Es el dirigente político más importante de la izquierda peruana, un ejemplo de consecuencia e integridad. Hoy, cuando libra una dura batalla contra el cáncer, La República le rinde este sentido homenaje. Aquí las remembranzas personales de los amigos y camaradas con los que se inició en la política hace más de cuarenta años.
María Elena Castillo Hijar.
Siempre ha sido un luchador. Con apenas un año de vida, Javier Diez Canseco dio su primera batalla: contra la poliomielitis. Los médicos les dijeron a sus padres que usaría muletas o una silla de ruedas de por vida. Su tenacidad demostró que él podía lo imposible, logró caminar, bailar, nadar y hasta jugar fulbito.
Pero ahora enfrenta la más difícil de sus batallas, esta vez contra el cáncer, y lo hace acompañado de sus familiares y amigos más cercanos.
El historiador Antonio Zapata es uno de ellos. Lo conoció en la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), cuando el parlamentario era ya un dirigente estudiantil del Frente Revolucionario de Estudiantes Socialistas. Con el tiempo se hicieron grandes amigos, llegando a compartir, además del trabajo político, diversos momentos y detalles de sus vidas.
"Javier es el quinto de seis hermanos. Su madre murió relativamente joven y su padre fue gerente general del Banco Popular, hasta que Velasco lo confiscó. De niño y de joven tuvo una vida tranquila, sin apremios económicos", cuenta.
En los años 60, cuando estudiaba en el colegio, Diez Canseco formó un grupo de rock con el reconocido saxofonista Jean Pierre Magnet, llamado "Cinco hombres sin destino". Organizaban fiestas en las canchas de fulbito de las parroquias, así como en algunas fiestas de promoción y prepromoción.
Hace nueve meses, en el programa No Culpes a la Noche, Diez Canseco recordó que esa etapa fue "una burbuja" que se quebró al descubrir las inequidades que hay en el país.
Relató que, siendo ya universitario, se ofreció de voluntario en Cooperación Popular y viajó a una comunidad de Puno. "El día que llegué estaban enterrando a un chico de 17 años que había muerto de tuberculosis. Estaba en una caja de madera que decía en varios tablones: 'del pueblo de Estados Unidos al pueblo del Perú'. Era una de las cajas en que se enviaban alimentos", refirió.
Esa experiencia cambió su vida. "Fue un choque brutal. Yo venía de un mundo completamente distinto. Mi país era mi barrio, mi colegio", señaló.
TERTULIAS DE CAFÉ
Al ingresar a la PUCP, en 1965, Javier seguía siendo el joven de la burbuja, que llegaba en un auto convertible, vivía en una casona frente al Golf y a quien no le preocupaba la política.
En la Facultad de Letras creció su afición por la literatura y el cine. Junto al escritor y actual columnista de La República Mirko Lauer y otros compañeros, editó la revista literaria El gallito ciego.
"La revista fue iniciativa de Luis Hernández y de Igor Larco. La hicimos en mimeógrafo y salieron dos números. En el primero, Javier publicó un cuento: 'Sartre y cómo lograr lo gratis'. En el segundo publicó un poema. Ya estaba allí el hombre irónico, sarcástico, político", recuerda Lauer.
Fue una época de intensa vida académica y cultural, en las que abundaron las conversaciones frente a una taza de café o un vaso de cerveza, y en la que solían reunirse con otros muchachos para asistir a la cazuela del Teatro Municipal.
Poco después cada uno siguió su rumbo. Lauer pasó a la Facultad de Humanidades y Diez Canseco a la de Ciencias Sociales, fortaleciendo sus actividades políticas, las que con los años lo convirtieron en uno de los más destacados dirigentes de la izquierda peruana.
FUERZA DE VOLUNTAD
La consecuencia con sus ideas de izquierda le costó un rompimiento temporal con su padre. A los 18 años, Javier se fue de casa y durante un tiempo vivió con un grupo religioso llamado Los Hermanos de Foucauld, en San Martín de Porres, y luego, pasó por diferentes pensiones.
Poco después, retomó la relación con su padre, pero sin abandonar sus ideales. Y aunque continuaron las diferencias políticas, por encima de todo se mantuvo la relación personal, humana, de padre e hijo.
