¿Qué
son los transgénicos y por qué los agroecólogos se oponen a ellos? Un resumen
de los aspectos relevantes de esta discusión.
Por Javier Carrera,
Ecuador
Desde
hace varios años hay un candente debate en torno a los transgénicos en América
Latina. Países como Colombia, Chile y México han cedido a su introducción y
cultivo, otros como Costa Rica van creando territorios libres de transgénicos
por exigencia de la población, mientras que Ecuador y Perú se mantienen nominal
y legalmente libres de semillas modificadas genéticamente, aunque en la
práctica ya se reportan cultivos ilegales.
Este
debate ocurre nuevamente de espaldas a la población, que es la que debería
decidir sobre una decisión que puede afectar profundamente su economía y
alimentación. El presente artículo es un intento por esclarecer algunos
aspectos fundamentales de la argumentación desde la agroecología, para
ayudarnos a tener una opinión informada.
¿Qué son los
transgénicos?
La
principal característica que tenemos los seres vivos es nuestra capacidad de
reproducirnos. La mayoría practicamos lo que se conoce como reproducción
sexual, donde hijos e hijas son una mezcla de sus padres. Para crear un nuevo
ser, padre y madre mezclan su “información genética”, es decir, las
características propias de cada uno, que han heredado a su vez de sus padres y
abuelos. Esta información está organizada en “genes”, unidades de información
hereditaria que se guardan dentro de la célula reproductiva, en una estructura
física llamada Ácido Desoxiribonucleico, o ADN.
¿Qué
tipo de información puede haber en un gen? Por ejemplo puede estar el color de
tus ojos. O el tamaño del cuerpo. O la resistencia a una enfermedad. Todo lo
que somos físicamente al nacer, proviene de los genes que heredamos.
Cuando
hacemos selección, por ejemplo para tener una semilla más productiva, o una
raza de perro más colorida, estamos apoyando a ciertos genes para que tengan
más presencia en la raza o variedad. Lo hacemos mediante la eliminación de los
individuos que no tienen la característica que buscamos, y mezclando aquellos
individuos que si la tienen, para potenciarla. Debemos hacerlo durante varias
generaciones, hasta conseguir que la característica buscada aparezca siempre en
esa raza o variedad. Así es como se ha realizado la selección desde el
principio de la agricultura y la crianza de animales.
Hay
límites a lo que se puede cruzar. Podemos mezclar distintas razas de perros,
pero no podemos cruzar un perro con un gato, porque pertenecen a especies
distintas.
La
ingeniería genética toma un atajo para realizar la reproducción genética:
mediante técnicas de manipulación microscópica, se mete directamente en la
célula reproductiva de un ser vivo, corta fragmentos de ADN que contienen
características que interesan a los ingenieros genetistas, y los pega la célula
reproductiva de un ser de una especie diferente. Con esto, la ingeniería
genética cruza especies que en la naturaleza jamás habrían podido mezclarse.
Suena
eficiente, ¿verdad? Parece que los ingenieros genéticos fuesen una novedosa
clase de magos, capaces de crear nuevos seres, uniendo partes de animales,
plantas, bacterias, hongos. Quienes defienden a los transgénicos nos tratan de
pintar un futuro donde la naturaleza será diseñada por técnicos humanos, para
nuestro total beneficio, con cultivos muy productivos y resistentes, con
alimentos perfectamente diseñados. Y sin embargo, muchas personas se oponen
drásticamente a esta tecnología, desde grupos religiosos hasta científicos
experimentados, desde activistas sociales hasta consumidores independientes. La
población europea mantiene un rotundo No a los cultivos y productos
transgénicos, en franca oposición a sus propios gobiernos; de igual manera, en
el resto del mundo la oposición informada es enorme y crece cada día. Ya son 31
países los que prohíben o restringen fuertemente los cultivos transgénicos, y
el número va en aumento.
¿Por
qué esta oposición tan radical? ¿Cuáles son los problemas que esta tecnología
causa, que preocupan a personas de tan diverso origen y ocupación?
