Presentación del libro “Profetas del Odio: raíces culturales y liderazgo de Sendero Luminoso” Fondo Editorial de la PUCP, 2012. Segunda Edición.
Introducción
Después de esta introducción reproduzco el discurso que había preparado para la ocasión. En realidad no pude leerlo íntegramente pues un pelotón del Movadef (Movimiento por la Amnistía y los Derechos Fundamentales, organización de fachada de Sendero Luminoso), presidido por el abogado Juan Carlos Crespo, irrumpió en la sala cuestionando el valor del libro, lanzando arengas a favor de la libertad de Abimael Guzmán y presentándose como los auténticos demócratas que luchan por la justicia en beneficio de las mayorías.
El abogado Crespo opinó que el libro era un “mamotreto”, que en realidad el “profeta del odio” era yo, el autor, que además era solo un “lacayo del imperialismo”, “rabiosamente anticomunista”. El libro reduciría la guerra popular a una perspectiva psicologista en la que yo enfatizaría el resentimiento social como el motivo fundamental la insurrección senderista. En realidad, Crespo y sus seguidores no habían leído el libro pero trataban de convertir su presentación en una suerte de tribuna para hacer propaganda a sus ideas. En realidad, no había argumentos en su discurso pero si una vehemencia y una convicción que pretendía imponerse y acallar toda opinión contraria.
La verdad es que nadie había previsto la irrupción. La dirección de la mesa, a cargo de Patricia Arévalo, decidió darle 5 minutos para que expresara lo que tuviera que decir. Pero, claro, Crespo rebasaba los minutos y no era sencillo hacerlo callar.
Sobre todo, y aquí va el hecho doloroso, porque estaba apoyado por unos veinte muchachos que repetían, cada uno por su lado, ¡Déjenlo hablar! ¡Estamos en una democracia! De esta manera, con este respaldo, conseguían prolongar la intervención de Crespo. Pero en poco tiempo se hizo evidente que estos muchachos eran parte de un grupo organizado pues comenzaron a lanzar consignas a favor de la inmediata liberación de Guzmán.”Defendemos derechos del Dr. Abimael Guzmán Reynoso”. Presentaban a Guzmán como injustamente encarcelado por luchar a favor del pueblo. Y se definían así mismos como perseguidos por el odio de lo reacción. La única manera de solucionar los problemas políticos derivados de la guerra popular es una amnistía que sería el fundamento de la reconciliación nacional.
Lo doloroso, y enigmático, es que muchachos tan jóvenes - sin experiencia directa de la insurrección que impulsó y condujo Guzmán asumiendo el terror como arma política fundamental- puedan pensar en Guzmán como una víctima a la se debe defender en nombre de la democracia y la reconciliación nacional. ¡Cuán profunda es la ignorancia de estos jóvenes! ¿Cómo explicar la ingenuidad latente en sus iracundas consignas? Y no se trata solo de un grupo pequeño en un acto puntual pues la presencia del Movadef entre los jóvenes se está multiplicando al punto que muchos opinan que es la organización política que agrupa más militantes en el Perú de hoy.
No hay arrepentimiento, menos la actitud humilde de pedir perdón por el enorme sufrimiento que causaron, lo que predomina es la arrogancia y la ira; la identificación con Guzmán, el suscribir –incondicionalmente- sus puntos de vista.
Arriesgo como hipótesis que en la socialización política de estos jóvenes la figura de Guzmán como una suerte de héroe “injustamente silenciado” es el hecho decisivo.
Dentro del panorama político actual marcado por la corrupción y el oportunismo; no es imposible presentar a Guzmán como el líder honrado y consecuente, como el germen de futuros cambios a favor del pueblo. Pero para que esta imagen sea posible es necesario que estos jóvenes sientan una gran necesidad de verdades absolutas, la añoranza por una suerte de padre sabio y fuerte por cuya liberación vale la pena correr riesgos pues sigue siendo garantía de un mundo mejor.
Estos jóvenes que irrumpieron en la presentación eran de clase media. Probablemente, desorientados y a la deriva, han encontrado un catecismo que da sentido a sus vidas. Es probable que ocurra lo mismo en jóvenes del mundo popular. Es también muy posible que algunos o muchos de ellos tengan vinculaciones familiares con los senderistas originarios.
