Berta Glez Vega/Bostón
Jesús, Evangelio según San Mateo: «Quien se atreva a molestar a los más pequeños, que se cuelgue una piedra al cuello y se arroje al fondo del mar». Si la Iglesia en Boston siguiera con precisión los mandatos de Jesucristo, en las gélidas aguas de Nueva Inglaterra habría hoy 87 curas acusados de haber abusado sexualmente de centenares de menores con la complicidad, en muchos casos, de sus superiores, que los iban moviendo de parroquia en parroquia, dejando que los niños se acercaran a ellos.
La liberal, ajardinada y acádemica Boston, nido de la aristocracia protestante, lleva más de un mes descubriendo detalles escabrosos de 40 años de abusos sexuales en algunas de las parroquias católicas más conocidas de la archidiócesis. El cardenal Bernard Law ha estado atrincherado en su magnífica residencia buscando consejo y, finalmente, dinero, pues centenares de víctimas quieren todavía que la Iglesia les compense por asaltos sexuales de curas en pasillos, sacristías y dormitorios.
En los primeros coches que cruzaron los cuidados jardines para asesorar al cardenal iban los responsables de las facultades de Medicina más prestigiosas. Había que explicarle a Su Excelencia en qué consistía la pedofilia y ayudarle a aprender a detectar los casos de sacerdotes pederastas. Frente a esos jardines, Steven Lynch, una víctima de uno de los curas, lloraba el domingo al detallar qué fue para él la pedofilia. Estaba arropado por un centenar de católicos. Pero el cardenal no les había invitado.
A pesar de las explicaciones médicas, en una reunión a puerta cerrada con todos los sacerdotes hace apenas una semana, Bernard Law trató de disculpar actitudes pasadas al contar que, hace 15 años, no se sabía muy bien en qué consistía la «enfermedad».Poco antes, el cardenal había dicho que no iba a tratar el «aspecto criminal» del asunto.
La Justicia se acaba de hacer cargo del asunto. En su poder tiene los nombres de 87 curas, catalogados por la Iglesia en sus archivos como sacerdotes con pasado de abusos sexuales a niños. En el caso de 70 de ellos, la archidiócesis había llegado a acuerdos sin decir una palabra a la Justicia. Ahora se espera que la investigación de la Fiscalía pueda elevar a más de 1.000 el número de víctimas.El detonante de la pesadilla ha sido el cura John J. Geoghan, al que le quedan 80 juicios pendientes por abusos sexuales y reclamaciones de 130 víctimas.
El doble rasero con que Justicia e Iglesia tratan la pedofilia quedó en evidencia el jueves, cuando se hizo pública la primera condena contra Geoghan: 10 años de cárcel y la recomendación de que, una vez fuera de prisión, se le vigile estrechamente.
«Tu sacerdocio ha sido muy efectivo, tristemente interrumpido por la enfermedad. Que Dios te bendiga, Jack». Con esta nota el cardenal daba por concluida la carrera eclesiástica de Geoghan en 1996, en un tono demasiado cariñoso para referirse a un cura que le había costado a la Iglesia 11,5 millones de euros (1.910 millones de pesetas) en indemnizaciones privadas a sus víctimas.En todos los comunicados internos que, durante décadas, se cruzaron sobre este cura, la Iglesia siempre se refirió a su «problema», su «enfermedad» y su condición de «oveja descarriada». Cuando la enfermedad arreciaba, le mandaban dos meses sabáticos a Roma o a que le examinara un médico general sin experiencia en tratar a pederastas.
«OVEJAS DESCARRIADAS»
Finalmente, sí aceptaron ingresarlo un tiempo en Canadá, en una institución de la Iglesia donde tratan a estas «ovejas descarriadas». Ahora, un juez le ordenó que ingresara en un hospital mental.
Geoghan tenía una estrategia. Se hacía amigo de madres con problemas económicos y familias extensas. Ofrecía su ayuda y se colaba en sus casas. Le encantaba duchar a los niños, rezar con ellos en la cama y llevarlos a tomar un helado. La merienda tenía un precio: a la vuelta, había que masturbar al reverendo. Según sus víctimas, siempre decía lo mismo: «Como cuentes esto nadie te va a creer».
En Jamaica Plain, una de las parroquias donde estuvo destinado, una familia, al descubrir que el amigable cura había abusado de los siete hermanos, se puso en contacto con la archiocésis.La primera reacción de la Iglesia fue pedirles que evitaran el escándalo, que eso era lo mejor para la protección de sus hijos.La contestación fue dura. La familia consideraba esos consejos un «insulto a su inteligencia». La carta que recibieron del cardenal Humberto Madeiros, predecesor de Bernard Law, les dejó estupefactos: «Al mismo tiempo invoco a la compasión de Dios y comparto esa compasión en el conocimiento de que Dios perdona los pecados».
