“García expuso una visión más
bien sombría sobre los problemas de gobernabilidad que iba a tener el próximo
gobierno […] y se ofreció explícitamente a ser un ministro más. Pidió el
Ministerio de Agricultura”.
Escribe: Gustavo Gorriti
No
he tenido una carrera fácil en periodismo. Junto con coberturas difíciles e
investigaciones azarosas, me tocó enfrentar sus consecuencias, incluyendo, por
supuesto, ataques y calumnias.
Pero,
a diferencia de otros, yo creo en el derecho y hasta el deber de la autodefensa
en el periodismo y la vida.
Una
mentira, aunque torpe, puede convertirse en la base de una desinformación
insidiosa. Esta tiene en común con el lavado de dinero en que se trata de
moverla mucho, de un medio al siguiente, para confundir su origen y darle visos
de legitimidad. Con las redes sociales el proceso se hace más rápido y oculta
mejor su origen y autoría.
Por
eso tuve como norma casi desde el principio, que los ataques deben contestarse
con eficacia. Especialmente cuando se enfrenta calumnias o mentiras vinculadas
con una investigación en curso. Ahí, responder a los pobres diablos que llevan
a cabo el ataque es secundario frente al objetivo principal de identificar al
autor mediato, y sacarlo a la luz.
Eso
es lo que ha pasado ahora. Luego de mi declaración en la Comisión Lava Jato del
Congreso, un pasquín digital con el incongruente nombre de ‘Manifiesto’ publicó
una entrevista a uno de esos personajes que, en las viejas palabras de William
Brann, “sugieren que la humanidad es meramente un mal olor”. El título de la
entrevista revelaba su propósito: “Gustavo
Gorriti le pedía a Toledo un ministerio”. El entrevistador es un periodista
aprista y la entrevistada, Jenny Zúñiga, la persona a quien Toledo tenía como
encargada de prensa hasta el comienzo de la segunda vuelta contra Fujimori el
año dos mil.
Dado que el propósito directo de la entrevista
es mentir todo lo posible, las iré respondiendo de acuerdo a su interés. Y
empiezo por el título:
• “Gustavo Gorriti le pedía a Toledo un
ministerio”, es el título, que Zúñiga desarrolla así en su entrevista:
“Gorriti sigue hasta que se pelea con Eliane, hasta el 2003. Se pelean por
dinero, porque él les pide un ministerio y ve que no le iban a dar”.
Jenny
Zúñiga estuvo cerca de Toledo hasta poco después de la primera vuelta del dos
mil. Desde la campaña del dos mil uno, no tuvo acceso a ninguna información
importante.
Así
que no tuvo ni tiene la menor idea de quiénes le pidieron un ministerio a
Toledo cuando este pudo darlo: luego de su victoria frente a Alan García en la
segunda vuelta del 2001.
Empiezo por decir que jamás le
pedí un ministerio a Toledo. Cuando tomé licencia de mi
condición de periodista el año dos mil y vine al Perú para participar en la
campaña para derrocar la dictadura fujimorista, dije públicamente que iba a
acompañar a Toledo hasta la puerta de Palacio y que ahí me iba a despedir para
retornar de inmediato a mi condición de periodista. Así lo hice.
Tanto
el año dos mil como en la segunda vuelta del año dos mil uno, cuando me
incorporé por breves semanas como asesor de campaña de Toledo para ayudar a
impedir un triunfo de Alan García, lo hice en forma totalmente ad-honorem. El
resultado fue quedarnos, mi familia y yo, con pocos ahorros. Pero fue la mejor
decisión posible.
Yo
no pedí ningún ministerio ni el 2001, ni antes ni después. Toledo tampoco lo
ofreció ese año. Durante su gobierno, sin embargo, me ofreció dos veces el
Ministerio del Interior. No acepté, aunque confieso que me costó rechazar la
petición hecha luego del linchamiento del alcalde de Ilave.
El
dos mil uno, cuando Toledo venció y formó el equipo de transición en el
edificio de Petro Perú, hubo todo tipo de personas que se acercaron para
solicitar posiciones. Entre ellos varios que hicieron lobby para pedir un
ministerio.
Pero
antes hubo uno verdaderamente inesperado:
Alan
García.
Pidió
ser ministro de Agricultura de Toledo.
