La Razón / Erick Ortega, con apoyo documental del periodista Carlos Soria Galvarro
00:00 / 17 de junio de 2013
Allá por febrero de
1967, Hugo Choque Silva era un diestro jugador de frontón que se lucía
en las canchas barriales de la ciudad de La Paz. Tenía 15 años y ganas
de llevarse el mundo por delante. Pero el destino le tenía preparada una
jugada diferente porque meses después se convirtió en el soldado más
joven de la guerrilla de Ernesto Che Guevara, a la que ingresó con el
pseudónimo de Chingolo.
La historia fue dura con él. Se cuenta que cuando fue capturado dio
valiosa información al Ejército boliviano que pisaba los talones a los
guerrilleros en Ñancahuazú (Santa Cruz), quienes se instalaron en la
zona desde noviembre de 1966. También se supo que se quitó el uniforme
guerrillero y que se enfundó la vestimenta castrense. Lo que no se
mencionó es que el muchacho lloraba desconsoladamente cuando escuchaba
surcar los aviones militares en el cielo; que se unió al líder
argentino-cubano sin saber nada de la lucha armada.
Las vivencias develadas por Chingolo se llenan de polvo en una bodega
del Archivo Histórico Militar de las Fuerzas Armadas, en el Estado Mayor
de la zona de Miraflores, en la ciudad de La Paz. El sitio es un búnker
impenetrable para investigadores civiles, para periodistas; los
militares son los únicos que tienen vía libre para escudriñar centenares
de hojas de los documentos originales de los “prisioneros de guerra”
durante la travesía del Che en el país. A pesar de que pasaron 46 años,
es material clasificado, de acceso restringido.
Informe La Razón revisó el trabajo documental de Simón Orellana Chávez,
militar retirado que estudió la carrera de Historia, llegó a ser
director del archivo castrense y hace un par de años escribió su tesis:
La campaña de Ñancahuazú, una reconstrucción a través de la Historia
Oral. Otro beneficiado con la información pertrechada en el Estado Mayor
es el coronel pasivo Diego Martínez Estévez, quien elaboró un par de
libros con datos inéditos de la guerrilla; el último aún no fue
presentado oficialmente y su público lector es selecto porque, según su
versión, nadie más ha podido hojear el legajo al que accedió.
Una fuente militar entregó fotografías inéditas de la época que
ilustran este reportaje y revela algunos detalles sobre esta lucha
armada que se libró en Bolivia en los años 60 del siglo pasado; su único
requisito es la reserva de su identidad. Paralelamente, tras dos meses
de gestión, el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas rechazó a
través de una respuesta escrita, la solicitud de Informe La Razón para
revisar los testimonios de insurgentes bolivianos que acompañaron al
Che.
El 14 de junio,
Ernesto Guevara de la Serna habría cumplido 85 años. El 9 de octubre de
1967 murió en una escuelita de La Higuera, cerca de Ñancahuazú. Su
cadáver fue trasladado, posteriormente, a Vallegrande. Así nació un mito
mundial. A continuación se rescatan fragmentos de relatos de parte de
la milicia que estuvo a su lado en su travesía final y que cayó en manos
de los militares. Son narraciones que revelan a combatientes
inexpertos, enlistados por azares del destino y/o con mentiras, sus
hazañas y sus sufrimientos.
Todo empezó en 1959. Aquel fue un año inolvidable para Fidel Castro Ruz
y un grupo de guerrilleros barbudos que llevaron la revolución
socialista a Cuba. El movimiento armado derrocó al dictador Fulgencio
Batista y entre los rebeldes estaba Ernesto Guevara, quien pretendió
repetir la receta de la guerra de guerrillas en otros confines del orbe.
Viajó al Congo (África) y, luego, a Bolivia, en noviembre de 1966.
En el país formó un tejido de apoyo político a su causa. Se respaldó en
el Partido Comunista de Bolivia que, después, fue acusado de dar la
espalda al proyecto. Contra viento y marea, el Che decidió sembrar la
semilla izquierdista para derrocar al presidente de entonces, el general
René Barrientos Ortuño, en el marco de un proceso revolucionario
continental. De esta forma, empezó la selección de combatientes que
crearon el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Pero esta historia
tuvo sus claroscuros.
