Por Herbert Mujica Rojas
Las crónicas reiteran que los tres legisladores suspendidos por la Comisión de Etica por motivos varios seguirán cobrando sueldo. Y las supuestas razones son múltiples, no obstante es bueno enderezarles una sola pregunta: ¿carecen de sangre en la cara para cobrar sin trabajar?
Los pretextos y leguleyadas sobran porque el asunto aquí es fundamentalmente de principios: ¿no debieran ser esos tres parlamentarios, los primeros proclamadores de su no paso por caja por haber sido suspendidos? El congresista cobra del dinero del pueblo, ¿por causa de qué incurriría en inmoral acto si fue suspendido por 120 días?
La alharaca que provocó la señora Martha Chávez fue sancionada con suspensión, sería muy interesante conocer si ella cobró emolumentos durante el castigo. De haberlo hecho, habría sentado un precedente nefasto que, además, confirmaría que el Congreso perdona a sus hijos aunque a veces sean cimarrones y traviesos.
Se anunció que los sesudos estudios llevados a cabo por especialistas comisionados por la directiva del Congreso recomendaron inversión cuantiosa en cortos publicitarios para levantar la imagen del recinto de Plaza Bolívar. ¡Qué interesante! En buen castellano ¿hay que embutir a la gente, vía televisión, radio y diarios, de las imaginarias bondades, maravillosas virtudes, que posee el Parlamento? No parece ser muy cierto que la realidad se acompase con el propósito paliativo que propone la campaña. De repente un Congreso que dé buenas leyes, que se haga respetar frente a los otros poderes, capaz de juzgar severamente a sus elementos réprobos y pleno en dignidad y ciencia para discutir los grandes temas de la agenda nacional, sí pudiera ser capaz, en los próximos 25 ó 30 años, de hacer entender a la gente que el Poder Legislativo tiene alguna utilidad. Tal como está, sus niveles de aprobación son más bien esmirriados.
Han pasado casi 5 meses de instalado el actual Congreso que comenzó sus funciones en julio del año que se va. Y hasta donde se sabe ¡ni siquiera se atreven a proponer la discusión del Tratado de Libre Comercio con Chile disfrazado de acuerdo de complementación! Como se recuerda en el país del sur, tanto en Diputados como en Senadores, el tratado recibió entusiástico respaldo por la simple razón que así conviene a sus intereses. En cambio en Perú, su Poder Legislativo, con indignidad patética, declinó meses atrás, debatir su articulado in extenso y dejó en manos del Ejecutivo su manejo. ¿Y qué han hecho los nuevos legiferantes sobre el particular?: ¡nada!
La prensa debería enderezar sus fanales hacia los tres congresistas suspendidos e interpelarlos para saber qué derecho les asiste para seguir cobrando durante la suspensión de que han sido objeto por la Comisión de Etica. Y estas supuestas razones necesariamente tienen que ser difundidas hacia la opinión pública. ¿Cómo así que quienes no trabajan sí pueden cobrar y a manos llenas? ¿Qué clase de ciudadanos son aquellos que se burlan de los principios de moralidad y ética que NO necesitan de reglamentos o leyes para ser cumplidos por todo hombre o mujer bien nacido?
Escribió lapidario Manuel González Prada en Los honorables:
“¿Ven ustedes al pobre diablo de recién venido que se aboba con el sombrero de pelo, no cabe en la levita, se asusta con el teléfono, pregunta por los caballos del automóvil y se figura tomar champagne cuando bebe soda revuelta con jerez falsificado? Pues a los pocos meses de vida parlamentaria se afina tanto y adquiere tales agallas que divide un cabello en cuatro, pasa por el ojo de una aguja y desuella caimanes con las uñas. Ese pobre diablo (lo mismo que sus demás compañeros) realiza un imposible zoológico, se metamorfosea en algo como una sanguijuela que succionara por los dos extremos.
El congresante nacional no es un hombre sino un racimo humano. Poco satisfecho de conseguir para sí judicaturas, vocalías, plenipotencias, consulados, tesorerías fiscales, prefecturas, etc; demanda lo mismo, y acaso más, para su interminable séquito de parientes sanguíneos y consanguíneos, compadres, ahijados, amigos, correligionarios, convecinos, acreedores, etc. Verdadera calamidad de las oficinas públicas, señaladamente los ministerios, el honorable asedia, fatiga y encocora a todo el mundo, empezando con el ministro y acabando con el portero. Vence a garrapatas, ladillas, pulgas penetrantes, romadizo crónico y fiebres incurables. Si no pide la destitución de un subprefecto, exige el cambio de alguna institutriz, y si no demanda los medios de asegurar su reelección, mendiga el adelanto de dietas o el pago de una deuda imaginaria. Donde entra, saca algo. Hay que darle gusto: si de la mayoría, para conservarle; si de la minoría, para ganarle. Dádivas quebrantan penas, y ¿cómo no ablandarán a senadores y diputados?”.
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