En todo caso, concluyo con la importancia que se debe dar a la enseñanza de la historia reciente del Perú. La única vacuna contra la demencia de estos jóvenes es la memoria. Y precisamente de eso trata mi libro “Profetas del Odio”; un intento de reconstruir como alguien desde una cómoda clandestinidad pudo mandar a matar y a morir con tanta sangre fría, sin la menor piedad, y cómo hubo jóvenes dispuestos a inmolarse o a protagonizar un carnaval de sangre y de crueldad contra el pueblo que pretendían representar. La figura de Guzmán es tanto más repudiable por cuanto nunca estuvo dispuesto a arriesgar su propia vida por las ideas que defendía.
Estuvo muy por debajo del endiosamiento que en torno a su persona propiciaba. Endiosamiento que continúa hasta nuestros días como ingrediente de un fanatismo político totalmente desfasado.
En realidad, a la luz de este incidente me siento orgulloso de haber escrito este libro pues muestra, en forma contundente, la responsabilidad de Guzmán en el baño de sangre que sufrió nuestro país.
El Movadef ha colocado en you tube una selección de escenas de la presentación que puede consultarse en la siguiente dirección web:
Ahora sí, las palabras que no pude terminar de pronunciar.
Queridos amigos
Empiezo agradeciendo a Félix Reátegui, Rocío Silva y Rolando Ames por sus comentarios a mi libro, y su esfuerzo permanente por elucidar lo que hemos vivido en nuestro país. También agradezco al Fondo Editorial de la PUCP, a Patricia Arévalo, su directora por su apoyo a la publicación de este libro. También, en el plano editorial, a Pierre Emile Vandorne que coordinó los esfuerzos necesarios para que el texto pudiera marchar a la imprenta.
Pasando al proceso de investigación la primera deuda que tengo que reconocer es con Mariana Barreto Avila pues ella trabajó conmigo en todo el proceso de recoger información; me acompañó dos veces a Huamanga, tomó notas de las entrevistas que efectuaba y fue la interlocutora que permitió que se fueran sedimentando las primeras impresiones que fundan la argumentación de “Profetas del odio”. Sin su ayuda no hubiera podido llevar la investigación a buen término. De otro lado, Eleana Llosa realizó mucho más que el cuidado de la edición. Fue mi interlocutora en la parte final del trabajo. No sólo armó el aparato bibliográfico, revisó la redacción sino que fue conversando con ella que decidí un orden en los ensayos. Orden en parte sugerido por ella misma. Su consejo fue que no tuviera temor a la aparente arbitrariedad en la sucesión de los capítulos pues era mejor evitar lo lineal y predecible. Fui permeable a su buen criterio. Entonces, reitero mis agradecimientos a Mariana y Eleana.
El libro nace del impulso que significó para mí el semestre de investigación que obtuve en el año 2010. Me corresponde entonces reconocer la deuda que tengo con la Universidad por su apoyo a las iniciativas de los profesores. En especial al Vicerrectorado de investigación que también me ayudó con los fondos para contar con la asistencia de Mariana Barreto. Parte del semestre lo pasé en Madrid. Allí viví como si fuera un escritor profesional. Dedicado ,íntegramente, a la escritura. Acá debo mencionar y agradecer al profesor Jesús González Requena que me enseñó los principios que me permitieron descifrar el enigma que representan las imágenes.
