Por Eliane Karp*
En medio de las grandilocuentes celebraciones oficiales organizadas por el gobierno central en honor al llamado “Centenario de Machu Picchu”, siento la necesidad de reflexionar, desde una perspectiva histórica y social, sobre la creación de un mito llamado el “Descubrimiento de Machu Picchu”.
Lo primero que debemos aclarar es que Machu Picchu no fue descubierto por Hiram Bingham hace cien años. A la fecha, la hipótesis más aceptada por los arqueólogos es que la construcción de Machu Picchu, cuyo nombre original es probablemente Pata Llaqta, fue encargado por el Inca Pachakuteq luego de su designación como Inca (y probablemente luego de su victoria contra los Chankas). Esto nos sitúa aproximadamente después del año 1430.
Este enorme complejo arquitectónico evidentemente tomó su tiempo de construcción y refleja, por la excelencia en su arquitectura y edificación, síntesis de piedra, montaña y río, la filosofía y mística de los Incas en su apogeo.
A la muerte de Pachakuteq, se convirtió en su mausoleo, donde se cuidaba con prolijidad su momia, la cual se creía continuaba ejerciendo poder y dando consejos a su panaca real descendiente, encargada de su cuidado y de relatar los acontecimientos ciertamente embellecidos de su reino.
Esta historia se puede encontrar en el texto del español Juan de Betanzos, ex soldado de Pizarro quien se casó con la princesa inca Angelina Yupanqui, prometida de Atahualpa, quien no pudo concretar su matrimonio debido al asesinato del Inca. Ella relata a Betanzos, su esposo, sus recuerdos sobre el uso de Machu Picchu, tal como se transmitía en la tradición oral de su panaca.
En cuanto a Hiram Bingham, investigador y viajero de espíritu más bien aventurero que científico, él recorre el Perú desde por lo menos 1909 buscando El Dorado; no estaba buscando Machu Picchu porque desconocía de su existencia.
Bingham es llevado primero a Choquekirao, de donde extrae material arqueológico al parecer nunca devuelto (de acuerdo a sus propias cartas), y recién en 1911 es llevado a Machu Picchu. Él no lo descubre; es llevado allí por científicos peruanos y campesinos, quienes siempre estuvieron en esa zona y conocían de su existencia. En la memoria colectiva de los indígenas locales Machu Picchu y sus historias nunca dejaron de existir.
Existen mapas donde ya se ubica a Pata Llaqta mucho antes de la llegada de Bingham. El propio Antonio Raimondi elabora un mapa –usado por Bingham en su viaje al Perú– donde aparece la referencia geográfica exacta de Machu Picchu.
Creo que su única virtud –en lo que me concierne– es haber conseguido el dinero para la expedición por parte de la National Geographic Society que lo financia, luego de un intenso trabajo de lobbying en Washington. Esta sociedad luego daría a conocer al mundo el complejo arqueológico a través de su revista en una primera e inédita publicación con las fotografías de la expedición que ellos financiaron.
Bingham consigue también a través de sus conexiones en Lima con el gobierno de entonces, unos decretos especiales, que por primera vez autorizan la salida legal de las piezas hacia la Universidad de Yale, solo para su uso científico y solo por un período de 18 meses, los cuales se cumplieron sin que la universidad revelara intenciones reales de devolver las piezas.
Lo triste es que muchas de estas cajas se quedaron sin abrir por mucho tiempo en los sótanos de la universidad, ya que el Sr. Bingham decidió ir a la guerra en Europa y luego se presentó para senador por el Estado de Connecticut. En realidad, poco se obtuvo de este intercambio científico que debía de resultar de la exportación de las piezas entre la Universidad de Yale y el mundo científico peruano.
Tenemos las numerosas cartas escritas entre Bingham y el director de la National Geographic de la época, donde él pide el dinero para su expedición y explica su relación con el gobierno peruano de la época. Su percepción es muy interesante y muy diferente de la que hoy algunos pretenden presentar. En todo caso él, por lo menos, está muy claro sobre el hecho de que las piezas pertenecen a los peruanos y deben ser devueltas, cosa que la Universidad de Yale rehúsa hacer, rompiendo así sus acuerdos contractuales con el gobierno peruano.
En fin, no queda claro qué es lo que el presidente García quiere celebrar: ¿El falso descubrimiento de Machu Picchu? ¿El exagerado reconocimiento a Bingham? ¿El retorno luego de casi un siglo de algunas (pocas) de las piezas que se quedaron en Yale en forma ilegal? ¿O el Centenario de un mal entendimiento que no ha terminado?
Cabe recordar aquí que la mayoría de las piezas siguen secuestradas por la Universidad de Yale con la promesa de regresarlas dentro de dos años y el compromiso, por parte de este gobierno, de seguir involucrando a la Universidad de Yale a través de un contrato de asistencia técnica. ¿Serán estas grandilocuentes celebraciones otra concesión hecha a la Universidad de Yale?
En este caso, mi sentimiento se orienta más bien a rendir homenaje a los pueblos indígenas de la región quiénes son sus descendientes directos y a la ciudad y ciudadanos del Cusco, que desde esa época se opusieron a la salida de las piezas de su monumento histórico. Pienso que es importante desmitificar en algo lo que está pasando ahora en el Cusco, lo cual no rinde homenaje a los verdaderos hechos, separar la pompa organizada por este gobierno del sentido real e histórico de las cosas y restablecer estas celebraciones de Machu Picchu en su justa dimensión.
—*Eliane Karp es profesora del Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, Cátedra Indígena José María Arguedas, y del Centro de Estudios Avanzados para las Ciencias del Comportamiento, Universidad Stanford, California (CASBS).
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