Por Francoise Cavalié Apac
En 1945 los países fundadores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) acordaron impedir que las violaciones cometidas en la Segunda Guerra Mundial vuelvan a repetirse. Posteriormente en el año 1948, un 10 de diciembre, se firmó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el cual recoge en sus treinta artículos los derechos basados en el respeto y la dignidad de la persona humana, que son “los fundamentos para la libertad, justicia y paz en el mundo”. Si bien es un documento declarativo, este se encuentra positivizado en casi todas las Constituciones del Mundo, siendo la Constitución Política del Perú una de ellas.
A pesar de que la situación de los derechos humanos en el Perú ha tenido mejoras considerables en los últimos años, las violaciones a los derechos humanos continúan siendo un problema latente y de todos los días; sin ir muy lejos, el sistema de justicia y el acceso a este, es muchas veces cuestionado y con justa razón, vemos a diario como procesos que tienen años siguen sin resolverse, las víctimas claman justicia por sus deudos o familiares que han sido vejados o maltratados; las cárceles se han convertido en una institución para “nutrir las cualidades delictivas” de los presos y en muchos casos se han convertido en hogar de personas inocentes, que “viven” sin garantías mínimas dentro de los establecimientos penitenciarios.
Las crueles estigmatizaciones a las personas “diferentes”, ya sea por raza, religión, cultura, género u opción sexual, han aumentado terrible e indignantemente durante todo este año (y sin mencionar casos de los años anteriores).
Los conflictos sociales son el pan de cada día, y como si no fueran suficientes las muertes, la represión y judicialización del Derecho a la Protesta, la mala información brindada por la prensa y las autoridades mismas, sólo han logrado separar más al país, pues todos tienen opiniones contradictorias y hasta discriminatorias y racistas. Por un lado los que opinan en contra de los “revoltosos comuneros o indígenas protestantes”, y por el otro, las opiniones de una izquierda exagerada que sólo provoca miedo en la población y lo que es peor corrobora que los protestantes somos verdaderamente “unos revoltosos”.
El maltrato a la mujer en todas sus formas de expresión: verbal, física, psicológica, etc (y en este “etc.” incluyo la polémica sobre el aborto terapéutico y por violación) aún no ha sido controlada, pese al gran avance en la legislación, pero de nada sirve tener leyes si no se hacen efectivas.
Los pueblos indígenas, un tema que personalmente me motiva, emociona y preocupa mucho, sobretodo la situación en la que viven desde hace muchos siglos y años, desde la época del caucho hasta nuestros días, y además de la visión estereotipada que tienen los citadinos respecto a ellos. Pero el problema no es difícil, es más no debería ser un problema, si todos somos de la misma especie, “humana”, entonces, todos tenemos los mismos derechos. Y no sería necesaria la existencia de Convenios o Tratados para hacer respetar esto, visión que hasta un niño de 5 años lo entendería.
Y por último tenemos el Plan Nacional de Derechos Humanos que se presenta el día de hoy (creo que por la hora, ya se presentó), cuyo proceso de implementación desde finales del gobierno de Alejandro Toledo, pasando por el poco interés del gobierno de Alan García y la poca participación de la población en este último gobierno, y el no incluir puntos importantísimos en el tema de pueblos indígenas, nos dan una mala sensación y pocas ganas de celebrar o conmemorar este Día de los Derechos Humanos.
En todo caso, habría que tomarle la palabra a Kofi Annan: “¡Los Derechos Humanos son sus derechos, tómenlos, defiéndanlos, promuévanlos, entiéndanlos e insistan en ellos. Nútranlos y enriquézcanlos, son lo mejor de nosotros; denles vida!”
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