Pero en este libro están presentes, de forma explícita, y, las más de las veces implícita, muchas de las lecturas que he ido realizando en los más de cincuenta años que llevo frecuentando libros. Y una dedicación tan larga y sostenida no podría explicarse si no fuera profesor universitario y, además, si no tuviera una comunidad de colegas y estudiantes con la cuál he ido intercambiando opiniones en un diálogo que continúa. Cierto que la vida académica en el Perú no facilita el desarrollo de obras de largo aliento. Después de la tesis de doctorado vienen los ensayos. Ocurre que entre los 3 cursos que tenemos que dictar, y la comisiones en que participamos, ya no hay tiempo ni energía para pensar en formatos más orgánicos. Pero se puede sacar ventaja de esta situación. Mi camino ha sido escribir textos más sintéticos, y, con el tiempo, cada vez más personales y tentativos. Además, desde siempre, me sentí convocado por lo interdisciplinario. Esta libertad para ir errando entre conceptos de distintas disciplinas se la debo a la Sociología pues en la tradición de esta disciplina está el impulsarnos a la búsqueda de otras perspectivas. Entonces, así, leyendo una cosa, y también la otra, llegué a los llamados “estudios culturales”, a una estrategia de leer la realidad que enfatiza lo fecundo de cruzar las fronteras de los campos disciplinarios en la perspectiva de hacer visibles conexiones que suelen escaparse a la atención de quienes se concentran en un solo enfoque. Pero, claro, la estrategia de saber un poco de muchas cosas tiene sus riesgos, sobre todo la ligereza y la frivolidad, pero también tiene sus promesas como la de lograr panoramas más amplios y comprensivos. En este proceso de ir definiendo un enfoque basado en los estudios culturales he contado con la inapreciable ayuda de Alberto Flores Galindo a cuya obra y amistad tanto debo. Pese al tiempo que ha transcurrido desde su partida, me acompaña en un diálogo que continúa. Y en el momento actual son muchos mis interlocutores. No puedo nombrarlos a todos. Pero al menos tengo que reconocer la importancia del diálogo con mis colegas del departamento de Ciencias Sociales; entre ellos Nelson Manrique. Y fuera de mi grupo inmediato debo mencionar los mutuos aprendizajes logrados con Víctor Vich, Juan Carlos Ubillúz, Carmen María Pinilla, Cecilia Esparza, Rafael Tapia y Elena Piazzón.
Sin el entorno y el soporte de mi familia nada me hubiera sido posible. Los muchos años compartidos de armonía y complementariedad son el vínculo o raíz que me nutre de la serenidad siempre amenazada por mi desmesura. Agradezco entonces a Patricia, Florencia, Rómulo y Paola, por su amor y compañía.
II
Después de estos agradecimientos me gustaría referirme a la génesis de este libro. Como a todos los peruanos, también para mi, Sendero Luminoso representó un enigma. Un primer intento de acercarme a su comprensión fue mi libro Razones de sangre, aproximaciones a la violencia política. Publicado en 1998 se hizo acreedor al premio de investigación otorgado por nuestra universidad. Me costó mucho trabajo escribirlo. La investigación duró varios años y con frecuencia quedó paralizada por el desánimo de no poder intuir una arquitectura de conjunto. Finalmente, creo que fue un aporte.
Pero en el año 2009, cuando empecé nuevamente a investigar la insurrección de Sendero Luminoso habían muchas más fuentes disponibles y, además, el paso del tiempo hacía posible un acercamiento diferente, más sereno y objetivo; finalmente contaba con nuevos recursos conceptuales como para analizar imágenes y videos.
En todo caso el estímulo inmediato fue la aparición en you tube de la versión completa del video conocido como la danza de Zorba el griego. Es decir la grabación del último encuentro del comité central de Sendero Luminoso. Observándolo, una y otra vez, me di cuenta de la profunda idolatría que Guzmán despertaba entre sus seguidores. Y también de la actitud desdeñosa y poco comprometida con que el propio Guzmán devolvía los gestos de adoración de sus fanáticos partidarios. Definitivamente el hombre Guzmán no estaba a la altura del endiosamiento al que era elevado. Aún cuando esta situación respondía, en mucho, a sus permanentes exigencias. Otro estímulo importante fue la aparición de su autobiografía llamada “De puño y letra”. Pese al título se trata de un conjunto más bien insulso de textos jurídicos. No obstante como una suerte de prólogo Guzmán insertó unas notas verdaderamente autobiográficas que, leídas y vueltas a leer, resultaron muy significativas para elaborar las preguntas que guiarían la investigación.
