EE.UU. confirma la primera incursión de aviones no tripulados en Somalia, sexto país en el que son utilizados.
Al tiempo que Estados Unidos retira tropas de Irak y Afganistán, aumenta el número de técnicos que desde el cuartel general de la CIA en Langley o desde bases del Ejército en diferentes estados dirigen operaciones de espionaje o ataque de aviones no tripulados, los llamados drones, contra objetivos en lugares remotos. Esta versión de la guerra del futuro es ya una realidad consolidada y en plena expansión. El Pentágono confirmó ayer la primera actuación de los drones en Somalia, el sexto país en el que intervienen esos singulares artefactos.
Drone significa literalmente abejorro. Se le dio ese nombre a unos aparatos que pretendían reproducir la facilidad de vuelo de ese insecto para incrementar la versatilidad y profundidad de los aviones norteamericanos. Actualmente existen algo más de 7.000 drones, que desde 2001, pero muy especialmente en los últimos dos años, han actuado en Irak, Afganistán, Pakistán y, más recientemente, en Yemen y Libia. La mayoría son de unos nueve metros de largo, pero ya funcionan algunos de menos de un metro, y el diario de The New York Times informaba recientemente de que se está experimentando modelos hasta del tamaño de una mosca.
Estos artefactos, que en sus versiones más avanzadas pueden estar en activo en menos de una década, cambiarán por completo el concepto de la guerra y el espionaje. Darán a Estados Unidos capacidad de penetrar en los lugares más inexpugnables de forma prácticamente incontenible y obligarán a un total replanteamiento de los sistemas de ataque y defensa en todos los países.
No es ciencia ficción. La revolución está ya en marcha. Actualmente la Fuerza Aérea norteamericana entrena a más especialistas en el vuelo de los aviones sin tripulación que pilotos tradicionales para misiones de espionaje o bombardeo. Los drones fueron fundamentales para la localización de Osama bin Laden y para el combate a los insurgentes en Afganistán.
En los últimos cuatro años, EE UU ha matado a cerca de 2.000 supuestos terroristas en Pakistán con esos aviones. Los drones han sido utilizados contra Muamar el Gadafi, y una versión algo más grande de avión sin piloto, el llamado Global Hawk, es utilizada para fotografiar Corea del Norte y sirvió para seguir la evolución de la central nuclear de Fukushima.
El más conocido de los drones es el Predator, el que con mayor frecuencia es utilizado en Afganistán y Pakistán. La mayoría de ellos son dirigidos con un sencillo joystick por especialistas sentados ante pantallas de ordenadores en sus oficinas de la CIA. Despegan desde bases norteamericanas en Oriente Próximo y regresan allí tras su misión sin que nadie en esas bases haya intervenido en el proceso.
El modelo más pequeño, generalmente utilizado por el Pentágono, el llamado Raven, de 90 centímetros, es transportado manualmente por los soldados y es usado generalmente para obtener información de zonas montañosas o de acceso peligroso antes de que las fuerzas de tierra penetren en esos lugares. Actualmente está en fase de prueba una versión mejorada y también manual de este aparato que es capaz de volar a 25 kilómetros por hora y aterrizar con éxito en un espacio tan reducido como el extremo de un poste. En los modelos del tamaño de una avispa se intenta reproducir las alas y los movimientos de ese animal.
No es difícil pronosticar, por tanto, una guerra futura dirigida desde miles de ordenadores y en la que la labor de los soldados sea armar y lanzar minúsculos juguetes a cientos de kilómetros de distancia del enemigo. Entre los experimentos en marcha está incluso el de conseguir que los propios ordenadores programen la hora y los movimientos de los drones, sin apenas intervención humana.
Toda esta tecnología tiene el riesgo -como afirma Peter Singer, un experto en robótica militar y autor el libro Wired for War- de deshumanizar y reducir el coste humano de las guerras, lo que puede hacerlas más frecuentes. “Esto creará una situación en la que los norteamericanos solo arriesgarán sus máquinas, lo que reduce aún más un nivel de exigencias para la guerra que ya es hoy muy bajo”, afirma Singer en una entrevista a Mother Jones.
Los drones pueden convertir las guerras en lo que Singer llama “porno-guerras”, una mera grabación que, si se le añade la música adecuada, se parecerá más a un videojuego que a la trágica realidad de la muerte.
Visto desde otro punto de vista, la tecnología no es responsable de la crueldad humana. Todo el salvajismo visualizado en la I Guerra Mundial no impidió el estallido de otra 30 años después. Por lo demás, el desarrollo acelerado de drones puede también, como otros avances tecnológicos militares, tener aplicaciones civiles.
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