martes, 1 de mayo de 2012

El lado oscuro del consumismo


Por Payo Pauch

Consumir es una acción necesaria de la existencia, todos somos consumidores porque queremos satisfacer nuestras necesidades humanas. Pero cuando penetramos a la vorágine del consumismo, donde el libre mercado crea nuevas necesidades superfluas e innecesarias, de productos o servicios banales y poco perdurables, con el fin de mantener vigente y creciente esta lógica consumista del modelo neoliberal, pues el consumo se convierte en irracional, compulsivo e insaciable.

El comprar por comprar, lo que en mercadotecnia se llama “merchandising”( captar y dirigir al cliente hacia la acción de compra), no responde a necesidades del posible consumidor, sino a modas, marcas, símbolos, gustos, que lo identifica con un determinado grupo social o a distinguirse de otros, para alcanzar supuestamente bienestar o felicidad, prestigio social y éxito. Entramos al terreno perverso y voraz del capitalismo, ya que transforma al consumidor en esclavo de sus propios hábitos consumistas y en un títere manipulado por intereses publicitarios y de mercado.

Frases como: “consumo luego existo”, “cuanto más consumo, más feliz soy”, “quiero que gastes mucho, para probar que amas a tu familia”, “trabaja, compra, consume, luego muere” entre otros, es el mensaje que envía el sistema, ligando la felicidad personal a la compra y tenencia de bienes materiales que el mercado ofrece en forma desenfrenada y permanente.

Las exigencias del capitalismo salvaje, busca nuevas formas de operar y hacer crecer el mercado abriendo puertas para que diferentes estratos y capas sociales puedan acceder a ese mundo de ilusión, lleno de “shopping centers” (centros comerciales) y gente supuestamente feliz porque puede comprar, gastar, despilfarrar, convirtiendo al consumismo y el éxito material en uno de los objetivos de sus vidas.

Es así que la mayoría de los jóvenes son grandes consumistas, con hábitos de consumo fútiles o frívolos buscando alcanzar prestigio o distinción social por encima de la utilidad. El acto de comprar, usar y desechar se convierte en la necesidad de experimentar, desear y satisfacer nuevas experiencias consumistas: estar a la moda, usar ropa de marca, ir a lugares exclusivos, obtener el último modelo de celular, laptop, mp4, tv, etc., creando consumistas compulsivos que penetran en una espiral donde el esnobismo y lo efímero los robotiza.

Se genera cambios en los principios, valores y comportamiento de los jóvenes, afectando su economía, sus gustos, sus afectos, su equilibrio psicológico y sobre todo generando alienados culturales, al mimetizarse o copiar conductas de una cultura que no les pertenece, perdiendo identidad y anulando su personalidad, siendo más valedero parecer que ser.

Cuanto más materialistas, olvidan o desconocen la importancia del consumo intelectual, del placer del conocimiento, de la información, de la lectura, el único consumo que produce ciudadanos libres, con pensamiento crítico y reflexivo, concientes de la visión y misión que cumplen en su sociedad.

El consumismo desmedido y despilfarrador crea graves problemas en el medio ambiente, así como la sociedad y los consumidores. Trae degradación ambiental, agotamiento de recursos naturales, generación permanente de desechos, que ocasionan nuevos problemas como contaminación, efecto invernadero, residuos peligrosos, cambio climático entre otros.

Asimismo una sociedad de consumo inestable e individualista, nada solidaria, cuyo mercado considera a objetos y personas como bienes de consumo los cuales pierden su utilidad una vez usados, donde la felicidad es sinónimo de acumulación de riqueza y gasto, y con consumidores consumidos por el sistema dominante.

Excesos consumistas

Citaremos algunas prácticas de excesos consumistas que se dan tanto en países desarrollados y en desarrollo, como producto de la mala orientación de la globalización, el modernismo y la falta de ética del gran capital.
  • Primer caso: el consumo de comida chatarra.

Son los adolescentes y niños las principales víctimas de la publicidad desmesurada y engañosa del consumo de alimentos industrializados, con precios accesibles y llamativas formas de presentación y consumo, estimulada por la televisión, que los lleva hacia la obesidad y el sobrepeso.

Las causas de la obesidad incluyen factores genéticos, biológicos, culturales, pero básicamente el consumo de dietas no saludables, con grandes cantidades de calorías y grasas. Alimentos elaborados a base de azúcares, grasas saturadas, sodio, colorantes, saborizantes, preservantes y demás aditivos artificiales, con graves complicaciones físicas y emocionales a los consumidores (diabetes, enfermedades del corazón, cáncer, presión alta, colesterol alto, depresión, ansiedad, entre otros males).

Según estudios, a nivel mundial existen aproximadamente mil millones de obesos o con exceso de peso (mal nutridos por exceso de consumo), de los cuales 42 millones son menores de 5 años.

Un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), revela que EE.UU. emporio de la comida chatarra, casi el 40% de los niños y adolescentes tienen exceso de peso u obesidad y dos de cada tres adultos son obesos o con exceso de grasa; encabezando la lista de los países con mayores índices de obesidad, le sigue México, Nueva Zelanda, Chile, Australia, Canadá y otros.