Entonces el propósito inicial de aproximarme al hombre Guzmán fue ampliándose de manera que se trataba de comprender como su discurso alucinado había logrado capturar la imaginación de tanta gente. Para este propósito contaba con el monumental estudio de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación y con el archivo de testimonios y entrevistas que me permitió acceder a los puntos de vista de los máximos dirigentes de la insurrección. En estas ideas y vueltas fui ratificando y elaborando una presunción que siempre me acompañó. Me refiero a la importancia del trasfondo religioso de la insurrección senderista. En este punto la concepción weberiana de la secularización resultó clave, como también lo fue el postulado de Castoriadis sobre el cambio en los universos mítico simbólicos que dan sentido y abrigan a la criatura humana. Ambos autores subrayan que el cambio en las creencias esconde continuidades más profundas de manera que tras la súbita hegemonía del marxismo en la Huamanga de los años 70, la ciudad más marcada por el catolicismo colonial, había que identificar la persistencia de antiguas tradiciones, como la creencia en una verdad definitiva, revelada por una autoridad en comunicación directa con la trascendencia. Y, finalmente, una y otra vez acudió en mi ayuda la obra de José María Arguedas. Sus novelas y cuentos, a los que siempre he regresado en los últimos veinte años, me sirvieron como una fuente privilegiada para tratar de entender la subjetividad andina; en especial el significado de la evangelización colonial con su exaltación del sufrimiento y la obediencia. Y también para acercarme a la manera en que los pueblos andinos lograron resistir la imposición colonial.
III
Pero más allá de la historia del libro, me gustaría compartir con Uds. la apasionante experiencia que significa investigar en el sentido más arcaico y fundamental de la palabra. En latín investigare significa ir en búsqueda de una pista o huella, de un vestigium que es el término que nombra la huella en tanto tiene un origen desconocido. Es decir, la idea original es que solo hay un resto y tenemos que reconstruir el todo al cual pertenece. Se trata de encontrar algo que uno no sabe qué cosa es hasta que, terminada la investigación, logramos explicar mediante un argumento el significado de esos restos que nos interrogaban. La investigación básica es pues la exploración de lo desconocido, el seguir la pista de leves presentimientos, tomar decisiones basadas en la intuición, aceptar sumirse en un estado de confusión donde muchas cosas pueden ser para, desde allí, desechar y esclarecer. Es decir, se trata de todo lo opuesto a la manera en que el positivismo imagina, o reifica, la investigación básica. Para empezar no existe algo así como un marco teórico ya dado pues este se va ensamblando en la propia investigación de acuerdo a las exigencias que nuestras incertidumbres plantean y en base a los conceptos que aparecen como más sugerentes para superar esas incertidumbres. Tampoco hay hipótesis pues tan solo tenemos sospechas o presunciones que se desmienten o se enriquecen. De la misma manera no existe un método fijo o un orden pre establecido sino que estos van apareciendo conforme avanza el proceso de investigación. Seguir la pista significa aceptar lo confuso de la realidad, estar dispuesto a vivir en la interrogación y la incertidumbre, luchar para que las hipótesis que vamos elaborando correspondan a la realidad que tratamos de explicar. Y comprender que por más que nos afanemos nuestro esfuerzo está destinado a ser parcial e incompleto pues, pese a que las interrogantes sigan proliferando, en algún momento tenemos que poner punto final a nuestro trabajo. Investigar es pues una aventura, adentrarse en el laberinto, sin garantías, ni certidumbres definitivas. Una pasión que se sufre pero que encuentra grandes recompensas en los momentos del “Ajá”, del asombro que nos produce esa realidad que logramos descubrir, esa frase que condensa multitud de hallazgos.
Sería muy lamentable que en nombre de la predicibilidad y el control, este tipo de investigación sea desechado a favor del positivismo y su reificación del proceso de investigar. No quiero que producir un mal entendido pues no desecho la metodología positivista. Si queremos, por ejemplo, explicar el rendimiento escolar en términos de comprensión de lectura o capacidad para realizar operaciones matemáticas, es enteramente válido diseñar un protocolo de investigación que trate de relacionar estas habilidades con factores como la configuración familiar, el nivel de nutrición, el lenguaje materno, etc. Lo más probable es que nuestros prejuicios o hipótesis se comprueben. Pero este es el punto cuando la investigación básica tiene que tomar la posta. Examinar, por ejemplo, la dinámica de las configuraciones familiares que están detrás de los altos y bajos rendimientos. Creo que la universidad es el espacio que debe fomentar este tipo de investigación a la cual se afilia mi libro.
Termino con una frase de Albert Einstein “Si supiese qué es lo que estoy haciendo, no le llamaría investigación, ¿verdad?
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