Por Raúl Wiener Fresco
Esta puede ser desgraciadamente la crónica de una muerte anunciada, en la que todos sabemos a qué clase de desenlace nos estamos encaminando, y seguimos dando los pasos que nos llevan al abismo. Es verdad lo que dicen los miembros del gobierno regional de Cajamarca cuando se quejan que el gobierno no debió lanzar el anuncio de la suspensión del proyecto Conga sin haber coordinado previamente con ellos, lo que es por lo menos una descortesía y ha dificultado que el presidente regional tuviese una información suficiente cuando debió fijar su posición frente a la masa congregada en la plaza de Cajamarca.
Pero la suspensión ya estaba planteada y era consecuencia de la lucha de los cajamarquinos. O sea era, de cualquier forma, una victoria del gobierno regional y del movimiento social que, increíblemente, no celebraban sino que imaginaban estar ante una maniobra de una empresa y un gobierno sin palabra, como si nadie más estuviera implicado en el problema.
¿No estaba claro que la empresa cedía para iniciar un diálogo que no podía ser otra cosa que una nueva negociación, como se había estado reclamando? ¿No se entendía que en la solución alcanzada estaba la mano del gobierno que había exigido a Yanacocha suspender el proyecto en aras de la paz social y el diálogo? ¿Qué más había por decir?
A algunos les parecía que era de mal gusto ver a Santa Cruz declarando, casi como quien se rinde, al lado del primer ministro. A otros que la “suspensión” ya estaba conseguida con la huelga desde el 24 de noviembre, lo que podría hacer pensar que había que mantenerse en eterna huelga para inviabilizar el proyecto.
Los principales dirigentes insistían en que faltaba un papel del Ejecutivo, que dijera, no importa, lo mismo que ya estaba dicho, pero con la firma presidencial. Pero llevado a extremo esta podía pretender arrodillar al gobierno, algo que era imposible de alcanzar.
Finalmente estaban los que decían que el objetivo era una norma que anulara el proyecto, pero lo que se iba a negociar, según los propios huelguistas, eran los argumentos de la viabilidad e inviabilidad sobre una mesa, a la que se negaba la empresa; no que las decisiones del Estado y los proyectos productivos se deciden en las huelgas.
La lucha respondía a la ruptura del diálogo, pero cuando se les invita a dialogar algunos ya no saben cómo desmontar la lucha. Hay un tono entre comedia y tragedia en eso de seguir contra la Conga cuando ya no hay Conga.
Cierto, hay una crisis de confianza entre Ollanta y los cajamarquinos, que se originó en la famosa declaración de “no acepto ultimátums de nadie”, después del viaje a la APEC. Eso le ha costado caro al gobierno. Lo que no se puede hacer es creer que con decir el gobierno creó el problema, se avanza alguna cosa.
Negarse a ver el giro de la situación a partir del martes es arriesgar todo lo que ya está ganado y regalarle otra vez a los derrotados la opción de decir que esto solo lo resuelve la represión, las armas y la cárcel, y si lo consiguen todo revertirá en contra de Cajamarca y del pueblo peruano.
Cajamarca ha probado que la mayoría no quiere Conga y que Yanacocha mentía cuando decía que la oposición era minoritaria. El gobierno, a su vez, ha abierto un camino por el cual se demuestra que frente a los megaproyectos aprobados por sus antecesores, existe todavía el argumento de la paz social y el diálogo para exigirle a una transnacional una nueva negociación aunque no lleve ese nombre. ¿Tan difícil es entender esto?
Pero la suspensión ya estaba planteada y era consecuencia de la lucha de los cajamarquinos. O sea era, de cualquier forma, una victoria del gobierno regional y del movimiento social que, increíblemente, no celebraban sino que imaginaban estar ante una maniobra de una empresa y un gobierno sin palabra, como si nadie más estuviera implicado en el problema.
¿No estaba claro que la empresa cedía para iniciar un diálogo que no podía ser otra cosa que una nueva negociación, como se había estado reclamando? ¿No se entendía que en la solución alcanzada estaba la mano del gobierno que había exigido a Yanacocha suspender el proyecto en aras de la paz social y el diálogo? ¿Qué más había por decir?
A algunos les parecía que era de mal gusto ver a Santa Cruz declarando, casi como quien se rinde, al lado del primer ministro. A otros que la “suspensión” ya estaba conseguida con la huelga desde el 24 de noviembre, lo que podría hacer pensar que había que mantenerse en eterna huelga para inviabilizar el proyecto.
Los principales dirigentes insistían en que faltaba un papel del Ejecutivo, que dijera, no importa, lo mismo que ya estaba dicho, pero con la firma presidencial. Pero llevado a extremo esta podía pretender arrodillar al gobierno, algo que era imposible de alcanzar.
Finalmente estaban los que decían que el objetivo era una norma que anulara el proyecto, pero lo que se iba a negociar, según los propios huelguistas, eran los argumentos de la viabilidad e inviabilidad sobre una mesa, a la que se negaba la empresa; no que las decisiones del Estado y los proyectos productivos se deciden en las huelgas.
La lucha respondía a la ruptura del diálogo, pero cuando se les invita a dialogar algunos ya no saben cómo desmontar la lucha. Hay un tono entre comedia y tragedia en eso de seguir contra la Conga cuando ya no hay Conga.
Cierto, hay una crisis de confianza entre Ollanta y los cajamarquinos, que se originó en la famosa declaración de “no acepto ultimátums de nadie”, después del viaje a la APEC. Eso le ha costado caro al gobierno. Lo que no se puede hacer es creer que con decir el gobierno creó el problema, se avanza alguna cosa.
Negarse a ver el giro de la situación a partir del martes es arriesgar todo lo que ya está ganado y regalarle otra vez a los derrotados la opción de decir que esto solo lo resuelve la represión, las armas y la cárcel, y si lo consiguen todo revertirá en contra de Cajamarca y del pueblo peruano.
Cajamarca ha probado que la mayoría no quiere Conga y que Yanacocha mentía cuando decía que la oposición era minoritaria. El gobierno, a su vez, ha abierto un camino por el cual se demuestra que frente a los megaproyectos aprobados por sus antecesores, existe todavía el argumento de la paz social y el diálogo para exigirle a una transnacional una nueva negociación aunque no lleve ese nombre. ¿Tan difícil es entender esto?
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