Los
postextractivismos son pensados como procesos de transición, donde se coordinan
medidas que van reduciendo el peso de esas actividades en nuestras economías,
para reemplazarlas por otras de menor intensidad en el aprovechamiento de
recursos naturales. Se comienza por medidas de urgencia, deteniendo los casos
más graves de impacto social y ambiental. Su meta está en erradicar la pobreza
y en evitar cualquier nueva extinción de especies de nuestra biodiversidad.
Eduardo
Gudynas es investigador del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES),
en Montevideo. Es además investigador del sistema nacional de investigadores en
su país, y es investigador asociado en el Departamento de Antropología,
Universidad de California en Davis. Durante varios años coordinó los informes
sobre el estado del ambiente en América Latina para el Programa de las Naciones
Unidas para el Medio Ambiente, y fue experto en la iniciativa de Desarrollo Sostenible
Amazónico, que trabajó en toda la cuenca. Regularmente es profesor visitante en
distintas universidades latinoamericanas, y trabaja junto a grupos y
organizaciones de base en diferentes países del continente. Sus últimos libros
son “Derechos de la Naturaleza”, con ediciones en Argentina, Colombia, Bolivia,
Perú (y en prensa en Ecuador), y “Extractivismos. Ecología, economía y política
de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza” con ediciones en Bolivia
y Perú (en prensa en Argentina, Brasil, Ecuador y Colombia). Se lo puede seguir
en twitter en: @EGudynas.
Palabras al Margen
(PM):
Países como Colombia han estructurado su economía en la extracción de recursos
naturales, particularmente petróleo y minerales. ¿Cómo entender los postulados
postextractivista a corto plazo a la luz de la realidad económica y social que
deben atender los gobiernos de turno?
Eduardo Gudynas
(EG):
El primer punto para responderles es definir qué se entiende por
“postextractivismo”. Este es un término genérico usado para englobar las
alternativas de salida de la dependencia de los extractivismos. O sea, son las
opciones para reducir o terminar con el enorme papel que desempeñan los
extractivismos mineros, petroleros o agrícolas.
Esta
pretensión choca inmediatamente con el profundo arraigo que tienen los
extractivismos. Se los defiende como indispensables para el crecimiento
económico, como necesarios para atraer inversores y mantener las exportaciones,
y así sucesivamente. Entonces, cuando las comunidades locales resisten a esos
emprendimientos, la respuesta desde sus defensores, sean empresas, gobiernos,
empresarios o académicos, más tarde o más temprano dirá: ¿si no hay
extractivismos cuál es su alternativa? Agregan que tan sólo pensar en
alternativas postextractivistas pone en riesgo el desarrollo de un país,
llevaría al atraso, o sumiría a las mayorías en la pobreza.
Esto
explica que la primera tarea del postextractivismo es desarmar todos esos
mitos, y volver a colocar esta discusión en sus justos términos. Cuando se hace
eso, ¿qué se encuentra? Pues que los extractivismos no generan los supuestos
beneficios que se prometen, sino que en realidad deterioran la calidad de vida
de las comunidades locales, a veces por la contaminación, otras veces por
robarles sus suelos o dejarlas sin agua, y así sucesivamente. También
encontramos que la generación de empleo es bajísima; por ejemplo, en países muy
recostados en la minería el promedio es que solamente un 1% de la población
económicamente activa trabaja en ese sector.
Hay
muchas, pero muchas dudas sobre el balance económico final. Es que los
economistas convencionales solo miran los ingresos extractivistas, pero una
contabilidad en serio tendría que descontar o restar los costos económicos de
los daños que produce, y de los subsidios que recibe. La pérdida de la salud,
la caída de producción agrícola, o la contaminación del agua, todo eso tiene un
costo económico que se le debe restar.
Además,
en paralelo, los gobiernos destinan enormes cifras de dinero a sostener los
extractivismos. Entonces, por un lado entra dinero cuando se exportan recursos
naturales, pero por otro lado, perdemos dinero para otorgar a esos
emprendimientos energía barata, infraestructura, reducciones de impuestos, etc.
Un caso dramático se observa en Bolivia, bajo el gobierno de Evo Morales, donde
se acaba de anunciar un megaplan de subsidios a la exploración petrolera de más
de 3500 millones de dólares. Es una cifra enorme. A su vez, para hacer eso
posible han aprobado nuevas normas que permiten iniciar la exploración
petrolera dentro de parques nacionales y territorios indígenas, y han recortado
los mecanismos de consulta e información ciudadana. Nadie en el gobierno o las
empresas contabiliza el costo económico de todo eso. Pongo estos ejemplos para
dejar en claro que la supuesta ganancia económica de los extractivismos es más
que discutible.
