto se suma a Syngenta, Bayer y Basf, que abandonaron en años anteriores la investigación y experimentación de papa y otros transgénicos en Europa.

Sus declaraciones son significativas: según Brandon Mitchener, ejecutivo de Monsanto en Europa, sólo van a seguir con transgénicos en países “donde tengamos apoyo político” y sistemas regulatorios a su favor. Como México, por ejemplo, donde las protestas contra el maíz transgénico son cada vez más amplias, pero el sistema regulatorio y el gobierno favorecen a Monsanto, contra los intereses de su propia población.

En la misma semana, un informe de la organización estadunidense Food and Water Watch, basado en más de 900 mensajes de Wikileaks, mostró que Estados Unidos usó cuantiosos recursos públicos para promover a Monsanto y a los transgénicos, a través de sus embajadas, de representantes del ministerio de agricultura (USDA) y de USAID en muchos países. Sus estrategias incluyen desde conferencias “técnicas” de (des)información a periodistas y funcionarios, hasta presiones bilaterales para adoptar legislaciones favorables y abrir mercado a las empresas.

Pese a que Monsanto reporta grandes ganancias, las resistencias globales le significan un enorme gasto, más que económico. Cada día salen nuevas evidencias de daños a la salud y ambiente, de que solamente con engaños, corrupción y falseando datos, con científicos y gobiernos comprados, se pueden defender los transgénicos. Nos imponen los transgénicos con maña y fuerza, pero no han podido ni podrán colonizar nuestras mentes ni corazones a su favor, a la larga el arma más poderosa.

Por eso, aunque hay muchas y diversas resistencias por todo el globo, es importante destacar el papel histórico de La Vía Campesina, que cumple 20 años de lucha y organización, derrumbando mitos y mostrando caminos. Con más de 150 organizaciones campesinas en 70 países en África, Asia, Europa y las Américas, con más de 200 millones de campesinas y campesinos, el mundo nunca ha tenido una organización campesina de tal extensión y entidad. Independientes de partidos políticos e intereses corporativos, La Vía Campesina ha profundizado el análisis y la crítica del sistema agroalimentario, desde la visión y experiencia cotidiana de sus actores fundamentales.

En estas dos décadas, Vía Campesina nos mostró, junto a sus aliados, que las y los campesinos, indígenas, pescadores artesanales, productores familiares, producen más de 70 por ciento de la alimentación en el mundo, con apenas 20 por ciento de la tierra arable; que son las y los que producen y cuidan las semillas y la biodiversidad, las y los que están enfriando al planeta contra el calentamiento global que nos afecta a todos, pese a ser provocado en su mayor parte por el sistema alimentario agroindustrial y sus transnacionales de agronegocios.

El camino no es fácil, la articulación intercultural, intercontinental y la equidad de género han sido grandes desafíos, pero desde las raíces, la Vía Campesina sigue creciendo, dando flores y frutos, abriendo surcos, sembrando resistencias. Contra Monsanto y otras empresas que siembran muerte, globalizando la lucha, globalizando la esperanza.

Dossier: Cuatro años del Baguazo

El Buho: Enfrentamiento minero en Apurimac posiblemente produjo dos muertos



Incidentes no muy bien esclarecidos se han reportado desde ayer de la provincia de Apurímac. Desde el campamento minero de Las Bambas, que regenta la empresa Xstrata Cooper, trascendió que ayer, a las 2 de la tarde, cerca de 500 trabajadores protestaron contra la service de la minera, Graña y Montero.

Los reclamos exigían que sean remunerados los días de descanso. “De los 21 días que trabajamos, los 7 días que descansamos no nos pagan”, lamentó en una comunicación telefónica uno de los trabajadores.

Como cuenta el empleado de la empresa extractiva, los ánimos se caldearon cuando la Policía intento calmar la protesta con bombas lacrimógenas. Los trabajadores mineros contestaron lanzando piedras. Una vez acabadas las armas persuasivas,   los policías usaron sus armas de fuego produciendo la muerte de dos personas, que hasta el momento no ha sido confirmado por ninguna autoridad.

El trabajador refirió que se trata de un niño de los caseríos que hay cerca del campamento y de un minero protestante. Se ignora cuántos heridos haya producido el enfrentamiento. Se ha reportado una camioneta volteada y una excavadora incendiada.

Hasta el momento solo se ha aproximado la Defensoría de Pueblo a una zona que ya está controlada por la fuerzas del orden.

Pobladores de los pueblos cercanos se han aproximado al distrito de Chalhuahuacho para exigir una respuesta a la minera, de lo que en verdad ocurrió dentro del campamento.

martes, 4 de junio de 2013

Día Mundial del Medio Ambiente: 5 de junio

¿Puede la civilización sobrevivir al capitalismo?, por Noam Chomsky

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Hay capitalismo y luego el verdadero capitalismo existente. El término capitalismo se usa comúnmente para referirse al sistema económico de Estados Unidos con intervención sustancial del Estado, que va de subsidios para innovación creativa a la póliza de seguro gubernamental para bancos demasiado-grande-para-fracasar.

El sistema está altamente monopolizado, limitando la dependencia en el mercado cada vez más: En los últimos 20 años el reparto de utilidades de las 200 empresas más grandes se ha elevado enormemente, reporta el académico Robert W. McChesney en su nuevo libro Digital disconnect. Capitalismo es un término usado ahora comúnmente para describir sistemas en los que no hay capitalistas; por ejemplo, el conglomerado-cooperativa Mondragón en la región vasca de España o las empresas cooperativas que se expanden en el norte de Ohio, a menudo con apoyo conservador –ambas son discutidas en un importante trabajo del académico Gar Alperovitz. Algunos hasta pueden usar el término capitalismo para referirse a la democracia industrial apoyada por John Dewey, filósofo social líder de Estados Unidos, a finales del siglo XIX y principios del XX. Dewey instó a los trabajadores a ser los dueños de su destino industrial y a todas las instituciones a someterse a control público, incluyendo los medios de producción, intercambio, publicidad, transporte y comunicación. A falta de esto, alegaba Dewey, la política seguirá siendo la sombra que los grandes negocios proyectan sobre la sociedad. La democracia truncada que Dewey condenaba ha quedado hecha andrajos en los últimos años. Ahora el control del gobierno se ha concentrado estrechamente en el máximo del índice de ingresos, mientras la gran mayoría de los de abajo han sido virtualmente privados de sus derechos.

