El inesperado anuncio de la renuncia del Papa Benedicto XVI ha dado lugar a una avalancha de declaraciones públicas positivas sobre su figura, e informaciones periodísticas benevolentes, con un inevitable denominador común: su absoluto desprecio a la verdad.
El inesperado anuncio de la renuncia del Papa Benedicto XVI ha dado lugar a una avalancha de declaraciones públicas positivas sobre su figura, e informaciones periodísticas benevolentes, con un inevitable denominador común: su absoluto desprecio a la verdad. El Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, sostuvo solemnemente que la aportación del Sumo Pontífice es "probablemente única en la historia de los papas y no fácilmente superable por ningún otro en el futuro”. Los reconocimientos, sin embargo, no han llegado solamente, tal y como resultaba lógico esperar, del ámbito de la propia Iglesia. Desde Angela Merkel a Barack Obama, pasando por la Casa Real española, han sido muy pocas las instituciones, mandatarios o políticos que se han resistido a dedicar palabras elogiosas a quien dejará su cargo el próximo 28 de marzo.
El inesperado anuncio de la renuncia del Papa Benedicto XVI ha dado lugar a una avalancha de declaraciones públicas positivas sobre su figura, e informaciones periodísticas benevolentes, con un inevitable denominador común: su absoluto desprecio a la verdad. El Presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Varela, sostuvo solemnemente que la aportación del Sumo Pontífice es "probablemente única en la historia de los papas y no fácilmente superable por ningún otro en el futuro”. Los reconocimientos, sin embargo, no han llegado solamente, tal y como resultaba lógico esperar, del ámbito de la propia Iglesia. Desde Angela Merkel a Barack Obama, pasando por la Casa Real española, han sido muy pocas las instituciones, mandatarios o políticos que se han resistido a dedicar palabras elogiosas a quien dejará su cargo el próximo 28 de marzo.
Pero, ¿quién es realmente este hombre, al que todos parecen echar de menos incluso antes de que se haya retirado al monasterio de clausura en el que ha decidido vivir la última etapa de su vida?
DE LAS JUVENTUDES HITLERIANAS Y LA "SANTA ALIANZA" CON REAGAN AL TRONO DE PEDRO
Aunque hoy casi nadie parece querer acordarse de ello, Benedicto XVI inició su "militancia social", en las filas de las Juventudes Hitlerianas en su Alemania natal. Al ser elegido como el Papa 265º, tras la muerte de su sucesor Juan Pablo II, el Vaticano puso en marcha una campaña de lavado de imagen con la que se pretendió disculpar este hecho, aduciendo tanto la edad que entonces tenía Joseph Ratzinger como el "contexto histórico" en el que se produjo. Lo cierto es, no obstante, que con contexto histórico o sin él, la pertenencia a la organización de los cachorros fascistas no era obligatoria, y no integrarse en la misma tampoco acarreaba ningún tipo de represalia por parte del régimen nazi.
El episodio, con todo, podría haberse considerado como un mero “pecado” de juventud si no fuera porque, a lo largo de toda su vida adulta, Ratzinger continuó dando sobradas pruebas de su ideología política ultraderechista. Fue destacado su papel, por ejemplo, en la persecución sin cuartel de la Teología de la Liberación. Corriente cristiana progresista nacida en América Latina, entre religiosos comprometidos con las luchas populares de emancipación. Al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe -la antigua Inquisición -, y como principal colaborador de Karol Wojtyla, Ratzinger utilizó todo su poder para apartar a los teólogos que habían decidido "echar su suerte con los pobres de la Tierra" y acabar con su "subversiva" influencia. Eran los tiempos de la guerra sucia de la Administración Reagan en Latinoamérica. Años en los que Juan Pablo II estableció una "Santa Alianza" con el impulsor de la "Guerra de las Galaxias", que permitió imponer en este subcontinente, a sangre y fuego, las políticas neoliberales que arrasarían la región en las siguientes décadas. Joseph Ratzinger, partícipe de este pacto entre las fuerzas del orden capitalista, mantuvo un silencio cómplice ante las masacres que las dictaduras auspiciadas por los EE.UU. estaban cometiendo para defenderlo.