Paralelamente
a todo esto, es evidente que no podemos seguir siendo extractivistas. Esas
prácticas están destruyendo nuestra base ecológica en cada uno de los países.
Además, en el caso de los hidrocarburos, sabemos que si queremos mantenernos
dentro de una temperatura segura para la vida humana en el planeta, debemos
dejar bajo tierra el 80% de los hidrocarburos. Si los sacamos y los quemamos,
el cambio climático se desbocaría.
Existen
muchos otros problemas que he englobado bajo la idea de los “efectos derrame”,
que se discuten en mi reciente libro sobre extractivismos. Esos son cambios que
se introducen para permitir los extractivismos, pero tienen efectos que
alcanzan a todo el territorio nacional y a muchas esferas de la vida política,
social y económica. Incluyen desde distorsiones en la economía nacional hasta
una redefinición de la democracia a formas más presidencialistas pero menos
garantistas.
Todo
esto nos lleva a pensar vías de salida postextractivistas. El extractivismo es
cada vez más resistido por las comunidades locales, tiene efectos ambientales y
sociales muy duros, es de dudoso beneficio económico, y agrava el cambio
climático. Es un callejón sin salida. Esto hace que pensar postextractivismos
sea necesario, diría indispensable, pero además es urgente para terminar con
todos los graves impactos que estamos padeciendo.
En
su esencia, los postextractivismos son pensados como procesos de transición,
donde se coordinan medidas que van reduciendo el peso de esas actividades en
nuestras economías, para reemplazarlas por otras de menor intensidad en el
aprovechamiento de recursos naturales. Se comienza por medidas de urgencia,
deteniendo los casos más graves de impacto social y ambiental. Su meta está en
erradicar la pobreza y en evitar cualquier nueva extinción de especies de
nuestra biodiversidad. Se utilizan medidas que van desde la reforma del gasto
del Estado, para terminar con los subsidios perversos a los extractivismos,
hasta las medidas de zonificación económica y ecológica del territorio. Medidas
que van desde reconstruir una agricultura y ganadería orgánica, que nos asegura
la seguridad alimentaria y el empleo rural, a una reforma de los sistemas
tributarios. Y así sucesivamente.
Lo
que ha sucedido en los últimos años en varios países es que se han armado
agendas muy potentes y detalladas sobre cómo sería un país postextractivista.
Entonces, cuando un ministro o un empresario nos pregunta, ¿cuál es su
alternativa?, ahora tenemos muchas respuestas y muchos ejemplos para poner
sobre la mesa de discusión. Hay muchas formas de entender el postextractivismo,
y eso es muy bueno.
PM: En los últimos
años varios países de Suramérica han vivido bajo gobiernos progresistas y de
izquierda. No obstante, usted ha sido muy crítico de estos gobiernos por
mantener sus dinámicas extractivistas. ¿Esto significa que la perspectiva
postextractivista se expresa de la misma forma en gobiernos de izquierda y de
derecha?
EG: Es evidente que el
peso del extractivismo es enorme tanto en gobiernos conservadores como en
aquellos que son progresistas. Eso no siempre es entendido por muchos sectores
en países como Colombia, y por esa razón se postula, por ejemplo, que la
alternativa a la “locomotora minera” sería algo así como una minería
estatizada. Basta observar la marcha de la minería estatizada, e incluso
aquella que es cooperativizada, en Bolivia, para ver que se repiten los serios
problemas ambientales y sociales. Y además se cae en una situación triste,
porque esos emprendimientos mineros, estatales o cooperativizados, terminan
vendiendo sus minerales a las grandes empresas transnacionales. Y ellas están
aprendiendo que a la larga les resulta más cómodo dejar la extracción en manos
locales, y dedicarse solamente a la comercialización. Con eso se evitan todas
las polémicas y disputas con las comunidades locales, las que son llevadas
adelante por los propios gobiernos progresistas.
Dicho
eso, se puede considerar si hay diferencias en los senderos postextractivistas
desde gobiernos conservadores con aquellos que se discuten bajo el progresismo.
La respuesta es sencilla: hay diferencias muy importantes. Por ejemplo, en el
caso de administraciones conservadoras, como Perú o Colombia, el papel del
Estado es más bien de cobijar y respaldar al empresariado extractivista. En
cambio, bajo los progresismos el Estado toma partido más activo por el
extractivismos de variada manera, a veces obteniendo tajadas en los excedentes,
y legitima todo esto con invocaciones a la justicia social. Entonces, las
discusiones políticas son muy distintas, porque se parte de contextos políticos
muy diferentes.