El sistema político-económico actual es una forma de plutocracia que diverge fuertemente de la democracia, si por ese concepto nos referimos a los arreglos políticos en los que la norma está influenciada de manera significativa por la voluntad pública. Ha habido serios debates a través de los años sobre si el capitalismo es compatible con la democracia. Si seguimos que la democracia capitalista realmente existe (DCRE, para abreviar), la pregunta es respondida acertadamente: Son radicalmente incompatibles. A mí me parece poco probable que la civilización pueda sobrevivir a la DCRE y la democracia altamente atenuada que conlleva. Pero, ¿podría una democracia que funcione marcar la diferencia? Sigamos el problema inmediato más crítico que enfrenta la civilización: una catástrofe ambiental. Las políticas y actitudes públicas divergen marcadamente, como sucede a menudo bajo la DCRE. La naturaleza de la brecha se examina en varios artículos de la edición actual del Deadalus, periódico de la Academia Americana de Artes y Ciencias.

El investigador Kelly Sims Gallagher descubre que 109 países han promulgado alguna forma de política relacionada con la energía renovable, y 118 países han establecido objetivos para la energía renovable. En contraste, Estados Unidos no ha adoptado ninguna política consistente y estable a escala nacional para apoyar el uso de la energía renovable. No es la opinión pública lo que motiva a la política estadunidense a mantenerse fuera del espectro internacional. Todo lo contrario. La opinión está mucho más cerca de la norma global que lo que reflejan las políticas del gobierno de Estados Unidos, y apoya mucho más las acciones necesarias para confrontar el probable desastre ambiental pronosticado por un abrumador consenso científico –y uno que no está muy lejano; afectando las vidas de nuestros nietos, muy probablemente. 

Como reportan Jon A. Krosnik y Bo MacInnis en Daedalus: Inmensas mayorías han favorecido los pasos del gobierno federal para reducir la cantidad de emisiones de gas de efecto invernadero generadas por las compañías productoras de electricidad. En 2006, 86 por ciento de los encuestados favorecieron solicitar a estas compañías o apoyarlas con exención de impuestos para reducir la cantidad de ese gas que emiten... También en ese año, 87 por ciento favoreció la exención de impuestos a las compañías que producen más electricidad a partir de agua, viento o energía solar. Estas mayorías se mantuvieron entre 2006 y 2010, y de alguna manera después se redujeron. El hecho de que el público esté influenciado por la ciencia es profundamente preocupante para aquellos que dominan la economía y la política de Estado. Una ilustración actual de su preocupación es la enseñanza sobre la ley de mejora ambiental, propuesta a los legisladores de Estado por el Consejo de Intercambio Legislativo Estadunidense (CILE), grupo de cabildeo de fondos corporativos que designa la legislación para cubrir las necesidades del sector corporativo y de riqueza extrema. La Ley CILE manda enseñanza equilibrada de la ciencia del clima en salones de clase K-12. La enseñanza equilibrada es una frase en código que se refiere a enseñar la negación del cambio climático, a equilibrar la corriente de la ciencia del clima. Es análoga a la enseñanza equilibrada apoyada por creacionistas para hacer posible la enseñanza de ciencia de creación en escuelas públicas. La legislación basada en modelos CILE ya ha sido introducida en varios estados.

Desde luego, todo esto se ha revestido en retórica sobre la enseñanza del pensamiento crítico –una gran idea, sin duda, pero es más fácil pensar en buenos ejemplos que en un tema que amenaza nuestra supervivencia y ha sido seleccionado por su importancia en términos de ganancias corporativas. Los reportes de los medios comúnmente presentan controversia entre dos lados sobre el cambio climático. Un lado consiste en la abrumadora mayoría de científicos, las academias científicas nacionales a escala mundial, las revistas científicas profesionales y el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (PICC). Están de acuerdo en que el calentamiento global está sucediendo, que hay un sustancial componente humano, que la situación es seria y tal vez fatal, y que muy pronto, tal vez en décadas, el mundo pueda alcanzar un punto de inflexión donde el proceso escale rápidamente y sea irreversible, con severos efectos sociales y económicos. Es raro encontrar tal consenso en cuestiones científicas complejas. El otro lado consiste en los escépticos, incluyendo unos cuantos científicos respetados –que advierten que es mucho lo que aún se ignora–, lo cual significa que las cosas podrían no estar tan mal como se pensó, o podrían estar peor. Fuera del debate artificial hay un grupo mucho mayor de escépticos: científicos del clima altamente reconocidos que ven los reportes regulares del PICC como demasiado conservadores. Y, desafortunadamente, estos científicos han demostrado estar en lo correcto repetidamente. Aparentemente, la campaña de propaganda ha tenido algún efecto en la opinión pública de Estados Unidos, la cual es más escéptica que la norma global. Pero el efecto no es suficientemente significativo como para satisfacer a los señores.

Presumiblemente esa es la razón por la que los sectores del mundo corporativo han lanzado su ataque sobre el sistema educativo, en un esfuerzo por contrarrestar la peligrosa tendencia pública a prestar atención a las conclusiones de la investigación científica. En la Reunión Invernal del Comité Nacional Republicano (RICNR), hace unas semanas, el gobernador por Luisiana, Bobby Jindal, advirtió a la dirigencia que tenemos que dejar de ser el partido estúpido. Tenemos que dejar de insultar la inteligencia de los votantes. Dentro del sistema DCRE es de extrema importancia que nos convirtamos en la nación estúpida, no engañados por la ciencia y la racionalidad, en los intereses de las ganancias a corto plazo de los señores de la economía y del sistema político, y al diablo con las consecuencias. Estos compromisos están profundamente arraigados en las doctrinas de mercado fundamentalistas que se predican dentro del DCRE, aunque se siguen de manera altamente selectiva, para sustentar un Estado poderoso que sirve a la riqueza y al poder.

