Las mejores cocinas del mundo surgieron en naciones castigadas por hambrunas, porque la escasez forzó la exploración y la creatividad. El recuerdo del hambre creó también la imagen del gordo capitalista como símbolo de prosperidad. Pero si las cocinas pobres se enriquecieron por sus sabores triunfales, el símbolo del obeso opulento sucumbió al colesterol y sus infartos hasta convertirse en la representación de pobreza urbana… con alguna notoria excepción.
Se nos va Alan García en medio de lo que pareciera un festival de disonancias cognitivas. Algunas cifras señalarían su gestión como un éxito, mientras que otras la grafican como bancarrota. Si las cifras de las encuestas dicen algo, se va más rechazado que aprobado, con un debate marcado por la carga contenciosa que ha signado toda su carrera política.
Admirado hasta el exceso incluso por personas inteligentes y detestado sin matices por gente capaz de análisis sutil en otras circunstancias, lo que resulta claro es que, a diferencia de otros políticos, cuando uno discute a García no puede separar al actor del libreto. En su caso, el actor es el libreto.
Hay consenso en considerar a García como un gran orador (anoto mi disenso. Creo que se estaciona con creciente frecuencia en una vacua ampulosidad que carece de pasión, de fuerza o de aquello que compensa su falta: ingenio o sabiduría). Quienes lo vieron retornar desde la infamia artificial que le fabricó el fujimorismo, en aquellos tiempos en que solo se lo llamaba ‘reo contumaz’; sumados a quienes lo vimos regresar desde la infamia real de su primer mandato, solo en parte redimida por la persecución de los 90, para resucitar a un Apra comatosa, maniobrando con destreza en la campaña para pasar a la segunda vuelta con un ombligo de ventaja y amenazar con la victoria en 2001; pasaron a pensar en él como un Maradona electoral, capaz de desequilibrar defensas cerradas pero estólidas y de lograr victorias inesperadas, pero de alguna forma inevitables.
El 2006 García hizo su mejor faena en la primera vuelta. Cierto es que la vocación por el desacierto de Lourdes Flores lo ayudó mucho, pero en cuanto logró superarla y pasar a la segunda vuelta contra el entonces rígido y radical Ollanta Humala, era difícil no ganar. Aún así, hizo una buena campaña, serena, sin fatigas y sin dejar de aprovechar los errores de su adversario.
De esa manera volvió al poder en 2006, dieciséis años después de haberlo dejado en medio del oprobio para él y el peligro para nosotros.
García resultó un armario de sorpresas. El joven presidente de antaño se convirtió en el mejor enemigo de su pasado. Eso, dado lo catastrófico que este había sido, no era malo sino lo contrario. Pero lo notable fue cómo y hasta dónde se dio ese cambio.
Al fin y al cabo se trataba del líder que, según una buena fuente de esos tiempos, le había recitado a Kim Il Sung fragmentos de uno de los poemas de éste, en coreano, durante su visita a Corea del Norte en los 80, provocando, me relataron, que aparecieran unas lágrimas de emoción en los ojos del viejo tirano.
Por si aquello fuera muy lejano, se trataba también del líder que se había movilizado en las calles contra el TLC con Estados Unidos, patadita de por medio en junio de 2004, hasta que un viaje más bien tardío a Estados Unidos lo había convertido al concepto que presidió su gestión: Inversiones García.
CUANDO un pensador serio cambia de ideas, suele esforzarse por explicar las razones y el proceso que lo llevaron al cambio. Algunas de las páginas más intensas, apasionantes, a veces desgarradoras del siglo XX, fueron escritas por intelectuales que relataron el camino de su desilusión de la ideología comunista, que antes atrajo a algunas de las mentes más brillantes, conmovidas por la esperanza de justicia social o por la necesidad de lucha contra el fascismo. Otros, como Isaac Deutscher en su memorable “Herejes y renegados”, describieron las formas de ese desengaño. Pero en casi todos los casos hubo un gran esfuerzo por explicar el cambio. Era lógico hacerlo. Si uno defiende pensamientos que movilizan adhesiones, entusiasmos y acciones; y luego pasa a considerar erróneo y hasta nocivo aquello que sostuvo y proclamó, ¿cómo no explicarlo a los demás cuando haya acabado de explicárselo a sí mismo? ¿No es un deber de integridad moral e intelectual?
