viernes, 9 de marzo de 2012

Chocolate suizo y la selva amazónica



Escribe: José Álvarez Alonso / Biólogo, Investigador del Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP)

Me lo cuenta Kay, un amigo suizo en mi casa por estos días: al contrario de lo que la gente suele decir, en Suiza sí se produce cacao. ¿Será posible cultivar una planta tropical como la del cacao en un clima alpino como el de Suiza? Por supuesto que sí, hoy con la tecnología se consigue casi cualquier cosa (dicen algunos ingenuos). El problema es el costo. Efectivamente, en el zoológico de la ciudad de Zurich, y más específicamente en un invernadero climatizado con especies de la selva amazónica, crecen unas cuantas plantas de cacao. Con su fruto se fabrica el cacao más especial de Suiza, apenas 100 tabletas al año, que se venden como curiosidad a más de 30 dólares la unidad.

¿Podría producir Suiza el cacao que necesita para fabricar sus mundialmente famosos chocolates? Éste es otro cantar, gastaría todas las reservas de los bancos de Zurich, incluidas las cuentas bancarias de un montón de ex dictadores, narcos y ladronazos ex presidentes latinoamericanos, y todavía no sería suficiente para construir y calentar suficientes invernaderos; y esto sin hablar de la calidad, que sería probablemente muy inferior a la del cacao de nuestro Huallaga central, por citar una cuenca cacaotera del Perú. ¿Para qué, además, hacer algo así si el cacao se produce muy bien en otros países y se compra barato? Otro ejemplo: en un jardín al lado del Pentagonito, en Lima, hay unas decenas de plantas de café, que llegan a producir algunos frutos, pero tan miserables que a nadie se le ocurriría preparar café con ellos. ¿A algún limeño con uso de razón se le ocurriría cultivar café en Lima, cuando el mejor del mundo se produce apenas a unos cientos de Km en Cusco?

Llevo décadas escuchando a la gente hablar de los más variopintos proyectos agrícolas y pecuarios para la Amazonía, basados todos, o la mayoría, en especies exóticas, muchas de las cuales están adaptadas a otros climas y otros tipos de suelos. Una cosa es producir, y otra producir rentable y competitivamente. Deberían estudiar un poco de historia. Muchos soñadores (ilusos) han empeñado en el pasado vida y hacienda en convertir a la Amazonía en un emporio agroindustrial, con pésimos resultados.

En Perú se tiene memoria del fallido proyecto ganadero de Le Tourneau en Tournavista, con base en una concesión de 400,000 ha otorgada al norteamericano por el Estado peruano en el río Pachitea, en la selva central. Sin embargo, los mayores emprendimientos -y también los mayores fracasos- se produjeron en Brasil. Otro norteamericano, el famoso empresario de automóviles Henry Ford, intentó en los años 30 cultivar caucho para abastecer sus industrias y fundó en el estado de Pará la ambiciosa Fordlandia. Luego de más de 200 millones de dólares de pérdidas (al cambio actual) y de decenas de millones de árboles talados por gusto, Ford se convenció de su fracaso y se retiró de la zona. A pesar de ser una especie amazónica, los monocultivos de caucho fueron aniquilados por las plagas.

Cuatro décadas más tarde fue Daniel Ludwig, otro ingenuo norteamericano, el que intentó convertir dos millones de hectáreas de bosques amazónicos en el mayor emporio productor de pasta de papel del Mundo. La historia se repitió, y luego de varios miles de millones de dólares de pérdidas y otras decenas de millones de árboles talados para sustituirlos por una especie asiática (Gmelina arborea) Ludwig transfirió su fracasado proyecto Jari a los brasileños, a cambio de que asumiesen las deudas. Ambos, igual que otros antes y después, olvidaron que la tecnología tiene sus límites frente a las enormes limitaciones del clima y de los suelos amazónicos.

Los suizos, tan eficientes ellos en manejar sus industrias y su economía, también pagaron la novatada en la Amazonía: de triste recordación es su fracasado proyecto ganadero en Jenaro Herrera. De nuevo cayeron en la trampa de creer que era sólo cuestión de tecnología: trajeron los mejores técnicos suizos en crianza de vacunos, los mejores reproductores, los mejores pastos, talaron varios cientos de hectáreas de bosques y embaucaron a unos cuantos campesinos ilusos que creyeron que se embarcaban en el proyecto de su vida. A los pocos años se convencieron de que los suelos amazónicos no inundables sólo sirven para eso, para bosques, y hoy la mayor parte de los pastos sembrados en los años 70 están remontados; solamente sobreviven un par de lánguidas ganaderías familiares. Si en vez de un programa ganadero los suizos hubiesen impulsado un proyecto de manejo de bosques, quizás otro gallo cantaría en Jenaro Herrera a estas alturas…


En Loreto hemos visto intentar sembrar y criar de todo, y algunos ignaros siguen promoviendo cultivos foráneos y preconizando crianzas que están condenados de antemano al fracaso. El conocimiento y reconocimiento de nuestras potencialidades y limitaciones, tanto en términos productivos como logísticos y socioculturales, es la base del desarrollo sostenible.
Otro aspecto a tener en cuenta, además del económico, es el ecológico: en estos tiempos de cambio climático, los bosques cumplen funciones importantísimas como sumideros de carbono y reguladores del clima, y sólo deben ser talados para producción de alimentos. Es irracional que se cambie una hectárea de bosque, que alberga cientos de especies y una biomasa de cerca de 1000 toneladas, por media vaca flaca (se necesitan dos hectáreas en suelos de altura para mantener una vaca).

La gran lección de Suiza es que hay que conocer la propia realidad para lograr un desarrollo realmente sostenible: este país, me dice Kay, no tiene recursos de ningún tipo, salvo laderas montañosas aptas para pastos de vacas. Por eso, además de productos lácteos, se han dedicado a desarrollar el rubro de servicios, y a darles valor agregado a materias primas de otros países. Y mira que les ha ido bien, pues es uno de los países con mayor renta per cápita del Mundo.

La Amazonía no va a ponerse a competir con Suiza en servicios bancarios, ni con California en tecnología cibernética, pero sí puede competir ventajosamente en servicios recreativos (turismo), y con recursos de la biodiversidad amazónica, especialmente en el rubro de los nutracéuticos, los fitomedicamentos, y algunos frutos amazónicos con cualidades especiales de alta demanda en el mercado (antioxidantes, omegas, etc.). Y mejor si los recursos son cosechados de bosques manejados que sembrados en plantaciones. Así que dejemos de inventar la pólvora y miremos los trasteados caminos del fracaso que han dejado los predecesores antes de emprender aventuras productivas ajenas a nuestra realidad.

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