En todo este recorrido uno ha podido escuchar, a veces sin siquiera preguntar, historias de todo tipo sobre una tal ‘Goya’. Los relatos más creíbles hablan de una mujer que, pese a su presencia casi invisible, controla todo el negocio de la minería informal en el pueblo y que ha acumulado una riqueza tal que hasta tiene una casa en Estados Unidos. Hay quienes dicen haberla visto pasear con una botella de gaseosa repleta de láminas de oro obtenidas en Huepetuhe, y que en las fiestas ella sacude y hace sonar a modo de matraca. De esto hay muchos testigos, incluidos antiguos choferes y guardaespaldas suyos. Pero también hay quienes comentan –pero sin que nadie más escuche– que hay varias mujeres jóvenes y foráneas que han desaparecido en sus concesiones mineras en ritos extraños relacionados con pagos a la tierra. De esto no hay testigos, y tampoco hay –por ahora– modo alguno de comprobarlo, pero es parte de la oscura leyenda que rodea a este personaje. Gregoria Casas Huamanhuillca, ‘Goya’, no se deja ver. A menos, claro, que ella quiera.
La historia de la minería informal en Madre de Dios es la historia de Huepetuhe, pero la historia de Huepetuhe es la historia de ‘Goya’. Y cada una es más sórdida que la otra.
LAS FIRMAS DE LA INFORMALIDAD
“Claro, aún hay mucha informalidad, pero eso es culpa del Estado, que no está presente”, se lee en una página del diario El Madrediosense de noviembre del 2007. La frase pertenece a Cecilio Baca Fernández, uno de los primeros pobladores de Huepetuhe. Cusqueño de nacimiento, Cecilio pisó Madre de Dios a mediados del siglo pasado para cumplir su servicio militar obligatorio. Atraído por la industria maderera, que por aquel entonces empezaba a tomar impulso en esta región del país, llegó a Huepetuhe, que en el dialecto arasaire-harakmbut significa ´río de tigre’.
Un día, Cecilio buscó a una mujer. Al principio fue su sirvienta, pero con el tiempo se convirtió en su esposa. Gregoria Casas Huamanhuillca no sabía –no sabe aún– leer ni escribir, pero era muy rigurosa con las cuentas. Poco a poco, ambos fueron adquiriendo terrenos que primero habían sido explotados para extraer madera, pero que debajo de la superficie estaban llenos de oro. Con el paso de los años, un pueblo entero se formó alrededor de las concesiones mineras. De hecho, la zona ‘urbana’ de Huepetuhe se estableció sobre lo que es una concesión minera de esta temida familia. Y el pueblo es suyo desde el punto de vista comercial, pero también político: Cecilio fue su alcalde cuando este lugar pasó de ser centro poblado menor a distrito.
El registro de concesiones mineras en Madre de Dios indica que ‘Goya’ maneja cuatro concesiones, que en total suman 700 hectáreas, mientras que Cecilio –de quien luego se divorció, aunque mantienen los mismos vínculos comerciales– es titular de otras cuatro concesiones que suman, en total, 845 hectáreas. Ambos, además, tienen otras concesiones en proceso de trámite por un total de 600 hectáreas. En Huepetuhe nadie entrega facturas ni boletas, no hay sucursales bancarias ni controles fiscales. No hay siquiera cajeros automáticos. Por esta razón nadie sabe exactamente cuánto oro extrae esta familia, la más poderosa de la región, ni cuánto dinero moviliza cuando se traslada de Cusco a Madre de Dios y viceversa en sus modernas camionetas, resguardada siempre por guardaespaldas, llevando el dinero –que no es poco– en efectivo. En un sector de la zona de trabajo minero, a la que ningún foráneo tiene acceso, ‘Goya’ mandó colocar una placa en la que se lee “Grupo Baca”. Hace pocas semanas, sus tractores ingresaron a un terreno que era ocupado por los llamados ‘mineros sin tierra’ (que vienen de paso, extraen oro y se van) y derrumbó sus campamentos para utilizar ella ese espacio. Este es su imperio. Huepetuhe se debe a ella y ella se debe a Huepetuhe, por más indigna que esta ecuación resulte.
