Revista Caretas
Con el verbo punzante que lo caracteriza, César Hildebrandt reúne en un libro lo más explosivo de sus columnas de opinión.
A diferencia del sulfúreo libelista arequipeño Alberto Hidalgo, quien decía que siempre guardaba una Colt en el bolsillo para sus enemigos, el periodista César Hildebrandt apela, más bien, a las dagas del verbo. Recopilación de sus más flamígeras columnas de opinión, su libro Una piedra en el zapato (Tierra Nueva, 2011) es también lección de la palabra justa, compendio de profecías: “Hoy la ‘U’ tiene la cara de un jabalí excitado, el puñal de un pastrulo que busca su dosis”, escribía en enero de 2007. Visión sombría que bien podría aplicarse al resto de la cancha nacional, a este Perú en que la “inteligencia es sospechosa”. Advertencia: son textos escritos con el ardor de las “vísceras humeantes”. Aquí, entrevista daga en mano.
–Dices que la muerte por arma blanca es una muerte discreta, lo que no aplica al asesinato por palabra.
–Ahí sí queda uno con las manos ensangrentadas, pero la pregunta benévola podría ser cuántas veces me han matado a mí. Yo he tenido que ser Lázaro varias veces, pero no me quejo ni de mis asesinatos ni lamento el noventa por ciento de los que perpetré, me parecen todos merecidos, incluyendo los míos.
–En el 2002 decías que te aburría la barbarie del Perú. ¿Qué es lo que más te ofende de esta barbarie peruana?
–Que la gente acepte la indignidad de un modo tan fácil, las colas en EsSalud, el transporte público, el Pronaa en vez del empleo. Las manos tendidas en general me parecen metáforas de la barbarie, pero la peor barbarie, casi teatral, es la del tráfico, no se respeta nada ni nadie. Los peruanos no tenemos eso que tienen algunas máquinas a las que se refirió Marco Aurelio Denegri alguna vez: ese sistema de adaptación inteligente que tiene la amortiguación de los coches. El peruano no tiene autorregulación, no tiene un sistema de definición de fronteras en relación al derecho ajeno. Yo diría que el peruano en general no tiene superyó, es decir, no tiene censura. Tú dejas al peruano suelto y de repente pasa lo del Monumental.
–¿Somos demasiado bestias?
–Yo diría que tenemos un lado patota, un lado tribu, un lado bárbaro muchísimo más desarrollado que en otras partes, porque aquí no ha funcionado ni la represión personal ni social. Si las leyes se burlan, si los jueces se compran, si los fiscales se anulan, ¿por qué te vas a limitar?
–¿Genera perplejidad lo del ‘Loco’ David?
–A mí no. Todo viene en un kit, o sea, el tipo que en Eisha le dice a la sirvienta que esté con uniforme almidonado en verano porque ella pertenece a otro mundo, otra raza, otro estatuto, es el tipo que puede considerar a su prójimo un enemigo mortal. Esto demuestra que en el mundo de Ellos & Ellas hay ellos y ellas que pueden matar. Porque la violencia es transversal, sin vinculaciones exclusivas con los barrios bajos y las ignorancias. Son los hijos de los que tuvieron negros hasta que Ramón Castilla dijo que no, y cuando les faltaron los negros importaron chinos... Los que hicieron de las haciendas pequeñas repúblicas con patíbulo propio (en la hacienda Chiclín de los Larco había cárcel propia), esos, todo eso viene de ahí. Lo que pasa es que los peruanos nos hacemos los cojudos, algo que hacemos casi con perfección. ‘Loco’ David es el resumen de los vicios de una clase social.
–¿Cómo desacojudarnos?
–No tengo la fórmula, pero lo único que puedo imaginar, siendo un lugar común, es que sea a través de un liderazgo ejemplar.
–¿Humala?
–No, no es un liderazgo ejemplar. Es un liderazgo bien acogido.
–¿Qué no lo hace ejemplar?
–Lo que ahora sabemos de Madre Mía, y lo que está haciendo para convertir en popular la continuidad de un sistema que debía haber cambiado. Él ha hecho popular lo que García hizo repulsivo, gerenciando el modelo actual que consiste en exportar piedras hasta que las piedras valgan.
–Se le ha aplaudido precisamente por otorgar confianza al sistema.
–Claro, la confianza que puede otorgar Roque Benavides, y quizás el ‘Loco’ David. Cuando te dicen “usted está produciendo desconfianza” es que está produciendo desconfianza en la CONFIEP, que es la única desconfianza a la que se le teme en el Perú. Es un país extraño, ¿no? Es un país secuestrado.
