miércoles, 28 de octubre de 2015

LAS CADENAS DE EROS, ESCRIBE JORGE BRUCE


Hace catorce años fui invitado a un programa de Canal N (se encuentra en You Tube), conducido por Cecilia Valenzuela al mando de un equipo de jóvenes reporteros, en torno al ahora célebre caso del Sodalicio. En ese programa se presentaron testimonios apabullantes de abusos –como los de Enrique Escardó– y al final del reportaje intervino el suscrito. Afirmé entonces que, pese a carecer de evidencias, estaba seguro de que los abundantes episodios de abuso psicológico y acoso moral denunciados incluían abuso sexual.
Durante todos estos años esto fue ignorado y, en los casos de Escardó y otros, fueron además estigmatizados y combatidos como si fueran unos herejes enemigos de la verdad divina. Gracias a la investigación y testimonios presentados por Pedro Salinas en colaboración con Paola Ugaz, hoy sabemos que todo esto no solo era cierto: era peor.
Quisiera explicar en qué se basó mi presunción de entonces.
Cualquier organización articulada en torno al vínculo amoroso con un líder carismático (puede ser Figari o Abimael) conduce al sometimiento mental y físico. Tarde o temprano, ante la ausencia de sistemas de control que limiten el poder del o los líderes, estos se ven expuestos a la tentación del abuso, que en jerga psicoanalítica se denomina la pulsión de dominio. Entonces el único cortafuegos se halla en el mundo interno del jefe del grupo. Lo cual significa pedirle peras al olmo. Ahí donde hay impunidad, el exceso no es la excepción: es la norma. Es lo que Slavoj Zizek llama el superyó obsceno.
Pretender, como lo han hecho todos estos años los miembros de la cúpula sodálite, que sus rezos y castigos físicos los ponen a resguardo de las cadenas de Eros (título de un libro de André Green en donde explica el funcionamiento de la cadena erótica, que comienza con la pulsión sexual, pasa por el principio del placer, el deseo, el fantasma y culmina en la sublimación), e invertir el proceso es al inicio un autoengaño. Luego se convierte en un modus operandi, como se está viendo en instituciones católicas del mundo entero.
Por eso no es extravagante citar a Figari o a Doig al lado de Abimael. Aunque en el papel sean dos agrupaciones diametralmente opuestas, una de las cuales es asesina y terrorista, comparten la sumisión abyecta, el lavado de cerebro de sus miembros, el castigo implacable a quienes se apartan de las reglas autoritarias y rompen el pacto del secreto, así como el goce sin trabas del líder supremo.
Es probable que no lo hayan sabido conscientemente al inicio, pero en algún punto Figari, Doig y los demás deben haber entendido que el verdadero objetivo de su sistema de reclutamiento de élites adolescentes era el poder de someterlos y hacer de ellos sus esclavos. Psíquicos o sexuales. Para entonces ya era demasiado tarde. La fuga hacia adelante pareció dar resultado gracias a la complicidad de la Iglesia católica, empeñada en apagar sus propios incendios pedófilos. Mientras tanto, niños y adolescentes eran sacrificados al culto narcisista maligno de unos depredadores persuadidos de su impunidad y omnipotencia.

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