Por Marfil Francke
Los integrantes de Bajo La Lupa estamos hoy desgarrados por sentimientos contradictorios: nos invaden, a la par una enorme alegría por el triunfo de los pobladores y pobladoras de Islay y Deán Valdivia, y una tristeza aun mayor por el costo inadmisible de dicho triunfo: 3 muertos y medio centenar de heridos.
Una vez más, el gobierno actual ha demostrado que los intereses de las empresas privadas, de los insaciables mercados internacionales de materias primas, le son más importantes que los deseos y sueños y proyectos de vida pacífica, en armonía con la naturaleza, de sus ciudadanos y ciudadanas. Una vez más, el gobierno aprista ha recurrido a la violencia indiscriminada para tratar de poner fin al legitimo reclamo de pueblos que se ven invadidos en sus territorios ancestrales por empresas privadas codiciosas de extraer a la tierra sus recursos minerales sin importarles el costo y las consecuencias sobre el medio ambiente, sobre los modos de vida de los pobladores, sobre la salud de los niños y niñas que allí viven. Empresas trasnacionales, sin patria y sin más ley que la ganancia, que gastan enormes cantidades en publicidad y programas asistenciales para tratar de convencer a la población de que sus intervenciones no serán dañinas, que ofrecen premios y prebendas para corromper a sus dirigentes, que contratan estudios inescrupulosos y falsean la información, y que desesperadas cuando nada de eso funciona –porque los pobladores no son tontos- exigen a los gobernantes, leyes especiales, "orden y mano dura". Gobernantes que les hacen caso.
Tres muertos, más de cincuenta heridos. Hay quienes piensan que no es tanto. En el Perú es cada vez más aceptada la idea de que si una población tiene un reclamo no bastará que acuda a la Justicia con sus las firmas de la mayoría, que será necesario además marchar por las calles, cerrar el transito, enfrentar disparos y lacrimógenas, y aun así, es alto el riesgo de no ser escuchada. En Bajo La Lupa pensamos que tres muertos son demasiados: sobran tres. Cincuenta heridos son demasiados: sobran cincuenta.
Y nos preguntamos ¿Por qué? ¿Porqué las ganancias de una empresa están por encima de las personas, de sus derechos más elementales, de la vida misma? ¿Porqué los ciudadanos no pueden contar con la ley para hacer valer sus derechos, porqué una y otra vez se ven obligados a usar la fuerza para defenderlos? ¿Porqué un gobierno que se dice democrático se atribuye la potestad de dar la orden de disparar y asesinar a personas que defienden sus derechos? Esta noche tres familias del valle del Tambo (y muchas más ) no celebrarán. No podrán estar alegres porque les han matado a un esposo, a un hijo, a un ser querido. ¿Quién les devolverá a esos peruanos la vida, quién a sus esposas, hijos, amigos, la alegría de su compañía?
Nos preguntamos, también: ¿Es qué acaso siempre debe ser así?
Equipo Editorial
Grupo Bajo La Lupa