Raúl Wiener
Cuando oigo que Freddy Otárola explica la actitud de Verónika Mendoza de renunciar al Partido Nacionalista y a la bancada de Gana Perú, por el abandono de las propuestas de la “Gran Transformación” y la represión en Espinar, como que está afectada por ideas extremistas, no pienso en la congresista cusqueña sino directamente en Ollanta Humala. Porque no hay nada que separe la posición Verónika de las que sostuvo el ahora presidente durante muchos años y la que siguió sosteniendo el actual presidente en las provincias del Perú entrada la segunda vuelta y con “hoja de ruta” y todo.
Si se recuerda bien, el discurso sobre el agua y la minería en Cajamarca, que hoy es constantemente recordado en ese departamento, fue realizado en mayo del 2011, lo que hace caer por el suelo la tesis de un Ollanta que se modera porque tiene que pactar al no haber logrado mayoría absoluta en primera vuelta. En todo caso Ollanta se modera para los medios de comunicación, pero cuando tenía que verse a la cara con la que había sido su gente durante tantos años terminaba ganado por ideas que hoy su vocero ante la bancada, considera “extremistas”.
La derecha de las Alcorta, Mulder y Kenji, también quiere explicar a Mendoza con el cuentazo del viraje de primera a segunda vuelta. Tremenda falsedad. Porque si hubo un viraje apaciguador este empezó en primera vuelta, ya que Ollanta nunca creyó ganar con más del 50%. De ahí el polo blanco, la visita a Cipriani y a la Embajada USA y otros gestos conciliadores. Pero ante su gente el candidato decía que todo eso lo hacía para ganar y poderle sacar luego la M a la derecha que controlaba el poder. Por eso en las bases había otro Ollanta que se expresaba como representante del cambio. Y al lograr el 31% en primera vuelta, la mirada del candidato se dirigió casi de inmediato a los demócratas liberales ofreciéndoles garantías de respeto a la institucionalidad y a la propiedad privada, que es lo que contiene la manoseada “hoja de ruta”, que ahora se entiende como si el programa de segunda vuelta de Humala hubiera sido idéntico al de la Fujimori.
Nunca se proyectó la apertura de segunda vuelta como un pacto con los fujimoristas, apristas, castañedistas y pepekausas, sino como un frente contra el regreso de las mujeres y hombres de la dictadura corrupta de los 90 y su bloque con el extremismo de derecha. ¿Cómo es que ahora los que interpretan las alianzas del 2011, son justamente los que votaron por Keiko? Por lo demás nadie dijo, salvo Rosa María Palacios, que la “hoja de ruta” hacía extremista a la “gran transformación” y convertía en parias a los que seguían creyendo que el Perú necesitaba de cambios mucho más profundos que pequeños programas sociales de pobres focalizados en algunas provincias.
Ollanta el extremista nació en Locumba en octubre del año 2000, prometiendo fundar un nuevo Ejército y limpiar al país de corrupción. Ese mismo señor fundó un partido contra la política neoliberal y la represión a las luchas sociales. Pero desde el comienzo de las elecciones empezó a hacer concesiones a sectores de la derecha que nunca fueron claras para el pueblo y para el partido, a los que nunca explicó su nuevo proyecto. Ni siquiera lo hizo con sus congresistas como lo prueba el caso Mendoza. Y ahora el que rechaza este cambiazo es “extremista” y merece el fuego eterno.
Si se recuerda bien, el discurso sobre el agua y la minería en Cajamarca, que hoy es constantemente recordado en ese departamento, fue realizado en mayo del 2011, lo que hace caer por el suelo la tesis de un Ollanta que se modera porque tiene que pactar al no haber logrado mayoría absoluta en primera vuelta. En todo caso Ollanta se modera para los medios de comunicación, pero cuando tenía que verse a la cara con la que había sido su gente durante tantos años terminaba ganado por ideas que hoy su vocero ante la bancada, considera “extremistas”.
La derecha de las Alcorta, Mulder y Kenji, también quiere explicar a Mendoza con el cuentazo del viraje de primera a segunda vuelta. Tremenda falsedad. Porque si hubo un viraje apaciguador este empezó en primera vuelta, ya que Ollanta nunca creyó ganar con más del 50%. De ahí el polo blanco, la visita a Cipriani y a la Embajada USA y otros gestos conciliadores. Pero ante su gente el candidato decía que todo eso lo hacía para ganar y poderle sacar luego la M a la derecha que controlaba el poder. Por eso en las bases había otro Ollanta que se expresaba como representante del cambio. Y al lograr el 31% en primera vuelta, la mirada del candidato se dirigió casi de inmediato a los demócratas liberales ofreciéndoles garantías de respeto a la institucionalidad y a la propiedad privada, que es lo que contiene la manoseada “hoja de ruta”, que ahora se entiende como si el programa de segunda vuelta de Humala hubiera sido idéntico al de la Fujimori.
Nunca se proyectó la apertura de segunda vuelta como un pacto con los fujimoristas, apristas, castañedistas y pepekausas, sino como un frente contra el regreso de las mujeres y hombres de la dictadura corrupta de los 90 y su bloque con el extremismo de derecha. ¿Cómo es que ahora los que interpretan las alianzas del 2011, son justamente los que votaron por Keiko? Por lo demás nadie dijo, salvo Rosa María Palacios, que la “hoja de ruta” hacía extremista a la “gran transformación” y convertía en parias a los que seguían creyendo que el Perú necesitaba de cambios mucho más profundos que pequeños programas sociales de pobres focalizados en algunas provincias.
Ollanta el extremista nació en Locumba en octubre del año 2000, prometiendo fundar un nuevo Ejército y limpiar al país de corrupción. Ese mismo señor fundó un partido contra la política neoliberal y la represión a las luchas sociales. Pero desde el comienzo de las elecciones empezó a hacer concesiones a sectores de la derecha que nunca fueron claras para el pueblo y para el partido, a los que nunca explicó su nuevo proyecto. Ni siquiera lo hizo con sus congresistas como lo prueba el caso Mendoza. Y ahora el que rechaza este cambiazo es “extremista” y merece el fuego eterno.
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