Por ejemplo, según las declaraciones de Chingolo a sus captores, él fue
reclutado cuando jugaba en el frontón del cine Imperio, en la calle
Sebastián Segurola del barrio paceño de Gran Poder. Los expedientes son
contradictorios respecto a su edad porque algunos informan que era un
quinceañero y en otros se dice que tenía 16 años. Nadie dudaba de que no
estuviera en edad para empuñar un arma. Sin embargo, “(...) era un niño
que lloraba desconsoladamente cuando los aviones tiraban bombas”,
escribió sobre él Antonio Domínguez Flores en su testimonio de campaña.
En Ñancahuazú, el nombre de guerra de Domínguez fue León. Cuando el
Ejército lo atrapó fue obligado a narrar sus experiencias junto al Che.
El trinitario de origen campesino se sentó a escribir y escribir. Pasó
varios días recordando minuciosamente los detalles de su ingreso y su
salida de la aventura insurgente. Cuando acabó de reconstruir sus
vivencias había completado diez cuadernos, los cuales son un “botín de
guerra” en el Estado Mayor.
Sin quitar el carácter valioso de los textos, el periodista Carlos
Soria Galvarro —uno de los más importantes estudiosos de la guerrilla
del Che en Bolivia— explica que todas las declaraciones de los
combatientes prisioneros, incluida la de León, tienden a atenuar sus
responsabilidades; tratan de quedar bien para salvar la vida.
Los cuadernos de León fueron recopilados por el historiador Simón
Orellana y brindan detalles respecto a su alistamiento: “Llegó Freddy
Bejarano, el Ratón… a buscar un hombre para funcionario del Partido
(Comunista de Bolivia) para venir a La Paz a atender una hacienda…
dándome mucha facilidad para que yo pueda venir con mi familia… hablé
con mi compañera, ella me aceptó porque vivía en una pobreza
desesperante... me daba mucha lástima (ver) a mi pobre mujer y a mis
hijos que sufríamos muchas miserias”. Por esto, León decidió viajar a la
sede del gobierno con la esperanza de internarse en territorio yungueño
y dejar atrás su faena de ladrillero en Trinidad.
Otras historias tienen un tenor similar. Serapio Aquino Tudela, más
conocido como Serapio, cambió el frío de Viacha por el verdor cruceño en
Ñancahuazú. Su tío Apolinar Aquino lo reclutó y él dejó su casa
alegando que quería buscar trabajo en Cochabamba. Tenía 16 años cuando
se incorporó a la guerrilla. Moreno, de ojos risueños y cejas espesas,
realmente creía que era posible cambiar el mundo. Tenía diez hermanos y
anhelaba volver a su hogar con el triunfo de la revolución bajo el
brazo. Desde niño arrastró un problema físico: su padre le daba golpizas
hasta que un día le rompió un tobillo, secuela que lo acompañó hasta el
último día de su existencia.
Combatientes. En el campo de batalla, Serapio fue el peón de una granja
en Ñancahuazú, el cuartel general de los rebeldes; después formó parte
de la retaguardia que caminó por la senda oriental. Sin embargo, no
todos los combatientes creían en la posibilidad de cambiar el mundo.
Según los documentos militares clasificados, uno de los reclutados que
fue atraído solamente por las promesas fue Pastor Barrera Quintana,
quien fue rebautizado como Daniel.
En el folder de la Sección II: Declaraciones Informativas Pastor
Barrera, La Paz, 1967, del Archivo Histórico Militar, su testimonio
reveló: “Un amigo me lo presentó a José Guevara (Moisés), éste me
orientó con propagandas comunistas, me retiré de la mina de San José
(Oruro), me habló de muchas cosas, maravillas y decidí ir con él… Me
dijo que si estaba de acuerdo en ir a las guerrillas, ‘vas a ser un gran
hombre, vas a estudiar en libros, de ahí vamos a dar una beca a Cuba’,
me decidí por emoción...”.
Antes de su incursión en Ñancahuazú, Daniel era un orureño que se
ganaba algunos pesos con distintos oficios y durante buen tiempo fue
albañil, según una declaración policial citada en los registros de Soria
Galvarro. En la zona de combate fue muy amigo de Vicente Rocabado
Terrazas; además los dos eran orureños. Rocabado contó que trabajaba en
un taller mecánico y que fue enrolado en el grupo insurgente con falsos
compromisos.