En
la noche de la segunda vuelta del 2001, Toledo festejaba la victoria en el
Sheraton, junto con familia, asesores, amigos y allegados. La calle se había
llenado de una multitud jubilosa e intensa. El derrotado candidato, Alan
García, mandó a Mauricio Mulder para organizar un encuentro en el que se iba a
reconocer la victoria a Toledo y desearle éxito. Toledo me pidió que yo
recibiera a Mulder, cosa que hice con alguna dificultad, pues Mulder llegó al
hotel a través de una masa poco afable.
Estaba
conversando con Mulder cuando supimos que García había llegado al Sheraton por
el sótano. Se hizo la reunión entre él y Toledo en una sala que separamos para
el efecto. Yo participé en la conversación. Hubo otras personas, entre las que
estuvo Fernando Yovera.
Fue
una conversación amena, cortés. García, que fue quien más habló, expuso una
visión más bien sombría sobre los problemas de gobernabilidad que iba a tener
el próximo gobierno. Dijo que la mejor manera de hacer frente a la situación
era un gobierno de coalición de las fuerzas mayores; y ahí García se ofreció explícitamente a ser un ministro más. Pidió el
Ministerio de Agricultura. Toledo ni aceptó ni negó sino dijo algo así como
que lo iba a considerar detenidamente.
Luego
que García se fue, le pregunté a Toledo qué pensaba de la sorprendente
petición. Este la desestimó por completo. Ni de a vainas, dijo. A mí, por lo
contrario, no me pareció una mala idea tener a García como ministro de
Agricultura. Hubiera habido un mejor manejo de la oposición. Y algo me decía
que no iba a faltar abono.
Espías
En
cuanto al resto de la ‘entrevista’ a Jenny Zúñiga en el pasquín ‘Manifiesto’,
las mentiras, varias de ellas grotescas y contradictorias, se acumulan línea a
línea.
En
lo que sí no miente del todo es en el tema del espionaje. Poco después de
llegar a Lima el dos mil, una periodista que entonces hacía investigaciones
profundas y con frecuencia certeras, me dijo que sus fuentes le informaron que
Jenny Zúñiga iba con frecuencia al SIN a verse con el jefe formal, el general
Julio Salazar Monroe.
Asumí
que mi deber era informarle a Toledo, a quien no le gustó recibir la
información. Poco después, nos llamó, a Yovera y a mí, al bar del César, donde
estaba con Jenny Zúñiga y ahí intentó, como él dijo, “confrontar abiertamente”.
Lo único que logró fue que yo le dijera a Zúñiga de frente lo que me había sido
informado. Añadí que mi deber era transmitir esa información a Toledo, pero que
era la última vez que lo iba a hacer, porque este no tenía las condiciones ni
merecía recibir información sensible. Ahí Toledo se puso apaciguador.
No terminó en eso el asunto de los espías.
Cuando llegué, el español Roberto Flores, muy cercano a Zúñiga, participaba en
todas las reuniones de estrategia. Averigüé sobre él y resultó ser miembro del
CESID (luego CNI), el servicio de inteligencia español.
Informé
de inmediato a Toledo, que se resistió a actuar, pero al final alejó a Flores.
Al verlo descubierto, el jefe del CESID, Juan Coll, le ordenó salir del Perú.
En
su libro del 2006, Zúñiga defendió ardorosamente a Flores (a quien,
extrañamente llama por su segundo apellido, García, y proclama su inocencia).
En
2007, el CNI español detuvo en Tenerife a Roberto Flores García luego de
comprobarse que vendía secretos de inteligencia de su propio servicio a Rusia.
Flores fue juzgado y sentenciado a prisión.
Cinco
años antes, el 2002, un colaborador eficaz, el ‘testigo 3’ declaró ante la
Comisión Townsend en Lima que Roberto Flores, el ex asesor de Toledo había sido
simultáneamente colaborador del SIN.
Así de infiltrado y penetrado estuvo el movimiento de Toledo. Y así y todo se logró vencer. ¿Valió la pena? Por Toledo, ciertamente no. Por la democracia conquistada, por precaria que sea, por supuesto que sí.
Así de infiltrado y penetrado estuvo el movimiento de Toledo. Y así y todo se logró vencer. ¿Valió la pena? Por Toledo, ciertamente no. Por la democracia conquistada, por precaria que sea, por supuesto que sí.
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