miércoles, 6 de julio de 2011

La carta de la legión Mariscal Cáceres sobre el traslado de restos de Miguel Iglesias a la cripta de los héroes


Excelentísimo Señor Presidente de la República (e) 
Teniente Coronel Ollanta Humala Tasso.
Excmo. Señor Presidente

Tengo el honor de dirigirme a Usted en nombre del Consejo Directivo y de los Miembros de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres de mi presidencia, para trasmitirle el saludo y los parabienes de nuestra institución por haber sido electo Presidente Constitucional de la República, haciendo votos porque la alta responsabilidad que Usted asume en momentos tan cruciales para el país, alcance los nobles objetivos que se ha trazado, fundamentalmente los de integración nacional construyendo una sociedad progresista y solidaria, donde impere por fin la justicia social por la cual lucharon desde hace siglos los mejores hijos de nuestro amado Perú.

Nuestra Orden de la Legión Mariscal Cáceres, a pesar de la incomprensión de algunos entes oficiales, ha proseguido en los últimos años la perseverante tarea de relievar los contornos paradigmáticos de su excelso Patrono, no solo a través de actuaciones cívico patrióticas en Lima y el interior, sino con un constante trabajo de investigación histórica algunos de cuyos frutos son las revistas y los libros que adjuntamos al presente oficio.

Esa investigación histórica ha servido para defender documentadamente la gestión presidencial que le cupo al entonces General Andrés Avelino Cáceres, cuyo gobierno sentó las bases de las Reconstrucción Nacional empezando a superar los efectos desastrosos que en todo campo dejo la infausta guerra de 1879-1884. Asimismo, esa investigación histórica, gracias a la cual tenemos compilados y aún inéditos varios miles de documentos relativos a la Guerra de Resistencia Nacional, nos ha permitido abrir nuevos cauces para la comprensión del por qué de la derrota. Y podemos sostener con las debidas pruebas documentales que ese periodo osciló entre la gloria y la infamia, según se manifestaron frente al invasor actitudes contrapuestas en los diversos sectores de la sociedad.

Hubo héroes, merced a cuyo sacrificio hoy podemos repetir que si nos cupo la suerte adversa en la infausta guerra no fue sino después del holocausto de los mejores peruanos. Pero hubo felones y traidores, que optaron por el derrotismo y, lo que es peor, por el entreguismo, anteponiendo sus intereses económicos a los sacrosantos de la nación. El más famoso de estos últimos fue el terrateniente metido a militar Miguel Iglesias y su mención aquí tiene que ver con el propósito principal de esta tal vez ya extensa comunicación.

Sucede que en la hora undécima de su gobierno, el presidente saliente, doctor Alan García Pérez, ha dado cima de manera silente a un nefasto proyecto que anunció a mediados de su mandato, cual fue el de convertir al supremo traidor en un héroe. Porque el miércoles 2 de junio del presente año ha estampado su rúbrica a la Resolución Suprema Nº 254-2011-DE/, disponiendo “trasladar a la Cripta de los Héroes ubicada en el Cementerio “Presbítero Maestro” los restos mortales de quien fuera Ministro de Guerra, General Miguel Iglesias en su condición de Jefe del Primer Cuerpo del Ejército en las batallas de San Juan y Chorrillos, y vencedor de la batalla de San Juan”.

Dicha Resolución Suprema es nula de por sí nada más si consideramos su equivocado enunciado. Miguel Iglesias no fue el “vencedor de la batalla de San Juan”. Allí venció Chile. Hasta pareciera haber brotado en esa redacción el subconsciente de los miembros de la Comisión del Ministerio de Defensa, que de seguro conocen la historia pero que solo se han limitado a consentir lo dictado “desde más arriba”. Miguel Iglesias, desde la noche del mismo 13 de enero de 1881, vale decir unas horas después de haber sido tomado prisionero, se convirtió en vocero de Chile. Por eso, Andrés Avelino Cáceres, en una de sus cartas escritas en el fragor de la guerra, expresaría contundentemente: “YO NO VEO EN IGLESIAS SINO A UN TENIENTE CHILENO, QUE OBEDECE A LOS PROPÓSITOS CHILENOS, QUE VIVE BAJO LA SOMBRA DE LOS CHILENOS”.