Sea
una vía o la otra, los debates sobre postextractivismos no son apolíticos. Por
ejemplo, los compañeros que animan esta discusión en Perú luchan por defender
derechos ciudadanos muy debilitados, y aquellos que están en Ecuador quieren
otros roles del Estado. Uno y otro caso son discusiones cargadas de política, y
por ello los gobiernos les responden acusándoles de eso, de ser precisamente
políticos. En unos casos los denuncian como izquierdas radicales, y en el otro
como conservadores o izquierdistas infantiles.
En
el caso específico de las propuestas postextractivistas que defiendo
personalmente, tampoco son apolíticas. Por varias razones. Pongamos un ejemplo:
se parte del compromiso con la justicia social, la justicia ambiental y la
justicia ecológica. Estos son tres conceptos distintos, superpuestos pero
diferentes, y están fuertemente cargados de contenidos políticos. La
centralidad de ideas como justicia, ciudadanía o derechos, ya expresa un marco
político, al dejar subordinadas ideas como mercado o utilidad. Eso explica, en
parte, que se concluyera en diferenciar a los progresismos, que son
extractivistas, de la izquierda que les dio origen a fines de los años noventa.
PM: La Ecología
Política se ha posicionado a nivel internacional en un importante campo de
reflexión de las problemáticas socioambientales contemporáneas. ¿Qué rasgos
particulares encuentra usted en los enfoques latinoamericanos de Ecología
Política?
EG: Esta no es una
pregunta sencilla de responder. Quisiera comenzar por señalar que dentro de la
ecología política hay varios grandes campos de trabajo, y a su vez, al interior
de cada uno de ellos, hay unas cuantas corrientes. O sea que estamos ante
varias ecologías políticas. Algunas son académicas, y no siempre se conocen o
dialogan entre ellas. Por ejemplo, me llama mucho la atención la creciente
distancia entre unas ecologías políticas de los ecólogos y biólogos, y aquella
que discuten, por ejemplo, algunos antropólogos o geógrafos. A la vez tenemos
las ecologías políticas desde partidos políticos, organizaciones, colectivos o
incluso movimientos, que se expresan sobre todo en su militancia. En ese flanco
también hay bastante diversidad, desde agrupamientos que se presentan como
“políticos verdes” que pueden llegar a ser conservadores, hasta otros que desean
un ecosocialismo o una renovación ecológica de la izquierda. Me parece, además,
que algunas iniciativas que fueron potentes en la década de los noventa
regresarán, y estoy pensando en distintas ecoteologías populares.
Siguiendo
con su pregunta, es cierto que hay muchos aportes, debates y ensayos en esas
distintas ecologías políticas, y que bastante se habla de América Latina. Pero
aquí hay que tener cuidado, porque no todo eso es dicho, construido o generado
desde América Latina. O a veces, si bien es escrito o dicho desde aquí, en
realidad es una conversación con la academia del norte global. Entonces se
habla de ecologías políticas “en” América Latina, pero está todo escrito en
inglés, o las citas son casi todas al inglés o al francés.
Continuamente
estamos recibiendo visitas o pasan temporadas en distintas localidades
latinoamericanas investigadores, estudiantes o militantes de muchos otros
continentes. Muchos de ellos luego son muy activos en sus publicaciones, en
generar debates muy importantes e incluso generosos en la solidaridad. Pero aún
reconociendo esos aportes, tenemos que saber distinguir las cosas. A mi modo de
ver, la idea de “enfoques latinoamericanos” se refiere a las ideas y prácticas
generadas por latinoamericanos que viven en nuestro continente, y responden a
los problemas y necesidades que nosotros padecemos, y que siempre tienen algún
diálogo con nuestra producción cultural.
Con
esto me refiero a un paso previo a las distintas posiciones, que podrán ser más
conservadoras o más transformadoras. Posturas con las que uno podría estar en
acuerdo o discrepar. Me refiero a la situación previa de construir ecologías
políticas que estén “enraizadas” en América Latina, si se me permite tomar la
imagen de prácticas y saberes “raizales” de Orlando Fals Borda.
O
sea, ecologías políticas hechas por latioamericanos, a partir de los problemas
actuales en nuestro continente, que dialogue o interactúe en castellano o
portugués con las corrientes de pensamiento propias en nuestros países, y que
sirva para acompañar, ayudar, a movimientos sociales en la construcción de
alternativas. En ese terreno la producción no es tan frondosa como muchas veces
se cree, y creo que una de las prioridades es potenciarla, fortalecerla,
ampliarla.