Las doctrinas oficiales sufren de un número de conocidas ineficiencias de mercado, entre ellas el no tomar en cuenta los efectos en otros en transacciones de mercado. Las consecuencias de estas exterioridades pueden ser sustanciales. La actual crisis financiera es una ilustración. En parte es rastreable a los grandes bancos y firmas de inversión al ignorar el riesgo sistémico –la posibilidad de que todo el sistema pueda colapsar– cuando llevaron a cabo transacciones riesgosas. La catástrofe ambiental es mucho más seria: La externalidad que se está ignorando es el futuro de las especies. Y no hay hacia dónde correr, gorra en mano, para un rescate. En el futuro los historiadores (si queda alguno) mirarán hacia atrás este curioso espectáculo que tomó forma a principios del siglo XXI. Por primera vez en la historia de la humanidad los humanos están enfrentando el importante prospecto de una severa calamidad como resultado de sus acciones –acciones que están golpeando nuestro prospecto de una supervivencia decente. Esos historiadores observarán que el país más rico y poderoso de la historia, que disfruta de ventajas incomparables, está guiando el esfuerzo para intensificar la probabilidad del desastre. Llevar el esfuerzo para preservar las condiciones en las que nuestros descendientes inmediatos puedan tener una vida decente son las llamadas sociedades primitivas: Primeras naciones, tribus, indígenas, aborígenes. Los países con poblaciones indígenas grandes y de influencia están bien encaminados para preservar el planeta. Los países que han llevado a la población indígena a la extinción o extrema marginación se precipitan hacia la destrucción. Por eso Ecuador, con su gran población indígena, está buscando ayuda de los países ricos para que le permitan conservar sus cuantiosas reservas de petróleo bajo tierra, que es donde deben estar. Mientras tanto, Estados Unidos y Canadá están buscando quemar combustibles fósiles, incluyendo las peligrosas arenas bituminosas canadienses, y hacerlo lo más rápido y completo posible, mientras alaban las maravillas de un siglo de (totalmente sin sentido) independencia energética sin mirar de reojo lo que sería el mundo después de este compromiso de autodestrucción. Esta observación generaliza: Alrededor del mundo las sociedades indígenas están luchando para proteger lo que ellos a veces llaman los derechos de la naturaleza, mientras los civilizados y sofisticados se burlan de esta tontería. Esto es exactamente lo opuesto a lo que la racionalidad presagiaría –a menos que sea la forma sesgada de la razón que pasa a través del filtro de DCRE. 

Alarma en el Napo-Loreto: Derrame de petróleo ecuatoriano llegó al Perú



La mancha de petróleo proveniente de la fractura del Oleoducto Transecuatoriano causada por deslizamientos producidos por las fuertes lluvias, finalmente acaba de cruzar la frontera peruano-ecuatoriana, aproximadamente a las 11:00 am, llegando a la zona de Pantoja, y alarmando a la población de la cuenca del Napo.
 
Según información del gobernador del distrito de Torres Causana, Edgar Navarro Tapullima, a la zona habría llegado un equipo de Petroperú que en este momento se encuentra evaluando el posible impacto y la extensión de la mancha de crudo. Ellos señalan que las acciones de evaluación se prolongarán al menos entre 15 a 20 días.

Hasta el momento, la población (alrededor de cuatro mil personas) que vive en las inmediaciones de la zona de Pantoja, por donde avanza el crudo, no está informada sobre la contaminación y es muy probable que sigan consumiendo el agua y pescando en el río, como lo hacen cotidianamente.

Es urgente que las entidades competentes del Estado inicien inmediatamente campañas informativas a fin de prevenir a la población sobre los peligros que corre, además de realizar las acciones para abastecer a la población de agua y alimentos, y que se inicien actividades de mitigación lo antes posible.

Después de cuatro años de los sucesos de Bagua, el conflicto sigue abierto



Este 5 de junio se cumplen cuatro años de los trágicos sucesos de Bagua en los  que perdieron la vida 33 personas y una nunca apareció. A la fecha no se han determinado las responsabilidades correspondientes y las causas que llevaron al estallido del conflicto siguen vigente. Por ello, el Grupo de Trabajo sobre Pueblos Indígenas de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, considera necesario señalar: 

1.       Los sucesos de Bagua del 5 de junio del 2009 constituyen uno de los episodios más violentos de los últimos años, en el que se reprimió a los pueblos indígenas amazónicos con un saldo trágico de 33 muertos, un desaparecido  y decenas de heridos. 

2.       Es lamentable que los procesos judiciales abiertos tras dichos sucesos no hayan permitido a la fecha establecer las responsabilidades penales de los funcionarios que dieron la orden de reprimir así como de quienes respondieron excesivamente. 

3.       Los episodios de Bagua deben encuadrase dentro del conflicto histórico existente entre el Estado y los pueblos indígenas que ha atravesado diversas etapas y que no ha podido resolverse debido la incapacidad de la sociedad dominante para asumir que somos un país multicultural donde los pueblos y comunidades indígenas tienen  todo el derecho de participar y ser protagonistas de su desarrollo. 

4.       Lamentamos que las razones que llevaron a los pueblos amazónicos a protestar contra la política del “perro del hortelano” en el año 2009 sigan vigentes. El actual Estado, con pocas excepciones, sigue actuando de modo colonialista tratando de imponer un modelo extractivista que no toma en cuenta las voces y necesidades de los pueblos en cuyos territorios se ubican los principales recursos naturales del país. 