Algunas familias de víctimas se han indignado al conocer la historia de los 87 curas. La Iglesia, al llegar a un acuerdo privado con ellos, prometió apartar de las parroquias a los abusadores. Ahora han sabido que no lo cumplió. El cardenal figura en 25 querellas como acusado por haber encubierto a los pedófilos y no haber hecho nada para evitar que siguieran delinquiendo.
La familia Fulchino firma una de ellas como acusación. En 1995, en las noticias, por primera vez, hablaban de las víctimas de Geoghan. «Mamá, yo soy una de ellas», dijo Chris. El joven, que tenía 13 años cuando Geoghan abusó de él, supo ese día que su padre, Thomas, había sido víctima del reverendo Porter, el cura pederasta más famoso en Boston hasta aquella fecha. A padre e hijo les unía ahora saberse víctimas de abusos sexuales de curas con 30 años de diferencia. Thomas sigue creyendo que la Iglesia hace una buena labor. Chris nunca volvió a pisar una parroquia: «En todas veo la cara de Geoghan».
100.000 VÍCTIMAS
Los Fulchino podrían unirse ahora a la Red de Supervivientes de Abusos Sexuales de Curas. Según David Clohessy, su responsable nacional, los académicos religiosos estiman que, de los 53.000 curas católicos de EEUU, entre el 2 y el 10% puede ser pedófilo.El número de víctimas se ha estimado en unas 100.000. La Red de Supervivientes tiene 3.400 miembros. En todo el país, hay 1.500 querellas contra curas católicos por abusos sexuales.
Uno de esos curas es Paul R. Shanley, muy conocido en los 70 en Boston como «el cura de la calle». El reverendo Shanley llevaba melenas y era el prototipo de cura progre. Guapo y carismático, en la intimidad era todo un avezado jugador del strip-poker, juego con el que pretendía relajar a sus jóvenes parroquianos.Le gustaba sembrar la polémica en la Iglesia, defendía abiertamente a los homosexuales y ayudaba a los drogadictos. En alguna ocasión, Shanley llegó a decir a los adolescentes que Dios le utilizaba para averiguar quién era homosexual. Por el momento, se han identificado 42 víctimas suyas.
En 1974, la madre de una de las víctimas le dio al cardenal Madeiros el diario de su hijo. En él relataba siete años de experiencias sexuales con Shanley. La Iglesia no hizo nada. Otra madre, amiga del cura, mandó a su hijo, que se había fugado de casa, a su parroquia. Hasta mediados de los 90, no denunció los abusos.La madre todavía tiene una copia de una oración que le dio el sacerdote: «Tú, que tenías como amigas a las prostitutas, que fuiste crucificado porque comiste y bebiste con pecadores (...) guarda a nuestros niños de los adultos depredadores».
Shanley tiene 70 años y vive en San Diego. Durante una época trabajó en Leo House, un albergue en Nueva York para curas, estudiantes y viajeros. Cuando se enteró la archidiócesis de Boston, según el Globe, le dijo que se fuera de allí si no quería perder el seguro médico. Pero la Iglesia tardó tres años en darse cuenta de que Shanley volvía a estar en contacto con chavales.
La Iglesia nunca comunicó a los superiores directos de Geoghan que el cura arrastraba un pasado de abusos a niños. Así, sin muchos problemas, el sacerdote se hacía cargo de los monaguillos y de los grupos de jóvenes de sus nuevos destinos. La archidiócesis tampoco comunicó a la familia más directa de Paul J. Mahan las quejas que había recibido en los 80 sobre los abusos sexuales del cura. En 1996, su hermana Joan le mandó a uno de sus hijos.Creía que su hermano sacerdote sería una buena influencia. No sabía que, en 1993, la archidiócesis había ordenado que recibiera tratamiento en la misma instalación canadiense que Geoghan. Los médicos certificaron que Mahan se sentía atraído por chicos adolescentes. A pesar de eso, la Iglesia le mandó a la parroquia del Sagrado Corazón en Cambridge. Documentos confidenciales hechos públicos por el Boston Globe demuestran que la Iglesia, además, sabía que Mahan era «intratable» y que era más que probable que de nuevo asaltara sexualmente a menores.
Sólo la denuncia de su hermana por haber abusado de su sobrino hizo reaccionar a la Iglesia, que en 1997 le apartó del sacerdocio.Ahora trabaja en una tienda de electrónica en Vermont. A su hermana le preocupa que nadie le vigile. Él mismo, en una nota en 1997, escribió: «Mi enfermedad es tan profunda que no creo que nadie pueda confiar en mí».
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