Cuando
desertó, explicó a los efectivos castrenses de qué manera fue
seleccionado: “… (Moisés) él me dijo que teníamos que ir a un frente
guerrillero para derrocar al gobierno… nos iban a dar plata y que iban a
remitir plata a nuestros familiares… yo no tenía trabajo. El objeto que
me animó a mí era el de llegar a la zona y convencerme de la existencia
de guerrillas para luego tomar contacto con el Prefecto…”.
Desertores. Otro guerrillero con menos convicciones ideológicas, pero
con muchos sueños personales, era José Castillo. Tenía un objetivo fijo
cuando se decidió por seguir al Che; aunque nadie le informó nada sobre
un levantamiento armado. En la declaración que le arrancaron sus
captores redactó: “El motivo (de mi incorporación) era conseguir una
beca (de estudios) en la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas), como miembro de la Juventud Comunista Boliviana (PCB)”.
Así, con dos décadas de vida encima, Castillo abandonó su oficio de
carpintero, tapicero y ferroviario. Dejó atrás su nombre real y fue
llamado Paco.
En la
aventura guerrillera participaron 27 bolivianos (ver infografía en la
página final del suplemento). La mayoría eran cuadros muy apreciados por
el Che, entre los más valiosos estaban los hermanos Roberto y Guido
Peredo Leigue (Coco e Inti, respectivamente). El primero murió en
combate y el segundo cayó en 1969, cuando comandó otro foco insurgente
con el Ejército de Liberación Nacional.
Y el Che tenía en la mira a algunos de sus soldados. El 13 de mayo de
1967, su diario guarda una referencia sobre Moisés y sus enlistados.
“Bueno; aunque el tiempo de contacto es poco, se mostró siempre
entusiasta y pasó con éxito la prueba. La falla es la mala selección del
personal que trajo”. Se refería a aquellos que retrasaban al grupo.
Entre éstos se encontraba Paco.
Él abandonó su sueño de alcanzar una beca en la Unión Soviética y pidió
su baja. Posteriormente, ante los militares, dijo: “(…) Sufría
horriblemente por el clima, la mala alimentación, el cansancio físico de
las góndolas que le (sic) ordenaban hacer transportando vituallas”.
Años después, en entrevista con Soria Galvarro, Paco remarcó que, a
pesar de sus deseos de abandonar a sus camaradas, permaneció empuñando
su viejo máuser junto a los guerrilleros y que hacía méritos para dejar
la “resaca”, apelativo que utilizó el Che para denominar a los cuatro
guerrilleros que eran los “menos calificados” para la lucha.
Los mosquitos y el calor no sólo conspiraron en contra de Paco, quien
estaba acostumbrado al frío del poblado orureño de Challapata. Por
ejemplo, León apuntó en uno de sus cuadernos: “(…) estábamos un poco
desesperados porque había de toda clase de marigüises (insectos grises o
negros que son del tamaño de la cabeza de un alfiler), mosquitas y
abejitas muy fastidiosas que no se podía estar un momento quieto, además
estos bichos se entran a la boca y a los ojos…”. Incluso el Comandante,
el 9 de noviembre de 1966, trató el asunto: “Me saqué seis garrapatas
del cuerpo”. Todo esto se transformó en llagas que minaron la
resistencia de los combatientes.
Atormentado por el clima y relegado por ser parte de la “resaca”, Paco
fue el único sobreviviente de la refriega militar contra la columna
encabezada por el cubano Juan Vitalio Acuña Núñez, alias Joaquín, el 31
de agosto de 1967, en el Vado del Yeso. Murieron ocho insurgentes, entre
ellos la única mujer de la revuelta, Tania, nombre de guerra de la
argentina Tamara Bunke; uno escapó y fue abatido a los pocos días:
Restituto Cabrera; otro fue capturado y ejecutado al instante: Freddy
Maymura.
Otros
aguantaron menos. Fueron los casos de Vicente Rocabado y Pastor Barrera,
quienes escaparon a las tres semanas de su incorporación. No llegaron a
disparar un tiro y dieron por terminada su aventura. Así, cuando la
cúpula guerrillera supo de su deserción, León los encontró y tenía la
tarea de eliminarlos. “Me dieron la misión de irlos a buscar y charlar
con ellos o hacerlos desaparecer entregándome una pistola o revólver
calibre 38… salí a las nueve de la mañana y llegué a Lagunillas a las
dos de la madrugada… enseguida fui al alojamiento, entré al dormitorio y
los vi a los dos desertores durmiendo enfocándoles con mi linterna… me
toqué el revólver, pero no me animé de hacerlo (disparar a los
disidentes) sobre todo a matar a dos compañeros a sangre fría… pronto me
acordé que tenía hijos y ellos también… al amanecer, hablé con ellos…
me dijeron que no se iban acostumbrar a esa vida de sufrimientos…”.