–¿Qué esperas de ti mismo?
–Ser la piedra en el zapato, incomodar a quienes piensan que estamos rumbo al primer mundo. El libro ha reunido lo más flamígero, temerario, irritante y pendenciero. La mayoría de las iras están dirigidas a impostores, a gente que pretende decir que es lo que no es.
–A Humala le has dicho esquizofrénico.
–Bueno, no a él, sino a su conducta. Sigo pensando que está escindido, que no se ha podido unificar.
–¿Debería pasar por el psicólogo?
–No, debería pasar por su programa político.
–Una palabra caserita de tus textos: metástasis.
–No es un tic, la uso cuando quiero definir aquello maligno que se extiende. La epidemia de embrutecimiento en el Perú no es precisamente una metástasis, pero se parece.
–Ni tus vecinos ruidosos se salvan de tus críticas.
–Porque soy una persona que aprecia el silencio, la paz. La gente se horroriza ante el silencio, porque establece un parentesco retorcido entre silencio y soledad, entre silencio y posibilidad de perder aquello que es el bajo continuo de la vida: el ruido. El ruido es el tundete de la vida, y sin ruido no hay tundete, y sin tundete no hay jarana. Es terrible. La gente teme el silencio igual que los barrocos temían el vacío.
–¿Y has hablado con tus vecinos sobre eso?
–No, he guardado silencio.
–También le dedicas una columna a la depresión.
–Habría que estar loco para no tener tendencia a la depresión. Una de las pocas cosas sobre las que tengo certeza absoluta, es sobre la legitimidad de mi depresión.
–¿Qué es lo que más te deprime?
–El desorden, y entonces comprenderás que soy un peruano bien doliente, porque esta es la república del caos. Prefiero quedarme en casa con Rebeca y con mis libros a someterme a la ciudad, que es un test para la paciencia más férrea, y yo no soy paciente.
–¿La edad no te ha dado un poquito más de paciencia?
–Jamás. La resignación no será parte de mi vejez. Si yo admitiera eso admitiría mi muerte emocional y civil.
–¿Con los años llega la sabiduría?
–No, la sabiduría no es la diabetes, no es la hipertensión.
–¿Y qué es la sabiduría?
–La sabiduría, no tengo dudas ahora, consiste en aspirar a poco, y tener una idea muy clara de que al final del camino siempre nos espera un fracaso, una cierta medianía y la más absoluta imposibilidad de cumplir nuestros sueños. Hay que ser muy tonto para creerse en la cima del mundo, coronado por el éxito. Emil Cioran, un genio, murió en sus trece, sintiendo que no había hecho lo debido, que la vida es un equívoco, y que había cometido más errores que aciertos. Detesto tanto el jolgorio yoísta, esa gente que está convencida que lo merece todo, es algo que me repugna tanto, la fiesta narcisista…
–…el Show de los Sueños y Aldo Miyashiro declarándosele a su mujer en televisión y abrazando al ‘Cholo’ Payet.
–Bueno, pues, eso es lo que también somos: no solo somos Vargas Llosa y Gastón Acurio, somos también Miyashiro y David. Pero a mí lo que me preocupa en el fondo es este proceso de ignorancia orgullosa y masiva que padece el Perú. En este momento es casi una señal de prestigio social ser ignorante. Es un país culturalmente en harapos, escindido, negado. Por eso la tentación de ser drástico es cotidiana en el Perú, o sea, ¿cómo se puede ser sereno, académico, esdrújulo, impasible, frente a esto?
–¿A quién pasarías por la daga?
–A la daga metafórica a casi todos los políticos, pero al primero que se me ocurre, sin ninguna saña, es a García, una suerte de descomunal decepción. Él pudo ser todo, y en realidad fue un hombre que quiso ser rico. En eso va a quedar: un hombre que quiso ser rico y lo logró, es un self-made man relativo, porque recibió mucha ayuda, desde luego.
–¿Qué te genera ternura?
–El dolor de los que no pueden hacer nada. La debilidad me inspira tanto como me repugna la arrogancia.
–Pero habrás pecado de arrogante en tu juventud.
–Si, por supuesto. Fui bastante arrogante, y creí que los caminos se abreviaban y las metas se acercaban y felizmente me di cuenta de que no, de que la meta era el horizonte, la ilusión, lo inalcanzable.
–¿Y cómo te diste cuenta?
