Escribe: Pedro Salinas
Y
supuestamente la verdad les hará libres, dicen. Y mentir es un pecado, dicen. Y
blablablá y blablablá, también dicen. Pero ya está claro. La verdad les importa
un carajo. A los religiosos carcas y reaccionarios, me refiero. Como Cipriani.
O su Minimí, Gaspar. O ese otro que he leído en Correo: Mariano Hermida García,
quien infiere que, de aplicarse el tan famoso Currículo Nacional de la
Educación Básica, a partir de ahora el jardín y la escuela se convertirán en
auténticas palestras donde se incentive y se enseñe a los menores a mantener
relaciones sexuales íntimas. Tal cual. Como si el susodicho Currículo
propugnara una suerte de imperativo para propiciar el sexo entre menores, a los
cuales habrá luego que repartirles “a diestra y siniestra dius o preservativos”.
Y si estos fallan, obvio, habrá que inducirles al aborto, de acuerdo a la
particular hermenéutica de este sacerdote católico.
“¿Esta
es la sexualidad que el Minedu pretende imponer en jardines, escuelas y
colegios? Es un atentado contra la verdadera sexualidad. Y ustedes, padres de
familia, ¿lo van a permitir?”, se pregunta el exaltado e imaginativo curita.
¡Por
dios! Es que es para no creer. Porque no es que engañen con sutilezas, oigan.
Faltan a la verdad burda y groseramente. Pues, ya lo dije al inicio, la
realidad les importa un carajo. Y es que así están las cosas.
En
circunstancias como las actuales, debo confesar que resulta desalentador y
desazonador que mucha gente se trague el cuento de los embusteros de sotana y
de los embrolladores protestantes, sin espíritu crítico y sin atisbar ni por un
segundo la manipulación de la fe y de la religión y de los credos con el propósito
de soliviantar e instalar un odio atávico y declarado contra gays y lesbianas,
y todas aquellas personas que no responden al estereotipo de identidad que les
han inculcado en sus seseras.
Porque
a ver. Apenas leí el artículo del clérigo Mariano Hermida García, pues me fui
al diccionario de la Real Academia Española y me topé con la definición de la
palabra imbecilidad: “Alelamiento, escasez de razón // Acción o dicho que se
considera improcedente, sin sentido, y que molesta”. Y bueno. De ahí me fui a revisar
la acepción de embuste: “Mentira disfrazada con artificio”. Y nada. Como verán,
hay suficiente soporte de la máxima autoridad académica para llamar a estos
predicadores como lo que son, y hacerlo encima con precisión filológica y
absoluta propiedad. No diré lo mismo de quienes se creen su rollo de que a los
niños no hay que hablarles de sexo en el colegio. O de quienes abrigan dudas
por las cosas que han escuchado.
Pero
fíjense. Igual creo que estos señores y señoras, que viven de los prejuicios,
tienen toda la libertad de manifestar sus creencias e interpretaciones
antojadizas de lo que les dé la gana. Están en todo su derecho. De expresar las
sandeces que quieran. De marchar las veces que se les antoje. Y hasta de gritar
sus disparates, como aquel que sostiene que el gobierno pretende volver
homosexuales a los niños inyectándoles una solución química elaborada en un
laboratorio secreto instalado en un país vecino.
A lo
que no tienen derecho es a instigar al homicidio y a la violencia y a atentar
contra el Estado de Derecho, como ha venido haciendo, por ejemplo, Rodolfo
Gonzales Cruz, líder del Movimiento Misionero Mundial, exigiendo muerte para
ateos, homosexuales y lesbianas, reclamando esa sangre “en el nombre de Jesús”.
Figúrense.
Y
aquí me tienen ustedes hoy, con su permiso, un poquito fastidiado con esta
campaña de desinformación masiva por parte de religiosos conservadores,
cucufatos y fanáticos. Dicho en corto: una cosa es tolerar la imbecilidad y
embustes de algunos, y otra que, con el pretexto de la libertad de opinión, se
pida ejecuciones masivas o represalias homofóbicas.
Así,
aunque no sirva para nada, quisiera dejar por escrito mi derecho ciudadano al
pataleo, a la protesta, y manifestar mi público repudio a esta casta de
sofistas y embarradores profesionales, que apelan a la cruz y a la biblia y a
las antorchas y a la chichi de la Bernarda, para mantener un statu quo en el
que imperen las desigualdades, el machismo, la homofobia, la discriminación, el
racismo y la injusticia. “Lo que presenciamos es un crimen de lesa humanidad”,
he escuchado decir a una calabazota, que no sé si lo dice por ignorante o por
talibana. Da lo mismo. Sorprende constatar una vez más que, en el Perú, hay
muchos que pretenden regresar al medioevo. Y que al lado de los promotores del
rencor y del desprecio, la serpiente del paraíso parezca un gusanito de seda.
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