Por: Gonzalo Galarza Cerf
El hombre avanza por los cultivos como si fuese a ir a un combate: las manos abiertas a ambos lados protegen su rostro mientras sortea hojas de maíz que al andar se hacen filudas y pueden llegar a cortarlo. Lleva puesto un sombrero, un pantalón largo y una camisa raída de manga larga que deja ver un polo abajo: adentrarse bajo plantaciones de más de dos metros exige cubrirse el cuerpo. Esta mañana la temperatura debe marcar 24 °C en el valle de San Vicente, en Cañete; pero adentro, al caminar, Carlos Quispe podría sentir que se ahoga: bajo las plantaciones trabaja por encima de los 30 °C. Antes, había acariciado una hoja y pensado en voz alta: “Hay un hongo que hace que la mazorca no hinche”. Ha pasado ese tiempo de cuidado y limpieza del maíz, pero no baja la guardia: “Cuando crece bien, ya no se aplica un químico, solo tienes que esperar que madure”. Y allí avanza, a la espera de que madure, resguardado por sus manos y su vestimenta; al maíz lo cuidan sus conocimientos y los agroquímicos. Pero hay algo que podría vulnerar su vida en el campo y cambiar todo por completo: los transgénicos. Y ante esto no sabe cómo protegerse.
Los agricultores de edad, cuenta Quispe, no se preocupan por este tema: el desconocimiento los hace inmunes al debate en el Perú. Pero sus colegas contemporáneos sí lo conversan, comprenden que el maíz BT es un maíz transgénico, libre del acecho de las larvas, y llegan a una conclusión: “Nadie ha sembrado transgénico por acá, no se conoce, entonces no se arriesga. ¿Cómo será su producción y cómo afectará a las personas?”.
El maíz que cosecha Quispe, como en otras zonas de la costa sur y norte del país, es el amarillo duro. Es ese, pero modificado genéticamente, el que se pretende sembrar en nuestras tierras. Además del algodón y la soya transgénica. Según Aduanas, las importaciones de este maíz aumentaron 40% en el 2010: en total sumaron US$ 432,3 millones (1,9 mil toneladas). El Perú importa el 70% del maíz amarillo duro para la industria avícola e industria alimentaria (cereales, por ejemplo).
Por eso el asesor del Ministerio de Agricultura (Minag) William Vivanco defiende el ingreso de maíz transgénico. “Este cultivo incrementará la productividad de los agricultores. Hay mucho potencial en la sierra central y la costa norte”, afirma. El Minag señala que existen alrededor de 280 mil hectáreas de maíz cultivado; 183,9 mil corresponden al amarillo duro. “Estamos en menos de 5.000 kilos por hectárea. Con los transgénicos podrían llegar a 8.000 kg. Con 400 mil hectáreas sembradas de maíz en la costa, podríamos abastecernos de maíz amarillo duro”. El presidente de Aspec, Crisólogo Cáceres,da otra alternativa: “Las avícolas podrían alimentar a sus animales con cultivos no transgénicos”.
NO ES PRIORITARIO
¿Por qué Carlos Quispe tendría que dejar el cultivo de sus maíces híbridos que le son rentables y pasarse al maíz transgénico? ¿Para abastecer a quiénes? Si para él, con sus 4 hectáreas de maíz a S/.1,20 el kilo, le es provechoso. ¿Se beneficia él con todo esto? “La demanda del maíz en la industria avícola es alta, le falta por cubrir el 50%, por lo que tiene que importar. Pero es un problema de las avícolas, no del agricultor”, dice Mario Acosta, director ejecutivo del Instituto Rural Valle Grande, en Cañete, donde estudió Quispe.
El ingeniero Acosta dice que con un estudio realizado a fines de los años 90 sobre híbridos de maíz y planos de fertilización, se pasó en unos años de producir seis a diez toneladas por hectárea. Una cifra que no se ajusta a la del Minag. Y sin hacer mayores cambios e inversión. “No tiene sentido meter algo que reducirá el uso del insecticida cuando puede tener un efecto negativo al contaminar otras variedades. Se podría mejorar el rendimiento del maíz solo con inversión. El transgénico no hace falta. Si hay un cruce, se pierde la calidad de un maíz como el morado o el de Urubamba. Por eso nos sorprendió el decreto del Minag. Hay puntos pendientes: salud pública e impacto en la biodiversidad”, agrega.
Lo ha dicho Olivier de Schutter, relator de la ONU: “El gran problema de los transgénicos es la fuerte dependencia económica de los pequeños productores y que el poder esté concentrado en una multinacional”. La principal comercializadora de maíz amarillo duro en el mundo es la transnacional Monsanto. “Las semillas transgénicas benefician a los agricultores que tienen amplias tierras y capital, quienes terminan comprando las chacras de los pequeños agricultores. Nuestro fuerte es la biodiversidad, no cultivos masivos. No podemos competir con praderas de Brasil o EE.UU.”, resalta Antonietta Gutiérrez,experta en biotecnología de la Universidad Agraria.
LA EXPANSIÓN SIN CONTROL
Es mediodía y Carlos sale de las plantaciones: la única que toca el maíz ahora es una abeja. “El maíz transgénico no solo es consumido a través del pollo: mira la abeja. ¿Qué te parecería consumir polen transgénico?”, dice el ingeniero agrónomo Rafael Rojas, que nos acompaña.
Pero no es solo eso. El maíz resulta rentable para Quispe no solo por su grano: la chala y la coronta se venden como forraje de ganado. En otras palabras: habría leche y carne de un animal alimentado con producto transgénico. La abeja sigue allí; en sus patas se ve el polen. Al volar (tiene un radio de 2 km) polinizará otras plantas. El viento hará lo mismo.
–Esto es como un virus, le digo a Rojas.
–Es peor. Es como si dispersaras un gas, responde.
Solo hace falta ver cómo la abeja deja el maíz y empieza a volar.
Fuente: El Comercio