Por Barbara Fraser / periodista especializada en temas ambientales
El comienzo del nuevo gobierno es un buen momento para evaluar el avance de las políticas y prácticas ambientales y tomar decisiones sobre la continuidad o el cambio de rumbo. Sin embargo, además de analizar las acciones del gobierno, debemos tomar en cuenta que la política y prácticas ambientales nos comprometen a todas y a todos.
El gobierno de Ollanta Humala tendrá que abordar varios problemas críticos, entre ellos el control de los residuos sólidos, las aguas servidas y las emisiones contaminantes; los límites máximos permisibles y estándares de calidad; la protección de ecosistemas críticos; la protección de los bosques; el control de la minería informal y la recuperación de áreas degradadas por esta actividad; así como la tensión entre la explotación de los recursos y los derechos de las comunidades.
La lista de tareas es larga y rebasará la capacidad de los organismos encargados a nivel nacional, regional y municipal, a menos que cuenten con los recursos humanos y económicos adecuados.
Al mismo tiempo, hay que reflexionar sobre la visión ambiental que tenemos como sociedad. No podemos pedir mejores políticas ambientales si no estamos dispuestos a examinar nuestras propias prácticas; no podemos echarle la culpa del cambio climático a los países industrializados sin darnos cuenta del incremento en el consumo de recursos que acompaña el crecimiento económico que ha caracterizado al Perú en la última década; no se puede considerar el mundo que nos rodea como un conjunto de recursos o objetos, algunos con vida pero no necesariamente con derecho de vivir, sin verlo como nuestro hogar, el lugar donde nuestros nietos y bisnietos tendrán que lidiar con el legado ambiental que les dejamos.
La reflexión ambiental se puede hacer desde varias ópticas (sociales, culturales, económicas, científicas y filosóficas). Quisiera, en este texto, plantear tres necesidades para la reflexión y el diálogo:
Invertir en la investigación científica. La amazonía es la región más investigada, sin embargo se sabe muy poco de la cantidad de especies que la habitan, cómo interactúan y cómo responden a los cambios generados por el clima o las actividades humanas. Lo mismo sucede con los ecosistemas menos estudiados. Urge fomentar la investigación científica a nivel nacional, ampliar los vínculos entre los investigadores extranjeros y las universidades nacionales, financiar unidades y programas de investigación en las universidades y generar incentivos para que los jóvenes investigadores peruanos se queden y/ o regresen al país.
Repensar nuestra forma de ver y usar los recursos. Pasa por una planificación integral y la zonificación del territorio, pensando en ecosistemas y no en jurisdicciones políticas, pero también implica aclarar nuestros valores, entre ellos: Los recursos naturales ¿sólo tienen valor económico, cual commodities, por los servicios que proporcionan, o tienen un valor intrínseco que nos compromete a cambiar nuestra forma de verlos? ¿Se puede pensar en un “desarrollo” que no implique el aumento descontrolado de la explotación y consumo de recursos finitos? Si carecemos de datos científicos, ¿cómo evaluar si una práctica es verdaderamente “sostenible”, especialmente si está pensada para el largo plazo y va más allá de lo local? El vigésimo aniversario de la Cumbre de Rio en el 2012 será un buen momento para evaluar cuantas de las prácticas “sostenibles” realmente merecen tal etiqueta.
Priorizar la salud ambiental. En un país donde un alto porcentaje de los residuos sólidos y aguas servidas se vierten sin tratamiento, es difícil ampliar la agenda de salud ambiental. Sin embargo, postergar el tema no es justificable en un país que ha llegado al nivel de crecimiento y desarrollo que existe hoy en el Perú. Hay abundante evidencia científica de los impactos nocivos de los niveles de metales pesados que se encuentran en lugares como La Oroya, Cerro de Pasco, el Callao, los barrios urbanos donde hay talleres clandestinos de reciclaje de baterías, o las zonas de minería artesanal; de las alteraciones en el sistema reproductivo generadas por productos químicos y farmaceúticos que se encuentran en el agua, etc. Hacerle caso omiso al tema de la salud ambiental significa hipotecar la vida de las futuras generaciones y aumentar notable e innecesariamente los gastos de salud. Urge invertir en estudios epidemiólogicos para identificar los problemas y tomar las medidas necesarias para corregirlos, priorizando la salud –especialmente la de los niños, quienes son más vulnerables por estar en una etapa crítica de su desarrollo– sobre los intereses empresariales o políticos.
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