5.       Una evidencia de ello es la manera como ha querido  implementarse la consulta previa en nuestro país. A pesar que el marco legislativo vigente desde setiembre del 2011 fue consecuencia de las protestas amazónicas que pedían una legislación interna que permitiese la aplicación del Convenio 169 de la OIT, lo realizado hasta la fecha no sólo revela desidia estatal, sino un propósito malsano de flexibilizar el cumplimiento de estas obligaciones sin importar si esto viola derechos fundamentales. 

6.       Consideramos que mientras el Estado no realice una reforma interna que permita la participación de los pueblos indígenas en la toma de decisiones que les afecta no podremos cerrar la herida abierta de Bagua y se mantendrá un orden de cosas injusto, excluyente y marginador de un importante sector de la población peruana. 

7.       Exhortamos a reflexionar críticamente sobre lo que pasó y pensar en cuáles son las condiciones para evitar que ello vuelva a ocurrir, planteándonos qué debemos realizar para promover una Democracia Intercultural que tenga a peruanos y peruanas, indígenas y no indígenas dentro de él. 

8.       Expresamos a los pueblos indígenas nuestra voluntad y compromiso para asumir la deuda histórica que se tiene con ellos y para construir un país de todas las sangres, en el que los pueblos distintos que lo conforman convivan en paz y en respeto mutuo.

lunes, 3 de junio de 2013

En el Siglo XXI ¿Marx sería extractivista?


La promoción de la gran minería a cielo abierto se ha instalado en los últimos años en los gobiernos progresistas de Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Uruguay y otros tantos países. Esa es una estrategia que, desde una primera mirada, es ajena a lo que se espera de un gobierno de izquierda. Entonces, ¿cómo defienden los progresistas a la minería? Recientemente hacen esa defensa invocando a los pensadores del socialismo clásico. Según algunos, si Marx viviera hoy, y estuviera en América Latina, sería extractivista. Esta cuestión es analizada en las líneas que siguen.  

La defensa del extractivismo se ha generalizado entre el progresismo sudamericano. Como ejemplo, en el caso argentino, Cristina Kirchner espera que las inversiones y exportaciones mineras puedan resucitar su agobiada economía. Entretanto, en Ecuador, Rafael Correa la promueve aunque prefiere a los inversores chinos antes que aquellos de los países industrializados. Esos y otros casos tienen muchos parecidos con la situación uruguaya, donde un gobierno progresista apuesta también a la megaminería, aunque aquí su cara visible es una empresa india. 

La defensa de esa megaminería es una estrategia que se vuelve muy difícil de defender para un gobierno de izquierda. Encierra medidas que históricamente fueron criticadas, como la transnacionalización de la inversión y las ventas, o la especialización en exportar materias primas. A su vez, en todos los países hay resistencias y críticas ciudadanas. Entones, ¿cómo defender la minería? ¿cómo se puede convencer a la gente que ser extractivista es compatible con el espíritu de la izquierda? 

Para justificar ese giro, uno de los hechos más notables ha sido que desde varios de esos gobiernos se afirma que el extractivismo sería una consecuencias natural de la tradición socialista. Se apela a los viejos pensadores del socialismo, se los cita, y desde allí se dice que no sólo no se opondrían al extractivismo, sino que, por el contrario, lo promoverían. 

El ejemplo más destacado ha sido el presidente ecuatoriano Rafael Correa, quien para defender al extractivismo lanzó dos preguntas desafiantes:“¿Dónde está en el Manifiesto Comunista el no a la minería? ¿Qué teoría socialista dijo no a la minería?” (entrevista de mayo de 2012).El mensaje es claro: si Marx y Engels estuvieran hoy en día entre nosotros, llevaría a que comunistas, socialistas y otros, estarían alentando las explotaciones mineras. 

Algo parecido sucede en otros países. Por ejemplo, en Uruguay, diferentes referentes del Partido Socialista defienden la minería, desde un senador a militantes destacados, incluyendo a uno que se volvió ejecutivo de una empresa minera. 

La contracara de esas posturas ideológicas es que quienes son escépticos de los beneficios mineros, o están en contra de ella, pasan a ser automáticamente conservadores de distinto tipo. Serían personas que rechazan el socialismo, podría agregar alguno muy entusiasta.
Por lo tanto, parece muy necesario tomar en serio esta cuestión, y examinar si el socialismo debería ser extractivista. 

Invocando a un Marx extractivista
 
Comencemos por sopesar hasta dónde puede llegar la validez de la pregunta de Correa. Es que no puede esperarse que el Manifiesto Comunista, escrito a mediados del siglo XIX, contenga todaslas respuestas para todos los problemas del siglo XXI.

Como señalan dos de los más reconocidos marxistas del siglo XX, Leo Huberman y Paul Sweezy, tanto Marx como Engels, aún en vida, consideraban que los principios del Manifiesto seguían siendo correctos, pero que el texto había envejecido. “En particular, reconocieron implícitamente que a medida que el capitalismo se extendiera e introdujera nuevos países y regiones en la corriente de la historia moderna, surgirían necesariamente problemas y formas de desarrollo no consideradas por el Manifiesto”, agregan Hunerman y Sweezy1. Sin duda esa es la situación de las naciones latinoamericanas, de donde sería indispensable contextualizar tanto las preguntas como las respuestas. 
Dicho de otro modo, nuestros antecedentes históricos, la condición de países de economías primarizadas subordinadas, la propia experiencia del progresismo gobernante, y lo que hoy sabemos sobre los efectos sociales y ambientales del extractivismo, entre otros factores, son los que generan nuevos contextos bajo los cuales se debería discutir la megaminería

Correa refuerza sus dichos sobre Marx y Engels, agregándole una afirmación clave que no puede pasar desapercibida: “tradicionalmente los países socialistas fueron mineros”. El mensaje que se despliega es que la base teórica del socialismo es funcional al extractivismo, y que en la práctica, los países del socialismo real lo aplicaron con éxito.
Examinando esto con rigurosidad, esos dichos de Correa no son del todo ciertos. Es más, ahora sabemos que en aquellas zonas donde la minería escaló en importancia, el balance ambiental, social y económico, fue muy negativo. Uno de los ejemplos más impactante ocurrió en zonas mineras y siderúrgicas de la Polonia bajo la sombra soviética, y donde ocurrieron duras oposiciones ciudadanas y sindicales. Hoy se viven situaciones igualmente terribles con la minería en China. 