Los
transgénicos son el resultado de la investigación orientada al beneficio de las
transnacionales; el sector público nunca habría invertido fondos en desarrollar
una tecnología tan costosa, poco efectiva y peligrosa, existiendo opciones más
baratas, efectivas y seguras.
Investigación ¿Para
quién?
Debemos
aclarar que, si bien hay experimentos transgénicos con muchos cultivos, se han
sembrado comercialmente principalmente estos cinco: la soya, el maíz, el arroz,
el algodón y la colza (o canola). En 2014 se sembraron 180 millones de
hectáreas con transgénicos (15), lo que representa el 12% de la agricultura
mundial. El 88% de los cultivos siguen libres de transgénicos.
Hasta
hace unos 30 años, la mayor parte de la semilla comercializada a nivel mundial
pertenecía a productores particulares y a investigadores del sector público. En
solo tres décadas, un puñado de empresas ha conseguido apropiarse del 82% del
mercado mundial de semillas (1). Las principales son: Monsanto, DuPont,
Syngenta, Limagrain, Bayer. La investigación en transgénicos ha sido financiada
principalmente por estas empresas, y lógicamente se ha orientado según sus
intereses comerciales.
Estas
empresas mantienen el mito de que trabajan para beneficio de la humanidad, y
para el efecto de vez en cuando financian investigaciones que se pueden
publicitar como ejemplos de altruismo. En 2002 por ejemplo hizo fama en la
prensa mundial un proyecto de investigación en camote (Ipomoea batatas)
transgénico resistente a ataques virales realizado en Kenya con apoyo de
Monsanto. La Dra. Florence Wambugu recorrió el mundo promocionando el nuevo
cultivo como una solución al hambre en África. Tres años después,
silenciosamente, el proyecto fue cancelado: no solo el nuevo camote era menos
resistente, era además menos productivo que algunas de las variedades
convencionales.
El
ejemplo de la Dra. Wambugu es muy educativo, pues nos muestra la forma de
operar de la propaganda que identifica a los transgénicos con el progreso. El
nuevo camote aumentaba supuestamente la productividad de 4 a 10 toneladas por
hectárea, hecho del que la prensa internacional inmediatamente hizo eco. Luego
se supo que una producción de 10 toneladas era normal para muchas variedades en
la región. El camote de la Dra. Wambugu no logró producir ni siquiera eso, tras
doce años de investigación, pese a contar con unos seis millones de dólares de
financiamiento provenientes de Monsanto, USAID y el Banco Mundial.
Mientras
tanto, un equipo de técnicos en Uganda logró crear una nueva variedad de camote,
usando técnicas tradicionales, que duplicaba la productividad y era
verdaderamente resistente a virus. Y lo logró en pocos años, con reducido
financiamiento. (2)
El
rol reconocido de las corporaciones es lograr el máximo beneficio económico
para sus accionistas, de forma directa e inmediata. El altruismo es
contraproducente para ese fin, por ello no podemos esperar que las grandes
empresas inviertan seriamente capital en investigaciones que nos beneficien.
Los transgénicos son el resultado de la investigación orientada al beneficio de
las transnacionales; el sector público nunca habría invertido fondos en
desarrollar una tecnología tan costosa, poco efectiva y peligrosa, existiendo
opciones más baratas, efectivas y seguras.
Aunque
la propaganda de las corporaciones continuamente menciona investigaciones
orientadas al bienestar de la población, en la práctica solo dos tipos de
tecnología transgénica se han expandido por el mundo: el BT y el RR.
Las
plantas con tecnología BT tienen incorporados genes de una bacteria que mata
insectos, el Bacillus thuringiensis. Son plantas insecticidas, que afectan a un
amplio espectro de invertebrados.
Las
plantas con tecnología RR o Roundup Ready, tienen un gen de resistencia al
glifosato, uno de los más dañinos herbicidas que se han creado, con impactos en
la salud humana y ambiental. La estrategia del cultivo es aplicar el herbicida
Roundup, cuyo ingrediente activo es el glifosato; las plantas RR sobreviven,
todas las demás mueren.
