lunes, 19 de agosto de 2013

Ecuador: Revolución de hierro y cemento

Manuel Chiriboga Vega 

Algo muy profundo se rompió el jueves por la noche, como que de pronto una utopía colectiva, en que confluían todo tipo de ciudadanos, desde ecologistas y amantes de la naturaleza y el paisaje, pasando por los pueblos indígenas con visión del mundo anclada en la Pachamama, hasta madres y abuelos preocupados por el legado que queremos dejar a nuestros hijos, nietos y más allá, fuimos desgarrados por la decisión tomada por el presidente de la República.

La revolución ciudadana, como casi todas revoluciones en el pasado son finalmente apuestas por carreteras y ferrocarriles, Lenin ya decía que la Revolución de Octubre era sóviets y vías férreas, a lo que se añade hoy, puertos y astilleros, petroquímica y siderurgia. Para lograr aquello, la explotación de los recursos naturales es la inyección de energía fósil y de excedentes requeridos. El resto es daño colateral, justificado por un bien superior. Esta visión predominó en las experiencias de desarrollo a uno y otro lado de la cortina de hierro y hasta hoy predomina en las economías de mercado abierto y en las economías de Estado. Los efectos ambientales y sobre salud pública fueron devastadores.

La razón esgrimida es la pobreza que todavía afecta a uno de cada tres ecuatorianos, con mayor fuerza en ciertas zonas del país, las rurales y la Amazonía. Lo cierto es que dichas poblaciones y pueblos tienen sus mayores riquezas en los recursos con los que conviven, es ello lo que les permitirá un desarrollo con identidad, basado en el riquísimo patrimonio natural y cultural con el que viven. No es que no necesiten educación y atención de salud de calidad, ciertamente ello es necesario, pero sus mejores oportunidades están relacionadas a su cultura y a su relación con la naturaleza. No por azar los pueblos indígenas que tienen mejores condiciones de vida, sean aquellos que han logrado basar sus experiencias en sus conocimientos, habilidades y destrezas.

¿No sería mejor, en consecuencia, invertir para el futuro del país y de los pueblos indígenas, en biotecnologías, genómica y valorización de recursos naturales, recursos que el Yasuní tiene en abundancia? ¿No son aquellos, justamente el conocimiento científico y las tecnologías del futuro, sobre lo cual podremos hacer nuestro desarrollo, en lugar de apegarnos a las fórmulas de crecimiento propias de mediados del siglo pasado? ¿No sería en consecuencia mejor preservar ese patrimonio de las necesidades contingentes del desarrollo actual, para sentar las bases para un desarrollo futuro de otro tipo?

Finalmente, ¿no resulta imprescindible para la equidad intergeneracional, considerar al menos la posibilidad que esas generaciones futuras reciban algo de nosotros, como una suerte de pacto de largo plazo para el Buen Vivir?Algo que también caracteriza las revoluciones de hierro y cemento, es que la población participa poco en las grandes decisiones. Es el liderazgo tecno-político el que sabe mejor qué se debe hacer y que explica con paciencia por qué una decisión que se toma es la mejor en el momento. Para nada se facilita la discusión abierta, las voces disidentes, las protestas, la construcción de consensos diferentes, la recolección de firmas, estas se ven con desconfianza y se desestiman rápidamente y en algunos casos se persigue. Se impone de a poco una suerte de Pax para la modernización basada en recursos naturales.

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