No puede olvidarse que muchos de aquellos emprendimentos propios del socialismo real, dado su altísimo costo social y ecológico, se concretan por la ausencia de controles ambientales adecuados o se silenciaron autoritariamente las demandas ciudadanas. Tampoco puede pasar desapercibido que aquel extractivismo, al estilo soviético, fue incapaz de generar el salto económico y productivo que esos mismos planes predecían. 

En cambio, en la actualidad, la defensa del extractivismo en América del Sur no se contenta con la meta del crecimiento económico, y es un poco más compleja. En efecto, en varios países se espera aprovechar al máximo sus réditos económicos para así financiar, por un lado distintos planes sociales, y por el otro, cambios en la base productiva para crear otra economía. De manera muy resumida la idea es vender los los recursos naturales para seguir financiando planes de ayuda a los sectores más pobres (como hace el MIDES), la construcción de infraestructura, o colocarlo en fondos a más largo plazo (como ocurrió en Noruega, se discute ahora en Brasil y se menciona para Uruguay). En paralelo se busca promover la diversificación económica, casi siempre diciendo que se aprovecharán los dineros para promover la industria nacional. El vínculo entre extractivismo y planes sociales es lo que permitiría presentar esta estrategia como propia de la justicia social que se esperaría de la izquierda. 

Pero esa marcha extractivista padece de varios problemas. Uno de ellos es que se genera una dependencia entre el extractivismo y los planes sociales. Sin los impuestos y regalías a las exportaciones de materias primas se reducirían las posibilidades para financiar, por ejemplo, los programas de asistencia social. Claro, también se reduce el financiamiento del propio aparato del Estado. Esto hace que los propios gobiernos se vuelvan extractivistas, convirtiéndose en socios de los más variados proyectos, cortejando inversores de todo tipo, y brindando diversas facilidades. Sin dudas que existen cambios bajo el progresismo, y muchos de ellos muy importantes, pero el problema es que se repiten los impactos sociales y ambientales y se refuerza el papel de las economías nacionales como proveedores subordinados de materias primas. Paralelamente, la justicia social queda estancada a los mecanismos de compensación económica. 

La pretensión de salir de esa dependencia por medio de más extractivismo no tiene posibilidades de concretarse. Es que el propio extractivismo genera condiciones que impide esos cambios de fondo, y lo hace a varios niveles, desde la economía a la política (como el desplazamiento de la industria local o la sobrevaloración de las monedas nacionales, o el poder desmedido de la influencia corporativa sobre los actores políticos). 

El uso de instrumentos de redistribuciones económicas esperando lograr adhesión y apaciguamiento tiene alcances limitados, ya que a pesar de esos pagos de todos modos persisten las movilizaciones ciudadanas. Pero además es financieramente muy costoso, y vuelve a los gobiernos todavía más necesitados de nuevos proyectos extractivistas. 

Es justamente todas esas relaciones perversas la que deberían ser analizadas mirando a Marx. El mensaje de Correa, si bien es desafiante, muestra que más allá de las citas, en realidad, no toma aquellos principios de Marx que todavía siguen vigentes para el siglo XXI. 

Escuchando la advertencia de Marx
 
Marx no rechazó la minería. La mayor parte de los movimientos sociales tampoco la rechazan, y si se escuchara con atención sus reclamos se encontrará que están enfocados en un tipo particular de emprendimientos: a gran escala, con remoción de enormes volúmenes, a cielo abierto e intensiva. En otras palabras, no debe confundirse minería con extractivismo. 

Marx no rechazó la minería, pero tenía muy claro donde debían operar los cambios. Desde su perspectiva surgen las respuestas para la pregunta del presidente Correa y unas cuantas lecciones para la izquierda uruguaya: Marx distinguía al “socialismo vulgar” de un socialismo sustantivo, y esa diferenciación debe ser considerada con toda atención en la actualidad. 

En su “Crítica al programa de Gotha”, Marx recuerda que la distribución de los medios de consumo es, en realidad, una consecuencia de los modos de producción. Intervenir en el consumo no implica transformar los modos de producción, pero es en este último nivel donde deberán ocurrir las verdaderas transformaciones. Agrega Marx: “el socialismo vulgar (…) ha aprendido de los economistas burgueses a considerar y tratar la distribución como algo independiente del modo de producción, y, por tanto, a exponer el socialismo como una doctrina que gira principalmente en torno a la distribución”2. 

Aquí está la respuesta a la pregunta clave: Marx, en la América Latina de hoy, no sería extractivista, porque con ello abandonaría la meta de transformar los modos de producción, volviéndose un economista burgués. Los programas de redistribución del ingreso basado en impuestos y demás pueden cumplir papeles importantes, pero es necesario seguir promoviendo alternativas a la producción. La promoción de la megaminería impide esos cambios sustanciales, y como contrapartida generan situaciones donde se deberá reforzar el asistencialismo económico. 

Por otro lado, todo esto deja en claro que la búsqueda de alternativas al extractivismo no está reñida con la tradición socialista, y que burlarse de quienes lo intenta parecería que sólo sirve para encubrir la ausencia de mejores argumentos. 

Volviendo a Marx, no olvidemos que muchos han explorado su faceta “ecológica”, tal como ha hecho con mucha energía John Bellmay Foster 3. Desde esas nuevas lecturas se podrían sumar otros argumentos para afirmar que Marx nunca sería extractivista. Pero es también apropiado admitir que la mirada de Marx seguramente no es suficiente para organizar una alternativa postextractivista, ya que era un hombre inmerso en las ideas del progreso propio de la modernidad del siglo XIX. 