–Bueno, quizás ahí sí te puedo decir que contraje un poco de sabiduría. Me di cuenta que entre mis expectativas y mis logros había una distancia insalvable que no podía allanar ni con el mayor de mis esfuerzos, y entonces sí, entendí que todo lo que puede considerarse éxito no es sino una suerte de fracaso diferido, aplazado, que de algún modo todas nuestras vidas terminan en una cierta melancolía, y al final de cuentas, pues, qué es la muerte si no una especie de crítica final, aplastante e irónica de lo que fuimos. Yo diría que merecemos morir. (Entrevista: Maribel de Paz)
–Dices que la muerte por arma blanca es una muerte discreta, lo que no aplica al asesinato por palabra.
–Ahí sí queda uno con las manos ensangrentadas, pero la pregunta benévola podría ser cuántas veces me han matado a mí. Yo he tenido que ser Lázaro varias veces, pero no me quejo ni de mis asesinatos ni lamento el noventa por ciento de los que perpetré, me parecen todos merecidos, incluyendo los míos.
–En el 2002 decías que te aburría la barbarie del Perú. ¿Qué es lo que más te ofende de esta barbarie peruana?
–Que la gente acepte la indignidad de un modo tan fácil, las colas en EsSalud, el transporte público, el Pronaa en vez del empleo. Las manos tendidas en general me parecen metáforas de la barbarie, pero la peor barbarie, casi teatral, es la del tráfico, no se respeta nada ni nadie. Los peruanos no tenemos eso que tienen algunas máquinas a las que se refirió Marco Aurelio Denegri alguna vez: ese sistema de adaptación inteligente que tiene la amortiguación de los coches. El peruano no tiene autorregulación, no tiene un sistema de definición de fronteras en relación al derecho ajeno. Yo diría que el peruano en general no tiene superyó, es decir, no tiene censura. Tú dejas al peruano suelto y de repente pasa lo del Monumental.
–¿Somos demasiado bestias?
–Yo diría que tenemos un lado patota, un lado tribu, un lado bárbaro muchísimo más desarrollado que en otras partes, porque aquí no ha funcionado ni la represión personal ni social. Si las leyes se burlan, si los jueces se compran, si los fiscales se anulan, ¿por qué te vas a limitar?
–¿Genera perplejidad lo del ‘Loco’ David?
–A mí no. Todo viene en un kit, o sea, el tipo que en Eisha le dice a la sirvienta que esté con uniforme almidonado en verano porque ella pertenece a otro mundo, otra raza, otro estatuto, es el tipo que puede considerar a su prójimo un enemigo mortal. Esto demuestra que en el mundo de Ellos & Ellas hay ellos y ellas que pueden matar. Porque la violencia es transversal, sin vinculaciones exclusivas con los barrios bajos y las ignorancias. Son los hijos de los que tuvieron negros hasta que Ramón Castilla dijo que no, y cuando les faltaron los negros importaron chinos... Los que hicieron de las haciendas pequeñas repúblicas con patíbulo propio (en la hacienda Chiclín de los Larco había cárcel propia), esos, todo eso viene de ahí. Lo que pasa es que los peruanos nos hacemos los cojudos, algo que hacemos casi con perfección. ‘Loco’ David es el resumen de los vicios de una clase social.
–¿Cómo desacojudarnos?
–No tengo la fórmula, pero lo único que puedo imaginar, siendo un lugar común, es que sea a través de un liderazgo ejemplar.
–¿Humala?
–No, no es un liderazgo ejemplar. Es un liderazgo bien acogido.
–¿Qué no lo hace ejemplar?
–Lo que ahora sabemos de Madre Mía, y lo que está haciendo para convertir en popular la continuidad de un sistema que debía haber cambiado. Él ha hecho popular lo que García hizo repulsivo, gerenciando el modelo actual que consiste en exportar piedras hasta que las piedras valgan.
–Se le ha aplaudido precisamente por otorgar confianza al sistema.
–Claro, la confianza que puede otorgar Roque Benavides, y quizás el ‘Loco’ David. Cuando te dicen “usted está produciendo desconfianza” es que está produciendo desconfianza en la CONFIEP, que es la única desconfianza a la que se le teme en el Perú. Es un país extraño, ¿no? Es un país secuestrado.
–¿Qué esperas de ti mismo?
–Ser la piedra en el zapato, incomodar a quienes piensan que estamos rumbo al primer mundo. El libro ha reunido lo más flamígero, temerario, irritante y pendenciero. La mayoría de las iras están dirigidas a impostores, a gente que pretende decir que es lo que no es.
–A Humala le has dicho esquizofrénico.