Hecha
esa aclaración me parece que hay unos cuantos nudos temáticos que son
particularmente latinoamericanos. Me parece apropiado citar como uno de los más
importantes a las ecologías políticas organizadas alrededor de los derechos de
la Naturaleza o la categoría del Buen Vivir. Si esos derechos son reconocidos,
inmediatamente se acepta que la Naturaleza, o alguna categoría análoga, como
Pacha Mama, pasan a ser un sujeto, y por lo tanto tienen valores intrínsecos.
La formulación actual de estas ideas, y su articulación con algunos saberes
indígenas, son exclusivamente latinoamericanas. Esta es una construcción
criolla, indígena, y claramente andina. Es intercultural, en el sentido de
mezclar saberes y sensibilidades.
Pero
no siempre se la entiende en toda su profundidad. Por ejemplo, derechos de la
Naturaleza no es lo mismo que los derechos humanos a un ambiente sano. O Buen
Vivir no es lo mismo que bienestar. La ecología política de esas dos ideas
impone rupturas sustantivas con las tradiciones propias de la Modernidad. Es
que tanto liberales, conservadores como socialistas, las tres grandes
corrientes políticas, están todas ellas basadas en que solamente los humanos
pueden ser sujetos, y lo no-humano siempre son objetos. Los derechos de la
Naturaleza, el Buen Vivir, y otras corrientes, cuestionan esa aseveración. Y
esto genera muchos conflictos con las ideas convencionales, por ejemplo del
desarrollo.
PM: Conceptos como el
“biocentrismo” son importantes en su obra. ¿Cómo entender este concepto en
contextos altamente intervenidos (como las grandes ciudades) dependientes del
uso y aprovechamiento intensivo de la naturaleza?
EG: El biocentrismo
dicho en forma muy esquemática es reconocer que plantas y animales tienen
valores en sí mismos. Unos valores que les son intrínsecos, y que son
independientes de la utilidad o apreciaciones de los humanos. Son la base de
los derechos de la Naturaleza. Hasta ahora lo que prevalece es valorar a la
Naturaleza a partir de la utilidad que nos pueden brindar algunos de sus
recursos naturales, de los costos en nuestra economía de algunos impactos, o de
los placeres estéticos que nos puedan dar ciertos paisajes. El biocentrismo
sostiene que además de esos valores asignados por las personas hay otros, que
son esenciales a los seres vivos. Por ello, no es necesario demostrar que una
especie tenga, pongamos por caso, una potencialidad utilidad económica, para
asegurarnos su preservación. Se la debe proteger por ella misma.
Cuando
reconocemos los valores propios en los seres vivos no-humanos, tenemos que
asegurar que puedan seguir sus proyectos vitales, su evolución, que pueda
sobrevivir. Para asegurar esa sobrevida es indispensable conservar la
Naturaleza, no hay otra opción. O sea que volvemos a llegar a los derechos de
la Naturaleza.
Hay
que observar que esta valoración no está enfocada en los individuos aislados.
Esto es importante y ofrece varias alternativas para las ciudades. Es que ese
mandato no dice que el ambiente debe ser intocado. Lo que indica es que los
humanos pueden obtener recursos de la tierra, por ejemplo, pero deben hacerlo
con una intensidad que no ponga en riesgo la sobrevida de las especies. Esto
obliga a bajar los patrones de consumo intensos en las ciudades, obliga a usar
prácticas tales como la agroecología para reducir los impactos sobre la tierra
y acompasarse a los ritmos de regeneración de la Naturaleza. Obliga a otros cambios,
como despetrolizar la sociedad o pensar en producciones de mucho menor
intensidad en el consumo de materia, para reducir los extractivismos mineros. Y
claro, una reforma sustancial de la vida en las ciudades, recuperando opciones
de agricultura urbana, transporte social, uso de tecnologías apropiadas,
consumo juicioso del agua, intensas prácticas de reciclaje y reuso.
Con
estos ejemplos quiero indicar que existen muchas opciones de compatibilizar los
derechos de la Naturaleza, el biocentrismo, con la vida en ciudades. Claro que
habrá que transformar muchas cosas, comenzando por lo que entendemos por
ciudad. Pero ello es posible y existen experiencias ciudadanas en todos esos
rubros que testifican su viabilidad y oportunidad. Nosotros en América del Sur
tenemos muchos márgenes de maniobra para eso, ya que la mayor parte de los
recursos que extraemos de la Naturaleza los estamos exportando hacia otros
continentes. Por lo tanto, si sólo tomamos lo que realmente necesitamos,
bajaríamos enormemente los impactos sociales y ambientales. Con esto, una vez
más, queda en claro que los extractivismos exportadores son posiblemente el más
grave e importante problemas social y ambiental actual.
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