Han pasado veinte años desde el golpe del 5 de abril de 1992. El país perdió esa noche la libertad y pocas horas después la perdí yo también. A la sombra de lo pasado, ¿puedo escribir con justicia sobre ese día y esos años? Creo que sí.
La primera vez que leí las palabras del título fue en la novela de Alejandro Dumas que continúa a “Los tres mosqueteros”. Era la edad en la que veinte años duplican tu vida, parecen eternos y mucho más si uno ve lo que el tiempo le hizo a los magníficos mosqueteros y a lo que parecía su indestructible amistad.
Veinte años son eternos cuando uno tiene diez, pero siguen siendo largos cuando se ha cruzado la desguarnecida frontera de los sesenta. Así que, dado que el espacio es más bien breve, abordaré las preguntas inevitables sobre el 5 de abril de 1992 y sus consecuencias, en la perspectiva de este largo desenlace.
¿Hubo alguna razón de fondo para el golpe del 5 de abril? Solo una, y esta fue apropiarse del Poder para no soltarlo nunca. El plan de Montesinos– con el que convenció a Fujimori en fecha tan temprana como diciembre de 1990– fue utilizar la emergencia que vivía el Perú por la debacle económica de García y el crecimiento de la insurrección senderista, para abrogar el sistema democrático y reemplazarlo por un régimen de mano dura inspirado en las dictaduras militares derechistas de la década del 70, con dos diferencias importantes: 1) un líder civil, no tanto en el molde de Bordaberry sino en el de Kagemusha, aunque sin una pizca de la nobleza final de este personaje; 2) el órgano central de gobierno dejaría de ser la Fuerza Armada para pasar al Servicio de Inteligencia Nacional, que a su vez tendría un títere como jefe formal y otro real.
Ese fue el cambio fundamental en el esquema de la nueva dictadura, que tardó un tiempo en aplicarse del todo. El año decisivo fue 1991. Entonces, el SIN se convirtió en la cabeza del sistema de inteligencia primero y del de seguridad en su conjunto después. Luego de afianzado el modelo autoritario fujimorista, el SIN se convirtió en la primera instancia de Gobierno en el país, en el ámbito de seguridad, por cierto; y también en el legislativo, judicial, fiscal… y en el económico, sobre todo si había que robar.
¿Fue necesario el golpe del 5 de abril para vencer a Sendero Luminoso? Esa es quizá la mayor falacia entre los argumentos avanzados y sostenidos para justificar el golpe de Estado. En cuanto a la insurrección senderista: 1989 fue un año crucial. Las acciones de la guerra interna cubrían ya casi toda la nación y era evidente que el desenlace se acercaba. Sendero proclamaba haber alcanzado la paridad estratégica y declaraba la década siguiente, la de los 90, como la de “conquista del poder”. Las fuerzas de seguridad, por su lado, concentraron el planeamiento y control de operaciones en el Comando Conjunto. El sistema tuvo muchas imperfecciones, pero fue, con tardanza, la respuesta integral a una insurrección nacional.
Ese mismo año, de manera mucho más modesta y silenciosa, se constituyó la pequeña unidad del GEIN dentro de la Dircote. Por humilde que fuera, se trataba de un concepto audaz en la lucha antisenderista, auspiciado por el ministro Agustín Mantilla y el jefe policial Fernando Reyes Roca, con antecedentes en la labor de oficiales ilustrados de la Dincote de los 80, como Javier Palacios; y en la metodología del primer GEIN: el grupo antidrogas que dirigió el general PIP Edgar Luque en los años 70.
Con la poca ayuda que pudo proporcionar un gobierno en debacle económica, el GEIN empezó a funcionar y algunos meses después, en junio de 1990, siendo todavía Alan García presidente, incursionó en la casa de Monterrico y capturó un verdadero tesoro documentario, que supo analizar rápido y bien; y con eso cambió el curso de la guerra.
Con pistas firmes y metodología impecable, el GEIN desbarató aparato tras aparato de Sendero Luminoso, sin darles descanso; y pronto ese grupo policial se convirtió en la mejor esperanza de victoria.
En 1991, Montesinos y el que firmaba las órdenes, Fujimori, buscaron penetrar, o impregnar, al GEIN con el grupo Colina, que era su destacamento especial de acción. Cuando, como era inevitable, se desató la crisis entre ambos grupos, este último se pudo salvar gracias a la intercesión del entonces jefe de Estación de la CIA, que había visto su eficacia. El deseo de Montesinos de restablecer una estrecha relación con la Agencia (cosa que logró), salvó al GEIN de sus represalias y le permitió continuar operaciones.
Poco después se produjo la captura de Abimael Guzmán, la acción que decidió la guerra, en la que ni Montesinos ni Fujimori tuvieron arte ni parte. Lo que sí hicieron fue confiscar el mérito de la victoria y presentarlo como resultado de su supuesta estrategia. Siendo Fujimori el gobernante, la gente le creyó y el resultado fue que esa hazaña policial, que demostraba la fuerza de los métodos democráticos, terminó siendo utilizada por una dictadura corrupta y deshonesta para afianzarse por años en el poder.
¿Cuál es el legado de la dictadura? Si uno compara la situación de hoy con la que imperaba en 1995 o incluso a comienzos del año dos mil, podría pensarse que el avance no solo ha sido grande sino ejemplarizador: Fujimori, Montesinos y Hermoza están en la cárcel, junto con varios de sus cómplices.
Doce años después de su caída, los antaño tiránicos, amenazantes e impunes usurpadores del poder democrático, comparten un largo presente penitenciario. Y durante todo ese tiempo, la democracia peruana conquistada el año dos mil, en lugar de hundirse ha prosperado.
¿Hemos dejado de vivir peligrosamente? Claro que no. Hace pocos meses tuvimos al fujimorismo en las puertas del poder, reforzado por la coalición integrada por los plutócratas y los grupos de poder e influencia que medraron bajo el fujimorato y que luego no solo evitaron enfrentar sus responsabilidades (con salas VIP, lobbies y corruptelas) sino que se encontraron hasta en mejores condiciones que antes en los regímenes venales y carentes de principios que sucedieron al primer entusiasmo democrático.
Pero, la coalición neo-fujimorista fue derrotada pese a su inmensa movilización de recursos, porque las fuerzas democráticas que se movilizaron el año dos mil, y los que eran entonces muy jóvenes pero crecieron en ese espíritu, convocaron un entusiasmo superior a esos recursos y una decisión de no permitir que quienes llegaron al poder a través de la democracia, para asesinarla, pudieran perpetrar el crimen una vez más.
El seis de abril de 1992, el primer día bajo la dictadura, vi amanecer el nuevo día de la nueva era oscura, desde la ventana enrejada de un calabozo en el SIE. No sabía, sinceramente, cuántos amaneceres más me tocaría ver, pero cabía una fuerte posibilidad que fueran pocos.
Aún entonces no tuve duda de que los usurpadores no envejecerían en el poder. Luego he tenido la fortuna de pasar por veinte años más de amaneceres, en tiempos frecuentemente intensos, difíciles a veces. Estuve entre quienes lucharon por la democracia el año dos mil, y ganaron.
Quizá no fue como debió ser, pero nada impide mejorar lo que necesita reforma. Lo importante es que hemos crecido, que no hemos retrocedido, que hemos conservado y defendido la libertad que conquistamos el dos mil después de haberla perdido el 92, y que la seguiremos defendiendo con éxito mientras duren nuestras vidas… tanto las de quienes hemos extendido largamente la madurez, como las de quienes no pierden todavía su ilusionado verdor.
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