No hay cifras exactas, decíamos, pero sí cálculos cercanos. Hace pocos meses, técnicos del Gobierno Regional de Madre de Dios tomaron, a modo de muestra, las concesiones ‘Cecilio Gregoria’ y ‘Aluvial 93’, pertenecientes a esta familia. Encontraron que al día en estas concesiones se moviliza un promedio de 960 metros cúbicos de tierra con un equipo básico conformado por un cargador frontal y un volquete. Extendiendo esta cifra a toda la maquinaria instalada en la zona, se dedujo que en Huepetuhe y sus alrededores se comercializa alrededor de 450 kilos de oro al mes. Si se calcula que 1 kilo de oro equivale a US$60.500 (cada onza se cotiza en US$1.716), deducimos que la cantidad de dinero que aquí se moviliza es obscena (unos US$27 millones al mes).
Todos los días, a toda hora, en algún rincón de este pueblo se está extrayendo, vendiendo y comprando oro. Y, según revela un funcionario –que prefiere mantenerse en el anonimato , por seguridad– de la oficina de Fiscalización de la Dirección Regional de Energía y Minas, en todo el proceso (extracción, venta, compra) se infringe una cadena interminable de normas ambientales, laborales y legales, cuyas sanciones resultan siendo parte del problema. Un ejemplo: en la resolución 031-2004 del Ministerio de Energía y Minas, promulgada el 3 de febrero del 2004, se da cuenta de una inspección llevada a cabo en tres concesiones pertenecientes a Cecilio Baca y Gregoria Casas, para verificar el cumplimiento de normas ambientales, laborales y de higiene minera. A modo de sanción, se exigió un pago de S/.10.602,04. Cuando el ministerio anunció que aplicaría un cobro coactivo por el incumplimiento del pago correspondiente, ‘Goya’ visitó personalmente la oficina de la Dirección Regional de Energía y Minas y aseguró que ya había cancelado ese monto al Banco de la Nación, y hasta mostró los sellos de caja que le fueron entregados. Ella no podía leerlos por su condición de analfabeta, pero sí sabía exactamente para qué sirven estos papelitos. Un par de llamadas a los directivos del banco y un cruce básico del registro de ingresos demostraron que ‘Goya’ había falsificado los vouchers. Tiene suficiente dinero como para pagar multas aún mucho mayores, y lo ha demostrado más de una vez: antiguos funcionarios de la oficina de la Sunat en Madre de Dios cuentan que en una inspección llevada a cabo en Huepetuhe se exigió personalmente a ‘Goya’ el pago de varios cientos de miles de soles por concepto de multas por evasión, y que ella le pidió a un empleado suyo que le alcanzara un maletín y allí mismo, frente a los funcionarios estupefactos, contó cada billete y cada moneda y pagó su multa en efectivo. Pero en aquel caso, cuando ‘solo’ debía pagar S/.10.602,04, prefirió falsificar un papel. La resolución, firmada por el entonces ministro Hans Flury, dictaba iniciar acciones legales contra esta familia.
Esa fue la primera huella de ilegalidad que dejaron en su camino los magnates del oro en Madre de Dios. La primera, pero no la única.
LA SELVA YA NO ES VERDE
Había una piscina en Huepetuhe, la única del pueblo. Era parte de un hotel medianamente decente, de cinco pisos, de habitaciones con vista al río. El edificio ahora luce abandonado, torcido hacia un lado, y la piscina –que ocupaba el cuarto piso– está ahora en el primero. Los tres primeros pisos están enterrados bajo varias capas de relaves mineros que se han desplazado con el paso de los años. De hecho, ocurre cada cierto tiempo: los habitantes de este pueblo se dan cuenta de que el muro arenoso de contención, que años atrás fue levantado, está próximo a ser sobrepasado, lo que significa el inminente desembalse de los ríos de barro y mercurio seco. Y no hay cómo detenerlo. Hay comerciantes que, bajo lo que es ahora son sus tiendas, tienen acumulados productos –repuestos para camiones, motores, herramientas– que no pudieron recuperar. Y, ni modo, compraron un poco de madera y levantaron un piso nuevo. Y así. La vida no se acaba en Huepetuhe porque hay oro y porque ‘Goya’, el eje de esta economía infestada de ilegalidades, necesita que trabajen para ella. Hay que extraer oro y rápido; luego habrá tiempo para pensar en una nueva piscina.
