El Salmóm
Contracorriente
Existen
más de 80.000 tipos de plástico registrados, la mayoría protegidos por patentes
que convierten su composición en un secreto industrial total o parcialmente.
Envases, embalajes, mobiliario, carcasas tecnológicas, juguetes, menaje… a su
vez hechos de materiales duros, blandos, ligeros, densos, impermeables,
absorbentes, conductores, etc.
Si
bien China es el principal país productor de plástico, Europa se encuentra en
segundo lugar, contribuyendo en un 20% a la producción mundial. Según un reciente
estudio, en 2015 se produjeron 280 millones de toneladas de las cuales 8
millones fueron a parar al océano como residuo marino [1]. Allí no pasa
desapercibido: según Jenna Jambeck, autora de este estudio, “ocho millones de
toneladas es el equivalente a encontrar cinco bolsas de supermercado llenas de
plástico cada 30 centímetros de costa del mundo”.
El mar de plástico
Actualmente
el plástico es el mayor residuo marino: cada hora se vierten a los mares
675.000 kilos de basura, compuesta entre un 60 y un 80% por plásticos. Estos
materiales pueden tardar en degradarse hasta 500 años, a lo largo de los cuales
se van deteriorando por la acción del sol y el contacto con el oxígeno, y
fragmentándose en pequeñas partículas denominadas microplásticos. Es decir, la
mayoría del plástico que hemos vertido a los océanos se ha descompuesto en
pequeñas partículas: no se ha biodegradado y no ha desaparecido, son las
llamadas “lágrimas de sirena”. Sin embargo, la cifra aún puede ser más
dramática: según la Agencia Europea de Medio Ambiente, tan solo el 15% de la
basura marina flota sobre la superficie del mar, mientras que el 70% descansa
en el fondo marino, donde no la vemos.
Hoy
en día, a nivel mundial, se usan un billón de bolsas de plástico al año: unos
dos millones al minuto. En Europa, la media por persona y día depende en gran
medida del país: oscilando entre las 4 bolsas por persona al año en Dinamarca y
Finlandia, hasta más de 450 en Portugal, Eslovaquia y Polonia (datos de los
informes de la Comisión Europea). En este ranking, España se encuentra entre
los primeros países consumidores de bolsas de plástico, con una media de 133
bolsas al año por persona. A pesar de que su consumo se ha reducido en los
últimos años, ni la mitad de estas vuelven a ser reutilizadas.
Las
bolsas de plástico, o fantasmas de los océanos, tardan siglos en descomponerse
y son trampas mortales para la fauna marina, entre las que se encuentran aves y
tortugas, especies estas esenciales para el equilibrio de los ecosistemas
marinos. La mayoría de las muertes se producen por enredo o ingestión. Algunos
científicos han comprobado que todos los tipos de bolsas de plástico, incluidas
la biodegradables, una vez ingeridas por las tortugas, no se descomponen lo
suficientemente rápido para evitar los daños que les provocan (por ejemplo,
úlceras). Según estadísticas de la Comunidad Europea, el 94% de los estómagos
de las aves en el Mar del Norte contienen plástico, el 54% de los mamíferos
marinos y el 56% de las aves marinas están afectados por el enredamiento o
ingestión de plástico. Y las últimas revisiones científicas, apuntan que, de
estas, al menos el 17% son especies vulnerables, amenazadas o en peligro de
extinción en la Lista Roja de la UICN.
Si
bien los efectos más preocupantes son las muertes de organismos marinos que se
producen por enredos con macroplásticos, la ingestión de microplásticos genera
una transferencia de contaminantes y tóxicos a los organismos que los ingieren
cuyas consecuencias por bioacumulación en la cadena alimentaria están aún por
determinar.
Además,
durante el proceso de producción, al plástico se le añaden una serie de
aditivos químicos que le confieren diferentes características (elasticidad,
durabilidad, color, etc.). La gran mayoría de estos aditivos permanecen hoy en
día sin identificar debido a la opacidad de las empresas de producción, a pesar
de que numerosos estudios científicos han comprobado que la exposición repetida
a determinados aditivos puede provocar efectos nocivos de diferente gravedad en
la salud y en el medio ambiente.
Desengancharse del
plástico
El
plástico se ha convertido en un material omnipresente y globalizado aunque su
producción y consumo están lejos de ser inocuos para la salud humana y para el
medio ambiente. Actualmente en España, la recuperación del plástico que se
consume es ineficaz e ineficiente, con un porcentaje de reciclaje de apenas un
10% según datos de la propia Ecoembes [2]. El incremento de la generación de
residuos plásticos es continuo, mientras que la gran mayoría de los desechos
plásticos en realidad son depositados en vertederos, incinerados (generando
gases tóxicos), convertidos en productos no reciclables, exportados a países
empobrecidos o bien, como hemos visto, arrojados sin control a mares, ríos y
suelos. Por razones técnicas y económicas el plástico es muy caro y complicado
de reciclar de verdad, es decir, cerrando el ciclo como se hace con el metal o
el cristal. Por tanto es una cuestión imperativa apostar por la reducción,
eliminar aquellos de carácter tóxico, y concebir los residuos generados como
recursos aprovechables [3].
