Por Isaiah Esipisu
Hace tres años, los habitantes del semiárido distrito de Yatta, en la Provincia Oriental de Kenia, vivían de la asistencia alimentaria, debido a que las escasas lluvias impedían que sus cultivos de maíz prosperaran. Hasta que hombres y mujeres aunaron esfuerzos. Actualmente, en una noche de sábado en la aldea de Makutano, en ese distrito, Stephen Mwangangi, su esposa Margaret y sus dos hijos recogen pimientos con el objetivo de exportarlos a Europa.
“En promedio, mi familia gana 250 dólares cada dos semanas. Esto es mucho mejor que lo que ganan muchas personas empleadas en Nairobi”, dijo Mwangangi a IPS.
Su familia es una de aproximadamente 2.000 que integran un proyecto llamado Operación Fuera Mwolio. Esta palabra significa “asistencia alimentaria” en el idioma local kamba.
El proyecto se inició después de que el obispo Titus Masika, de los ministerios locales Christian Mission Impact, vio en la televisión cómo mujeres del área obligaban a sus hijas a vender sexo a cambio de alimentos o dinero.
“Ese reporte me perturbó. Me alentó a convocar una reunión de todos los expertos en agricultura y mercadotecnia nacidos en Yatta a los que pude acceder. La mayoría de ellos estaban trabajando en otras partes del país. Nos sentamos con los habitantes de Yatta a identificar la principal causa del problema y a hallar la solución”, dijo Masika a IPS.
Lo que los residentes necesitaban era un empleo sostenible que los sacara de la pobreza.
“Al implementar los consejos de los expertos y usar el conocimiento tradicional de los residentes, ahora hemos erradicado con éxito la Mwolio. Pero esto no sería posible sin la participación de todos los miembros de la familia en todas las etapas”, dijo Masika.
Se instruyó a los agricultores locales sobre diferentes técnicas para llevar a cabo su actividad, entre ellas el uso de “hoyos zai” (hoyos que se llenan de abono, encima del cual se cultiva), irrigación con agua de lluvia almacenada en pequeñas represas (bateas de agua) hechas de tierra, y siembra de productos tolerantes a la sequía.
A través de seminarios, talleres de capacitación y días pasados en los huertos de aldeas locales, Masika y otros expertos agrícolas de Yatta se las arreglaron para convencer a los hombres de unirse al proyecto.
Los hombres aportaron el trabajo duro para ayudar a cavar las bateas de agua, pero también ayudaron a las mujeres a acceder a equipamiento que generalmente es propiedad de ellos.
Actualmente, los campesinos de Yatta cultivan sus productos de alto valor, incluidos los pimientos, y en conjunto los embalan y los exportan a Europa. Se les paga dependiendo de la cantidad de vegetales que aporten.
Masika dijo que el éxito del proyecto se debió a la participación de todos los hogares, y no solo a que las mujeres buscaran maneras de mantener a sus familias.
“Cuando lo iniciamos, hace tres años, teníamos apenas 60 mujeres participantes”, señaló. Ahora, quien quiera integrarse al proyecto, puede hacerlo solo si también lo hacen todos los miembros de su familia.
Masika dijo que “trabajar juntos como grupos de familias (…) ha hecho milagros en los últimos dos años”.
“Como familias, habitualmente razonamos juntos, identificamos los desafíos dominantes y elaboramos estrategias sobre cómo abordarlos como equipo”, explicó.
Según científicos de la Iniciativa Sueca sobre una Red Agrícola Internacional, en África subsahariana, cuando hombres y mujeres trabajan juntos por un objetivo común aumentan la productividad.
Un libro de inminente publicación por esa entidad, titulado “Transforming gender relations in agriculture in Sub-Saharan Africa: Promising approaches” (Transformando las relaciones de género en la agricultura de África subsahariana: Enfoques promisorios), subraya metodologías innovadoras en la producción a pequeña escala que han mejorado las relaciones de género.
Agrega que, cuando mujeres y hombres cooperan, ayudan a una mayor producción de alimentos, seguridad alimentaria y nutrición, cadenas de valor más fuertes y mejor uso de los recursos naturales.
“Esto significa que tenemos que mejorar las posiciones de las mujeres en las comunidades, para que tengan un acceso igualitario a la tierra, a las herramientas y a los suministros (como fertilizantes), a las oportunidades de capacitación y a los mercados”, dijo a IPS una de las autoras del libro, Marion S. Davis, del Instituto de Ambiente de Estocolmo.
Según Cathy Farnworth, otra autora, la transformación “también depende enbuena medida de que hombres y mujeres trabajen juntos en todos los niveles (…), particularmente a la hora de adaptar tecnologías e integrarlas a las cadenas de valor del mercado”.
Melinda Fones Sundell, también coautora e investigadora del Instituto de Ambiente de Estocolmo, dijo a IPS que aunque las mujeres tengan un rol clave en la producción agrícola, en muchos casos no desempeñan roles correlativos en la toma de decisiones relativas a la producción y el mercadeo.
“Son productoras eficientes con lo que tienen, pero generalmente producen menos que los hombres agricultores a causa de su limitado acceso a la tierra, al crédito y a otros insumos”, señaló.
Resulta ilustrativo el caso de Janice Wanyama, una trabajadora en el hogar del occidental condado keniata de Bungoma.
“Tengo apenas un pequeño terreno dentro de nuestro complejo, donde cultivo verduras que alimentan a toda la familia durante todo el año. Pero la parte comercial de la tierra, el tractor que se utiliza y otros importantes equipos agrícolas son controlados por mi esposo. De todos modos tengo que hallar tiempo para trabajar en la tierra (que se labora con fines) comerciales también”, dijo a IPS.
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