sábado, 18 de junio de 2011

Argentina: Acaparamiento de la tierra, monocultivos y exclusión social.



El modelo de agro exportación de commodities, una agricultura extractivista y minera que actualmente se ha impuesto en la Argentina, suma veinte millones de hectáreas sembradas con soja transgénica, lo cual representa más de la mitad de la superficie agrícola del país. Esta agricultura de monocultivo industrial, que ya lleva veinte años, tuvo como objetivo, en principio, proveer forrajes para las producciones de carnes en encierro tanto en Europa como en China, así como harinas y subproductos industriales de la producción de aceites. Tras dos décadas de padecer este monocultivo, las consecuencias económicas, sociales, culturales, ambientales y sanitarias para la Argentina, son devastadoras. Es un modelo de agricultura, que impone la exclusión o la marginalidad social y la pobreza. El modelo de sojización ha afectado, no solamente los agros ecosistemas más frágiles en el norte, sino que, algunos estudios indican también, importantes pérdidas de fertilidad en la pampa húmeda. Estas tierras que históricamente han caracterizado la riqueza de la Argentina y han construido en el imaginario de nuestro pueblo y del mundo, una idea de opulencia alimentaria, ya están convirtiéndose en un mero mito, gracias a la sobre exigencia a que se encuentran sometidos sus suelos, que ayudados por las recurrentes sequías y vientos, consecuencias de la deforestación, del maltrato productivista y de los cambios climáticos, amenazan convertirse en un nuevo Dust Bowl, tormentas de tierra en sequía y por agriculturización excesiva, con desaparición de la cobertura vegetal autóctona protectora del suelo, uno de los desastres ecológicos más importantes del siglo XX.

La producción de commodities se complementó con la instalación de los agronegocios como eje de poder que reconfiguró la economía. Los agronegocios son uno de los principales núcleos de poder de las corporaciones que dominan el Cono Sur. Estas corporaciones comparten el territorio con las transnacionales mineras y petroleras. Las actividades de los agronegocios y las industrias extractivas, constituyen el eje estructural y el origen de los principales conflictos sociales y ambientales en la región sudamericana. Los agronegocios son el motor que mueve la violencia y la criminalización de las comunidades campesinas e indígenas que luchan por su tierra. Ellos se extienden con estrategias que conducen a la destrucción de las mismas bases de vida de la población rural y de las generaciones venideras.

El boom de la soja transgénica ha provocado la especialización en la producción y exportación de unos pocos productos primarios, subordinando el país a los vaivenes de la economía mundial y del capital financiero especulativo. Y aunque los commodities fueron favorecidos en los mercados, el futuro continúa siendo imprevisible. La creciente dependencia a los mercados globales ha generado una sociedad de servicio y de gran inseguridad alimentaria, en que los  planes sociales reemplazan el trabajo productivo. De haber sido un importante proveedor de carnes y cereales para Europa durante gran parte del siglo XX, y siendo autosuficiente de los alimentos que consumía su propia población, en la actualidad, la Argentina ha pasado a ser un país básicamente productor de transgénicos y exportador de forrajes. Se redujo, cuando no se eliminó por completo, la producción de otros cultivos, provocando serios deterioros en la seguridad alimentaria. Por otra parte,como consecuencia directa del poder en los mercados de las corporaciones transnacionales, la producción de alimentos ha quedado subordinada a los cultivos de transgénicos para la exportación, originando un fenómeno de dependencia del país respecto de los mercados globales, las empresas exportadoras y  otras corporaciones que, como Monsanto, no sólo proveen la semilla, sino también el paquete tecnológico, que integran fertilizantes y agrotóxicos.

Este modelo es responsable de la desaparición de la agricultura familiar y de los trabajadores rurales. Miles de ellos son expulsados violentamente de sus tierras y de sus fuentes de trabajo para imponer el paquete tecnológico de la siembra directa y las semillas GM, y son criminalizados por resistir los desalojos y el avance de la soja. Considerando la expulsión de trabajadores rurales y campesinos de los territorios donde se cultiva, el promedio de trabajadores que quedan, sumado a los del brevísimo trabajo temporario de los de los contratistas de maquinaria agrícola, no es más de un trabajador cada 500 Has. Condenados al éxodo rural, las poblaciones pasan a engrosar los cordones de pobreza de las grandes ciudades, convirtiéndose en consumidores rehenes de lo que el mercado les impone a través de las cadenas agroalimentarias y el supermercadismo a la vez que transformándose en cautivos del asistencialismo clientelar y una enmarañada red de punteros políticos, crimen organizado, trata de personas e iglesias destinadas a la contención y al control social de las periferias de pobreza extrema.