Dicha Comisión Oficial, creada el 23 de abril de este mismo año, lo que indica una inusitada prisa en cumplir lo que se les mandaba, ha tenido entre sus miembros a prominentes figuras de instituciones patrióticas hoy venidas a menos, habiéndose excluido de ella, expresa y calculadamente, a nuestra Orden de la Legión Mariscal Cáceres, que no hubiese consentido tamaño despropósito.

Demás está hacer aquí un recuento de lo que fue Miguel Iglesias, pues Usted, señor Presidente, como militar de carrera, conoce en detalle lo que ocurrió en la guerra de 1879 a 1884. Bastará decir que como Ministro de Guerra del dictador Nicolás de Piérola, Miguel Iglesias fue responsable principal del caótico plan de defensa que presentó Lima al invasor chileno. Tuvo más de un año para organizar una adecuada defensa y no lo hizo, dedicándose más bien a otros afanes a cual más escandaloso, según describen las crónicas de la época y los escritos de Manuel González Prada, por citar solo un autor. El primero de todos, desgraciando al Ejército del Sur al partirlo en dos, con lo que condenó a Bolognesi y los suyos; luego, apartando a los militares de carrera e improvisando coroneles entre sus amigos los “notables”; después, aplaudiendo como fiel vasallo el absurdo plan de su caudillo que fortificó el Cerro San Cristóbal creyendo que los invasores vendrían a Lima por la sierra; en fin, descuidando la preparación de la Reserva y lo que es más grave, la de las tropas colecticias llegadas del interior, que no sabían ni manejar las antiguas armas que portaban, por lo que solo pudieron servir de carne de cañón en San Juan y Miraflores, a pesar de su heroísmo sublime.

Miguel Iglesias, siendo Ministro de Guerra, como lo enfatiza la Resolución Suprema firmada por Alan García Pérez, fue entonces uno de los dos principales responsables de la tragedia, porque facilitó con su ineptitud la victoria de Chile.

Miguel Iglesias luchó contra Chile solo unas horas, el 13 de enero de 1881. Poco después actuaba ya como parlamentario chileno, proponiendo la rendición total. El mayor Julio C. Guerrero, en su ensayo “La guerra de las ocasiones perdidas”, inserta un testimonio según el cual Miguel Iglesias confió a un oficial peruano, también prisionero, que sería de inmediato liberado, como sucedió realmente.

Miguel Iglesias se retiró a sus feudos de Cajamarca dispuesto a esperar el desenlace de la guerra. Por desgracia para el Perú no permaneció inactivo, sino que se acercó a Lizardo Montero quien había sido nombrado por Piérola como Jefe Superior Político y Militar del Norte, con sede en esa ciudad. Y en mala hora, Montero lo nombró Jefe del Ejército del Norte.

Desde ese cargo, Miguel Iglesias esperó solo el momento oportuno para dar un golpe de estado, trabajando en consuno con los publicistas que en varias ciudades del Norte hacían propaganda por el derrotismo, cuando ya en varias regiones del país se había desatado la Guerra de Resistencia Nacional, liderada por el General Andrés Avelino Cáceres.

Al dejar Montero Cajamarca y partir hacia Arequipa, donde iba a instalar su nueva sede de gobierno, Miguel Iglesias consumó su golpe de estado, asumiendo el mando en Cajamarca. Fue por entonces que se desarrolló en la región central la Victoriosa Contraofensiva Patriota, que con los triunfos de Marcavalle, Pucará, Concepción, San Juan Cruz y Tarmatambo, logrados en julio de 1882, consiguió la retirada en derrota de los chilenos, encerrándolo en la capital.

Sin ninguna conexión con esa Contraofensiva, en el Norte se produjo el triunfo de San Pablo, sin participación de Miguel Iglesias y más bien contrariando sus planes, como él mismo lo confesaría luego. Eran días difíciles para Chile. En Santiago, conocida la derrota, se pedía el retorno de su ejército. Cáceres, habiendo dado un vuelco al devenir de la guerra, abrigaba la esperanza de que los chilenos aceptaran un tratado de paz que no fuese lesivo a los intereses nacionales. Creía incluso que se podría impedir desmembración de nuestro territorio, estaba victorioso y sus guerrilleros cercaban Lima.