León también fue testigo de una charla entre Coco Peredo y los
desertores. “Coco charló con ellos, también trató de sacarlos afuera de
la ciudad, pero no logró hacerlo. Al mismo tiempo, Coco cometió un
error, con los desertores, les dio dinero para que rápido se hubiesen
desaparecido”. Es que en cuanto Coco les dio la espalda, los dos
excombatientes acudieron a la Dirección de Investigación Criminal y al
Comando de la Cuarta División para sentar la denuncia sobre la presencia
de extranjeros armados en la región cruceña.
Cotorras. Fue entonces que Eusebio Tapia decidió abandonar la causa. Él
era parte de la columna del cubano Joaquín. Cuando fue atrapado no se
calló ante los militares: “Ramón es jefe principal, al cual todos
respetan y tienen miedo...”, Ramón era el sobrenombre del líder de la
expedición armada: Ernesto Che Guevara.
Era un escenario difícil, Paco le confesó a Soria Galvarro que Chingolo
se abrazaba a él cada vez que escuchaba las explosiones de las bombas
lanzadas por los aviones. Mientras que el cronista Orellana, en base a
los documentos que leyó, señala que Chingolo no aguantó más y trasladó a
los uniformados hacia la cueva donde la guerrilla tenía documentos y
las medicinas para el Che, sobre todo para su asma. Aquello resultó
vital para que sus captores tengan datos sobre el enemigo.
Cuando el Che observó por primera vez a León tuvo una buena impresión
de aquel joven. El 16 de junio de 1967 escribió su evaluación luego de
tres meses de observar a su soldado. “Bueno. Es trabajador y
disciplinado y parece decidido para el combate, aunque no ha sido
probado a fondo”. En las condiciones más complejas, el muchacho causó
una mejor impresión en el Che, a tal punto que éste subrayó en su
diario: “A su espíritu trabajador une decisión para el combate, es uno
de los mejores proyectos como combatiente”.
Diez días después de su segunda valoración a León, el 16 de septiembre,
el argentino-cubano se lamentó la desaparición de su camarada tras el
asalto del Ejército a La Higuera, sin dejar rastros. Sus compañeros lo
vieron escapar y él pensó que había hecho lo posible por salvar su vida
ante el ataque. Sin embargo, León fue uno más de los que traicionó a su
Comandante. Una vez que se alejó de la columna insurgente se entregó a
un grupo de trabajadores del Servicio Nacional de Caminos; luego fue
enviado a las autoridades militares. Según Soria Galvarro, el Che afirmó
que León “habló como una cotorra”. Fue servil a los militares porque
testificó en un juicio contra el francés Regis Debray (Danton) y el
argentino Ciro Bustos (Pelao), afines al movimiento revolucionario.
Los uniformados le prometieron liberarlo después de colaborar con
ellos; no obstante, León permaneció preso durante tres años: recuperó su
libertad en 1970, durante el gobierno del presidente izquierdista Juan
José Torres. Posteriormente, la huella de este combatiente desapareció,
aunque se presume que volvió a Trinidad para reunirse con su familia;
murió en el olvido. Pero dejó un documento valioso para los
historiadores, sus diez cuadernos resguardados en el Estado Mayor, que
escribió de forma voluntaria.
Así como el Comandante se equivocó con las primeras apreciaciones sobre
León, también lo hizo con Orlando Jiménez Bazán, el Camba. En marzo de
1967, después de cinco meses de trabajo, escribió lo siguiente sobre él:
“Regular; débil físicamente y sin que se le note hasta ahora un buen
espíritu. Quedó en el campamento convaleciente de un paludismo que puede
haber influido en su carácter”. Más tarde, el Che fue más duro con sus
críticas y en septiembre, redactó en su diario: “Vegeta esperando su
libertad”.
Para rematar,
a fines de aquel mes, criticó: “En la sorpresa de La Higuera (el Camba)
desaparece, dejando su mochila en el camino. Se confirma su captura y
creo que habló como un loro”. De apariencia endeble, delgado, pero con
huesos prominentes, el Camba fue atrapado por el Ejército en La Higuera
y, luego, fue presentado ante sus enemigos para que éstos supieran que
su rival era bastante frágil.
