domingo, 26 de febrero de 2012

Los pobres oran por Chávez, los ricos desean su muerte



Por Luis Hernández Navarro

Venevisión presentaba el Chavo del 8 cuando, entrada la noche del 23 de febrero, irrumpió la cadena nacional en las estaciones de televisión de Venezuela. La difusión de la popular serie mexicana fue interrumpida para dar paso a la transmisión del homenaje a Hugo Chávez que en ese momento se realizaba en el teatro Teresa Carreño de Caracas.

En la panadería-cafetería de Santa Mónica, municipio Libertador, distrito de Caracas, zona de familias acomodadas, varias parejas conversaban y tomaban café mientras veían la televisión. Nada más apareció el presidente en pantalla, varios comensales comenzaron a despotricar en voz alta. Cuando Chávez comenzó a hablar, un parroquianos exclamó:

-Eso es mentira. Es una patraña. Ese tipo no está enfermo.

La mujer que lo acompañaba fue más lejos: Es un perro.

De maneras distintas, la escena de la cafetería de Santa Mónica se ha repetido en los barrios pudientes de Venezuela. Ante el deterioro de la salud del mandatario, muchos habitantes reaccionan con una mezcla de desconfianza y deseos de que Chávez muera.

El odio de clase está a flor de piel. También las expresiones más descarnadas de racismo. Y el viaje del comandante a Cuba para operarse parece haberlos exacerbado.

En la Venezuela de hoy, la lucha de clases se ha intensificado en el contexto de la sucesión presidencial, la multiplicación en todo el territorio de ocupaciones populares de predios urbanos abandonados o destinados a la especulación -avaladas por Miraflores (residencia presidencial)- y un ambicioso programa de dotación de vivienda que ha traslado a muchos pobres a vivir a zonas usualmente habitadas por los ricos.

Cadena de oración

Pero mientras en los barrios pudientes se desea la muerte del mandatario, en los humildes se pide a Dios por su salud. El 24 de febrero, a las 7 de la tarde, los habitantes de Mara, en Zulia, organizaron una cadena de oración. Somos muchos los que estamos orando, dice Flor Luzar.

Flor es orgullosa indígena añú y concejala. Los añú viven a las orillas del lago Maracaibo y son la segunda comunidad en número de integrantes de los 33 pueblos indios de Venezuela. Su nombre significa gente de agua o gente de mar. Literalmente viven sobre el agua, pues allí construyen sus viviendas palafíticas, especie de chinampa habitacional, y viven de la pesca y de producir artesanías.

Flor, luchadora social de toda la vida y guardiana de la memoria de su pueblo, sostiene que el nombre de Venezuela proviene de su etnia. Cuando en 1499 las naves de Américo Vespucio entraron en el lago de Maracaibo, los conquistadores la compararon con Venecia.

Como señalan especialistas, los añú viven en condiciones muy difíciles. Son muchos los factores que amenazan su existencia: fragilidad de su ecosistema, caracterizado como manglar-lagunar; pérdida progresiva de su lengua; dificultad para reproducir y recrear sus mecanismos identitarios en una dinámica sociocultural que les es adversa, y precarias condiciones de vida en que se encuentran.

Vestida con una bata tradicional de color amarillo bordado con dos grandes círculos verde y rojo al centro y ataviada con una tuna tallada, la piedra de la profundidad de la tierra que identifica al tótem al que se pertenece, Flor está muy preocupada por la salud del presidente. Su enfermedad, asegura, ha causado un dolor muy grande entre los indígenas.

El comandante abusa de su salud, no se cuida, dice. Pero, esa ofrenda suya, ese sufrimiento, afirma, hace que lo reconozcamos más. ¡Hasta el pelo está botando por nosotros!

Ella es gestora de un proyecto que está cambiando las viviendas tradicionales sobre el lago, construidas con estucos, láminas y cartones, por casas de pisos de cemento de 140 metros cuadrados, levantadas sobre pilotes de concreto que atraviesan el agua. Está segura de que cuando Chávez habla sobre los negros sabe lo que dice, al igual que cuando habla de indios, pues no es como los otros políticos.