Eso queda en claro ya que no faltarán quienes digan que aquellos primeros marxistas nacionalizarían los recursos mineros. Asumirían que una o más empresas estatales los aprovecharían, entendiendo que desde allí se tendría el necesario control social que evitaría los impactos negativos y se conseguirían los mejores beneficios sociales y económicas. Este énfasis nacionalista es sin duda muy importante (una postura que muchas izquierdas parecen estar perdiendo, al cambiar corporaciones del norte por otras que provienen de Asia). 

Pero también sabemos que la propiedad estatal no asegura ni el control social postulado por aquel marxismo, ni una buena gestión ambiental. Están presentes los recuerdos de esas limitaciones bajo el viejo bloque soviético, y a nadie escapa que se repiten problemas similares con las actuales empresas estatales latinoamericanas. 

La nacionalización de los recursos es una condición necesaria para las alternativas, pero por sí sola nada se asegura. Es necesario cambiar la propia lógica de la organización de la producción y el consumo. Asimismo, los ajustes instrumentales o mejoras redistributivas pueden representar avances, pero también en ese caso sigue siendo imperioso cambiar la estructura misma de la producción. Todo esto significa que es necesario trascender la dependencia del extractivismo. 

Esta cuestión es tan clara que el propio Marx concluye “Una vez que está dilucidada, desde ya mucho tiempo, la verdadera relación de las cosas, ¿por qué volver a marchar hacia atrás? Entonces, ¿porqué se insiste con el extractivismo?

Notas
 
1. Huberman, L. y P. Sweezy. 1964. El Manifiesto Comunista: 116 años después. MonthlyReview 14 (2): 42-63.
2. Marx, K. 1977. Crítica del Programa de Gotha. Editorial Progreso, Moscú.
3. Bellamy Foster, John. 2000. La ecología de Marx. El Viejo Topo, Madrid.

El plato o la vida. Los alimentos, transformados en negocio



El Plato o la Vida hasta qué punto los alimentos se han transformado en productos para saciar el afán de algunas empresas y como esto está destruyendo el trabajo de los agricultores de proximidad y cultivo ecológico, está generando un desastre en algunos comedores de colectividades y de rebote, como tal afectará en un futuro a la calidad de vida de nuestros hijos. De la experiencia vivida por una cocinera, descubra que es posible un concepto de comedor sostenible tanto ecológicamente como económicamente y como se puede llevar a cabo un proyecto así de espaldas a empresas que venden productos y no alimentos.

miércoles, 29 de mayo de 2013

Terracidio y terraristas: Destruyendo el planeta por beneficios de récord

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Tom Engelhardt
TomDispatch

Contamos con una palabra para designar la matanza consciente de un grupo racial étnico: genocidio. Y otra para la destrucción consciente de determinados aspectos del medio ambiente: ecocidio. Pero no tenemos un término para designar el acto consciente de destruir el planeta que habitamos, el mundo que la humanidad ha conocido, hablando históricamente, hasta ayer por la noche. Una posibilidad podría ser “terracidio”, de la palabra latina terra, que designa el planeta tierra. Encaja bien, dada su similitud con el peligroso tópico de nuestra era: terrorista.
 
La verdad es que, los llamemos como los llamemos, es hora ya de hablar sin rodeos sobre los terraristas de nuestro mundo. Sí, lo sé, el 11-S fue algo horrendo. Casi 3.000 muertos, torres de hormigón que se desploman, escenas apocalípticas. Y sí, en lo que se refiere a ataques terroristas, los atentados del maratón de Boston tampoco fueron mucho mejores. Pero en ambos casos, quienes cometieron los actos pagaron o pagarán por sus crímenes. 

E n el caso de los terraristas -y aquí me estoy refiriendo especialmente a los hombres que están al frente de lo que pueden ser las corporaciones más rentables del planeta, compañías energéticas gigantes como ExxonMobil, Chevron, ConocoPhillips, BP y Shell, Vd. es uno de los que van a tener que pagar por ello, y más aún sus hijos y nietos. Y ya puede dar algo por sentado: ni un solo terrarista va a ir a la cárcel, aunque saben perfectamente lo que están haciendo. 

No es muy difícil de comprender. En los últimos años, las empresas han estado extrayendo de la tierra combustibles fósiles de forma cada vez más frenética e ingeniosa. A su vez, la quema de esos combustibles fósiles ha arrojado a la atmósfera cantidades record de dióxido de carbono (CO2). Sólo este mes, el nivel de CO2 alcanzó las 400 partes por millón por vez primera en la historia humana. Los científicos llegaron hace tiempo al consenso de que ese proceso estaba calentando el mundo y que si el promedio de la temperatura planetaria subía más de dos grados Celsius podían acecharnos todo tipo de peligros, incluyendo que los mares subieran el nivel suficiente como para inundar las ciudades costeras, que hubiera crecientes oleadas de calor, sequías, inundaciones, fenómenos meteorológicos cada vez más extremados, etc. 

Cómo hacer cantidades ingentes de dinero en el planeta
 
Nada de lo anterior era exactamente un misterio. Está en la literatura científica. El científico de la NASA James Hansen fue el primero que divulgó en el Congreso la realidad del calentamiento global en  1988. Costó un tiempo –gracias en parte a los terraristas- pero las noticias de lo que estaba sucediendo iban colándose cada vez más en los principales medios de comunicación. Todos podíamos enterarnos. 