En
México, centro de origen y diversificación constante del maíz, se tuvo una
moratoria a la siembra de maíz transgénico de 1997 a 2003. Sin embargo a partir
de la emisión de la Ley de Bioseguridad de OGMs (conocida como Ley monsanto) se
otorgaron permisos de siembra experimental de maíz transgénico en 2009 y de
fase piloto en 2011. En 2012 Monsanto solicito permiso en fase comercial para
sembrar 11 millones de hectáreas de maíz transgénico. Desde septiembre de 2013
la siembra de maíz transgénico esta suspendida por una demanda colectiva interpuesta
por un grupo de organizaciones indígenas y campesinas, científicos,
ambientalistas, defensores de derechos humanos y artistas; el juicio aun no
inicia y ya cuenta con mas de 100 impugnaciones y está en 17 tribunales.
En
cuanto a la soya transgénica, el gobierno otorgo en 2012 un permiso para fase
comercial de 253,500 hectáreas, esta siembra ha afectado la apicultura de la
región pues ha afectado las exportaciones de miel hacia europa; ha propiciado
la deforestación, aplicación masiva de plaguicidas, desecamiento de lagunas. En
la gráfica, acto en defensa del maíz como parte de la Campaña Sin Maíz no hay
País, en
México
D.F. (Foto: Fundación Semillas de Vida)
Productividad
Muchos
productores compran semilla transgénica suponiendo que aumentarán su
producción. Pero de acuerdo a varias investigaciones independientes, el aumento
en la productividad no es nada seguro (3).
Algunos
científicos sostienen que debido a las modificaciones en su material genético,
el metabolismo de los cultivos transgénicos es ineficiente. Es decir, no logran
alimentarse adecuadamente. Y hay además otros factores que pueden afectar la
productividad. Por ejemplo, el mayor uso de agroquímicos en cultivos transgénicos
destruye el suelo aún más rápido que en los monocultivos convencionales,
reduciendo la productividad en pocos años. Por otra parte, los transgénicos
pueden ser creados para resistir alguna plaga o enfermedad, pero su extrema
uniformidad genética los hace vulnerables a todas las otras plagas y
enfermedades.
El
uso exagerado de herbicidas, sin los cuales los transgénicos no pueden
competir, ha provocado la aparición de “super malezas” que han adquirido los
genes de resistencia de los transgénicos RR. El caso más conocido es el del
Amaranthus palmeri, un pariente silvestre del amaranto cultivado también llamad
maleza de cerdo (pigweed), que en 2014 amenazaba ya 1.5 millones de hectáreas
de algodón en el sur de EEUU (16).
Estos
y otros factores, combinados, han provocado descensos en la productividad de
los cultivos transgénicos que van desde leves hasta impresionantes en varias
regiones del mundo. Un caso cercano es el de la zona algodonera del
departamento de Córdoba, en Colombia. En esta región, debido a la introducción
de algodón transgénico, el rendimiento bajó de 2000 kg/ha en 2010 a 1400 kg/ha
en 2011, provocando una pérdida de 42 millones de dólares y dejando en la
quiebra a cuatro mil empresarios grandes y pequeñas familias de productores. En
este periodo, Monsanto tuvo en la región ganancias por 14 millones de dólares
debido a la venta principalmente de los agroquímicos asociados a su semilla
transgénica. La compañía culpa del fracaso de los cultivos al mal clima y a las
malas prácticas de los productores. Éstos acusan a Monsanto de desinformación y
de vender semilla de mala calidad. Las organizaciones sociales señalan
irregularidades en el proceso de aprobación para la comercialización del
transgénico, y de que éste era inadecuado para la situación real del campo
colombiano, pues no presenta resistencia contra la plaga más común de la zona,
el picudo (Anthonomus grandis) (4).
Pero
si los transgénicos tienden a reducir la productividad, ¿por qué los
productores siguen comprándolos? Nuevamente, hay un cúmulo de factores que
intervienen. El caso de los algodoneros de Córdoba es sencillo: Monsanto ha
logrado un monopolio total en la región, y ya no hay otra semilla disponible en
el mercado. No tienen opción en este momento. En otros países, la prensa y el
apoyo gubernamental tienen un efecto disuasivo muy importante, creando la
imagen de que los transgénicos representan lo moderno y son necesarios. Podemos
mencionar ciertos factores productivos también: hay agricultores dispuestos a
aceptar un cierto nivel de descenso en la producción, a cambio de la promesa de
que los nuevos productos químicos les ayudarán a eliminar malezas o plagas.