Un periodista de un canal de televisión de Madre de Dios es uno de los pocos que ha logrado entrevistar a ‘Goya’. Ella lo citó, junto a un grupo reducido de personas, en uno de sus campamentos. Para llegar a este lugar se debe atravesar la carretera de Huepetuhe, que en realidad era el río, pero en vez de agua hay relaves mineros que el sol seca y por los cuales perfectamente se puede transitar, incluso en los camiones más pesados. No hay río y por lo tanto no existe aquí un solo pez. El periodista recuerda que ‘Goya’, para jugar un poco con la idea de hasta dónde puede llegar su riqueza, les sirvió camarones, un plato físicamente imposible de obtener en la zona. Ese mismo reportero, por criticar a los poderosos gremios mineros de Madre de Dios, ha sido agredido e insultado y ahora ‘colecciona’ mensajes de voz amenazantes en su celular.
Pocos son los dueños de Huepetuhe; dueños, se entiende, en sentido comercial, que es el único orden aquí. Algunas de las mayores fortunas locales pertenecen a las familias Cosme Quispe y Huaquisto, así como a la empresa Sur Amazónico –todos estos dedicados, también, a la extracción de oro informal–, pero en cantidades muy menores comparadas con la enorme porción de territorio que pertenece a las familias Baca Casas, Baca Fernández, Baca Gutiérrez y Baca Condori; es decir, a Cecilio Baca, Gregoria Casas y sus hijos. Uno de ellos, Marco Baca, llegó a ser presidente de la federación de mineros locales, y representante, casi al mismo tiempo, de la concesionaria de Volvo en el lugar. Es decir, el poder económico de esta familia no tiene límites. En sus dominios ocurre de todo: luego de una inspección llevada a cabo a finales de junio del 2010, y en la que participaron inspectores laborales y representantes de la Fiscalía Especializada en Materia Ambiental de Madre de Dios, se sometió a investigación a 12 empresas locales, entre ellas ‘Baca Fernández Cecilio’ y ‘Goya’, que han acumulado denuncias por informalidad laboral. Esto, por cierto, es un eufemismo de lo que realmente ocurre en estos campamentos, donde la explotación y marginalidad y la ausencia de condiciones mínimas de seguridad es lo más común.
Años atrás, cuando ya el imperio de ‘Goya’ marcaba un rumbo sostenido gracias al incremento en el precio internacional del oro, otros mineros informales y artesanales se desplazarían y buscarían nuevos territorios a los cuales ingresar sin ningún tipo de control. Huepetuhe era ya, y es y seguirá siendo, un enorme forado, un tajo mal abierto. Las fotos aéreas que acompañan estas páginas así lo demuestran. Por cierto, imágenes muy similares componen el póster que venden algunos ambulantes en la plaza de Armas de Puerto Maldonado, bajo el eslogan “Huepetuhe, capital peruana del oro”. En ellos aparecen, sin pudor alguno, los cerros ya pelados y las enormes máquinas y el pueblito reducido, casi escondido. Solo se han borrado, quizá por estética simple, las imágenes de los gallinazos que abundan en el lugar. Huepetuhe representa el inicio de la decadencia de Madre de Dios.
Aún queda la impresión de que en la capital de Madre de Dios, la capital de esta región, los problemas siguen siendo otros. Cuando Mick Jagger viajó de Cusco a Puerto Maldonado, en octubre del 2011, en medio de diplomas y medallas y llaves de la ciudad y otras condecoraciones folclóricas, él les comentó a algunas autoridades presentes un problema que vio desde la pequeña ventana de su avión: el lado oscuro y marrón y ya perdido de la selva.
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