martes, 14 de marzo de 2017

Embusteros redomados


Escribe: Pedro Salinas

Y supuestamente la verdad les hará libres, dicen. Y mentir es un pecado, dicen. Y blablablá y blablablá, también dicen. Pero ya está claro. La verdad les importa un carajo. A los religiosos carcas y reaccionarios, me refiero. Como Cipriani. O su Minimí, Gaspar. O ese otro que he leído en Correo: Mariano Hermida García, quien infiere que, de aplicarse el tan famoso Currículo Nacional de la Educación Básica, a partir de ahora el jardín y la escuela se convertirán en auténticas palestras donde se incentive y se enseñe a los menores a mantener relaciones sexuales íntimas. Tal cual. Como si el susodicho Currículo propugnara una suerte de imperativo para propiciar el sexo entre menores, a los cuales habrá luego que repartirles “a diestra y siniestra dius o preservativos”. Y si estos fallan, obvio, habrá que inducirles al aborto, de acuerdo a la particular hermenéutica de este sacerdote católico.

“¿Esta es la sexualidad que el Minedu pretende imponer en jardines, escuelas y colegios? Es un atentado contra la verdadera sexualidad. Y ustedes, padres de familia, ¿lo van a permitir?”, se pregunta el exaltado e imaginativo curita.

¡Por dios! Es que es para no creer. Porque no es que engañen con sutilezas, oigan. Faltan a la verdad burda y groseramente. Pues, ya lo dije al inicio, la realidad les importa un carajo. Y es que así están las cosas.

En circunstancias como las actuales, debo confesar que resulta desalentador y desazonador que mucha gente se trague el cuento de los embusteros de sotana y de los embrolladores protestantes, sin espíritu crítico y sin atisbar ni por un segundo la manipulación de la fe y de la religión y de los credos con el propósito de soliviantar e instalar un odio atávico y declarado contra gays y lesbianas, y todas aquellas personas que no responden al estereotipo de identidad que les han inculcado en sus seseras.

Porque a ver. Apenas leí el artículo del clérigo Mariano Hermida García, pues me fui al diccionario de la Real Academia Española y me topé con la definición de la palabra imbecilidad: “Alelamiento, escasez de razón // Acción o dicho que se considera improcedente, sin sentido, y que molesta”. Y bueno. De ahí me fui a revisar la acepción de embuste: “Mentira disfrazada con artificio”. Y nada. Como verán, hay suficiente soporte de la máxima autoridad académica para llamar a estos predicadores como lo que son, y hacerlo encima con precisión filológica y absoluta propiedad. No diré lo mismo de quienes se creen su rollo de que a los niños no hay que hablarles de sexo en el colegio. O de quienes abrigan dudas por las cosas que han escuchado.

Pero fíjense. Igual creo que estos señores y señoras, que viven de los prejuicios, tienen toda la libertad de manifestar sus creencias e interpretaciones antojadizas de lo que les dé la gana. Están en todo su derecho. De expresar las sandeces que quieran. De marchar las veces que se les antoje. Y hasta de gritar sus disparates, como aquel que sostiene que el gobierno pretende volver homosexuales a los niños inyectándoles una solución química elaborada en un laboratorio secreto instalado en un país vecino.

A lo que no tienen derecho es a instigar al homicidio y a la violencia y a atentar contra el Estado de Derecho, como ha venido haciendo, por ejemplo, Rodolfo Gonzales Cruz, líder del Movimiento Misionero Mundial, exigiendo muerte para ateos, homosexuales y lesbianas, reclamando esa sangre “en el nombre de Jesús”. Figúrense.

Y aquí me tienen ustedes hoy, con su permiso, un poquito fastidiado con esta campaña de desinformación masiva por parte de religiosos conservadores, cucufatos y fanáticos. Dicho en corto: una cosa es tolerar la imbecilidad y embustes de algunos, y otra que, con el pretexto de la libertad de opinión, se pida ejecuciones masivas o represalias homofóbicas.

Así, aunque no sirva para nada, quisiera dejar por escrito mi derecho ciudadano al pataleo, a la protesta, y manifestar mi público repudio a esta casta de sofistas y embarradores profesionales, que apelan a la cruz y a la biblia y a las antorchas y a la chichi de la Bernarda, para mantener un statu quo en el que imperen las desigualdades, el machismo, la homofobia, la discriminación, el racismo y la injusticia. “Lo que presenciamos es un crimen de lesa humanidad”, he escuchado decir a una calabazota, que no sé si lo dice por ignorante o por talibana. Da lo mismo. Sorprende constatar una vez más que, en el Perú, hay muchos que pretenden regresar al medioevo. Y que al lado de los promotores del rencor y del desprecio, la serpiente del paraíso parezca un gusanito de seda.

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