Finalmente, la uniformización de la cadena alimenticia tiene mucho que ver, en
países donde las empresas que controlan el sector de la transformación, el
transporte y la venta imponen a los productores las variedades de semillas con
las que deben producir.
En
resumen, los transgénicos pueden aumentar ligeramente la productividad en
ciertos casos, pero por cortos periodos de tiempo. No hay casos en el mundo de
aumento importante y sostenido de la productividad, mientras que hay casos
demostrados y preocupantes de pérdida de productividad. Se logran mejores
resultados con mejoramiento tradicional de las variedades, a menor costo y con
menos riesgos.
Rentabilidad
El
otro aspecto importante es el económico, y aquí también hay ejemplos
preocupantes. En 1998 se detectó que un porcentaje de papayas en el estado de
Hawai estaban contaminadas con transgénicos. Cuando el escándalo estalló,
varias importadoras de alimentos cancelaron sus pedidos, especialmente en
Japón. Se estima que el 50% de la producción en Hawai se encuentra contaminada,
lo que ha llevado a la pérdida del mercado orgánico para los productores de la
isla. La papaya transgénica obtiene inevitablemente un precio bajo en el
mercado, especialmente en comparación a los interesantes precios que alcanza la
fruta orgánica. Si bien no hay datos exactos, se estima que la pérdida para el
archipiélago llega a millones de dólares al año.
El
mercado orgánico es el de más rápido crecimiento, y el que paga mejores
precios. No todos los países pueden aspirar a convertirse en potencias en este
sector. Miremos por un momento los casos de Ecuador y Perú: tierras fértiles,
abundante agua en muchos sectores, producción el año entero, una extraordinaria
diversidad de pisos climáticos y de cultivos, en el caso de Ecuador una
constitución que declara al país libre de transgénicos a la vez que habla de
fomentar la agroecología y la soberanía alimentaria, y en el de Perú una
moratoria absoluta a los transgénicos y la construcción de una gastronomía de
reconocimiento mundial. Difícilmente podemos pedir condiciones más adecuadas.
Ambos países tienen un gran futuro como abastecedores de productos orgánicos,
especialmente fruta, granos y raíces. Un futuro brillante que se sacrificaría,
si la constitución cambia o la moratoria termina.
Es
decir, estos países estarían sacrificando un mercado muy rentable para el que
tienen ventajas claras, a cambio de cultivar un producto que se vende a menor
precio, es menos productivo y tiene enormes impactos sociales y ecológicos.
No
existen técnicas que permitan controlar la contaminación transgénica, por lo
que es imposible lograr una coexistencia entre cultivos transgénicos y otros
convencionales u orgánicos. El momento en que un cultivo transgénico es
sembrado, contaminará irremediablemente a toda la región.
Detengámonos
por un momento en el caso del banano. En el año 2001 el Dr. Emile Frison
presentó a la prensa mundial el argumento de que el banano, al ser una planta
estéril reproducida por clonación (los esquejes o colinos), está en peligro de
extinción debido al ataque de enfermedades como la sigatoka. Debido a esto,
según el Dr. Frison, es necesario producir banano transgénico. Se demostró
prontamente que esta proposición es falsa: la misma FAO contradijo al Dr.
Frison, señalando que el banano está muy lejos de estar en peligro, ya que
existe una gran diversidad de variedades en el mundo. La sigatoka y otras
enfermedades atacan principalmente a la variedad Cavendish, y esto se debe
directamente a la uniformización de los cultivos agroexportadores con dicha
variedad. Pero estos cultivos representan solamente el 10% de la banana
producida a nivel mundial, el resto se realiza por pequeños productores, que
siembran cientos de variedades resistentes a enfermedades. La sigatoka solo es
un problema para los agroexportadores que han uniformizado sus cultivos con la
variedad Cavendish.
