Ya nos hemos acostumbrado a que el Gobierno nos lance cada semana un hueso para roer: reelección presidencial, eliminación del subsidio a los combustibles, construcción de un nuevo puerto para Guayaquil... Pero el fin de la Iniciativa Yasuní-ITT -si bien venía precedido de varios globos de ensayo lanzados oportunamente- obedece a la urgencia de la realidad. Después de seis años de haberla presentado al mundo, y mientras avanzaba en firme con el 'Plan B', el presidente Rafael Correa ha decidido descartar la posibilidad de dejar sin explotar en este parque de gran biodiversidad una reserva recalculada en 920 millones de barriles de crudo.
¿Tenían razón quienes decían que Correa nunca creyó en el proyecto? Lo cierto es que el discurso de los derechos de la naturaleza quedó desbordado. Es muy estimable el argumento de que se usarán los 18 291 millones de dólares que pudieran obtenerse de la explotación petrolera en el Yasuní para el desarrollo de una región olvidada, como la amazónica, pero es inn ecesario declararse ambientalista. Todos sabemos que no es cierto que no se causará daño a la reserva ni a los pueblos no contactados que viven en ella. Y si no ¿era necesario presentar la Iniciativa? Es un ropaje más que se cae y que muestra un Gobierno desarrollista y neopopulista que no debiera ocultarse ni en discursos de izquierda ni en socialismos.
No hay ninguna señal de cambios en la matriz productiva y se refuerza el modelo de un Estado controlador y a la vez clientelar, basado en un enorme gasto y que necesita a toda costa más ingresos petroleros. Al final del día, lo que interesa es el poder y cómo sostenerlo. Bastó ver cómo los personajes interesados en mantener el estado de cosas, con la Presidenta de la Asamblea a la cabeza, ya se adelantaron a afirmar que ninguna ley ni artículo de la Constitución pueden ser un obstáculo para 'la consolidación del proceso político que está viviendo el país'. Eso es lo que se nos presenta como revolucionario, pero si uno mira con cuidado, en el primer círculo del Gobierno van quedando solo los funcionarios pragmáticos y otros que cumplieron bien bajo otras banderas, y que han desarrollado a través de un sinnúmero de leyes, métodos de control social y político que podían haber servido muy bien para cualquier gobierno caudillista.
El modelo se vuelve anécdota; que lo digan si no los dirigentes procesados por terrorismo y los políticos que se han alejado. Y, a propósito de anécdotas, la Presidenta de la Asamblea defendió hace poco su corona del Yamor como producto de un reinado que no es neoliberal como el resto sino distinto, como supuestamente es distinto todo lo que toca la revolución ciudadana.
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