Don Santiago fue un gran ejemplo para Javier. Aprendió de su capacidad de trabajo, pues fue autodidacta y comenzó como portapliegos y terminó ocupando el cargo más alto del Banco Popular.
En la universidad Diez Canseco colaboró en el órgano de difusión del Frente Revolucionario de Estudiantes Socialistas, llamado Rebelión. Promovió un paro de trabajadores y estudiantes que culminó en su expulsión. Luego fue a La Oroya a desarrollar el frente minero. En ese ínterin lo conoció Antonio Zapata.
"Me impactó su capacidad de oratoria, su claridad de mensaje, y la fuerza especial con que transmitía desde entonces las ideas", rememora, vinculándola a su tesón que lo hizo sobreponerse a la polio.
"Lo he visto jugar fulbito, nadar, bailar. Si todos tragamos agua para aprender a nadar, él tragó el cuádruple, pero lo hizo. No se amilanó. Así es en todo", dice el historiador, que destaca además su identificación con el sufrimiento, de los más pobres, su solidaridad, así como su amplio conocimiento sobre medicina.
"Javier siempre anda preocupado por la gente. Si tienes una dolencia, de inmediato te dice qué hacer, dónde tratarte, qué especialista es mejor", indica.
Otro amigo desde la época universitaria es Francisco Soberón, miembro de la Asociación Pro Derechos Humanos (Aprodeh). Juntos compartieron muchos momentos; uno de ellos fue cuando se ofrecieron como voluntarios para ayudar a los afectados por el terremoto del 31 de mayo de 1970.
"Estuvimos un mes en el Callejón de Huaylas. Recorríamos las comunidades censando a la gente, haciendo una evaluación de los daños y la afectación", relata, y agrega que nada podía detenerlo.
"Una vez se rompieron los muelles de la vieja camioneta en que viajábamos. Lo desarmamos y buscamos dónde soldarlos. Trepamos por caminos de herradura hasta que encontramos un pueblo en el que tenían una maquina soldadora. Regresamos y continuamos con el trabajo", sostiene.
Diez Canseco se casó dos veces. Con Carmen Montoro tiene tres hijos: Francisco, Lucía y Javier. Su segunda esposa es Liliana Panizo, y sus dos hijos, Jorge y Patricia, se sumaron al clan familiar.
VENA MUSICAL
A pesar de su rostro adusto, Javier es amante del canto y el baile. Disfruta mucho de las celebraciones, especialmente las fiestas de Año Nuevo.
"Hemos compartido juntos muchas celebraciones. Es muy animoso y no deja de bailar, de participar en rondas y trencitos, a pesar de su limitación física. Una de sus fiestas favoritas es la de la Virgen de la Candelaria, en Puno", afirma.
El canto también es una de las predilecciones de Javier. Le gusta mucho la música criolla, y aunque no tiene una voz privilegiada, disfruta cantando valses y polkas, así como salsa y canciones de la nueva trova.
"Javier disfruta mucho de las guitarreadas en casas de amigos, de las charlas y de la buena comida", refiere Soberón.
Javier Mujica es otro amigo de la universidad con el que ha compartido ideales, trabajo político y momentos familiares. "Una de sus canciones criollas preferidas es la polka El Electricista", relata. Precisamente, es la misma canción que hace tres años cantó la entonces candidata al municipio Susana Villarán en El Gran Show, de Gisela Valcárcel.
Juntos han asistido a peñas criollas, en las que en ocasiones Diez Canseco tocó las cucharas para acompañar alguna canción de su predilección.
Mujica asegura que más allá de la imagen de seriedad que Javier ha cultivado, es un hombre muy paternal y querendón, sobre todo con los niños.
"Es muy cariñoso con los niños y se comunica muy bien con ellos, especialmente con los más pequeños. Su nieta es su adoración, yo lo he visto entablar una relación muy cercana con los niños, incluso con los que ve por primera vez", manifiesta.
Todos los amigos de Javier tienen alguna anécdota que contar. No solo del político, sino del hombre que siempre ha vivido de forma consecuente con sus ideales, el hombre que a lo largo de su vida ha sabido conjugar la indignación que provocan las injusticias con el amor de una familia y la amistad más entrañable.