Antonio Turrent Fernández*
Confrontado con el insostenible déficit alimentario, el gobierno mexicano actual encara la disyuntiva, heredada del gobierno anterior, de autorizar el cultivo comercial de maíz transgénico en el norte del país o bien declarar su moratoria. La autorización sería un gran paso de la industria multinacional de maíz transgénico –a la que aquí nos referiremos como la industria
– para consolidar su monopolio de la semilla de maíz en México. En apoyo a los intereses de la industria, el gobierno de Calderón decidió ignorar las conclusiones de 235 investigadores de 70 instituciones nacionales coordinadas por la Conabio, sobre la existencia de razas nativas de maíz y de sus parientes silvestres en la totalidad del territorio nacional, así como la dispersabilidad
de los transgenes, por lo que esa autorización legitimaría la contaminación del maíz nativo de México y su apropiación por la industria. Cada semilla contaminada de maíz nativo es potencialmente propiedad de la industria, por la que el usuario habría de pagar regalías. En contra de lo que se proclama, el proceso de contaminación de las razas nativas le conviene a la industria. El camino que el gobierno anterior eligió para abordar el déficit alimentario nacional equivale a concesionar su solución –sin licitación y con evidencias ampliamente objetadas– a la industria, en vez de seguir el camino largo pero constructivo de solución con ahorro, trabajo e inteligencia nacionales.
Por el contrario de lo que argumenta la industria, el cultivo comercial de maíz transgénico en México es una amenaza para la seguridad alimentaria nacional en por lo menos cinco frentes: 1) el de la salud, 2) el déficit alimentario, 3) la diversidad de la comida pluricultural nacional, 4) la biodiversidad del maíz y de sus parientes silvestres, y 5) la soberanía tecnológica. Habiendo analizado el frente de la salud en número reciente de La Jornada (22/12/12, p. 15), y por economía de espacio, en este artículo sólo abordaremos la amenaza del déficit alimentario, para lo que analizaremos dos tesis: 1) no se puede alcanzar con maíz transgénico en las tierras dedicadas al maíz de México el nivel de producción nacional en cantidad y cualidades de grano que se alcanza con la amplia biodiversidad de los maíces nativos y los maíces mejorados no transgénicos, y 2) la transgenización de la tecnología distrae recursos de la nación para emprender un camino constructivo y sostenible, en pos de la seguridad alimentaria para México.
Primera tesis. La oferta transgénica actual de la industria se limita a las mejores tierras cultivadas con maíz en México –1.5 millones de hectáreas (mdha) bajo riego, más la fracción plana, no serrana, de 1.5 mdha de tierras de muy buen temporal; su total es menor a 3 mdha. Estas tierras ya se manejan cercanas a su capacidad productiva, la que no sería incrementada por el cambio a maíz transgénico. Fuera de este dominio edafoclimático hay más de 5 mdha en las que el maíz transgénico poco o nada produciría, donde, se sabe con certidumbre, sólo prosperan razas nativas especializadas: a) la sierra de neblina, con sus suelos extremadamente ácidos, pendientes abruptas, alta humedad relativa, lluvia en exceso, baja luminosidad y alta incidencia de enfermedades endémicas, b) la meseta semiárida del norte, debido a la sequía, suelos delgados, altas luminosidad y temperatura diurna, heladas tempranas, prácticas agronómicas subóptimas, c) los suelos pedregosos de Yucatán (tzeckeles) y otras y muy variadas regiones bajo temporal como el Altiplano, la Meseta Comiteca, la Meseta Purépecha, la Montaña de Guerrero, la Mixteca oaxaqueña, todas con tierras no aptas para la agricultura industrial, pero que son clave para la seguridad alimentaria de millones de familias campesinas.
Otro ámbito también vedado para el grano de maíz transgénico es el de la comida pluricultural mexicana. No se pueden elaborar los preparados de maíz nixtamalizado con calidad organoléptica conocida (sabor, textura, color, olor) a partir de maíz transgénico: la tortilla tlayuda, el totopo oaxaqueño, el pozol, pozole, tejuino, pinole, ponteduro, tascalate, los atoles, tlacoyos, los 300 tipos de tamales, etcétera. Cada uno de esos preparados requiere de una raza nativa especializada. Lo que sí se podrá elaborar con maíz transgénico es la tortilla estándar industrial de reconocida baja calidad organoléptica y menor calidad nutritiva, a la que la población urbana ha tenido que adaptarse. Estas fallas del maíz transgénico, más el riesgo de que no fuera inocuo para la salud (ibid.), amenazan la calidad y la seguridad alimentaria nacional.
La alternativa de autorizar el cultivo comercial de maíz transgénico de manera selectiva en el norte del país –a la que apuesta la industria–, dejando lo demás como está, es una falsa solución. Se iniciaría el proceso de contaminación y consecuente apropiación trasnacional en gran escala de las razas nativas de maíz y sus parientes silvestres, sin costo alguno para la industria pero con alto costo para los productores y la nación, mientras el monopolio de la industria se consolidaría irreversiblemente. ¡No será posible dar marcha atrás! La pregunta para el gobierno anterior y para el actual sería: ¿qué ganaría la nación por este camino en pos de una seguridad alimentaria ficticia?
Segunda tesis. El campo mexicano, con sus reservas de tierra de calidad agrícola –excluyendo a las ocupadas por el ecosistema natural–, de agua dulce, de clima y de tecnología pública, más las correcciones urgentes al manejo de los recursos en uso, podría producir 57 millones de toneladas anuales de maíz, para satisfacer casi dos veces el consumo nacional aparente actual, que es de 33 millones de toneladas anuales. Para alcanzar este objetivo de Estado será necesario realizar grandes adaptaciones a los recursos del campo: 1) desarrollar infraestructura hidroagrícola en el sur-sureste, para realizar un segundo cultivo bajo riego en el ciclo otoño-invierno, 2) reconvertir la ganadería extensiva del sur-sureste al sistema integrado agropecuario, que también produzca granos y forrajes en sus tierras de calidad agrícola, 3) interconectar con energía eléctrica al campo en el sur-sureste, 4) construir a gran escala máquinas para riego presurizado de mediana y pequeña capacidades, 5) retomar el esfuerzo de investigación, desarrollo y abasto de semillas mejoradas públicas, extensión, crédito y comercialización agrícolas y abasto de alimentos anteriores al TLC. Es también urgente corregir: a) el severo problema de erosión que afecta a la mitad de las tierras de temporal del país y b) la baja eficiencia de los grandes distritos de riego. Estas acciones son de plazo largo y caras, pero posponer su inicio sería inmensamente más caro para la nación. Es obvio que el canto de las sirenas
de la industria puede ser muy atractivo para gobiernos carentes de visión de Estado, como los recientes.
Desde la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS) impulsamos una campaña mundial que integra argumentos científicos y publicaciones en revistas prestigiosas, que sustentan nuestra demanda al gobierno para suspender cualquier permiso de siembra de maíz transgénico a cielo abierto. Se puede participar mediante la liga: www.uccs.mx/doc/g/planting-gmo-corn_es.
* Presidente de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad AC, e investigador nacional emérito; aturrent37@yahoo.com.mx