No lo es para un sofista, que se viste y desviste de razones como otros de ropas interiores y exteriores. Y no lo fue para García, que se convirtió en una suerte de neoliberal (lo que ese término significa en Latinoamérica) recargado sin solución de continuidad con su pasado diferente.
Lo curioso es que su metamorfosis política vino aparejada por la física a través de un espectacular aumento de peso y volumen que lo convirtió en un retrato de esos millonarios dickensianos del siglo XIX, reventando de prosperidad en medio de un mundo de anoréxica pobreza.
El ‘reo contumaz’ de anteayer, el socialista a lo Bettino Craxi, terminó rodeado por los signos y personajes casi caricaturescos de la opulencia oligárquica ultraconservadora de antaño. Desde la Confiep al Opus Dei, con el toque contemporáneo de Odebrecht.
Se dirá, y se dice, que todo eso ha sido para bien, y que el García de 2006-2011 ha hecho progresar tanto al Perú cuanto el García 1985-1990 lo hundió. Así, ese segundo período se explica no solo como consecuencia de la madurez sino también como una restitución.
Y es cierto que nadie debiera estar en desacuerdo con una década continua de crecimiento económico. Por mala o muy mala que sea la distribución de la riqueza, su existencia le cambia la vida al país. La causa mayor de ese crecimiento ha sido el incremento gigantesco de la demanda por materias primas. Pero no ha sido poco mérito el tratar de aprovechar las térmicas favorables de la demanda para crecer con una oferta mayor, manteniendo disciplina y racionalidad en el manejo fiscal.
Cuando uno discute a García no puede separar al actor del libreto. En su caso, el actor es el libreto.
Ese es un logro indudable de García II. El otro es que, pese a muchas tensiones, contradicciones y hasta crujidos ominosos, el sistema democrático se mantuvo y funcionó.
¿De qué quejarse entonces? ¿No se creció, y mucho, en democracia? ¿Qué más se le puede pedir a un gobierno que prosperidad y libertad? ¿Qué importa, en perspectiva, que García se hinche, se contradiga cuando quiera y hasta hable en forma que hubiera provocado algún rubor entre los barones del azúcar de antaño?
Pues sí importa, y mucho.
LA parcial sensatez económica –que, como dice el escritor Percy Espinoza “en tiempos normales no debería de considerarse una virtud”– no es, como se ha visto, una garantía de estabilidad. De hecho, la inestabilidad política suele acrecentarse en períodos de crecimiento desordenado, arbitrario y mal distribuido. Mucho más, por supuesto, cuando campea la corrupción.
Petroaudios, Cofopri, Bagua, ‘reconstrucción’ de Pisco, “perros del hortelano”, alianza con el fujimorismo, indulto a Crousillat, decreto 1097, conflictos mineros, licitaciones y concursos dirigidos, la corrupción militar y policial, las fallidas acciones en el VRAE, las gigantescas cutras en obras públicas, las inauguraciones truchas, el soborno por ascensos a generales, el conflicto de intereses como norma de la acción de gobierno. La disposición a defender a ultranza a algunos ministros o colaboradores cercanos junto con la de sacrificar a otros para centrar en ellos el escándalo.
Cada una de esas palabras representa una historia diferente de arbitrariedad, indiferencia o simple y frecuentemente, corrupción.
Por eso, en medio del crecimiento, la corrupción sigue siendo la preocupación central de los peruanos, junto con la lucha contra el crimen.
Y por eso una mayoría de peruanos despide a García con desaprobación. La metamorfosis afectó dramáticamente su relación con la balanza pero no su relación con la Historia.
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