miércoles, 18 de enero de 2017

Pedro Salinas: Y no pasó nada

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¿Cómo se siente al empotrarse contra la impunidad? Pues muy mal, les cuento. Ahora, si me preguntan, lo que no entiendo es la mentira. Porque todavía me he quedado como absorto ante la nota de prensa propalada ayer por la fiscalía, la cual expresa literalmente que, “durante las investigaciones, no hubo ningún afectado que se acercara a denunciar que haya sido víctima”.

¡¿En serio?! ¡¿De verdad estamos leyendo lo que estamos leyendo?! Porque, la verdad, eso no es cierto. Ni correcto. Es una mentira, o sea. Y del tamaño de la catedral. Descomunal, es decir. E infame. Y hasta sucia. Porque si ustedes leen Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en la página 162, se toparán con el testimonio de “Santiago”. Su relato es crudo y brutal. Además de corajudo y valiente.

Bueno. Él estuvo en el despacho de la fiscal María del Pilar Peralta Ramírez. Lo curioso en esto es que, la representante del ministerio público, por razones inescrutables, decidió tomar sus declaraciones como las de un testigo de lesiones psicológicas y se negó al interrogatorio sobre el episodio de abuso sexual que se relata en la investigación periodística. No obstante, “Santiago” dejó constancia de ser víctima sexual de Figari.

Lo más sorprendente es que el abogado defensor del fundador del Sodalicio -Lengua Balbi, es decir- ha dicho ahora en RPP que, “no hubo agraviados que se presentaron”. Más todavía. Ha agregado: “No se ha probado absolutamente nada”. 

Y hay más, obvio. En la misma comunicación de la fiscalía, se lee: “Ninguno de los presuntos agraviados presenta actualmente problemas psicológicos derivados de su permanencia en el Sodalicio. Por el contrario, las pericias demuestran que todos ellos llevaron vidas personales y profesionales exitosas (…) Además, de acuerdo a las pruebas del Instituto de Medicina Legal, las presuntas víctimas no presentan evidencias de maltrato físico ni psicológico durante el período vivido en el Sodalicio, por lo que queda descartado el presunto delito de lesiones graves”.

Aquí, en esta parte, y me van a disculpar, es cuando hice ¡Plop! Porque a ver. Si he entendido bien, ¿acaso tengo que darle ahora las gracias al Sodalitium? ¿O mi gratitud debería ser más bien hacia el Instituto de Medicina Legal, donde una burócrata que funge de psicóloga me maltrató y me hizo sentir revictimizado? Y no exagero, que conste.

No. Gracias a Zeus no presento evidencias de maltrato físico. La herida que me hizo el propio Figari cuando me quemó el brazo izquierdo con una vela, ya no existe. Quizás porque ello ocurrió exactamente hace treinta años. Y el daño psicológico no está tan presente en mi vida cotidiana. Quizás por la misma razón anterior. Por eso, y porque he invertido mucho tiempo y dinero en terapias para curarme.

Pero claro. Si la fiscal hubiese aceptado nuestras pericias de parte, habría visto otra realidad. Una en la que queda establecido que los denunciantes fuimos sometidos a prácticas de manipulación y coerción psicológica para anular nuestra voluntad y fanatizarnos y robotizarnos. Porque ahí nos formatearon mentalmente. Y nos lavaron el cerebro. Y nos convirtieron en fachos obedientes, a los que se nos intoxicó con innumerables técnicas de sujeción. Síndrome de Estrés Postraumático, me diagnosticaron a mí, por ejemplo.

Y aunque esto que sigue es personal, igual lo comparto. Para que vean que hay heridas que el Sodalitium deja entre sus exmilitantes, y son difíciles de borrar. A mí, ya lo he contado en el libro, me hicieron odiar a mi padre durante demasiados años. Y aunque luego pude reconciliarme con él, el costo fue muy alto. “Las consecuencias mentales de esta herida son profundas e implican una afectación muy grave a su salud síquica y emocional, al punto que pese a los años transcurridos, todavía siguen generando secuelas que afectan su vida cotidiana y le impiden desarrollarse con normalidad”, reseña una de las pericias que me hicieron, y que la fiscal Peralta rechazó.

En fin. O callas, o te la juegas. Y nada. En esta historia, qué quieren que les diga. Me jugué todo. Literalmente, todo. Y ahora, honestamente, no sé si gané o si perdí. No lo sé, francamente. Y tampoco sé si me interese el resultado.


Lo único que sé es que, mientras muchos estaban mirando hacia otro lado –hacia cualquier lado, vamos a decirlo así-, mis hijos solo vieron a su padre lanzándose a una aventura en la que creyó. Por un asunto de justicia. Y eso es lo único que me importa.  

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