viernes, 1 de julio de 2011

Perú: El extirpador de idolatrías

Por  Gonzalo Gamio Gehri*
Hemos estado discutiendo el principio según el cual una democracia liberal exige el respeto irrestricto del principio de separación entre el Estado y las instituciones religiosas, que, en tal forma de pensar y llevar la vida común, los gobiernos – en la persona de sus autoridades – no deben pronunciarse sobre la validez o la corrección de determinadas creencias sobre lo divino. El Estado liberal tiene que custodiar la libertad de cultos y garantizar la observancia de un ‘pluralismo razonable’ en lo que respecta a las tradiciones que reflexionan sobre la fuente de sentido de la vida y se comprometen con una forma particular de “vida buena”. El problema de la existencia o carácter de esta fuente corresponde a otras organizaciones (Iglesias, comunidades, asociaciones voluntarias), no a la instancia política, y a los propios creyentes (o no creyentes).
Las autoridades políticas deben abstenerse de cualquier intromisión en el aspecto espiritual de la vida de los ciudadanos que involucre sus creencias personales sobre el sumo bien o lo divino. Menos aún puede intervenir sobre estas creencias como si la “corrección” de éstas fuese objeto de políticas públicas. En esta línea de reflexión, las recientes declaraciones del presidente García en un programa de televisión, en las que califica ofensivamente de “ideologías absurdas” las creencias en los Apus que suscriben los habitantes de las comunidades altoandinas, viola expresamente un precepto democrático fundamental, a la vez que constituye una falta de respeto a las convicciones de muchos peruanos. El mandatario considera incluso que es preciso derrotar esta antigua tradición con “más educación”.
“En tercer lugar derrotar las ideologías absurdas, panteístas, que creen que las paredes son dioses y el aire es dios. En fin, volver a esas formas primitivas de religiosidad donde se dice no toques ese cerro porque es un Apu, porque está lleno del espíritu milenario y no sé qué cosa. Bueno, si llegamos a eso, entonces, no hagamos nada, ni minería. No toques a esos peces, porque son criaturas de dios y son la expresión del dios Poseidón. Volvemos a ese animismo primitivo. Yo pienso que necesitamos más educación…”.
Alan García considera “falsas” y “primitivas” las ideas de los campesinos de la sierra peruana que identifican determinadas formas naturales con la presencia de los espíritus. En una entrevista en la que habla en calidad de Presidente de la República, García se pronuncia en torno a la “corrección” de las convicciones de sus conciudadanos acerca de la relación con la naturaleza y con lo divino.
“La población (…) dice ‘no me toquen esta zona porque es un santuario’…yo me pregunto: ¿Santuario de qué? Si es un santuario de medio ambiente, santo y bueno. Pero si es un santuario porque allí están las almas de los antepasados, oiga, las almas de los antepasados están en el paraíso seguramente, no están allí”.
Increíble. García supone haber corrido el velo de todo misterio espiritual para mostrar cómo son (realmente) las cosas (“oiga, las almas de los antepasados no están allí”). El Presidente propone superar este modo “animista” de pensamiento en nombre de una presunta verdad religiosa (“las almas de los antepasados están en el paraíso”). Más allá de lo que cualquiera de nosotros piense acerca de esta cuestión sobrenatural (el paradero de las almas) – puesto que cada uno de nosotros tiene alguna posición al respecto -, lo cierto es que García está interviniendo en un tema muy delicado, que no concierne al ámbito de competencia como funcionario público. De hecho, se ocupa del tema de una forma que revela hostilidad, ignorancia y una nula sensibilidad para con el pensamiento ajeno. El ministro de cultura, que es antropólogo (A propósito ¿Dónde está?), debería darle algunas lecciones respecto de la cultura y de las creencias tradicionales de muchos peruanos.
Pero el mismo servidor público que se refiere de una manera tan despectiva a la espiritualidad de los Apus es aquel que ha impuesto en el Morro Solar de Chorrillos la imagen de un Cristo – el llamado “Cristo del Pacífico” – que parcialmente habría financiado (en colaboración con una empresa brasileña que habría suscrito importantes contratos con el Estado). Pese a que algunos vecinos han pedido explicaciones por la medida, el presidente García ha decidido erigir el monumento del Cristo en un espacio público, y acaba de inaugurarlo en una ceremonia pública al lado del cardenal (quien ha señalado – acaso en consonancia con alguna forma pretérita de ‘pensamiento único” – que “ojalá que en cada cerro y en cada monte de nuestro país haya un Cristo”. Sin duda, tales expectativas no dejan mucho espacio para el cultivo del pluralismo).
Por un lado, el presidente García desautoriza como absurdas ciertas creencias religiosas (a las que juzga como una expresión de ‘falta de educación’ de la gente de la zona), por el otro, promueve, desde las potestades de su investidura civil, otras convicciones espirituales que asume como “correctas”. El talante antipluralista de estas acciones es evidente. García se comporta como una autoridad pre-liberal, como un monarca integrista y un severo extirpador de idolatrías. Estas cuestionables actitudes no tienen nada que ver con el espíritu de la democracia.
Esta clase de situaciones lesionan gravemente el principio de respeto a la diversidad y merman seriamente nuestra democracia (lesionan incluso, podría decirse, el principio de tolerancia implícito en el propio cristianismo – que sostiene que “el Espíritu sopla por donde quiere”-, pero esa es otra historia). A buen entendedor, pocas palabras.

*Gonzalo Gamio Gehri es Filósofo por la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y es Doctorando por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid, España) donde ha obtenido también el Diploma de Estudios Avanzados de Filosofía (DEA del Doctorado). Actualmente es profesor en la PUCP y en la Universidad Antonio Ruiz de Montoya.Y también miembro de IDEHPUCP y del IED-UARM.

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