lunes, 28 de noviembre de 2011

Chongo Perú


Y tal como lo habíamos pronosticado luego de conocer los últimos resultados electorales, el Perú ya es un caos. Solo nos equivocamos en el tiempo, pues ni los más pesimistas adivinamos que el fracaso nacionalista iba a ser tan rápido, apenas a los cien días de gobierno. Lo que vivimos hoy en el Perú es la consecuencia natural y obvia de entregarle el poder a un inepto. Ya lo habíamos advertido: Ollanta no es más que un cachaco ignorante, sin preparación alguna, sin formación política ni experiencia ni nada que lo haga presentable. Y encima de eso, tiene simpatías idiotas por la izquierda. ¿Se puede elegir a alguien peor?

Todo lo anterior podría ser irrelevante si al final estuviéramos frente a un verdadero líder, pragmático y realista, que encara y resuelve los problemas, pero no, ni eso. Ollanta Humala es un hombre pusilánime, sin carácter, sin don de mando, acorralado por su realidad, y que hoy permanece escondido como un pericote cobarde en su agujero de Palacio de Gobierno, llamando desesperadamente a sus asesores, los cuales están en plena pelea.

¿Quién manda hoy en el Perú? Está claro que no es Ollanta. ¿Será Nadine, la verdadera jefa de la casa? ¿El premier Lerner, uno de los que puso la plata en la campaña? ¿Algún rasputín escondido entre la nube de asesores que rodea al inepto de Ollanta Humala? Lo más triste es que al parecer nadie manda hoy en el Perú, salvo la manga de cavernícolas que se han apoderado de Cajamarca, guiados por ese profeta senderista que es Gregorio Santos, que debería llamarse Gregorio Samsa, porque no es más que un gusano aparecido en la política como una pesadilla de novela kafkiana.

En los pocos días que tiene Ollanta Humala como presidente (ag, duele decirlo) no ha hecho más que dar pena y vergüenza. Empezó en Nueva York donde hizo el ridículo frente a un periodista que solo le preguntó si se quedaría un período más. En Paraguay se mandó con un discurso velasquista en el que cuestionó a la empresa privada y echó flores a la empresa estatal, que al menos en el Perú siempre ha sido un desastre (vean a SEDAPAL). En Colombia se acobardó y no se atrevió a llamar terroristas a los criminales de las FARC, que tienen cuarenta años matando y secuestrando colombianos. En Hawai, al menos no pudo meter la pata pero invitó a invertir en el Perú cuando acá, sus amigos de la izquierda troglodita daban inicio al rechazo de los proyectos mineros más grandes y emblemáticos, en un país eminentemente minero que ha avanzado en los últimos años de la mano de la minería. Pero así de idiotas son en la izquierda. Dicen que el progreso es “desarrollismo”. Cretinos…

Pero lo peor es que en medio de la crisis política generada por los negociados de su vice presidente, el pleito de sus asesores, las contradicciones de sus ministros, las intromisiones de su mujer y su silencio irritante, Ollanta no ha desperdiciado la ocasión para dar sus estúpidos discursos de plazuela, como el que dio en Huancavelica, donde volvió a repetir sus discurso de campaña, fustigando a la minería y volviendo a prometer sus ridículos programas sociales. De hecho, la última aparición pública de Ollanta ha sido la inauguración del SAMU. Otra promesa de campaña seguramente diseñada por alguno de sus asesores. Lo curioso es que Ollanta ha inaugurado el SAMU que es un servicio de emergencia basado en ambulancias, pero ¡no ha comprado una sola ambulancia! Todo lo que han hecho es pintar carteles y escribir un protocolo de atención. Ni siquiera tiene una linea en el presupuesto del sector salud para el próximo año. O sea, es un engañabobos.

Con el SAMU ya inaugurado, Ollanta Humala casi ha cumplido todas sus promesas electorales (salvo el gas a 12 soles). Lo cual demuestra la precariedad de esas promesas. La pregunta es ¿y ahora qué hará en los próximos cinco años? Por lo pronto, tiene un país que no parece ser capaz de gobernar. Está asustado. Nadie pone orden. No sale a calmar las aguas. Ya ni siquiera lanza un Twitt salvador. Algunos asumimos que Ollanta había modernizado la sentencia cartesiana en “Twiteo, luego existo”. Pues en realidad no hacía más que aparecer en el Twitter. Pero ahora ya ni eso.

Lástima que este país que parecía caminar hacia el progreso haya caido en manos de un inepto de la talla de Ollanta y de su secta de incapaces de izquierda. Aunque ahora parece haberse dado cuenta de que es imposible gobernar con los dementes de la izquierda al costado, le saldrá cara la aventura de haberse acostado con toda la izquierda retrógrada, cavernaria, sectaria y delirante de este país. Ahora los tiene de oposición y vamos a ver si es capaz de enfrentarlo con coraje o se chupa todito.

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