¿Cómo
se siente al empotrarse contra la impunidad? Pues muy mal, les cuento. Ahora,
si me preguntan, lo que no entiendo es la mentira. Porque todavía me he quedado
como absorto ante la nota de prensa propalada ayer por la fiscalía, la cual
expresa literalmente que, “durante las investigaciones, no hubo ningún afectado
que se acercara a denunciar que haya sido víctima”.
¡¿En
serio?! ¡¿De verdad estamos leyendo lo que estamos leyendo?! Porque, la verdad,
eso no es cierto. Ni correcto. Es una mentira, o sea. Y del tamaño de la
catedral. Descomunal, es decir. E infame. Y hasta sucia. Porque si ustedes leen
Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en la página 162, se toparán con
el testimonio de “Santiago”. Su relato es crudo y brutal. Además de corajudo y
valiente.
Lo
más sorprendente es que el abogado defensor del fundador del Sodalicio -Lengua
Balbi, es decir- ha dicho ahora en RPP que, “no hubo agraviados que se
presentaron”. Más todavía. Ha agregado: “No se ha probado absolutamente
nada”.
Y
hay más, obvio. En la misma comunicación de la fiscalía, se lee: “Ninguno de
los presuntos agraviados presenta actualmente problemas psicológicos derivados
de su permanencia en el Sodalicio. Por el contrario, las pericias demuestran
que todos ellos llevaron vidas personales y profesionales exitosas (…) Además,
de acuerdo a las pruebas del Instituto de Medicina Legal, las presuntas
víctimas no presentan evidencias de maltrato físico ni psicológico durante el
período vivido en el Sodalicio, por lo que queda descartado el presunto delito
de lesiones graves”.
Aquí,
en esta parte, y me van a disculpar, es cuando hice ¡Plop! Porque a ver. Si he
entendido bien, ¿acaso tengo que darle ahora las gracias al Sodalitium? ¿O mi
gratitud debería ser más bien hacia el Instituto de Medicina Legal, donde una
burócrata que funge de psicóloga me maltrató y me hizo sentir revictimizado? Y
no exagero, que conste.
No.
Gracias a Zeus no presento evidencias de maltrato físico. La herida que me hizo
el propio Figari cuando me quemó el brazo izquierdo con una vela, ya no existe.
Quizás porque ello ocurrió exactamente hace treinta años. Y el daño psicológico
no está tan presente en mi vida cotidiana. Quizás por la misma razón anterior.
Por eso, y porque he invertido mucho tiempo y dinero en terapias para curarme.
Pero
claro. Si la fiscal hubiese aceptado nuestras pericias de parte, habría visto
otra realidad. Una en la que queda establecido que los denunciantes fuimos
sometidos a prácticas de manipulación y coerción psicológica para anular
nuestra voluntad y fanatizarnos y robotizarnos. Porque ahí nos formatearon
mentalmente. Y nos lavaron el cerebro. Y nos convirtieron en fachos obedientes,
a los que se nos intoxicó con innumerables técnicas de sujeción. Síndrome de
Estrés Postraumático, me diagnosticaron a mí, por ejemplo.
Y
aunque esto que sigue es personal, igual lo comparto. Para que vean que hay
heridas que el Sodalitium deja entre sus exmilitantes, y son difíciles de
borrar. A mí, ya lo he contado en el libro, me hicieron odiar a mi padre
durante demasiados años. Y aunque luego pude reconciliarme con él, el costo fue
muy alto. “Las consecuencias mentales de esta herida son profundas e implican
una afectación muy grave a su salud síquica y emocional, al punto que pese a
los años transcurridos, todavía siguen generando secuelas que afectan su vida
cotidiana y le impiden desarrollarse con normalidad”, reseña una de las
pericias que me hicieron, y que la fiscal Peralta rechazó.
En
fin. O callas, o te la juegas. Y nada. En esta historia, qué quieren que les
diga. Me jugué todo. Literalmente, todo. Y ahora, honestamente, no sé si gané o
si perdí. No lo sé, francamente. Y tampoco sé si me interese el resultado.
Lo
único que sé es que, mientras muchos estaban mirando hacia otro lado –hacia
cualquier lado, vamos a decirlo así-, mis hijos solo vieron a su padre
lanzándose a una aventura en la que creyó. Por un asunto de justicia. Y eso es
lo único que me importa.
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