Atilio
A. Boron
Rebelión
Este
viernes Donald Trump se convertirá en el 45ª presidente de Estados Unidos. El
consenso entre los analistas, salvo pocas excepciones, es que durante su
gestión “veremos cosas terribles”, como asegura Immanuel Wallerstein
refiriéndose al primer año de su gestión. También dice, y lo subraya con razón
el especialista panameño en asuntos estadounidenses, Marco Gandásegui, que el
magnate neoyorquino es un personaje “totalmente impredecible”. [1] De ningún
presidente estadounidense podemos esperar nada bueno. No porque sean malvados
sino porque su condición de jefes del imperio les impone ciertas decisiones que
en la soledad de su escritorio probablemente no tomarían. Jimmy Carter es un
ejemplo de ello; un buen hombre, como tantas veces lo recordara Fidel. Y Raúl
más de una vez se encargó de decir que el bloqueo contra Cuba y la invasión de
Bahía Cochinos comenzaron cuando Obama ni había nacido, y apenas contaba un año
cuando se produjo la crisis de los misiles en Octubre de 1962.
¿Adónde voy con esta reflexión? A señalar que no sería para nada extraño que bien pronto la inflamada retórica de DT deje de tener un correlato concreto en el plano más proteico de los hechos políticos, económicos y militares. Trump es lo que en la jerga popular norteamericana se llama “un bocón”. Por eso habrá que ver qué es lo que logra concretar de sus flamígeras amenazas una vez que deje de vociferar desde el llano y se inserte en los gigantescos y complicadísimos engranajes administrativos del imperio. No cabe la menor duda de que el personaje es un hábil demagogo, que agita con maestría un discurso reaccionario, racista, homófobo, belicista, transgresor y “políticamente incorrecto” por designio propio. Pero su irresistible ascenso no sólo es un efecto de su habilidad como publicista y la eficacia de su interpelación demagógica. Es síntoma de dos procesos de fondo que están socavando la primacía de Estados Unidos en el sistema internacional: uno, la ruptura en la unidad política-programática de la “burguesía imperial” norteamericana, dividida por primera vez en más de medio siglo en torno a cuál debería ser la estrategia más apropiada para salvaguardar la primacía norteamericana. Dos, los devastadores efectos de las políticas neoliberales con sus secuelas de exclusión social, explotación económica y analfabetismo político inducido por las elites dominantes y que arrojó a grandes sectores de la población en brazos de un outsider político como Trump que en épocas más felices para el imperio hubiera sido barrido de la escena pública en las primarias de New Hampshire.
¿Adónde voy con esta reflexión? A señalar que no sería para nada extraño que bien pronto la inflamada retórica de DT deje de tener un correlato concreto en el plano más proteico de los hechos políticos, económicos y militares. Trump es lo que en la jerga popular norteamericana se llama “un bocón”. Por eso habrá que ver qué es lo que logra concretar de sus flamígeras amenazas una vez que deje de vociferar desde el llano y se inserte en los gigantescos y complicadísimos engranajes administrativos del imperio. No cabe la menor duda de que el personaje es un hábil demagogo, que agita con maestría un discurso reaccionario, racista, homófobo, belicista, transgresor y “políticamente incorrecto” por designio propio. Pero su irresistible ascenso no sólo es un efecto de su habilidad como publicista y la eficacia de su interpelación demagógica. Es síntoma de dos procesos de fondo que están socavando la primacía de Estados Unidos en el sistema internacional: uno, la ruptura en la unidad política-programática de la “burguesía imperial” norteamericana, dividida por primera vez en más de medio siglo en torno a cuál debería ser la estrategia más apropiada para salvaguardar la primacía norteamericana. Dos, los devastadores efectos de las políticas neoliberales con sus secuelas de exclusión social, explotación económica y analfabetismo político inducido por las elites dominantes y que arrojó a grandes sectores de la población en brazos de un outsider político como Trump que en épocas más felices para el imperio hubiera sido barrido de la escena pública en las primarias de New Hampshire.