Flor no olvida la deuda que los indígenas tienen con Chávez por el reconocimiento de sus derechos en la Constitución ni que los políticos de antes les decían que se tenían que civilizar. Esas garantías fueron incorporadas a la Carta Magna en la constituyente de 1999. Los indígenas participaron con tres representantes: uno por el sur, otro por el este y uno más por el oeste. Ellos venían luchando desde años atrás. Primero, hace 50 años, a través de los Consejeros Ancianos. Y con la organización Aso-Añú desde hace 18.

Antes del proceso de la constituyente, los pueblos indios habían buscado infructuosamente que el único artículo que hablaba sobre ellos, el 77, se modificara. En sentido estricto, no estaban censados y no eran ciudadanos plenos. Cuando arrancó el constituyente resolvieron que si no participaban en él, sus posibilidades de incidir en las grandes decisiones de política que afectaban a su pueblo iban a desaparecer. Y se metieron a fondo.

Durante los debates de la constituyente y sus leyes reglamentarias surgieron conflictos con la legislación, con la ley acuática y con los militares, quienes insistían en cuidar la soberanía que, según ellos, estaba amenazada por las reivindicaciones autonómicas de los indios. Los pueblos acuáticos demandaban que se reconociera su derecho al hábitat, pero muchos asambleístas se negaron. Para los añú era una cuestión central. Si se aprobaba el derecho al territorio pero no al hábitat su cultura acuática no tendría, desde su punto de vista, protección ni posibilidades de sobrevivir.

Previamente a la instalación de la constituyente, representantes de las etnias se trasladaron a Caracas para presionar en favor de sus demandas. Cuando las cosas se atoraron fueron a manifestarse frente a Chávez. El presidente los escuchó, abogó por ellos ante los militares y finalmente logró que se destrabara el punto y se incorporara al texto su derecho al hábitat, que ya había sido adoptado por el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. En 2002, algunos de los militares que habían estado contra ellos participaron en el golpe de Estado contra el gobierno legítimo.

Finalmente la constituyente aprobó un capítulo completo, con ocho artículos. sobre los derechos de los pueblos indios, del que están muy orgullosos. En su preámbulo reconoce la igualdad de todos los venezolanossin discriminación ni subordinación alguna, y en el capítulo ocho incorpora las garantías de los pueblos indígenas, incluida la de ser pueblos. Reconoce además el uso oficial de las lenguas indígenas, por constituir patrimonio cultural de la nación y de la humanidad.

Flor afirma que, gracias a Dios y al comandante Chávez, desde entonces las cosas son diferentes para ellos. Sus sueños se están haciendo realidad. Hace 13 años, dice, sentíamos discriminación. Hoy, ya no.

Luis Caldera, indígena como Flor pero del pueblo wayuú, ingeniero con maestrías en educación y medio ambiente, además de ser alcalde de Mara y promotor chavista del socialismo indoamericano, cuenta cómo antes, en los campos petroleros de Maracaibo, se hablaba inglés y hoy se están recuperando las lenguas indígenas. Chávez, dice, nos ayudó a tener esperanza, la esperanza que nace de saber que estamos construyendo nuestro propio destino.

El 24 de febrero, en una reunión para dar a conocer al Consejo Comunitario el programa de vivienda en una de las comunidades de Mara, celebrado en el templo de la iglesia cristiana-evangélica Fuente de Agua Viva, explicó la relación entre socialismo, fraternidad y solidaridad en el socialismo chavista. Y, cuando pidió por la salud del comandante Chávez y dijo que Dios sería su médico, un grupo de mujeres indígenas humildes, ataviadas con sus mejores prendas, respondieron: ¡Aleluya!

Y es que, a diferencia de muchos habitantes de Libertador, donde se desea la muerte del presidente, como dice Flor, entre los pueblos wayuú y añú aquí todos queremos que el comandante sane. No sólo porque no hay nadie cerca de él que lo pueda sustituir, sino porque nos hizo ver lo dignos que somos.

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