Quienes dirigían las corporaciones gigantes de la energía sabían perfectamente bien lo que estaba pasando y podían, desde luego, haberlo leído en los periódicos como el resto de nosotros. ¿Y qué hicieron? Poner su dinero a financiar think tanks, políticos, fundaciones y activistas con la intención de acentuar las "dudas" sobre la ciencia (ya que no podían realmente desmentirla); ellos y sus aliados promovieron enérgicamente lo que llegó a conocerse como negacionismo climático. Después enviaron a sus agentes, lobbistas y dinero al sistema político para asegurar que no interfiriera en sus modos de saqueo. Y, mientras tanto, redoblaron sus esfuerzos para obtener en la Tierra energía aún más difícil y en ocasiones “más sucia” por medios cada vez más arduos y más sucios. 

La gente que hablaba del Pico del P etróleo no estaba equivocada cuando hace años sugirió que pronto alcanzaríamos un límite en la producción de petróleo a partir del cual empezaría su declive. El problema fue que se habían centrado en las reservas de petróleo líquido tradicional o “convencional” obtenidas de grandes reservas en lugares terrestres o cercanos a la costa a los que era fácil acceder. Desde entonces, las grandes compañías energéticas han invertido una notable cantidad de tiempo, dinero y (si se me permite utilizar la palabra) energía en el desarrollo de técnicas que les permitan recuperar anteriormente irrecuperables reservas (en ocasiones mediante procesos por los que es preciso quemar cantidades sorprendentes de combustibles fósiles): fracking, perforaciones en aguas profundas y producción de arenas bituminosas, entre otros métodos. 

También empezaron a buscar inmensos depósitos de lo que el experto en energía Michael Klare denomina energía extrema” o “dura” –petróleo y gas natural que sólo puede adquirirse mediante la aplicación de una fuerza extrema o que requiere de extensos tratamientos químicos para poder utilizarlos como combustible. Además, en muchos casos los suministros que se adquieren como petróleo pesado y arenas bituminosas tienen mayor contenido de carbón que otros combustibles y emiten más gases invernadero en el momento en que se consumen. Estas compañías han empezado incluso a utilizar el mismo cambio climático –con el deshielo del Ártico- para explotar enormes suministros energéticos anteriormente inaccesibles. Por ejemplo, con el visto bueno de la administración Obama, la Royal Dutch Shell se ha estado preparando para probar posibles técnicas de perforación en las traicioneras aguas de Alaska. 

Llámenlo ironía, si quieren, o llámenlo pesadilla, pero las Grandes del Petróleo no tienen evidentemente reparos en obtener su próxima tanda de beneficios directamente del deshielo del planeta. Sus altos ejecutivos continúan planificando sus futuros (y, por tanto, los nuestros), a sabiendas de que sus actos, tan extremadamente rentables, están destruyendo el hábitat mismo, la escala misma de temperaturas que desde hace tanto tiempo hicieron que la vida resultara cómoda para la humanidad. 

Sus conocimientos previos sobre el daño que están haciendo es lo que debería convertir su actividad en una actividad criminal. Y hay precedentes corporativos de esto, aunque sea a menor escala. La industria del plomo, la industria del amianto y las tabacaleras conocían todos los peligros de sus productos y se esforzaron en suprimir la información o infundir dudas al respecto, incluso cuando promovían las excelencias de lo que hacían, y siguieron produciendo y vendiendo mientras otros sufrían y morían. 

Y hay otra similitud: en el caso de esas tres industrias, los resultados negativos llegaban convenientemente años, incluso décadas, después de la exposición y por eso fue tan difícil hacer la conexión con ellas. 

Cada una de esas industrias sabía que la relación existía. Cada una utilizó ese tiempo de desconexión como protección. Con una diferencia: que si Vd. fuera un ejecutivo del tabaco, del plomo o del amiento, podía asegurarse de que sus niños y nietos no se vieran expuestos a su producto. A largo plazo, esa opción no existe en lo que se refiere a los combustibles fósiles y al CO2, porque todos vivimos en el mismo planeta (aunque también es verdad que es poco probable que los ricos que viven en las zonas templadas sean los primeros en sufrir las consecuencias). 

Si los secuestros de aviones por parte de Osama bin Laden el 11-S o las bombas caseras de los hermanos Tsarnaev constituyen ataques terroristas, ¿por qué lo que están haciendo las compañías energéticas no debería caer en una categoría similar (aunque a un nivel que convierte aquellos sucesos en algo mínimo)? Y si es así, entonces ¿dónde está el Estado de seguridad cuando realmente lo necesitamos? ¿No sería ser su deber salvaguardarnos de los terraristas y del terracidio tanto como de los terroristas y sus destructivos atentados? 

Las alternativas que no fueron

No tenía por qué haber sido así.

El 15 de julio de 1979, en una época en que los conductos del gas, que en ocasiones registraban obstrucciones, eran un accesorio inquietante en la vida estadounidense, el Presidente Jimmy Carter habló directamente al pueblo estadounidense por televisión durante 32 minutos, pidiendo un esfuerzo concertado para acabar con la dependencia del país del petróleo del Oriente Medio. “Para conseguir seguridad energética”, anunció. 

“Estoy exigiendo el mayor compromiso de fondos y recursos de la historia de nuestra nación en tiempos de paz para desarrollar fuentes alternativas para la obtención de combustible: a partir del carbón, de los esquistos bituminosos, de productos vegetales para gasóleos, de gas no convencional, del sol… De forma parecida a como la corporación del caucho sintético nos ayudó a ganar la II Guerra Mundial, por tanto movilizaremos la determinación y capacidad estadounidenses para ganar la guerra de la energía. Además, someteré pronto al Congreso la legislación necesaria para crear el primer banco solar de esta nación, lo cual nos ayudará a conseguir que, para el año 2000, el objetivo fundamental del 20% de nuestra energía provenga de la energía solar”. 

Es verdad que, en un momento en que la ciencia del cambio climático daba sus primeros pasos, Carter no conocía la posibilidad d e un sobrecalentamiento mundial y su visión de la “energía alternativa” no era exactamente la de los combustibles libres de fósiles. Incluso entonces, que no se vislumbraba aún la situación actual ni la futura, estaba hablando de tener “más petróleo en nuestras pizarras bituminosas que en varias Arabias Saudíes”. No obstante, fue un discurso notablemente progresista. 