Trump
dijo, e hizo, antes de entrar a la Casa Blanca, cosas terribles: desde acusar a
los mexicanos (y por extensión a todos los “latinos”) de ser violadores
seriales, narcotraficantes y asesinos hasta declarar públicamente, para horror
de los alemanes, que era “germanofóbico”. O de provocar al dragón chino
llamando por teléfono a la presidenta de Taiwán, lo que motivó una inusualmente
dura protesta de Beijing; decirles a los europeos que la OTAN es una
organización obsoleta y que lo del Brexit fue una buena decisión. Pero como
aseguran los más incisivos analistas de la vida política norteamericana, por
debajo de la figura presidencial (o, según se lo mire, por encima de ella) está
aquello que Peter Dale Scott denominó como “estado profundo”: el entramado de
agencias federales, comisiones del Congreso, lobbies multimillonarios que por
años y años han financiado a políticos, jueces y periodistas, el complejo
militar-industrial-financiero, las dieciséis agencias que conforman la “comunidad
de inteligencia” , tanques de pensamiento del establishment y las distintas
ramas de las fuerzas armadas, todas las cuales son las que tendrán que llevar a
la práctica –o “vender” política o diplomáticamente- las bravuconadas de Trump.
Pero esos actores, a quienes nadie elige y que ante nadie deben rendir cuentas,
tienen una agenda de largo plazo que sólo en parte coincide con la de los
presidentes. Ocurrió con Kennedy, después con Carter y Obama, y seguramente
volverá a pasar ahora. Dos ejemplos: el jefe del Pentágono James “Perro
Rabioso” Mattis puede hacer honor a su apodo pero difícilmente sea un idiota y
por buenas razones -desde el punto de vista de la seguridad del imperio- no
quiere saber nada con debilitar a la OTAN. Y va a ser difícil que Stephen
Mnuchin, el Secretario del Tesoro designado, un hombre surgido de las entrañas
de Goldman Sachs, vaya a presidir una cruzada proteccionista y auspiciar el
“populismo económico” contra el cual combatió sin resuello durante décadas
desde Wall Street.
¿Significa
esto que deben tenernos sin cuidado los exabruptos verbales de Trump? De
ninguna manera. Será preciso, más que nunca, estar alertas ante cualquier
tropelía que pretenda hacer en Nuestra América. Sin duda continuará con la
agenda de Obama: desestabilizar a Venezuela, promover el “cambio de régimen”
(vulgo: contrarrevolución) en Cuba, acabar con los gobiernos de Bolivia y
Ecuador y encuadrar, una vez más, a los países del área como obedientes
satélites de Washington. Para lograr este objetivo, ¿irá a escalar esta
agresión, que Obama no quiso, o no pudo, detener? Es muy poco probable. Ronald
Reagan, con quienes a veces torpemente se lo compara, intervino abiertamente en
Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Granada y en la Guerra de las Malvinas. Pero
era otro contexto internacional: había un fenomenal tridente reaccionario
formado por el propio Reagan con Margaret Thatcher y Juan Pablo II empeñado en
demoler los restos del Estado de Bienestar y los proyectos socialistas; el Muro
de Berlín estaba agrietado y la URSS venía cayendo en picada, sepultando a
Rusia; y China no era ni remotamente lo que es hoy. Estados Unidos estaba
llegando al apogeo de su poderío internacional. Hoy, en cambio, ya comenzó su
irreversible declinación y el equilibrio geopolítico mundial es mucho menos
favorable para Washington. Difícil, por no decir imposible, que el descarado
intervencionismo reaganiano pueda ser replicado por DT en esta parte del mundo.
Y si lo hiciera tropezaría con una generalizada repulsa popular que, como lo
advirtiera Rafael Correa, movilizaría en contra de Washington a grandes masas
en toda la región.
Conclusión:
el personaje es voluble, caprichoso e impredecible, pero el “estado profundo”
que administra los negocios del imperio a largo plazo lo es mucho menos. Y en
estos pasados quince años los pueblos de Nuestra América aprendieron varias
lecciones.
Notas:
[1]
Cf. “Donald Trump llega a la presidencia de EEUU”, en
http://laestrella.com.pa/opinion/columnistas/donald-trump-llega-presidencia-eeuu/23981819
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