Rosa María Palacios
La noticia de la detención preventiva de Edwin Luyo
Barrientos, capturado el viernes en la noche, es positiva. El ex presidente del
Comité de Licitación de la Línea 1 del Metro es acusado de haber recibido 2.5
millones de dólares en asociación con el prófugo Jorge Cuba Hidalgo, ex
viceministro de Comunicaciones. Los hechos ocurrieron, de acuerdo a información
proporcionada por Odebrecht, en el año 2009. La República informa que el dinero
fue transferido a un Banco en Andorra y que ambos personajes habrían solicitado
originalmente 8 millones de dólares para favorecer a Odebrecht otorgándole la
buena pro de la licitación.
Como era de esperarse, el ex presidente Alan García
ha usado su cuenta de Twitter para felicitar a la fiscalía y referirse a sus
propios funcionarios como ratas: “Muy bien la Fiscalía de la Nación. A la
cárcel. Ratas como estas ensucian grandes obras que sirven al pueblo”, ha
escrito desde Madrid. ¿Y su responsabilidad? Ninguna. Nos dice que la obra es
estupenda y que algunas ratitas deben ir a la cárcel.
¿Así de fácil? Veremos. El capturado Luyo tiene
varias cosas para contar. Por ejemplo, ¿por qué vive en una modesta casa del
barrio de Pueblo Libre si se levantó millones? Curioso, el mismo distrito en
donde residía Agustín Mantilla, el hombre al que, llevando una vida austera se
le encontró 6 millones de dólares en cuentas en el exterior. Mantilla,
expulsado del Partido Aprista, se llevó lealmente sus secretos a la tumba. La
pregunta es ¿lo hará Luyo?
En Brasil, la clave del éxito de la operación Lava
Jato consistió en jalar la lengua en los niveles intermedios de la cadena de responsabilidad.
Por ejemplo, la delación premiada de Paulo Roberto Costa, ex director de
Petrobras, fue crucial para transformar un caso que se inició por lavado de
divisas en el año 2008 en el caso de corrupción más grande de Brasil. De la
persecución de los funcionarios de Petrobras el 2014 se pudo saltar a las
detenciones de todos los presidentes de compañías constructoras de Brasil el
2015. Al principio, negándose a cantar, hoy todos se han acogido a los
beneficios de la delación premiada. Poco a poco, con mucho esfuerzo de jueces y
fiscales brasileños, se ha logrado disipar la niebla y encontrar una telaraña
gigantesca de corrupción que cruza continentes y océanos y va desde presidentes
hasta toda la estructura de poder de países enteros.
Es imposible que Odebrecht depositara un centavo a
Luyo sin autorización de niveles superiores. Eso lo sabe la empresa y lo sabe
Luyo. La pregunta es hoy ¿para quién recibió? Para sí mismo, en parte. ¿Y el
resto? Es posible que el dinero esté sin moverse en Andorra (tan cerca de
España) o también es posible que la ruta de ese dinero lleve a otras
detenciones y a otras delaciones. Luyo es hoy, con las normas vigentes, un
potente candidato a colaborador eficaz si es que quiere salvarse de muchos años
de cárcel. Espero que el fiscal se lo explique bien.
Lo mismo sucede con el prófugo viceministro de
Comunicaciones Jorge Cuba Hidalgo. ¿Qué tiene que hacer el viceministerio de
Comunicaciones con la Linea 1 del Metro? Nada. En este caso, el funcionario no
tenía poder de decisión alguno. ¿Y a ese le deposita Odebrecht? Eso solo puede
haber sucedido por indicación de alguien. No hay otra explicación lógica.
Como sucedió con el caso Fujimori-Montesinos, la
fiscalía tiene urgencia de reclutar colaboradores eficaces con los que se
negocie la entrega de información a cambio de su libertad e incluso garantías
para sus vidas y las de sus familias.
Los testaferros tienen dos caminos. Ser Matilde
Pinchi Pinchi o ser Agustín Mantilla. La historia ha probado que el primer
camino es mucho más ventajoso por donde se mire.
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