Dos
días después del tres de octubre, fecha del famoso golpe de Estado de Juan
Velasco Alvarado, en 1968, y cuatro días antes del llamado “Día de Dignidad
Nacional”, que recuerda la toma de la IPC en ese mismo año, el presidente
Humala, militar de carrera y seguidor según él mismo del pensamiento
velasquista, dio “luz verde” a la firma del Acuerdo Transpacífico (TPP).
Acuerdo que reúne a doce países de la cuenca del Pacífico, entre ellos al Perú y EE.UU., y que crea una zona de
libre de comercio.
El
tema del TPP no es poca cosa. No solo porque va más allá de los TLC, o porque
los consumidores se verán afectados como sucede con el tema de los medicamentos
y la salud, o porque limita nuestros derechos en Internet y pone obstáculos al
acceso al conocimiento y la cultura, o porque afecta nuestros derechos como
consumidores; sino también –como bien ha dicho Joseph Stiglitz– porque “está
claro que los negociadores peruanos están capitulando ante las demandas de las
empresas de los países avanzados”.
No es
extraño que este tratado se haya negociado en el más absoluto secreto por cinco
años. Y la razón simple: se han aceptado casi todas las demandas de EE.UU. y de
las empresas transnacionales, como ha sucedido en el tema de la salud y
medicamentos al permitirles ampliar el plazo de exclusividad de algunos
medicamentos, retrasando así que las industrias locales puedan fabricar
medicamentos genéricos más accesibles para la población.
Como
también que el Perú renuncie a su soberanía al aceptar tribunales arbitrales
internacionales frente a los reclamos de las transnacionales. Ahora, si un
gobierno promulga una ley que afecta las
posibles ganancias de una transnacional, esta puede acudir a dichos tribunales
porque sus expectativas económicas se han visto frustradas o perjudicadas. De
ahora en adelante los países que han
firmado el TPP tendrán que pedirle permiso a las transnacionales antes de
legislar. Por eso hablar de
“capitulación” como bien ha dicho el Premio Nobel no es ninguna exageración y
menos demagogia.
Y es
que en realidad, la política que solo busca firmar los Tratados de Libre
Comercio, como ha hecho este gobierno y los anteriores (y que el TPP supera),
que rebajan los aranceles para productos agrícolas importados, que aumenta la
protección para las inversiones extranjeras, así como para las patentes
médicas, que desregula más aún los derechos laborales y sobre todo, como
decimos, recorta la soberanía de los estados permitiendo que las empresas
transnacionales los demanden en fueros internacionales cuando consideran que
sus intereses han sido perjudicados, no ha sido ni es el mejor camino.
Año
tras año, desde el 2010, nuestro déficit comercial se acrecienta a pesar de los
TLC, habiendo batido el 2014 un récord histórico de menos de US 2,554 millones
de dólares, cifra que seguramente será mucho mayor el 2015, ahora que han caído
estrepitosamente los precios de los minerales, que constituyen lo central de
nuestra canasta exportadora.
Y si
a todo ello le sumamos la posibilidad de que el Perú firma también el TISA
(Trade in Service Agreement), por sus siglas en inglés, es decir un Tratado
Comercial de Servicios que está negociando también secretamente, al margen de la OMC y que liberaliza aún más,
como lo hace el TPP, el comercio de servicio, es claro que pasaremos a ser una colonia
de las transnacionales.
Como
ha dicho Julian Assange, fundador de los wikileaks, EE.UU. es un “imperio
moderno” que tiene como principales armas por un lado, las bases militares (más
de 1,000 repartidas en 120 países); y por otro, los tratados comerciales que se
negocian secretamente y que son básicamente tres: el TPP que abarca la cuenca
del Pacífico y que ya se firmó; el TISA el Tratado de Servicios que lo negocian
más de 100 países y el TTIP (Tratado de Comercio y de Inversiones) que abarca a
Europa y que hoy está detenido por desacuerdos con Francia.
Con
estos tres tratados, más las bases militares, EE.UU. y las transnacionales,
buscan dar un golpe de estado geopolítico a nivel mundial con el objetivo de
enfrentar el poderío de la China y mantener su hegemonía a nivel mundial.
Asistimos a una nueva fase o una nueva época en la cual lo importante es el
dominio creciente de las transnacionales, tanto en el mundo económico como el
político.
Por
eso resulta no sé si trágico o irónico que en el mes de octubre, que nos
recuerda al proceso velasquista, un Presidente y un gobierno que levantaron las
banderas del nacionalismo, acaben firmando el TPP que no es otra cosa que la
capitulación de una nación.
(*)
Parlamentario Andino
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