La
planta de banana puede producir semillas viables, si se realiza polinización
manual. Esta técnica ha sido usada durante milenios por campesinos,
especialmente en el sudeste asiático de donde proviene, para producir semilla
resistente. Varias investigaciones están en curso para crear variedades
resistentes a la sigatoka, con calidad de exportación, a partir de variedades
tradicionales. La modificación genética no es necesaria, y es contraproducente
desde el punto de vista económico. Los investigadores que proponen crear banano
transgénico en Ecuador deberían analizar el caso de la papaya en Hawai. ¿Vale
la pena perder para siempre el mercado creciente de banano orgánico, para
producir fruta débil que se venderá a menor precio? ¿Qué les dirán a los
actuales exportadores de banano orgánico, que perderán con toda seguridad sus
mercados, cuando la contaminación transgénica se haya diseminado por los
campos?
Nos
dicen que necesitamos investigación transgénica para poder enfrentar los
problemas de este mundo cambiante. Pero las técnicas tradicionales de selección
pueden realizar un mejor trabajo, a partir de las semillas ancestrales, y sin
riesgos. ¿Necesitamos un maíz adaptado a la sequía? Ya existe: la variedad
tusilla, procedente de la costa ecuatoriana. ¿Una papa adaptada a las heladas?
Hay cientos de ellas en los andes peruanos y bolivianos. ¿Un tomate resistente
a la sal? También, en las Galápagos. ¿Un vegetal más nutritivo? Los hay por
miles, en la diversidad de semillas creadas por campesinos y campesinas a nivel
mundial. Con toda esa semilla, se puede realizar mejoramientos usando técnicas
sencillas, para beneficio de la humanidad.
La
Red de Guardianes de Semillas de Vida (RGSV) en Colombia desarrolló durante el
mes de mayo de 2015 pruebas de identificación de posibles escenarios de
contaminación transgénica en maíces cultivados por guardianes de semillas
nariñenses y maíces comerciales. Se realizaron 47 pruebas a igual número de
muestras de maíces provenientes de 13 municipios.
Los resultados de
las pruebas son las siguientes:
Se
evaluaron 37 variedades de maíces criollos, protegidas por los guardianes de
semillas y se realizaron 43 pruebas. De estas, 5 pruebas salieron positivas,
evidenciando contaminación transgénica de maíces criollos, correspondientes a
muestras de semillas de dos corregimientos del Municipio de Pasto y una muestra
del Municipio de Arboleda.
Se
evaluaron 4 muestras de maíces comerciales, comprados en las tiendas y centros
de distribución agropecuaria de los municipios de Pasto, La Unión, Yacuanquer y
Chachagui. En 2 de estas muestras se encontró contaminación transgénica. Cabe
aclarar este maíz se comercializa en todo el país para alimentación de animales
domésticos
La
gente comienza a decir que los animales que consumen este maíz se están
muriendo con tumores, sin que tengamos las pruebas o los testimonios directos.
Lamentablemente no nos es posible identificar claramente el origen de la
contaminación, según el Instituto Colombiano Agropecuario ICA, en el departamento
de Nariño no se han establecidos cultivos transgénicos.
En
el momento, nos encontramos haciendo una evaluación interna en la RGSV para
definir estrategias de acción para establecer campañas de protección oportunas
y pertinentes, ello implica articular acciones con la Red Semillas Libres
Colombia, Red Semillas de Libertad de las Américas, Red de Guardianes de
Semillas Ecuador, por ser Nariño, un departamento fronterizo la planeación y
articulación con Ecuador es muy importante. Dentro de las necesidades se
encuentra: apoyo jurídico en este sentido, nacional e internacionalmente.
Fortalecer Campañas de Sensibilización sobre los efectos de los transgénicos,
de manera masiva, Fortalecer las Campaña de recuperación de Maíces Criollos, y
declarar Territorios Libres de Transgénicos, además de realizar nuevas pruebas
para confirmar erradicación de cultivos transgénicos y realizar en otros
municipios que no se ha logrado hacer hasta el momento.
