Por Jorge Pereyra Terrones
Cuenta una vieja leyenda celendina que, hace mucho siglos, y enterados del asesinato y ejecución del Inca Atahualpa en la Plaza de Armas de Cajamarca, un gran número de los súbditos del monarca que traían tesoros desde diferentes puntos del Tahuantinsuyo, arrojaron en la laguna El Perol todos esos embarques de oro para que no cayeran en manos de los codiciosos y taimados españoles.
Y los celendinos juran que en un día límpido y soleado es posible ver aún en el fondo de la laguna el brillo de toda esa riqueza aurífera. En este caso, lo que brilla sí es oro.
Pero lo que no pudieron robarse en esa época los ambiciosos españoles, pretende hacerlo ahora una empresa minera extranjera que desafina ambientalmente, pese a tener un nombre musical parecido a la pachanga, mambo y cha cha chá.
La diferencia es que esta empresa no sólo quiere llevarse el oro de Atahualpa sino también TODA el agua que sirve para la vida de los pobladores, animales y plantas de su zona de influencia. Ellos quieren apropiarse, para darle sentido al deseo del presidente Ollanta Humala, del “oro y agua”.
Quieren secar y desaparecer para siempre la laguna El Perol y cuatro lagunas más a fin de echarle uña a los depósitos de oro que los duendes ambientales esconden en el fondo.
Si Moisés dividió las aguas, ahora los irresponsables mineros las quieren esfumar y desaparecer.
Dicen que el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra… Nosotros seríamos muy animales si dejamos que nos roben por SEGUNDA vez…
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