En el año 2004, Ratzinger aún tuvo la oportunidad de apoyar, indirectamente, la campaña de George W. Bush, mediante una carta en la que pedía a los electores católicos que no votasen por su oponente John Kerry, por la posición de éste último en relación con el aborto. La última demostración de sus inclinaciones políticas, sin embargo, la ofreció Benedicto XVI en junio de 2011, al visitar la tumba y rendir homenaje al cardenal croata Alojzije Stepinac. Un clérigo que, durante la II Guerra Mundial, se puso voluntariamente al servicio del gobierno títere del poglavnik - Führer, Caudillo - Ante Palevic y de las tropas hitlerianas, cuando éstas invadieron Yugoslavia en 1941. Tras la derrota del régimen del poglavnikPalevic y de los ocupantes nazis por los guerrilleros de Tito, Stepinac fue enjuiciado por su colaboracionismo y condenado a 16 años de prisión. Juan Pablo II terminaría beatificándolo.
RATZINGER ORDENÓ SILENCIAR LOS ABUSOS SEXUALES A MENORES BAJO AMENAZA DE EXCOMUNIÓN
En 2010, el Vaticano aseguró que se había desatado una campaña para desprestigiar a Benedicto XVI, a raíz de los miles de casos de pederastia cometidos por sacerdotes que habían comenzado a salir a la luz en Estados Unidos, México Irlanda o Canadá varios años antes.
"Benedicto XVI -aseguraron desde la "Santa Sede"- es el pontífice que más ha hecho contra la pederastia en la Iglesia". Ante el escándalo desatado internacionalmente, el propio Ratzinger se vio obligado a pedir perdón públicamente "por los abusos sexuales contra menores perpetrados por algunos sacerdotes".
"No comprendo cómo esto pudo suceder", aseguró con aparente pesar el Papa, a los periodistas que le acompañaron en un viaje a México, donde el fundador de los Legionarios de Cristo Marcial Maciel -un protegido de Juan Pablo II-, llevó a cabo estos abusos durante gran parte de su vida. Estaba mintiendo, tal y como demuestran los documentos dados a conocer por el ex sacerdote Alberto Athié y el investigador Fernando González. Según consta en ellos, el Vaticano conoció la existencia de estos abusos al menos desde el año 1956. El informe más importante que lo prueba es del sacerdote carmelita Anastasio Ballestero. Se trata de una suerte de resumen con toda la información sobre la actividad delictiva de Maciel. La responsabilidad directa de Ratzinger en el ocultamiento y protección de los delitos del fundador de Los Legionarios comienza en 1981, al hacerse cargo de la Congregación para la Doctrina de la Fe: "Cuando surge la denuncia formal ante esa congregación, en ese momento por oficio, se debería haber atraído todas las informaciones que estaban en Roma" - denunció Athié al diario La Jornada.
En 1998, algunos ex Legionarios de Cristo acudieron a presentar una denuncia formal ante Ratzinger por estos crímenes. "El actual Papa -añadió el ex sacerdote Alberto Athié a la publicación mexicana- nunca respondió. Retuvo el proceso judicial, hasta que ya definitivamente no le quedó otra que reducirlo al estado laical. Lo hizo para proteger a Maciel y protegerse a sí mismo, porque iba a entrar al cónclave".
Pero el caso de Marcial Maciel no constituye ninguna excepción en el tratamiento de la Iglesia Católica de los delitos de pederastia cometidos por sus sacerdotes alrededor de todo el Mundo. La política oficial de la Iglesia a este respecto se encuentra reflejada en la directiva “Crimen sollicitationis”, aprobada por Juan XXIII en 1962 para imponer la obligación de guardar silencio sobre estos abusos sexuales bajo pena de excomunión. Este documento permanecía vigente cuando Joseph Ratzinger fue nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Tras acceder al cargo, el futuro papa redactó un nuevo decreto que consagraba los aspectos fundamentales de la antigua disposición. Principalmente, la obligación de que las denuncias por abusos se presentaran exclusivamente en Roma y la pena de excomunión para aquellas víctimas o sacerdotes que se atrevieran a denunciar ante tribunales ordinarios o la prensa. El propio Ratzinger fue, en efecto, quien ordenó silenciar los abusos a menores. A través de una carta que sería recuperada posteriormente por el semanario The Observer, dio instrucciones a todos los obispos sobre las medidas que debían disponer para encubrir a los clérigos que realizan este tipo de prácticas deleznables.
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