Salud
Los
transgénicos fueron liberados para la venta sin que se hayan realizado estudios
adecuados sobre el daño que pueden causar a la salud. En octubre de 1998, un
vocero de Monsanto dijo a la prensa “Monsanto no tiene por qué demostrar la
seguridad de los alimentos biotecnológicos. Nuestro interés es vender lo más
que podamos. Demostrar su seguridad es trabajo de la FDA.” La FDA es la
Administración de Drogas y Alimentos de los Estados Unidos, organismo encargado
de controlar la calidad de los alimentos en dicho país. Y efectivamente, la FDA
aprobó la venta de alimentos transgénicos basada en estudios que demostraban
que éstos eran seguros. Un pequeño detalle: dichos estudios provenían de las
mismas empresas que, como Monsanto, querían venderlos.
Desde
entonces el debate ha sido intenso en los Estados Unidos y en el mundo entero.
Parte del problema se debe al secretismo que rodea a la investigación
transgénica, basada en derechos de propiedad intelectual que impiden a terceros
acceder a la información clasificada de las empresas. Es decir, la FDA basó su
decisión en estudios secretos de las propias transnacionales, que nunca fueron
publicados ni evaluados por la comunidad científica.
Algunos
estudios sin embargo han llegado a manos del público, y han sido criticados por
la comunidad científica, que ha señalado mala interpretación de datos, pobrezas
estadísticas, muestreos inadecuados, tiempos de prueba ridículamente cortos.
Hay
pocos estudios bien realizados, y por científicos independientes, que no estén
a sueldo de las compañías involucradas. Y esos pocos plantean serias dudas
respecto a la seguridad de los alimentos transgénicos. Los experimentos
realizados en ratas de laboratorio demuestran por ejemplo cambios en la
composición sanguínea (5), reducción en plaquetas (6), alteración en el esperma
y color de los testículos (7), alteración del ADN del embrión (8), alargamiento
del intestino delgado y mutación de las células intestinales (9), cambios
estructurales y alteración genética en el hígado (10), alteración del sistema
inmunológico (11). Se demostró además que las alteraciones genéticas pueden
permanecer ocultas y aparecer recién en la tercera generación (12). Otro de los
peligros importantes es la transferencia de resistencia a los antibióticos, que
todos los transgénicos tienen, hacia virus y bacterias que pueden afectar la
salud humana; hay evidencias de que esto está ocurriendo, y si aumenta puede
llegar a inutilizar los antibióticos de los que dependemos para tratar algunas
enfermedades graves.
Algunos
casos de afectación a la salud han saltado a la luz pública espectacularmente.
En 1989 la empresa japonesa Showa Denko K. K. comercializó en Estados Unidos un
aminoácido llamado triptofano, producido con una bacteria alterada
genéticamente. Durante varios años, la misma empresa había vendido triptófano
natural producido mediante fermentación sin problema alguno. Pero el triptófano
transgénico causó la muerte de 37 personas y lesionó gravemente a otras 1500 (13).
Hay muchos otros casos que permanecen ocultos debido a la falta de apoyo para
realizar estudios, por ejemplo los casos de malestar y enfermedad relacionados
con el polen transgénico en agricultores de zonas tropicales. Y hay efectos
secundarios, como el aumento de epidemias de dengue en Argentina debidas a la
desaparición de sapos e insectos controladores en zonas de soya transgénica que
reciben mucha fumigación (14).
El
uso de transgénicos como medicinas choca con un problema que no es exclusivo de
la ingeniería genética sino que tiene que ver con la industria farmacéutica en
general. Demasiado a menudo los medicamentos que se lanzan al mercado no
cuentan con estudios adecuados, de sus efectos positivos o negativos. Hay casos
que parecen positivos, como el de la insulina transgénica, pero en general
estamos hablando de un sistema en el cual el experimento se hace directamente
con la población, sin su consentimiento.