De acuerdo con las pesquisas de Soria Galvarro, el Camba fue golpeado y
torturado; pero, en el mismo juicio donde compareció Chingolo, no
declaró en contra de Bustos y Debray. “Al contrario, sostuvo que ellos
(los acusados) no cumplieron misiones militares en la guerrilla y menos
participaron en emboscadas”, resalta el periodista. En su diario, el 6
de octubre de 1967, el Che contó que fue “menos bellaco”. El Camba
estuvo detenido hasta 1970; emigró del país y falleció en Suecia, en
1994.
Héroes. La vida y
la muerte de Serapio tienen una alta dosis de ironía. Desde su niñez, el
viacheño arrastró un problema en un tobillo. Por ello, en cierto
momento, sus compañeros de lucha lo vieron como una carga. Según el
relato del camarada León, Roberto Coco Peredo dijo de él: “(No puede
ser) que este muchacho no sepa nada...”, refiriéndose a las tareas de
Serapio en la finca donde se pertrechó una parte de los combatientes, en
Ñancahuazú.
Pero cuando
Serapio se paró frente a un agente policial y le reclamó por el abuso
de los patrones hacia los trabajadores de la zona, su imagen fue
cambiando ante los ojos de sus colegas. Eso sí, las largas caminatas, el
esfuerzo en un clima hostil y la inminente lucha con los soldados
acabaron mermando al joven, quien quedó rezagado en las marchas y pasó a
enrolar la “resaca”.
El
9 de julio de 1967, cerca del cañón del río Iquira, Serapio caminaba
junto a los de su escuadra. Una columna de reclutas del Ejército logró
detectarlo. Éstos le hicieron señas para que permaneciera callado y así
atrapar al resto de sus camaradas. El muchacho que se incorporó a la
guerrilla soñando con un triunfo de la revolución para mejorar la
condición económica de los suyos, sacrificó su existencia por la de sus
compañeros. Gritó y una ráfaga de balas lo mató. Pero él no murió; quedó
inmortalizado como el hombre que dio su vida por los demás… esta última
frase es, precisamente, una de las máximas del mítico Che Guevara.
La humillación del cadáver de Tamara Bunke, alias ‘Tania’
Rubia. Simpática. Traicionera con el enemigo y fiel con sus camaradas e
ideales. La vida de la guerrillera Tania, alias de la argentina Haydée
Tamara Bunke Bíder, tiene innumerables facetas de heroísmo que la han
convertido en una leyenda. Informe La Razón obtuvo datos que dan más
luces sobre la personalidad de este personaje nacido el 19 de noviembre
de 1937 y abatido el 31 de agosto de 1967, durante el ataque militar en
el Vado del Yeso, en la región de Ñancahuazú.
Se supo que envió una carta a su amado Ulises y que él nunca llegó a
leerla porque aquella correspondencia fue capturada por el Ejército
boliviano. También una fuente militar —que pidió reserva en su
identidad— afirma que el cuerpo de Tania fue maltratado tras su muerte.
Todo esto es parte del mito que rodea a la única mujer que acompañó a
Ernesto Che Guevara en su última travesía. En vida, ella era dueña de
una sonrisa blanca, tenía ojos grandes, unos labios delgados y una nariz
recta y fina. El cabello ondulado le caía debajo de los hombros y
cuando caminaba por las calles se amarraba una cinta; en la selva o
vestida con el uniforme militar siempre se ponía una boina oscura,
ladeada.
Sentimental.
Trabajó como espía y obtuvo información de importantes autoridades
nacionales, según sus biógrafos. Por ejemplo, los militares hallaron
fotos de ella junto al presidente René Barrientos Ortuño. Estuvo a cargo
de la organización de la guerrilla y no era parte directa de ésta; pero
cuando fue a encontrarse con el Che y sus hombres en Ñancahuazú, no
pudo volver sobre sus pasos y no le quedó más remedio que formar parte
de la columna guerrillera de Joaquín, el cubano Juan Vitalio Núñez.
El último día de diciembre de 1966, el Che escribió en su diario de
campaña que Tania fue a la región para recibir instrucciones. Los
militares descubrieron su jeep y bloquearon su salida, y la dejaron en
la selva. La única vía de escape que podía vislumbrar era empuñando un
arma. Era valiente y el combate puso a prueba su talante.