En el Perú, mientras la desnutrición afecta a niños de la sierra y selva, la incidencia de sobrepeso en la costa y en la capital, va aumentando en forma alarmante.

Según la OPS, más de la mitad de los peruanos adultos y uno de cada cinco niños menores de diez años sufre de sobrepeso y obesidad.

La Encuesta Global de Salud Escolar 2010, realizado por el Ministerio de Salud señaló que el 20% de escolares entre 13 y 15 años a nivel nacional, presenta sobrepeso y el 3% padece de obesidad.

Mientras que en el país recién se inicia el debate y un posible proyecto de impuesto a la comida chatarra, el crecimiento de “fast food” (comida rápida) avanza a paso firme y seguro.
  • Segundo caso: la adicción y dependencia de los juegos de azar.

Establecimientos de juegos como tragamoneda, bingo, casino, videojuego y otros son frecuentados por consumidores de diferentes edades y sexo que se inician por diversión, luego pasan a otras fases donde jugar y apostar se hace adictivo, incapaces de abstenerse y detenerse con la ilusión de ganar y recuperar lo perdido, convirtiéndose en ludópatas o jugadores patológicos. Lo cual trae graves consecuencias económicas, sociales y psicológicas para el jugador, su familia y su entorno social (grandes pérdidas de dinero, conflictos familiares, pérdida de amistades, depresión, alcoholismo, tabaquismo, actos ilegales como robo, fraude, falsificación, para financiar el juego).

En el Perú la adicción al juego crece vertiginosamente, siendo Lima la ciudad donde se libra una verdadera fiebre por los juegos de azar; proliferando luminosos y llamativos salones de juego y la concurrencia mayoritaria de jubilados de ambos sexos, apostando sus magras pensiones y sus sueños de ganancia.

Según datos del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (MINCETUR), en el país funcionan aproximadamente 50 mil máquinas tragamonedas, generando cada una de ellas un millón y medio de soles mensuales regularmente.

A pesar de que existen leyes que regulan los juegos de azar, le es difícil al Estado controlar la ilegalidad, la evasión tributaria y las presuntas actividades ilícitas de este pujante rubro económico.

Un ejemplo de madurez política nos dio el Gobierno de Ecuador, al prohibir los casinos, salas de juego y tragamonedas en su país, a partir de marzo del presente año, como resultado de una consulta popular al pueblo ecuatoriano.
  • Tercer caso: la niñez y el culto a la belleza.

Un canal de cable transmite los domingos un programa norteamericano denominado “Princesitas”, es un concurso de belleza para niñas desde los 6 meses a 12 años de edad. Con madres obsesionadas, tratando que sus niñas incursionen en el mundo de la belleza, según dicen para afianzar la personalidad, competitividad y belleza de sus pequeñas.

Teniendo que soportar largas sesiones de belleza, que termina generalmente en llanto, fastidio y mal genio de las párvulas, por el excesivo tiempo dedicado al vestuario, maquillaje, peinado, arreglo de uñas, de cejas, pestañas postizas, bronceado, prótesis dental etc. Es tanta la presión que muchas olvidan su rutina en el escenario, provocando dolor y frustración.

Lo único que se consigue, es mostrar a niñas sobreactuadas, con sonrisas fingidas, poses hipersexuadas y actitudes de adultos; opacando la espontaneidad y belleza natural de las niñas. Una madre se ufanaba que había bronceado a su niña desde los 11 meses y ya tenía 3 años, otra declaraba que “la belleza cuesta, duele y a veces agobia, pero hay que seguir adelante”.

La conocida revista de belleza y moda VOGUE, en su edición de agosto del 2011 presentó en sus páginas a niñas menores de 10 años, completamente maquilladas (tacones altos, labios pintados), en posturas sugerentes e hipersexuadas, lo cual escandalizó a los franceses, ocasionando grandes debates.

Es aberrante, que en nombre de la belleza y el consumo desmesurado de sus marcas, se utilice y manipule a niñas con fines de publicidad, exponiéndolas a daños psicológicos y a la pedofilia.

Otros excesos consumistas del sistema son el comercio de armas, el tráfico de drogas, la prostitución de menores, el trabajo infantil, el consumo desenfrenado de recursos naturales, la mercantilización de la naturaleza etc. que se cobija en el libre mercado, y en la tan pregonada expresión de libertad y progreso del capital salvaje.

¿Qué hacer?

Sin que suene a reflexiones utópicas, hay que combatir y desterrar esa figura paradigmática del consumismo, como sinónimo de desarrollo y felicidad.

Discursos hegemónicos como la globalización y la modernidad ligados a una dinámica de control, dominación y dependencia del gran capital, debe ser afrontado y desafiado de manera crítica en todos los planos de la realidad social.

Siendo necesario, otros discursos, otras visiones, otros modelos, otras prácticas económicas y sociales, otros paradigmas, que aporten alternativas, rupturas y cambios en la sociedad y mentalidad de los consumidores. Así como un Estado democrático regulador, capaz de imponer y regular medidas y normas al mercado.

Inculcar en la niñez y juventud, un nuevo código de patrones de consumo responsables y sostenibles, que promueva valores de respeto al medio ambiente, a las generaciones futuras y a nosotros mismos.

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