Pero fue en este momento crucial que Miguel Iglesias dio cima a su traición, lanzando a finales de agosto de 1882 el tristemente célebre Grito de Montán. En él renegó del triunfo de San Pablo, proclamó que toda resistencia era estéril y se allanó a firmar un tratado de paz conforme Chile lo había propuesto, esto es, con la desmembración de la heredad nacional e imponiendo en sus cláusulas humillantes la postración económica del Perú.

Tal como dijera Cáceres, el traidor había aceptado una paz implorada de rodillas. En el anárquico Perú, el invasor encontró al aliado preciso, sosteniéndolo a toda costa, con dinero y con armas. Y fue precisamente en su defensa que acudió a las pampas de Huamachuco, donde los patriotas dieron sangrienta batalla con inmolación de más de un millar de sus efectivos, entre ellos casi todos sus jefes. El triunfo chileno en Huamachuco fue festejado por la prensa adicta a Miguel Iglesias, quien entonces tuvo el paso franco a Trujillo desde donde marchó a la capital, reconocido ya por los chilenos como Presidente del Perú.Cáceres, que fue de los pocos sobrevivientes de Huamachuco, deploró con mucha amargura y coraje esa infame traición, e instalando su nuevo cuartel general en Andahuaylas y reorganizando una vez más el Ejército de la Breña con la participación de una selecta élite de militares, obreros e intelectuales, pero sobre todo con el masivo apoyo del campesinado, reinició entonces la guerra, esta vez contra los chilenos y contra los traidores. Estaba convencido de que la causa de la resistencia patriota era irrenunciable, ya que solo así se podría legar a las futuras generaciones un ejemplo de abnegación que atenuase en alguna forma el recuerdo histórico del baldón ignominioso dejado por los traidores.

Miguel Iglesias, el infame traidor, formó con los chilenos columnas de un autodenominado Ejército de Pacificación, que trabó varios combates con las guerrillas patriotas, sobre todo en el Centro. Y gracias al apoyo del Jefe del Ejército de Ocupación, almirante Patricio Lynch, obtuvo también el apoyo de los grupos de poder afincados en la capital.

Así, el 20 de octubre de 1883 Miguel Iglesias suscribió en Lima el nefasto Tratado de Ancón, estando aun en pie de guerra el Ejército de La Breña, que repudiando el entreguismo continuaría la resistencia por varios meses. Durante ese tiempo las tropas de Iglesias, organizadas con el apoyo chileno, perpetraron verdaderos “malones” en la sierra central, sobre todo en Huánuco y Cerro de Pasco, jactándose de haber dado muerte de “cientos de indios”, como puede leerse en “El Comercio” y otros diarios de la época. Esto no puede sorprendernos ya que ese mismo ejército de Miguel Iglesias fue el represor del movimiento campesino que lideró Pedro Pablo Atusparia, con sangrientas masacres en el departamento de Ancash.

Pues bien, a ese Miguel Iglesias, que solo merece lugar de privilegio en la historia de la infamia, es a quien por veleidad, capricho, ignorancia o entreguismo de nuevo tipo, se ha convertido en Héroe Nacional. Podría muy bien serlo de Chile, como lo dijera entre líneas Gonzalo Bulnes, uno de los principales historiadores chilenos.

Ahora, de no anularse la malhadada Resolución Suprema firmada por Alan García Pérez, tendremos a Miguel Iglesias en la Cripta de los Héroes, nada menos que al lado de Andrés Avelino Cáceres. No queremos ni imaginar el problema que tendrá un maestro o maestra que lleve a sus alumnos y alumnas de visita a ese santuario histórico. ¿Cómo hará para explicar que el más connotado de los traidores tiene un lugar de honor junto al más preclaro de nuestros héroes? ¿Y nuestro Ejército, acaso le rendirá honores?

Señor Presidente:

Agotadas otras instancias, como las publicaciones que hemos hecho en los pocos medios de comunicación a los que les interesa la verdadera historia nacional, rechazados más de una vez por las autoridades del Ministerio de Educación, es que acudimos a Usted para que se pronuncie al respecto, sabedores de que su voz no solo se escuchará con respeto sino que será acatada, en defensa de la verdad, de la historia y de nuestros auténticos héroes.

Por Cáceres y la Patria.

Gral Div Pablo Correa Falen
Presidente de la Orden de la Legión Mariscal Cáceres.
(*) La carta reproducida líneas arriba no tiene fecha de emisión, pero fue recibida el 4 de julio de 2011.

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