sábado, 12 de noviembre de 2011

¿Qué es un político peruano?


Por Herbert Mujica Rojas

Con excepciones contadas, un logrero cuyo mejor éxito constituye, no el bien de la nación en sus preteridas mayorías nacionales, sino el lucimiento frente a cámaras televisivas, micrófonos radiales y medios escritos urbi et orbi. Su mejor blasón es la incultura y desconocimiento de que da cuenta hasta en la inflexión de la voz ora espontánea ora delicadamente diafragmática. Vive navegando en la epidermis y olvida el coágulo social que anida explosivo en todas las regiones del Perú.

Verbi gracia: carece de visión geopolítica. En plena guerra jurídica con Chile por delimitación marítima, el 95% de los políticos peruanos, oblitera en cada una de sus declaraciones frecuentes el intríngulis, por una razón fundamental: ignorancia, descarada desinformación puntual, histórica y de las constantes que signan nuestra difícil vecindad con el país del sur. Por esa palurda razón asemeja al español del chiste que jamás había visto una jirafa y cuando se la mostraron, afirmó con subrayada energía: ¡ese animal no existe!

Más aún, hoy viene en visita importantísima el presidente de Bolivia, Evo Morales, a reunirse con el mandatario Alan García y a renovar o reimpulsar Boliviamar en Ilo. Las implicancias extraordinarias de esta arquitectura han sido esculpidas por la instruida y eficiente cuanto que hábil batuta de nuestro embajador en el Altiplano, Manuel Rodríguez Cuadros. Los políticos prefieren olvidar, es decir comportarse como genuinos burros, que fue Rodríguez Cuadros quien logró torcerle el cuello al presidente chileno Ricardo Lagos y le hizo reconocer la existencia de un tema limítrofe marítimo más de un lustro atrás. Llevar a la Corte de La Haya a Chile tiene su primera piedra fundamental en esta acción clave en que incurrió el ex canciller en el mismo Palacio de La Moneda en Santiago.
 Desvergonzados e inmorales que ayer nomás veían sus nombres en el fango de cuitas impropias para funcionarios de Estado, hoy proclaman la chance de hacer alianzas para sus ambiciones presidenciales. Algo así como el criminal que asesina a la democracia que pretende hoy el coro adláter que limpie sus porquerías. Capituleros y mediocres no atisban siquiera qué es lo que han hecho, tan embebidos de su angurria de ganar dinero con oscuridades de todo calibre.

Poquísimos días atrás el semanario Hildebrandt en sus Trece ha denunciado un asunto que implica la desventaja y virtual quiebra de importadores peruanos de cereales del Canadá y de cómo su desprotección augura el anuncio nefasto de una reacción en cadena hacia el fondo abisal porque el Estado no protege como es debido a sus connacionales. ¡Y ningún político peruano ha dicho: esta boca es mía! Por buida estupidez, sin duda alguna y también por pereza genética de estudiar los barruntos de un antiimperialismo constructivo y multipartidario que ampare al frente único de trabajadores de pequeñas y medianas empresas como política de Estado. ¿Se pretende decir que los empresarios nacionales no deben estar unidos?

Don Manuel González Prada escribió sobre la institución que está en Plaza Bolívar:

“¿Qué es un Congreso peruano? La cloaca máxima de Tarquino, el gran colector donde vienen a reunirse los albañales de toda la República. Hombre entrado ahí, hombre perdido. Antes de mucho, adquiere los estigmas profesionales: de hombre social degenera en gorila politicante. Raros, rarísimos, permanecen sanos e incólumes; seres anacrónicos o inadaptables al medio, actúan en el vacío, y lejos de infundir estima y consideración, sirven de mofa a los histriones de la mayoría palaciega. Las gentes acabarán por reconocer que la techumbre de un parlamento viene demasiado baja para la estatura de un hombre honrado. Hasta el caballo de Calígula rabiaría de ser enrolado en semejante corporación.” (Los honorables, Bajo el oprobio, 1914).

Más aún fulminó:

“¡Oh manía legiferante de los políticos peruanos! Quieren improvisar hombres a fuerza de imponer leyes: no hay organismos, y decretan funciones; no hay ojos, y exigen largavistas; no hay manos, y ordenan guantes. Quizá no existe candidato a la Presidencia, juez, diputado, bachiller, amanuense o portero que no archive en la cabeza su constitución, sus códigos, sus leyes orgánicas, sus decretos ni sus bandos. Todos guardan la salvación de la patria en algunos rimeros de papel entintado con algunas varas de proyectos y lucubraciones. ¡Cuánto político por afición atávica venida de su abuelo el conserje o de su padre el ex-senador suplente! (Cuánto sociólogo por haber oído el nombre de Comte y saber la existencia de Spencer y Fouillée). Esos políticos y sociólogos, pretendiendo conducir a las naciones, nos causan el efecto de un mosquito afanándose por desquiciar a un planeta. Ocurren ganas de apercollarles y decirles:

¡Basta de reformas y proyectos, de logomaquias y galimatías! Más de ochenta años hace que ustedes viven chachareando en las Cámaras, desbarrando en los ministerios, rastacuereando en las legislaciones y dragoneando en los puestos de la administración pública. Vayan unos a carenar buques, otros a barretear minas, otros a mondar legumbres, otros a bordar casullas, otros a manejar escobas, otros a segar hierba o quebrantar novillos.”, (Nuestros legisladores, Horas de Lucha, 1906)

No hay aún alcaldesa de Lima y ya vibran los barruntos fatales de broncas, disidencias, amenazas y divisiones ¡antes de llegar al solio edilicio! ¿Qué clase de idiotas reparte la piel del oso, antes de cazar al plantígrado? ¡No bastan los poemas sociales y mucho menos la proclamación de méritos personales de gente que nadie conoce! Urge, apremia, es de vital importancia, hacer un cambio mental, de paradigmas y comportamientos, antes que un cambio económico. Invertir el orden representa una barbaridad pseudo-sociológica. ¡Y son no pocos paniaguados por dólares y euros foráneos los que viven a cuerpo de rey, “elaborando y pensando” soluciones para los más pobres! Cinismo e hipocresía son palabras claves para entender al Perú de los últimos 200 años.

Hay mucho que denunciar y exclamar. Y sólo resta decir que el periodismo, que forma también parte de la política, no es una excepción ni un islote que pueda enorgullecerse de sus silencios, de la emisión de sus diatribas u “opiniones” o de los juicios que otorgan “inocencia” o “culpabilidad” a quien goce o carezca del amparo de sus simpatías. ¡Y no le echen la culpa a los empresarios sino a su falta de dignidad para defender la verdad de los hechos y la reciedumbre de la realidad monda y lironda!

No hay comentarios:

Publicar un comentario