viernes, 16 de marzo de 2012

La emoción Vallejo



Se cumplen hoy 120 años del nacimiento de César Vallejo en Santiago de Chuco, en la sierra liberteña. En torno a esta fecha han surgido afirmaciones y conjeturas que desfiguran la vida y la obra del poeta mayor del Perú, cuya dimensión universal ya nadie niega.

Una de las alegaciones busca negar la pobreza que Vallejo padeció la mayor parte del tiempo que vivió en Europa. Puedo adelantar que este domingo publicaré en este diario testimonios fascinantes y, además, irrefutables al respecto. Uno de ellos corresponde a Ernesto More, amigo fraterno de Vallejo desde antes del viaje a Europa. Cuenta More cómo durante tres años compartió en París el yantar vallejiano: papas con ají, coronadas con un infaltable vino rouge, es decir tinto. En uno de los testimonios se recuerda que Vallejo, Georgette y sus amigos solían acudir al restaurante creado para los artistas escasos de fondos.

La información que publicaré no se refiere sólo a la pobreza dramática del autor de Trilce. Exhibe asimismo su humor. En
París, en diálogos con Desirée Liewen, compañera de bohemia con Vallejo, Gonzalo More, Anaís Nin (etiquetada como pornógrafa por ciertas editoriales), aprendí que el poeta era de humor agudo, aunque a veces, cuando bebía, no ocultaba las lágrimas.

Georgette, la viuda de Vallejo, me refirió lo mismo. Con una nota especial. Ocurría que él podía estar derrochando bromas y risas; pero cuando le tomaban fotos, de pronto, sin transiciones y sin pose, su rostro aparecía abatido por la tristeza. Es el caso, me explicaba Georgette, de la instantánea en el jardín de Luxemburgo.

Sobre el humor de Vallejo hay más de una anécdota. Por ejemplo, cuando, haciendo cola en la Biblioteca Nacional, por un movimiento sin maldad, lanzó al suelo los anteojos de don Pedro de Osma, uno de los hombres más ricos del país y dueño del diario La Prensa. Se produjo el siguiente diálogo:

-¿Usted sabe lo que ha hecho? preguntó don Pedro. ¿Usted sabe quién soy yo?

-No, señor, contestó Vallejo.

-¡Yo soy Pedro de Osma! exclamó el potentado.

-¡Y qué culpa tengo yo, señor! comentó el poeta.

En su adolescencia, Vallejo fue obrero en la mina de Quiruvilca. Cuando tenía 20 años trabajó de ayudante de contador en la hacienda azucarera Roma. En ese puesto estaba en 1912, cuando se produjo la matanza de Chicama, que en la hacienda Roma cobró cientos de vidas.

El poema inicial de Los Heraldos negros condensa la poética de Vallejo: “hay golpes en la vida tan fuertes… Yo no sé!”. Un plagiario cubano escribió 30 años después: “Hay golpes en la vida muy fuertes ¡ay de mí!”. La verdad humana de Vallejo rebajada a queja personal, casi a dolor de muelas.

Vallejo nos enseñó lo que es poesía, tan lejos de muchos versos de nuestro tiempo, perdidos en la descripción sin alma y el corto circuito sensiblero.

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