El crecimiento de la soja está íntimamente ligado al deterioro ambiental. Su expansión está ocasionando la deforestación de extensas áreas, en particular en las provincias del norte. Cada año se desforestan en la Argentina más de 200 mil hectáreas de monte nativo, debido al avance de los monocultivos que afectan grave e irremediablemente a la Biodiversidad. Muchos hábitats naturales, tales como bosques, humedales o estepas, junto con especies de plantas y animales, fueron eliminados o corren peligro de extinguirse. Otras de las consecuencias de la deforestación, son el importante aumento en la incidencia de varias enfermedades zoonóticas como consecuencia de que los vectores y patógenos quedaran sin sus hábitats naturales y han debido colonizar los poblamientos urbanos. Ahora, esas enfermedades,  afectan a las economías familiares y a los presupuestos en salud del Estado, agregando un factor de estrés y de gastos que es ignorado y permanece invisible dentro de las ecuaciones del mercado.

El empobrecimiento sistemático de nuestros suelos y la creciente desertificación, es otra de las graves secuelas que deja la soja, los otros cultivos genéticamente modificados y las zonas con forestación implantada y en escala. Pero la consecuencia más siniestra siguen siendo los modos en que este modelo de monocultivos ha impactado en la salud de cientos de miles de pobladores que viven cercanos a los campos de soja. Nuestra población está siendo afectada en forma directa por las fumigaciones de agrotóxicos produciéndose cáncer, leucemia, lupus, púrpura, alergias de todo tipo, malformaciones en recién nacidos, abortos  y demás enfermedades vinculadas a la afectación del sistema inmunológico. A esto se suma el caso de numerosas muertes producidas por intoxicaciones. Esta situación se repite a lo largo de todo el Cono Sur, los relatos acerca de envenenamientos y desalojos, amenazas y asesinatos se producen no sólo en la Argentina, también en Brasil y Paraguay.

Según ensayo “Agricultura, alimentación, biocarburantes y medio ambiente” de diversos autores, en la Revista económica ICE de Madrid: “La agricultura y la alimentación se configuran globalmente como un reto pendiente de solución: la sexta parte del mundo pasa hambre y la población mundial y el cambio en las dietas van a elevar sustancialmente la demanda de materias primas agrarias. El mundo, pese a todo, cuenta con recursos suficientes, tierra y agua, para alimentarse, pero requiere más inversión en capital y tecnología, una regulación mejor y más justa del comercio y la mitigación de las causas de la pobreza. La producción de biocarburantes comporta una nueva demanda para la agricultura, compitiendo por los mismos recursos con la producción de alimentos”. Lo que con seguridad incrementará la expansión del actual modelo de agricultura industrial y semillas GM, es el cada vez mayor interés de los países ricos por cortar su petróleo con combustibles provenientes de la agricultura. Con el surgimiento del mercado de agrocombustibles, el futuro de la producción agrícola se torna todavía más pavoroso porque nos amenaza conducirnos a una catástrofe de carácter irreversible. Múltiples organizaciones sociales han expresado su preocupación por las consecuencias que puede generar este nuevo modelo de energía, donde la agricultura estará el servicio de producir alimentos para motores. En el Cono Sur de la América Latina, el sector sojero se promociona como el gran abastecedor de biodieseles para el mercado europeo. Para América Latina esta actual ola de expansión de la agricultura industrial, amenaza lo que resta de población rural y las últimas zonas de producción de alimentos. Una de las consecuencias directas de estas políticas, es que cada vez, mayores sectores de la población de menores o escasos ingresos, tienen acceso a una alimentación adecuada debido a los altos precios de  los alimentos básicos (frutas, verduras, carne, leche).

La soja no es un mero cultivo, la soja es un sistema global que condiciona e impone políticas de Estado. Lo que en un momento se denominó como agricultura sin agricultores, en realidad fue el comienzo de un arrebato masivo del territorio por parte de las corporaciones y que actualmente culmina en la desolación de un pueblo privado de sus suelos y del arraigo a la tierra, de su seguridad alimentaria y en consecuencia, de su Soberanía Alimentaria.

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