Tras una discusión con el Comandante, ella lloró. El argentino-cubano
cuestionó que no era capaz de entender sus órdenes, al menos es lo que
citó el argentino Ciro Bustos, quien era parte del grupo rebelde y
escribió un manuscrito que ahora está en manos del Ejército.
“Ramón (pseudónimo del Che) parecía dispuesto a descargar su bronca y
tomó de blanco a Tania que salió a lloros (ella no debió ir a la zona;
su indisciplina dejó sin contactos externos a la guerrilla)”, redactó
Bustos, citado por el coronel retirado Simón Orellana. Este documento
inédito no es el único que se refiere el carácter de la heroína. Su
novio Ulises Estrada, en su libro Tania la Guerrillera, narra cómo ella
“estalló en un arranque de llanto y disgusto” luego de que su pareja
incurrió en una compra evitable. Le dijo, en tono de reproche, que “con
el dinero de la compra de esa ropa ambos podían comer varios días”.
El autor se convirtió en uno de sus biógrafos; su verdadero nombre es
Dámaso Lescaille, combatiente cubano. En su texto relata que cuando se
despidieron para seguir por diferentes senderos revolucionarios, él le
habló con dureza y cariño. Tania se puso a llorar, se recostó en su
hombro y le susurró: “Por eso es que yo no quería que me despidieras,
pues sabía que me ibas a hacer llorar”. Y en medio de sollozos, le
arengó: “Patria o muerte”.
Ulises se incorporó a la causa cubana cuando era joven. Fue parte del
Movimiento 26 de Julio que arremetió contra el dictador cubano Fulgencio
Batista hasta 1959. Desde entonces tuvo una amistad a prueba de fuego
con Fidel Castro y Ernesto Che Guevara, además de otros revolucionarios.
Él era instructor de Tania. Y se presume que ambos siguieron ligados
sentimentalmente a pesar de la distancia.
El coronel boliviano retirado Diego Martínez Estévez afirma que Tania
escribió una última misiva a Ulises; pero el destinatario no logró
leerla porque los militares la interceptaron y la retuvieron. Recién por
1986, Martínez logró leerla y actualmente guarda una fotocopia de ésta.
El periodista Carlos Soria Galvarro y el cineasta argentino Norberto
Forgione avalan la autenticidad del documento y que se mantuvo en el
anonimato durante décadas, hasta que Martínez decidió publicarla en su
libro (leer la carta en el apoyo).
En la plaza Colón de la ciudad de Cochabamba, Martínez se entrevistó
con Informe La Razón y mostró copias del mentado correo. Relata que el
original se encuentra preservado en el Archivo Histórico Militar del
Estado Mayor de La Paz. “Está junto a varios documentos que nunca serán
revelados. De la historia del Che, de los diarios y de las cartas no se
conoce ni el 20%”. En la misiva revelada, Tania se refiere a sí misma
como una Penélope que aguarda a su Ulises. Hace la relación con la
epopeya griega de Odiseo, en la que la protagonista pasa la mayor parte
de su vida esperando a que regrese su amado.
Faltaban 40 minutos para que llegue las seis de la tarde del último día
de agosto de 1967 y la guerrillera se alistaba para cruzar el Río
Grande con la escuadra de Joaquín. Ante los ojos de los militares se
descubrió su imagen esbelta en medio del agua. Llevaba una cámara
colgada y no pudo empuñar su arma cuando fue atacada. Su cadáver
apareció luego de tres días de búsqueda. La fotografía de éste muestra a
una persona con el cabello corto, casi al ras, el estómago hinchado y
la ropa hecha trizas.
Inmortal. La fuente confidencial de Informe La Razón postula que el
cuerpo sin vida de Tania fue humillado. Quienes lo hallaron habrían
cercenado sus senos y le cortaron el cabello. Los efectivos castrenses
—presuntamente Rangers— juraron no hablar nunca de lo ocurrido. ¿Por qué
hicieron esto? Según la persona contactada, los soldados dieron rienda
suelta a su rabia porque no podían concebir el haberse enfrentado con
alguien del sexo femenino que los había puesto en aprietos.
El historiador cochabambino Gustavo Rodríguez Ostria, uno de los más
importantes biógrafos de este personaje, señala que aquello puede ser
cierto o no; pero que no aporta ningún elemento para esbozar el carácter
de la guerrillera. “Eso sí, (los militares) estaban cansados y patearon
el cadáver, pero no investigué nada más”.
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