La
industria del plástico tiene gran parte de su tasa de negocio en el envasado de
bebidas, alimentos y otros objetos de un solo uso. A modo de ejemplo, el
consumo de agua embotellada –debido a procesos de deterioro, privatización y
mercantilización de este recurso– se ha incrementado exponencialmente en los
últimos años. En España se consumen 120 litros por persona al año de agua
embotellada que a su vez han necesitado 9 litros de agua para completar el
proceso industrial y 0,1 l de petróleo. Solo en EE UU (5% de la población
mundial) cada 5 minutos se tiran 2 millones de botellas de plástico,
suficientes para cubrir ocho campos de fútbol. Cifras a las que habría que
sumar otras botellas de refrescos y envases variados de todo tipo.
Otra
de las apuestas son los bioplásticos, que nacen como respuesta de la industria
a la crítica sobre la persistencia de los residuos plásticos en el medio
ambiente. Sin embargo, ¿es la sustitución por bolsas hechas con maíz o patata
la solución? Es evidente que no. Para la fabricación de 100 bolsas
biodegradables a base de patata se requieren 4 kg del tubérculo, que a su vez
consumen 2.000 litros de agua, suelo e insecticidas, además de los aditivos
químicos que se incorporan en su fabricación. Un proceso de dudosa
biodegradabilidad, con una huella de carbono considerable para todo el ciclo de
vida y entrando en competencia con cultivos destinados a alimentación, ¡y todo
ello para un uso de no más de 12 minutos! [4].
Ante
esta situación, lo sensato es reducir el uso de plásticos, especialmente
aquellos que están en contacto con alimentos y bebidas, así como aquellos de
“usar y tirar”. Las presiones ecologistas para rechazar los plásticos están
forzando a muchos países a promover cambios legislativos con los que se han
conseguido tímidos avances, insuficientes ante la magnitud del problema.
Recientemente, se ha aprobado una normativa europea [5] cuyo objetivo global de
reducción para 2020 ha sido fijado en un 10% de los residuos generados en 2010.
Además, para el año 2019 no se podrán entregar gratuitamente bolsas de plástico
ligeras y para 2020, el nivel de consumo no deberá superar las 90 bolsas de
plástico por persona al año.
Como
personas concienciadas podríamos reducir, con cierta facilidad, hasta un 70%
del plástico que consumimos eliminando lo más sencillo (bolsas, botellas,
envases, etc.). Sin embargo para avanzar hacia una mayor disminución, los
cambios deben de ser más ambiciosos, reduciendo nuestras tasas de consumo
sustituyendo los plásticos por otros materiales más sostenibles (de producción
limpia, naturales, duraderos, etc.).
Aunque
todas las medidas reflejadas en el cuadro pueden contribuir a una disminución
considerable en el uso del plástico, la total eliminación de sus efectos
perniciosos requiere transformaciones de mayor calado. El control de todo el
ciclo de vida de los plásticos, la aplicación del principio de precaución en la
generación de nuevas sustancias cuyos efectos se desconocen y una apuesta
política decidida que ponga el interés general y la salud de nuestro medio
ambiente por encima de las presiones de la industria del plástico, son
elementos fundamentales para afrontar el reto de un horizonte sin residuos
plásticos. El papel de una ciudadanía informada, exigente y participativa será,
como en otros temas, de gran importancia para inducir el cambio a políticas
públicas más sostenibles y saludables.
9 ideas para
desengancharnos de los plásticos
- Disminuye el consumo de agua y refrescos embotellados en plástico. Utiliza agua del grifo, filtros, cantimploras y botellas de vidrio.
- Sustituye el plástico para alimentos por vidrio, porcelana o acero inoxidable. No los uses en microondas ni lavaplatos con programa caliente. Desecha recipientes de plástico deteriorado que generan tóxicos que contaminan los alimentos, muchos de ellos alteradores hormonales. Usa biberones de cristal para los bebés.
- Rechaza otros productos de usar y tirar (vasos, platos, cubiertos, mecheros, maquinillas desechables…), busca sustitutos duraderos.
- Evita comidas precocinadas, congeladas y en conserva (muchas latas de metal usadas para la comida vienen selladas con una resina que contiene el aditivo plástico bisfenol A, así como los bricks que contienen polietileno en contacto con el alimento). Busca envases de cristal y alimentos frescos para cocinar en casa.
- Usa productos cosméticos y de limpieza hechos en casa, reducirás la necesidad de envases y son más saludables.
- Solicita a los comercios que eviten el uso de bolsas de plástico, promuevan la compra a granel y la retornabilidad de envases.
- Participa en acciones que reclamen la prohibición de plásticos de un solo uso. Algunas ciudades y países ya han aprobado normativas en este sentido.
- Exige tu derecho a saber, demanda información sobre los peligros del plástico sobre la salud, especialmente en cuanto a los alteradores hormonales [6]
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