Por Javier Torres
Era el 2007 cuando el Presidente García sorprendió a propios y extraños con el artículo “El Síndrome del Perro del Hortelano” haciendo referencia equivocada al buen perro guardián que protege los bienes del huerto al impedir que otros se los coman o roben y que, fiel a su oficio, tampoco se los come. García, jugando con las palabras, como es su costumbre, transformó a aquel perro en un símbolo de aquellos que -a su entender- evitan el desarrollo de nuestro país.
El artículo de García fue largamente aplaudido por el sector empresarial, que sintió que había encontrado al mejor vocero de sus intereses, a pesar de que solo un año atrás había realizado el CADE de la inclusión. Al final, para lo único que sirvió el “discurso” de García fue para que el gobierno nacional y los grandes medios de comunicación se dedicaran sistemáticamente a identificar a los “perros del hortelano”, y a denunciarlos como parte de una vasta conspiración contra nuestro país. Así Aidesep, las ONG, los Frentes de Defensa, un sector de la Iglesia Católica, la prensa regional, e incluso algunos alcaldes fueron acusados. Y algunos líderes sociales, incluso, fueron encarcelados.
A pesar de esto y para sorpresa de todos, fue Ollanta Humala quien ganó la primera vuelta con el voto masivo de quienes, de una manera u otra, habían expresado su rechazo a las políticas de García; y luego, logró la presidencia con un discurso más moderado, a la medida del statu quo limeño, que hoy comienza a celebrar el nuevo estilo del que hace muy poco tiempo era “el representante de los antisistema”.
Mientras esto ocurría, nuestro Presidente andaba ocupado en otros menesteres. No contento con la construcción del Tren eléctrico y la remodelación del Estadio Nacional, soñó con dejarnos un presente que celebrara su gobierno que, entre otras cosas,abrió el comercio hacia el Océano Pacífico, y para su suerte este deseo coincidió con el agradecimiento que la conocida empresa brasileña Odebrecht quería darle a un país en el que ha hecho tan buenos negocios.
Fue así como nació el ‘Cristo del Pacífico’, que en tiempo record -más cercano al milagro que al habitual ritmo de nuestra burocracia- ha logrado todas las autorizaciones para su construcción en el Morro Solar de Lima, entre ellas la decisiva del Ministerio de Cultura que debe velar por el Patrimonio Histórico. Todo esto sin que a nadie se le ocurriera, ni por mínima cortesía, consultar con la Municipalidad Provincial de Lima, cuya Alcaldesa no ha tenido mejor idea que proponer trasladar el despropósito a algún tramo de la carretera Interoceánica, quizás para evitar una confrontación abierta con la Presidencia de la República.
Aunque se pueden dar diversas interpretaciones sobre el ‘Cristo del Pacífico’, sin duda es un buen colofón a la gestión de un presidente que ha gobernado de espaldas al país, y quizá sirva para que Lima sienta la misma indignación que durante cinco años han sentido las comunidades campesinas, los pueblos indígenas y los ciudadanos y ciudadanas que, a lo largo y ancho del país, se resistieron a ser avasallados por un gobierno que no tuvo el menor respeto por el medio ambiente, por sus autoridades y por sus derechos.
El verdadero Cristo del corcovado
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