En
Costa Rica se producen semillas transgénicas para la venta. Sin embargo, la
población se ha levantado en protesta y al momento el 77% de los municipios del
país se han declarado oficialmente Territorios Libres de Transgénicos. Foto:
Bloque Verde
Problemas legales y
sociales
Las
empresas tienen derecho ahora no solo a patentar semillas, sino incluso genes
dentro de las semillas. Por ejemplo, digamos que yo planto maíz orgánico, y
algún vecino engolosinado con promesas de riqueza planta cerca un maíz
transgénico. Al año siguiente, yo planto nuevamente mi maicito, que por fuera
se ve igualito… y de repente vienen unos agentes que me acusan de haber robado
los genes de una empresa. ¿Qué sucedió? Pues que al cruzarse ambos tipos de
maíz, el mío se contaminó con algunos genes del maíz del vecino, y estos genes
pertenecen a la empresa. Aunque la planta y la semilla son mías, desde el punto
de vista legal yo he “robado” a la empresa. Y me llevan a juicio.
Este
caso alucinante le sucedió al productor y fitomejorador de colza Percy Schneider
en Canadá, y les sucede cada año a miles de productores en Estados Unidos.
Percy tuvo relativa suerte: no perdió todo lo que tenía, aunque tuvo que
aguantar diez años de juicios y hoy el gobierno canadiense “recomienda” a sus
agricultores no guardar semilla. Los productores estadounidenses llegan a
acuerdos secretos con las empresas, por lo que no se sabe exactamente lo que
les pasa. Monsanto tiene un presupuesto de varios millones de dólares para
llevar a esos agricultores a juicio, cada año.
Otro
caso espectacular fue el de Indonesia, en 2001, cuando el gobierno convenció a
campesinos que se embarquen en un crédito para la adquisición de semilla de
algodón transgénico de Monsanto, junto con el paquete químico asociado. La
compañía prometió rendimientos de 3 a 4 toneladas por hectárea, razón por la
cual muchos campesinos se embarcaron en el crédito, a pesar de que el costo de
este paquete era 16 veces mayor al de la semilla local. Pero el rendimiento
real fue en promedio de solo 1,1 toneladas por hectárea, y el 76% de los
campesinos no pudieron pagar el crédito, lo que llevó a protestas y al cierre
de la operación por parte de Monsanto en el país en 2003, acusando al gobierno
del desastre. En 2005, el Departamento de Justicia de los EEUU condenó a Monsanto
al pago de 1.5 millones de dólares, cuando se demostró que había practicado el
soborno para obtener los permisos necesarios para su operación en Indonesia
(17).
En
septiembre de 2015 la organización FECAOL denunció la presencia de soya
transgénica cultivada en Ecuador, a pesar de la expresa prohibición
constitucional a su cultivo. Esto provocó un nuevo despertar de la sociedad
civil, como se expresó en esta marcha del 16 de octubre en la ciudad de
Guayaquil.
Conclusión
En
la naturaleza los cambios genéticos se dan evolutivamente: el ambiente cambia,
y las plantas se adaptan, buscando siempre las mejores condiciones para
aprovechar los recursos que encuentran en su entorno;a esto se suma la
intervención humana para adaptar lentamente las plantas a sus necesidades en el
contexto ambiental de cada región. Pero los cambios realizados por la
ingeniería genética no tienen relación alguna con el entorno, no representan
adaptación a condiciones reales. No son evolutivos. Y tampoco responden a los
gustos y necesidades de los consumidores. La manipulación genética actual está
fuera de control, beneficiando a un pequeño sector económico con costos enormes
para el resto de la sociedad.
El
Ecuador y el Perú deberían mantenerse libres de semillas transgénicas, como
parte esencial de su estrategia de soberanía alimentaria, como salvaguarda de
futuro desarrollo económico, y como refugio de biodiversidad para beneficio de
la humanidad. El resto de países deberían seguir el ejemplo de Costa Rica, donde
la ciudadanía ha ido liberando sus territorios de transgénicos. Los estudios
para desarrollar medicinas y otros compuestos con biotecnología deben ser
analizados con extremo cuidado, y no deben ser liberados sin antes haber sido
correctamente analizados por la comunidad científica. Los alimentos que
contengan transgénicos deben ser etiquetados como tales, para que la población
pueda elegir entre ellos y alternativas más saludables, en sana democracia de
mercado. Pero sobre todo, como sociedad debemos invertir en tecnologías menos
costosas, más seguras y más soberanas, que ayudarán a nuestros pueblos a
levantarse económicamente de forma sostenible en armonía con el ambiente.
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