Por Alberto Adrianzén M.
La República, 25 de junio, 2011.- En estos días la religión se ha convertido en un tema polémico. Con ello no solo me refiero al controvertido Cristo del Morro Solar, sino también a los recientes ataques del presidente García a lo que califica de religiones primitivas.
Hace unos días en una entrevista en TV declaró:
“En tercer lugar derrotar las ideologías absurdas, panteístas, que creen que las paredes son dioses y el aire es dios. En fin, volver a esas formas primitivas de religiosidad donde se dice no toques ese cerro porque es un Apu, porque está lleno del espíritu milenario y no sé qué cosa. Bueno, si llegamos a eso, entonces, no hagamos nada, ni minería. No toques a esos peces, porque son criaturas de dios y son la expresión del dios Poseidón. Volvemos a ese animismo primitivo. Yo pienso que necesitamos más educación…”.
Lo primero que habría que decir es que estas declaraciones, inusuales por cierto en un mandatario, son expresión de una abierta intolerancia respecto a otras formas religiosas que no sean la cristiana. Llamar “ideologías absurdas” o “formas primitivas de religiosidad”, porque se cree que los cerros son sagrados o porque el mundo y Dios son uno o lo mismo, es en realidad no solo un insulto a todos aquellos que profesan estas creencias sino también una amenaza totalitaria encubierta en fundamentos religiosos.
Es el anuncio de un poder que está dispuesto a reiniciar un proceso, como sucedió en la Conquista, de extirpación de idolatrías; es proponer una suerte de cruzada (vía la educación) contra un mundo (o una cultura) por el solo hecho de pensar (o creer) distinto. Es la negación de lo que debe ser un Estado laico y respetuoso de las diversas formas de religiosidad. Se podría afirmar que estas infortunadas declaraciones son la continuación, esta vez en clave religiosa, del famoso artículo “El perro del hortelano”.
Llama la atención que lo dicho por el Presidente no haya sido objeto de un debate público. Sería bueno, por ello, preguntarle al ministro de Cultura –cuya profesión es la antropología– qué opina al respecto. Si considera, por ejemplo, que la religiosidad andina que cree que los cerros son Apus corresponde a una manifestación primitiva, absurda o formas antiguas de pensamiento. Me pregunto qué podría pensar el presidente García cuando descubra que la reciente Constitución ecuatoriana afirma que la naturaleza tiene derechos que deben ser respetados. ¿Acusaría también al presidente Correa y a los ecuatorianos de panteístas absurdos e irracionales?
Es claro que estas declaraciones pueden ser calificadas de fanatismo religioso, pero también pueden leerse como una suerte de metáfora. La guerra religiosa que nos propone el presidente García no es solo contra las ideas panteístas sino más bien contra todas aquellas personas que impiden, como él mismo dice, las inversiones mineras. Son estos seres absurdos, primitivos e irracionales los que paralizan el “progreso”. Es decir, contra aquellos (incluyo los ecologistas) que consideran que el medio ambiente, sea por razones religiosas o no, debe ser respetado y cuidado.
En realidad, el presidente García no solo es un fanático religioso que cree que su religión es “superior” a las demás, sino también un fanático de un capitalismo depredador de la naturaleza.
Finalmente, hay que decir lo siguiente: el discurso del presidente García a estas alturas, además de intolerante, es peligroso; más aún en el contexto de los actuales enfrentamientos. Para nadie es un secreto que la mayor cantidad de conflictos sociales que sacuden al país tiene como origen la defensa del medio ambiente frente al avance minero. Dicho en otros términos: es una invitación a la represión y por qué no decirlo, a una suerte de limpieza política y cultural que pretende fundamentarse en supuestas ideas religiosas. Es, en última instancia, un grito de guerra no para defender la libertad sino más bien para suprimirla.
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