Juan Pablo Neri Pereyra
No hay mal que por bien no venga, reza el viejo dicho. Ver a
todo el mundo indignado por la decisión de Trump de apartar a Estados Unidos
del Acuerdo de París no es más que una muestra parcial de ¿algo bueno? No cabe
duda que el calentamiento es una de las grandes problemáticas de nuestro
tiempo. Pero, si tanto liberales como “activistas ambientalistas” lo plantean y
se indignan en los mismos términos, entonces no cabe duda que algo no anda
bien. Es la prueba de que, en general, existe una lectura insuficiente que, sin
embargo, se ha vuelto dominante. Por lo tanto estamos ante una política de la
insuficiencia, algo que caracteriza las discusiones no sólo en lo que respecta
el medio ambiente, sino muchas otras cuestiones más.
¿Qué es el Acuerdo de París? Es un intento más, entre muchos
que iniciaron con el Protocolo de Kyoto de 1997, por reducir los gases de
efecto invernadero, que son la principal causa del calentamiento global. Una
propuesta más que emerge de la vaguedad e hipocresía que caracterizaron siempre
a la diplomacia. Desde Kyoto, el propósito es el mismo: que los Estados
propicien la reducción de gases, a través de diversas políticas, fijándose
metas. Y, desde entonces, cada nuevo encuentro se parece a las filas de
deudores yendo a negociar su mora con el banco. Pero con el suplemento de que
se ha vuelto una forma de vida bastante conveniente para muchos: el activismo
ambientalista, el ensalzamiento de lecturas y consignas insuficientes, la
priorización de las consecuencias y el olvido voluntario de las causas. No
pretendo generalizar, pero como reza el otro viejo dicho “al que le caiga el
guante, que se lo chante”.
Ahora bien, en este punto deben estarse preguntando ¿Qué le
pasa? O, en el mejor de los casos ¿A qué se refiere? Me refiero a que existe un
discurso ambientalista institucionalizado ya, que es promovido desde diversos
espacios: grupos de activistas, ONG, universidades, incluso corporaciones. Así
es ¡las malditas corporaciones! En el presente, lo políticamente correcto es
mostrarse preocupado por el medio ambiente, los animales, la nueva otredad de
nuestro tiempo: La naturaleza, como quiera que se decida llamarla. Esto no es
de ninguna manera algo malo, por lo menos a priori. El problema se halla en la
coincidencia de estas voces, o la falta de censura entre las mismas.
Esto es, existe un olvido generalizado de la causa
principal: el problema no es la emisión de gases y el aumento de la temperatura
del planeta, el problema son las relaciones de producción y consumo a escala
global que conllevan a la emisión de gases ¡entre otras cosas, como por ejemplo
la explotación de personas para acumular riqueza! Me refiero obviamente a la
palabra con C mayúscula, que incomoda a todos. Incomoda porque “politiza” una
problemática que es global, de todo el planeta, Gaia, la Pacha, que no tiene
que ver “simplemente con eso”, etcétera, etcétera. Entonces, que el
calentamiento global es el principal y/ o único problema es la mentira que
preferimos decirnos, porque nos da seguridad, nos libra de la angustia de
pensar en lo objetivo y, a la vez, posterga irremediablemente la posibilidad de
superar la problemática.
Entonces, cuando aparece un personaje nefasto como Trump y
perturba la aparente armonía de voces preocupadas por la misma problemática, el
aparente consenso general parecido a la escena final de “El retorno del Jedi”,
con bailes y música, la indignación se hace general. Este es el peligro para
mí: la coincidencia de, por ejemplo, la indignación de activistas críticos
contra el cambio climático y la de General Electric, Philip Morris y Microsoft.
¡Los héroes se vuelven, de manera precoz, liberales como Justin Trudeau, Angela
Merkel y Emmanuel Macron!
Nuevamente se halla acá el peligro de lo políticamente
correcto. Basta con que un Trudeau condene la decisión de Trump, para que su
aparente benevolencia y empatía con las grandes problemáticas del mundo hagan a
un lado las concesiones que su gobierno hace a las grandes mineras canadienses
que perforan todo el continente. Pareciera que efectivamente vivimos en el tan
mentado comercial de Pepsi ¡Qué fácil se ha vuelto simpatizar y empatizar con
el enemigo!
¡Así es! Ellos son el enemigo, las grandes corporaciones que
financian ONG e iniciativas ambientalistas para intentar “ceñirse” a los
objetivos de tanto encuentro vano, vacuo y rebosante de hipocresía; los
gobiernos de las potencias que, en su intento de hacer alarde de civilización
promueven estos artefactos ideológicos que obnubilan a miles. Prefiero entonces
que sea un nefasto millonario blanco “red neck” abiertamente conservador, a la
vieja usanza, y líder de la principal economía capitalista grotesca del mundo
el que me diga la verdad: la explotación de recursos y la contaminación
industrial y consumista van a continuar. Que le haga notar a todos que, por más
que todos estos encuentros y acuerdos pretendan sembrar la ilusión de un
“capitalismo ético” o “responsable”, la explotación de vidas y formas de vida
va a continuar. Que no existe consumo ético en el capitalismo.
Por lo menos así queda claro quiénes son el enemigo, contra
quiénes hay que organizar la rebelión, cuáles son las mentiras que nos decimos
para evitar la angustia de pensar en estas problemáticas de fondo, cuánto nos
dolerá librarnos de las mismas –de las mentiras-.
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