Si hubiéramos invertido entonces masivamente en energías alternativas de I+D. ¿qu ién sabe dónde podríamos estar hoy? En cambio, los medios lo tildaron de “discurso del malestar”, aunque en realidad el presidente nunca utilizó esa palabra, hablando en cambio de una “crisis de confianza” estadounidense. Aunque la primera reacción pública pareció ser positiva, no duró mucho. Al final, las propuestas energéticas del presidente se tomaron a broma y se ignoraron durante décadas.

Como gesto simbólico, Carter hizo instalar 32 paneles solares sobre la Casa Blanca. (“Dentro de una generación, este calentador solar puede acabar siendo una curiosidad, una pieza de museo, un ejemplo de un camino no tomado, o puede ser una pequeña parte de una de las aventuras más grandes y excitantes nunca emprendidas por el pueblo estadounidense: aprovechar el poder del sol mientras enriquecemos nuestras vidas y nos alejamos de nuestra paralizante dependencia del petróleo extranjero.”) Al final resultó que la descripción exacta fue la de “camino no tomado”. En cuanto pisó la Oficina Oval en 1981, Ronald Reagan captó a la perfección el estado de ánimo de la época. Uno de sus primeros actos fue ordenar que se quitaran los paneles y nadie los volvió a instalar a lo largo de tres décadas, hasta que Barack Obama llegó a la presidencia. 

Carter, de hecho, dejó su huella en la política energética estadounidense, pero no en la forma que había imaginado. Seis meses después, el 23 de enero de 1980, en su último discurso al Estado de la Nación, proclamaría lo que llegó a conocerse como la Doctrina Carter: “Dejemos nuestra posición absolutamente clara”, dijo. “Cualquier fuerza exterior que intente hacerse con el control de la región del Golfo Pérsico se considerará como un ataque contra los intereses vitales de los Estados Unidos de América, y tal ataque será repelido por todos los medios necesarios, incluida la fuerza militar”. 

Nadie tomó esas palabras a broma. En cambio, el Pentágono comenzaría fatalmente a organizarse para proteger los intereses estadounidenses (alrededor del petróleo) en el Golfo Pérsico en una nueva escala y pronto EEUU emprendería sus guerras por el petróleo. No había pasado mucho tiempo de ese discurso, cuando se empezó a desarrollar una Fuerza de Despliegue Rápido en el Golfo que al final se convertiría en el Mando Central Estadounidense. Más de tres décadas después, las ironías abundan: gracias en parte a esas guerras del petróleo, franjas enteras de un Oriente Medio rico en energía están en crisis, cuando no inmersas en el caos, mientras que las Grandes del Petróleo han puesto tiempo y dinero en una versión asombrosamente centrada en los combustibles fósiles de la “alternativa” de Carter en América del Norte. Se han centrado en el petróleo y gas de esquisto bituminoso, y con nuevos métodos de producción, que están supuestamente a punto de convertir a EEUU en una “nueva Arabia Saudí”. 

Si eso es verdad, sería la peor, que no la mejor, de las noticias. En un mundo en el que lo que se suele tomar por buena noticia garantiza cada vez más un futuro de pesadilla, una “independencia” energética de ese tipo significa la extracción de cada vez más energía extrema, con cada vez más dióxido de carbón escapando hacia el cielo y cada vez más daños planetarios en nuestro futuro colectivo. Este no era el único camino de que disponíamos, ni siquiera para las Grandes del Petróleo. 

Con sus asombrosas ganancias, en algún momento podían haber concluido que el futuro que estaban asegurando era mucho más que peligroso. Con inversiones masivas, podían haber abierto el camino a auténticas energías alternativas (solar, eólica, de las mareas, geotérmica, de las algas, y quién sabe qué más), en vez las mínimas efectuadas, a menudo con propósitos propagandísticos. Podían haber apoyado un esfuerzo amplio para buscar otras vías que podrían, en décadas venideras, haber ofrecido algo parecido a los niveles de energía que los combustibles fósiles nos proporcionan ahora. Podían haber trabajado para conservar las reservas de energía extrema, que por lo general están en lo más profundo de la Tierra. 

Y podríamos haber tenido un mundo diferente (del que, por cierto, se habrían sin duda podido beneficiar muy bien). En cambio, tenemos el equivalente a la situación de una tabacalera pero a escala planetaria. Para completar la analogía, imaginen por un momento que estaban planeando producir incluso cantidades más prodigiosas no de combustibles fósiles sino de cigarrillos, sabiendo el daño que causarían en nuestra salud. Así pues, imaginen que, sin excepción, cada ser humano de la tierra se viera obligado a fumar varios paquetes al día. 

Si eso no es un ataque terrorista –o terrarista- de alcance casi inimaginable, ¿qué es, entonces? Si los ejecutivos del petróleo no son terraristas, ¿quién lo es? Y si eso no convierte a las Grandes del Petróleo en empresas criminales, entonces, ¿cómo definirían ese término? 

Destruir nuestro planeta con premeditación y alevosía, teniendo sólo en mente la más inmediata obtención de ganancias, teniendo en mente sólo su propio confort y bienestar (y de sus accionistas): ¿No es ese el máximo crimen? ¿No es eso un terracidio? 

[Nota: Gracias a mi colega y amigo Nick Turse por ofrecerme la palabra “terracidio ”].

Tom Engelhardt, es cofundador del American Empire Project y autor de The End of Victory Culture”, una historia sobre la Guerra Fría y otros aspectos, así como de la una novela: “The Last Days of Publishing” y de “The American Way of War: How Bush’s Wars Became Obama’s” (Haymarket Books). Su último libro, escrito junto con Nick Turse es: “Terminator Planet: The First History of Drone Warfare, 2001-2050.