–Bueno, no a él, sino a su conducta. Sigo pensando que está escindido, que no se ha podido unificar.
–¿Debería pasar por el psicólogo?
–No, debería pasar por su programa político.
–Una palabra caserita de tus textos: metástasis.
–No es un tic, la uso cuando quiero definir aquello maligno que se extiende. La epidemia de embrutecimiento en el Perú no es precisamente una metástasis, pero se parece.
–Ni tus vecinos ruidosos se salvan de tus críticas.
–Porque soy una persona que aprecia el silencio, la paz. La gente se horroriza ante el silencio, porque establece un parentesco retorcido entre silencio y soledad, entre silencio y posibilidad de perder aquello que es el bajo continuo de la vida: el ruido. El ruido es el tundete de la vida, y sin ruido no hay tundete, y sin tundete no hay jarana. Es terrible. La gente teme el silencio igual que los barrocos temían el vacío.
–¿Y has hablado con tus vecinos sobre eso?
–No, he guardado silencio.
–También le dedicas una columna a la depresión.
–Habría que estar loco para no tener tendencia a la depresión. Una de las pocas cosas sobre las que tengo certeza absoluta, es sobre la legitimidad de mi depresión.
–¿Qué es lo que más te deprime?
–El desorden, y entonces comprenderás que soy un peruano bien doliente, porque esta es la república del caos. Prefiero quedarme en casa con Rebeca y con mis libros a someterme a la ciudad, que es un test para la paciencia más férrea, y yo no soy paciente.
–¿La edad no te ha dado un poquito más de paciencia?
–Jamás. La resignación no será parte de mi vejez. Si yo admitiera eso admitiría mi muerte emocional y civil.
–¿Con los años llega la sabiduría?
–No, la sabiduría no es la diabetes, no es la hipertensión.
–¿Y qué es la sabiduría?
–La sabiduría, no tengo dudas ahora, consiste en aspirar a poco, y tener una idea muy clara de que al final del camino siempre nos espera un fracaso, una cierta medianía y la más absoluta imposibilidad de cumplir nuestros sueños. Hay que ser muy tonto para creerse en la cima del mundo, coronado por el éxito. Emil Cioran, un genio, murió en sus trece, sintiendo que no había hecho lo debido, que la vida es un equívoco, y que había cometido más errores que aciertos. Detesto tanto el jolgorio yoísta, esa gente que está convencida que lo merece todo, es algo que me repugna tanto, la fiesta narcisista…
–…el Show de los Sueños y Aldo Miyashiro declarándosele a su mujer en televisión y abrazando al ‘Cholo’ Payet.
–Bueno, pues, eso es lo que también somos: no solo somos Vargas Llosa y Gastón Acurio, somos también Miyashiro y David. Pero a mí lo que me preocupa en el fondo es este proceso de ignorancia orgullosa y masiva que padece el Perú. En este momento es casi una señal de prestigio social ser ignorante. Es un país culturalmente en harapos, escindido, negado. Por eso la tentación de ser drástico es cotidiana en el Perú, o sea, ¿cómo se puede ser sereno, académico, esdrújulo, impasible, frente a esto?
–¿A quién pasarías por la daga?
–A la daga metafórica a casi todos los políticos, pero al primero que se me ocurre, sin ninguna saña, es a García, una suerte de descomunal decepción. Él pudo ser todo, y en realidad fue un hombre que quiso ser rico. En eso va a quedar: un hombre que quiso ser rico y lo logró, es un self-made man relativo, porque recibió mucha ayuda, desde luego.
–¿Qué te genera ternura?
–El dolor de los que no pueden hacer nada. La debilidad me inspira tanto como me repugna la arrogancia.
–Pero habrás pecado de arrogante en tu juventud.
–Si, por supuesto. Fui bastante arrogante, y creí que los caminos se abreviaban y las metas se acercaban y felizmente me di cuenta de que no, de que la meta era el horizonte, la ilusión, lo inalcanzable.
–¿Y cómo te diste cuenta?
–Bueno, quizás ahí sí te puedo decir que contraje un poco de sabiduría. Me di cuenta que entre mis expectativas y mis logros había una distancia insalvable que no podía allanar ni con el mayor de mis esfuerzos, y entonces sí, entendí que todo lo que puede considerarse éxito no es sino una suerte de fracaso diferido, aplazado, que de algún modo todas nuestras vidas terminan en una cierta melancolía, y al final de cuentas, pues, qué es la muerte si no una especie de crítica final, aplastante e irónica de lo que fuimos. Yo diría que merecemos morir. (Entrevista: Maribel de Paz)
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