Pedro
Salinas
Hacia
finales de octubre del 2015, la periodista Paola Ugaz y el arriba firmante
presentamos en el Lugar de la Memoria de Lima una investigación periodística
denominada Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015). El libro, que nos tomó
casi cinco años y se gatilló con un testimonio desgarrador, se enfoca en el
Sodalitium Christianae Vitae, o Sodalicio de Vida Cristiana, una organización
católica peruana, fundada en 1971, de características muy similares al Opus Dei
y a los Legionarios de Cristo.
La
publicación cuenta su verdadera historia, los aspectos claves de su
pensamiento, su perverso sistema de formación basado en el abuso de poder, y da
cuenta de treinta testimonios de exmilitantes de dicho movimiento. Sodálites,
se hacen llamar los miembros de esta sociedad de derecho pontificio.
Esta
revelación teñida de escándalo tuvo el impacto de un meteorito. Y el golpe
mediático fue devastador para el Sodalicio. Acostumbrada a mantener un perfil
bajo, esta institución que posee muchísimo dinero y ejerce palpable influencia
en la sociedad peruana, se vio obligada a propalar sendos comunicados. Al principio,
negacionistas y contradictorios, pero acto seguido tuvo que admitir que los
testimonios eran “verosímiles” y anunciaron la creación de una comisión ad hoc,
conformada por personas ajenas al movimiento religioso, para investigar las
denuncias contra el fundador y la institución.
Asimismo,
la fiscalía peruana decidió actuar de oficio, y así lo anunció públicamente su
titular, Pablo Sánchez. Mientras tanto, desde Roma, a donde fue enviado casi
clandestinamente Luis Fernando Figari, el fundador envió una carta a sus
seguidores reconociendo “errores, fallas y ligerezas”, pero nada más.
Por
su parte, el superior general del Sodalicio, Alessandro Moroni, anunció una
etapa de “revisión, reconciliación y renovación”, la cual estuvo acompañada de
cambios drásticos. El Sodalicio decidió poner a la venta la casa en la que
vivió Figari en Lima, y donde se habrían cometido varios de los abusos sexuales
denunciados, así como los centros de formación en donde se habrían perpetrado
innumerables abusos físicos y psicológicos, orientados todos hacia la anulación
de la libertad y la sujeción de la voluntad. Y a Figari, como por arte de
magia, lo desaparecieron de la página web institucional.
Meses
después, en abril del 2016, luego de la aparición de más testimonios acusadores
en los medios de comunicación, con nuevas informaciones y diferentes señalamientos,
en un videomensaje grabado, el superior del Sodalicio, como adelantándose a
algo que venía a golpearle de nuevo, admitió apuradamente los abusos y declaró
culpable a Figari, calificándolo como persona non grata. Pero no lo expulsó.
Al
poco, la comisión ad hoc convocada por el propio Sodalicio hizo público un
demoledor informe en el que recomendaba resarcimiento y compensaciones
económicas para las víctimas. Más todavía. Proponía la intervención del
Sodalicio por parte del Vaticano, “disponiendo que su conducción esté a cargo
de personas ajenas a su actual estructura organizacional”.
Dicho
informe fue cuestionado el mismo día por Moroni y por otro sodálite tan
controversial como Figari: el sacerdote Jaime Baertl. Ambos señalaron el
documento como “sesgado”. Desde entonces, nunca más se volvió a hablar sobre
este trabajo que sorprendió a propios y extraños por su total independencia.
Entretanto,
la fiscalía continuó con sus supuestas y aparentes pesquisas. Y el Vaticano
hizo lo propio: algunos amagos de indagación. En el último caso, hasta la fecha
la institución católica no se ha comunicado con las víctimas. Y en el primero,
la fiscalía acaba de archivar el caso. Por prescripción y por falta de pruebas.
La
indignación en las redes sociales ha sido explosiva, claro. Era lo previsible.
Pero tal como se ha visto en otras latitudes, como en México con Marcial
Maciel, o como en Chile con el clérigo pederasta Fernando Karadima, lo más
probable es que la impunidad en materia de abusos sexuales perpetrados por
religiosos vuelva a instalarse en América Latina. Y es que aquello del
protocolo de “tolerancia cero” del que tanto habla el papa Francisco es, en los
hechos, una entelequia.
Porque
hoy el único feliz con esta historia, no nos engañemos, es el laico Luis
Fernando Figari Rodrigo, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana.
TOMADO
DE EL PAÍS 19/1/2017
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